El secreto que cambiará el fútbol para siempre
El secreto no podrá mantenerse oculto durante mucho tiempo más. El runrún de la gente empieza a ser ensordecedor y llegará un momento, más temprano que tarde, en el que el RCD Espanyol tendrá que pronunciarse de manera oficial. Pero, por ahora, todo continúa siendo silencio, especulación, incógnita, incertidumbre, posibilidad, sobre todo esperanza.
«Nada es exactamente verdad, nada es exactamente mentira», explica Enric González, periodista y espanyolista (tal vez el segundo término debería ir antes que el primero), «porque la realidad siempre es mucho más complicada y mucho más interesante». A él también le ha llegado, con cierto grado de insistencia, el rumor de que existe «un loco que hace cosas y del que nunca sabes qué esperar» sobre un terreno de juego y esa promesa ha terminado por cimentarse como una ilusión que él siente real. «Significa lo nuevo, lo fresco, lo que te sorprende. Me ha concedido entusiasmo en este fútbol globalizado y homogeneizado en el que todos los clubes modernos se parecen entre sí», asiente.
Entusiasmo y expectativa. Los anhelos de Enric González, como los de cualquier otro hincha, convergen en un nombre que a continuación vais a escuchar pronunciado por primera vez y que ya nunca más podréis olvidar: Yetang Che.
Budismo, Harvard, música y, ahora, también fútbol
En realidad, a pesar de las palabras de Enric González, la gente se muestra reacia a hablar de Yetang Che. Lo cierto es que apenas conocen nada de él. Hasta ahora, no ha tenido ninguna carrera en el fútbol, ni a nivel aficionado ni, mucho menos, a nivel profesional. El grueso de su vida, de hecho, lo ha pasado en sitios desconocidos e inaccesibles para la mayoría de los seres humanos.
Se sabe que, cuando tenía tres años, sus padres, los ilustres antropólogos Kushinagar y Lumbini Che, fallecieron en un accidente de aviación durante una expedición a la inexpugnable montaña Chura Kang, que marca frontera entre Tíbet y Bután en la cordillera del Himalaya, y que, desde entonces, Yetang Che fue criado por los monjes budistas de un monasterio situado en alguna ladera oculta en Bailangpu.
Se sabe que, años más tarde, fue aceptado por la prestigiosa Escuela de Teología de la Universidad de Harvard y que durante algún tiempo estuvo investigando sobre las restricciones y el cuidado del mundo llevado a cabo por las deidades de las religiones monoteístas bajo la dirección del profesor Tikkun Olam, la eminencia académica en Yehudah Hanasí, la Mishná y el judaísmo rabínico entre los años 200 y 220 después de Cristo.
Se sabe que, en su tiempo libre, le gusta tocar la trompa, el instrumento de viento con un tubo de latón enroscado circularmente que va ensanchándose desde la boquilla al pabellón, y que Che consigue modificar su sonido con los pistones, su mano y su lengua hasta transmitir una música celestial, deliciosa y agradable, especialmente con las notas de los cuatro conciertos para trompa de Wolfgang Amadeus Mozart, incluidas las triadas del allegro vivace del Concierto número 4 en mi bemol mayor, K. 495.
Foto: Entre sus escasas pertenencias, Yetang Che cuenta con una trompa y un balón de fútbol.
Se sabe que colecciona trozos de papeles manuscritos en los que aparece algún kōan zen, los breves enigmas que no se pueden descifrar mediante el intelecto, con la lógica, sino que han de solucionarse con la intuición, y que, cuando los resuelve, los esconde en rincones de parques mientras pasea por la calle para que otras personas los puedan encontrar.
Y ahora, de forma extraordinariamente reciente, se sabe también que Yetang Che, a sus 25 años, juega al fútbol. Pero ¿por qué, precisamente, el fútbol?
«El fútbol es la emoción en estado puro», apunta, como posible teoría, Enric González. Y completa: «El fútbol es un fenómeno tribal. El equipo de un barrio jugando contra el equipo de otro barrio».
O, en el caso de Che, el equipo de su monasterio budista jugando contra el equipo de otro monasterio budista de una ladera de alrededor.
Es decir, jugar al fútbol, simplemente, por pura decantación antropológica.
Un lanzamiento completamente revolucionario
«Aquí en China no he logrado que nadie quiera hablar on the record de Yetang Che», avisa, utilizando la jerga del oficio, Andrés Martínez, un fotoperiodista español asentado actualmente en el país asiático, mientras conduce en una tarde de primavera un Porsche alquilado en Pekín camino de Chengdú, la capital de la provincia de Sichuan situada a 1.849 kilómetros y 20 horas de viaje de distancia.
Su destino es Colina Fénix, el novedoso estadio con capacidad para 50.695 espectadores en el que juega el Chengdú Rongcheng, equipo de la Superliga, la máxima competición china, que unas horas más tarde se va enfrentar en un encuentro amistoso de carácter solidario a un combinado aficionado, formado en su mayoría por monjes budistas de algunas prefecturas tibetanas, entre ellos, por primera y única vez delante de público, Yetang Che, recién llegado desde el gran cañón del río Yarlung Tsangpo, el último lugar completamente limpio del planeta Tierra, a los pies del monte Namcha Barwa, a otros 1.682 kilómetros y 32 horas de distancia de ese recinto balompédico.
A primera vista, con el número diez a la espalda, la apariencia de Che no destaca entre el resto de futbolistas y su figura es más bien anodina e insustancial, más allá del murmullo continuo que le acompaña desde las gradas del estadio. Pero cuando el esférico comienza a rodar, Yetang Che pronto se encarga de confirmar que, como dijo sabiamente Siddharta Gautama, los prejuicios son los juicios de los imbéciles.
No en vano, en apenas los cinco minutos iniciales del encuentro, Che anota tres goles con una ejecución milimétrica en cada uno de ellos: una coreografía vertical con un balón pegado a los pies, entre conducción y velocidad, que va dejando un copioso rastro de defensores humillados por el suelo, incluido el portero.
Sin embargo, la catarsis, la experiencia vital profunda que sirve como purificación, sucede en el minuto trece, cuando, exponencialmente alejado de la línea medular, en su propio campo, Yetang Che decide realizar un lanzamiento que, antes de que se pueda producir un parpadeo, destroza las mallas de la portería del Chengdú Rongcheng. Literalmente.
Acto seguido, en la pantalla posterior de la pistola de medición mediante radar Stalker Sport Pro II+ que porta Andrés Martínez, junto con su habitual equipo fotográfico, aparece un número prácticamente irreal. 180 millas. 290 kilómetros por hora. Una velocidad que permite recorrer una distancia de 60 metros, como ese lanzamiento de Yetang Che, en apenas 0,74 segundos.
Foto: Andrés Martínez posa junto al Porsche alquilado que condujo desde Pekín a Chengdú para poder ver a Yetang Che sobre un terreno de juego.
Para poder contextualizar esos datos, hay que recordar que, de media, los lanzamientos de fútbol más potentes suelen superar los 120 kilómetros por hora, incluso superan algo más de velocidad todavía en las faltas o en la larga distancia. Radamel Falcao, como excepción, alcanzó los 172 kilómetros por hora con uno de sus lanzamientos con la selección de Colombia en un encuentro contra Estados Unidos. Nunca nadie, por supuesto, había logrado llegar a los 200 kilómetros por hora, mucho menos situarse al borde de los 300 kilómetros por hora.
Pero Yetang Che ha desarrollado un estilo de lanzamiento completamente revolucionario en el que su fuerza es lo primero que entra por los ojos, pero en el que en la memoria prevalece la precisión: en el amistoso contra el Chengdú Rongcheng, Che perforó la red local en hasta siete ocasiones con lanzamientos sin fallo desde su propio campo.
Según la pistola de medición por radar de Andrés Martínez, ninguno de esos siete lanzamientos bajó de los 290 kilómetros por hora y uno llegó a alcanzar los 300 kilómetros por hora, pero ¿cómo es posible? ¿Cómo es capaz Yetang Che de desafiar a la fricción causada por el roce del esférico con el aire y al resto de fuerzas del universo para conseguir esas velocidades nunca vistas sobre un campo de fútbol?
Al parecer, el secreto de Yetang Che reside en su infancia en las laderas de Bailangpu, donde, como cualquier otro aspirante a monje budista, aprendió, mediante la meditación, los principios tántricos del cuerpo y de la mente hasta llegar a alcanzar el dominio yóguico del proceso de los siddhis. En su caso, concretamente, el dominio íntegro del prapti, uno de los ocho siddhis primarios, que concede el «poder de entrar o penetrar en todas partes». O como diría Jetsun Milarepa, el gran poeta tibetano, quien lo dejó escrito en el siglo XI: «Cuando tu mente es etérea, tu cuerpo se convierte en un cañón».
«Yo de fútbol no entiendo absolutamente nada, pero pienso dar mi opinión, como hace todo el mundo: este chico es mejor que el argentino que jugó en el Barcelona. ¿Cómo se llamaba? Ronaldo. Cristiano Ronaldo, eso es», se sincera, tras el encuentro, Andrés Martínez.
Y en realidad, con su error, el fotoperiodista leonés lo está definiendo correctamente: Yetang Che es la clonación perfeccionada de la velocidad de ejecución y el talento creativo de Messi y de la finalización voraz de Cristiano Ronaldo en el momento óptimo de sus respectivas carreras balompédicas.
O dicho de manera compendiosa: Yetang Che es la variante indescifrable que destruye definitivamente la igualdad que ha dinamizado las leyes del fútbol hasta nuestros días. ¿Poner continuamente a tres o cuatro defensores delante de él para impedir sus disparos infalibles de menos de un segundo de duración desde más de 60 metros de distancia a riesgo de que el resto de sus compañeros aprovechen la consiguiente inferioridad numérica defensiva para anotar gol en superioridad? ¿O evitar sus vertiginosos eslálones con un bloque profundamente bajo defensivo aceptando que el balón no saldrá de tu área propia a lo largo de los 90 minutos y que un milagroso empate a cero es el único e improbable rédito positivo que tu equipo puede conseguir?
Existe un aforismo budista que sirve como respuesta: «Cuando el agua fluye en todas las direcciones, ninguna decisión es la acertada».
Foto: La pistola de radar Stalker Sport Pro II+ que utilizó Andrés Martínez, al lado del césped del estadio Colina Fénix de Chengdú.
Un futuro incierto y una única certeza: el fútbol no será igual con Yetang Che
La oficina en Londres de Advage Sports and Event Management, agencia de representación de deportistas con un dilatado conocimiento del mercado chino y licencias de actuación otorgadas por la FIFA, la FIBA y la NBA, se encuentra en Canary Wharf, en el epicentro de su distrito financiero. Cuando su CEO, José Miguel Peñas de Pablo, aparece por la puerta de acceso a la calle en una sofocante mañana de verano se muestra desprevenido e inquieto al ser preguntado por la existencia de Che. «No tengo nada que decir al respecto», se excusa mientras acelera su paso, trotando, casi empezando a correr. Sin embargo, ya al final de la calle, a punto de perderse a mano derecha, se gira y grita una contundente frase completamente audible: «Nadie en su vida ha visto a un futbolista como Yetang Che».
Las palabras de Peñas de Pablo son acertadas para la impresión plagada de fascinación que causa Yetang Che dentro de un terreno de juego, pero sirven también para intentar explicar a Che más allá de un estadio y de un balón de fútbol, para poder adentrarse, al menos mínimamente, en su forma de pensar y en su escala de valores.
De hecho, Yetang Che apenas tiene posesiones materiales. Sus únicas pertenencias son sus papeles manuscritos con algún kōan zen, su trompa, un tazón cantador, unas botas de montaña de color marrón y una camisa de lana blanca y unos pantalones vaqueros azules que lleva puestos debajo de las dos túnicas rojas y amarillas que conforman su kāṣāya jiāshā. Ni siquiera cuenta con unas botas de fútbol de su propiedad y, salvo en el partido contra el Chengdú Rongcheng, en el que jugó con unas botas Adidas Copa Mundial del año 1979 que le prestó uno de sus compañeros de equipo, casi siempre se ha desempeñado descalzo o con sus botas de montaña.
Como ha aprendido del budismo, Yetang Che no persigue algo tangible, sino que su anhelo es incorpóreo. Che busca alcanzar el nirvana, el estado pleno de liberación de los deseos, del sufrimiento, de la consciencia individual y del ciclo de las reencarnaciones. Y ahí, en su camino hacia la purificación, reside, precisamente, su mayor incompatibilidad con el fútbol profesional, plagado de codicia, de odio, de ego, de falsedad.
El debate que ocupa la mente de Yetang Che es si merece la pena regalar al mundo su don de lanzar de manera perfecta un esférico a una portería si eso supone tener que asumir todo lo que representa el mundo del balompié y que no cuadra con la visión que ha elegido para su vida.
Foto: José Miguel Peñas de Pablo, CEO de la agencia de representación Advage Sports and Event Management, durante una de sus habituales visitas a la sede de la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA).
Pero pronto esa duda, posiblemente la más importante de todas ellas, también será resuelta: la semana pasada Che anunció solemnemente a Peñas de Pablo, en una carta escrita con tinta china sobre papel de seda, que le informaría de su decisión definitiva alrededor del 31 de agosto, justo antes de que finalice el octavo mes del calendario gregoriano.
Dado que Che parece que no ha firmado todavía de manera oficial con el RCD Espanyol (se habla de un contrato de prueba hasta el 30 de junio de 2025 con opción de prorrogarlo de forma multianual hasta el año 2032, un billón de euros de rescisión y una cláusula liberatoria por infelicidad que Yetang Che puede activar de manera unilateral según sean su estado de ánimo y sus principios éticos), técnicamente es un agente libre y un posible hallazgo para reforzar a cualquier otro club.
¿En qué ínfimo porcentaje de probabilidad situaría la ciencia matemática una derrota de un equipo entrenado por Pep Guardiola con Yetang Che entre sus titulares? ¿Cuántas decenas de trofeos de la Liga de Campeones sería capaz de ganar de forma consecutiva el Real Madrid si Florentino Pérez acordara el fichaje de este prodigio generacional, único en su categoría, y Yetang Che empezara a jugar sobre el césped del nuevo Santiago Bernabéu? ¿Qué número de redes de las porterías tendrían que ser cambiadas a lo largo de un partido en el que estuviera jugando Yetang Che antes de que algún químico patente un material que sea lo suficientemente resistente para sus lanzamientos y que, en cambio, no pueda dañar a los porteros?
La única certeza entre tanta duda es que, con sus facultades físicas y psicológicas, Che puede cambiar el devenir del fútbol completamente y para siempre. ¿Estamos, tal vez, delante del futbolista que se convertirá de forma indiscutible, por fin, en el mejor de toda la historia?
«Bueno, antes de poder contestar a esa pregunta», concluye Enric González, «¡tendré que verlo para creerlo!».
Pincha aquí para ampliar la información sobre El curioso caso de Yetang Che.