Los Juegos Olímpicos son el evento ideal para el fan del deporte, tanto para el adicto apasionado como para el simpatizante diletante. Durante algo más de dos semanas, las Olimpiadas regalan horas inagotables de placer, muchas veces en deportes que solamente aparecen en la mente de la mayoría de los aficionados una vez cada cuatro años. Esa, en realidad, es su virtud inigualable: los Juegos Olímpicos sobresalen por su densidad, por la acumulación de disciplinas deportivas, equipos y deportistas con los que el seguidor puede identificarse emocionalmente.
Sin embargo, justo antes de París 2024, la empresa de análisis Gallup preguntó a los adultos estadounidenses qué cantidad de tiempo tenían intención de ver en estos Juegos Olímpicos y el resultado fue…
El 30% de ellos contestaron que nada de tiempo. El 35%, en cambio, respondieron que una gran cantidad de tiempo. Lo interesante, en cualquier caso, tal y como se puede apreciar en la gráfica, es la progresión temporal: en las Olimpiadas de Sídney 2000, poco más de un 10% de los encuestados respondió a la misma pregunta con la respuesta de nada de tiempo, mientras que casi el 60% de ellos contestó que vería una gran cantidad de tiempo de esas Olimpiadas. Es decir, en 24 años, la abstención a los Juegos Olímpicos entre los espectadores estadounidenses ha aumentado en prácticamente un 20%, mientras que la participación, si se me permite usar ambos términos, ha bajado en un 25%.
En esas más de dos décadas que han transcurrido, como sabéis, el consumo televisivo ha cambiado. Los datos nos dicen que ahora vemos menos la televisión que antes, pero, en esta ocasión, los datos nos engañan: no vemos la televisión menos que antes, sino que ahora cada uno de nosotros consumimos televisión de una manera particular y, muchas veces, gracias a las herramientas que tenemos a nuestra disposición, ni siquiera en tiempo real. En ese contexto, sin mucha gente viendo lo mismo a la vez en los canales clásicos de televisión, los Juegos Olímpicos salen gravemente damnificados: parecen mucho más pequeños de lo que en realidad son.
«Quieren que sea yo mismo y que me divierta en el camino, que les muestre grandes deportes [a los espectadores] y un enfoque global de los Juegos Olímpicos para que sepan que ahora están de moda», dijo recientemente Snoop Dogg en una entrevista en The New York Times. Y añadió: «Estamos en 2024, por lo que es una nueva era, y el mundo en el que vivimos necesita tener cosas que los representen [a los espectadores]».
Las palabras del legendario rapero californiano son importantes porque él ha sido, precisamente, el fichaje estrella como comentarista de la NBC, la cadena con los derechos televisivos de retransmisión de París 2024 en Estados Unidos. Sin embargo, hay otros fichajes de la NBC para las Olimpiadas parisinas que todavía explican mejor la forma en la que se consume actualmente televisión. Por ejemplo, los influencers que están creando contenido en los perfiles oficiales de la cadena estadounidense en redes sociales (27 influencers en total en redes sociales como Instagram, Snapchat, Tik Tok o YouTube). Y, sobre todo, Alex Cooper, la afamada podcaster, especialmente entre el público femenino, de Call Her Daddy, que está conduciendo en Peacock, el servicio de streaming de NBC, una serie de, según la propia cadena estadounidense, «fiestas de visionado interactivas en directo» durante distintas pruebas olímpicas.
En esa definición promocional de la NBC está, en esencia, toda la explicación a las respuestas de la encuesta de Gallup y a su progresión temporal. Y esa definición es, a su vez, un rasgo identitario: las nuevas generaciones, los jóvenes, prefieren ocupar (y ocupan) su tiempo viendo contenido que habla sobre un evento que ver el propio evento en sí.
Esa situación cuenta con una lógica aplastante: para los seres humanos, la opinión es más importante que los hechos. Como apunta en su libro Against Democracy el filósofo Jason Brennan, evolutivamente, no en vano, hay una explicación: los seres humanos buscamos ser persuasivos con nuestra retórica, no llegar a conclusiones precisas y fundamentadas. Queremos ganar el debate y convencer a los demás, no alcanzar la verdad mediante el razonamiento imparcial.
Quizá las generaciones anteriores hemos ocultado durante mucho tiempo esa premisa en defensa (de forma impostada) de la imparcialidad, pero el pensamiento por delegación cimenta todo el sistema actual de nuestra forma de consumir entretenimiento, muy especialmente en la industria deportiva.
Y no solamente sucede entre los más jóvenes. Todos necesitamos que alguien nos diga, como Snoop Dogg, lo que está de moda, los eventos sobre los que tenemos que opinar, aunque no los hayamos visto.
No entender esta realidad explica lo equivocados que estamos, que siempre hemos estado. El deporte ya no le pertenece al adicto apasionado, sino que está dirigido única y exclusivamente al simpatizante diletante.
Pongamos el ejemplo de las cuatro grandes ligas estadounidenses, tal y como recoge Andrew Petcash, creador del fondo de inversión Profluence Sports, en el siguiente gráfico con sus datos de ingresos del año 2023, vía Sportico:
Tanto la MLB como la NHL sustentan sus ingresos según el modelo clásico, con el dinero aportado por los espectadores que acuden al estadio a ver un evento deportivo. En concreto, casi un tercio de los ingresos anuales de Las Mayores proceden de la venta de entradas, mientras que en la competición de hockey sobre hielo ese dato asciende hasta casi la mitad del total, situándose en el 44%.
Por el contrario, la NFL y la NBA asientan sus ingresos según el modelo de negocio moderno, con el dinero aportado por las televisiones de los grandes conglomerados multimedia. En el caso de la competición baloncestística, esos ingresos anuales ascienden hasta el 41%, mientras que en la liga de fútbol americano, la competición estadounidense de largo que más dinero ingresa, suponen dos tercios del total.
La pregunta, entonces, parece obvia: ¿quiénes creéis que encajan mejor en el perfil de simpatizantes diletantes en vez de adictos apasionados? ¿Los que se sientan en las gradas de Wrigley Field a animar a los Cubs en otra derrota contra los Twins o los que abren una red social a la mañana siguiente para ver el vídeo de un influencer con su reacción a la lista de los mejores mates de la jornada de la NBA?
Nos ha tocado vivir en un mundo en el que más de 100.000 canciones son subidas cada día en plataformas de streaming. Y en el que se publican alrededor de 4 millones de libros cada año. Y en el que cada minuto aparecen 2.500 vídeos nuevos en YouTube. Y en el que existen anualmente casi 30 millones de episodios de podcast. Y en el que cada persona cuenta de media con perfiles en más de siete redes sociales diferentes en las que permanece diariamente unas 2 horas y 25 minutos.
Lo extraño, en realidad, es que a estas alturas de la humanidad todavía seamos capaces de aguantar más de dos semanas seguidas viendo deporte a todas horas durante todo el día.