Paraninfo de Leyendas: Clase inaugural (Deportes individuales)
Tras los cinco primeros nombres de deportistas de deportes de equipo, llega el momento de seguir ampliando la clase inaugural del Paraninfo de Leyendas, el salón de la fama de Wolcott Field, con los cinco nombres de deportistas individuales que ha elegido la Comisión de Sabios.
‘Eddy’ Merckx
(Édouard Louis Joseph Baron Merckx. De Kannibaal. Meensel-Kiezegem, 1945. Ciclista. Con una combinación inigualable de fuerza, resistencia y estrategia, forjó su leyenda con feroces exhibiciones de dominio incontestable tanto en las grandes montañas como en el empedrado de los monumentos)
Eddy Merckx no sólo venció a sus rivales, sino que los destrozó. En la carretera, pero también en la pista. En la montaña y contra el cronómetro. En las grandes vueltas de tres semanas y en las clásicas monumentales de un único día. Atacando, siempre atacando, como un caníbal cruel y feroz que no quería que ningún otro pudiera probar el sabor extático y adictivo del triunfo. «El día que empiece una carrera sin tener intención de ganarla», se sinceró el ciclista belga en una ocasión, «no podré mirarme al espejo».
El belga cumplió rigurosamente esa máxima y se miró continuamente en su propio espejo, inaccesible para el resto de los ciclistas de toda la historia: en 13 temporadas como profesional, Merckx logró 282 victorias (525 desde 1961 a 1978, si incluimos también sus años de amateur). Para poder dotar de contexto a esos números, conviene recordar que el francés Bernard Hinault, el segundo en la lista de ciclistas con más triunfos en la clasificación general de las tres grandes vueltas (10, por 11 del belga), acumuló 146 victorias en sus 12 temporadas como profesional, un 48% menos que Merckx.
«No me arrepiento en absoluto», reconoció Eddy Merckx en una entrevista. Y sentenció: «Con todas las carreras que gané, ¿de qué me podría arrepentir?».
Muhammad Ali
(Muhammad Ali. The Greatest. Louisville, 1942 - Scottsdale, 2016. Boxeador. Bajo la luna africana, en la madrugada de una calurosa noche, con la mirada decidida y el peso del mundo de sus hombros, aguantó los golpes del gigante hasta que, como “una abeja que acosa a un oso”, estalló en la jungla)
Hace muchos años, el periodista Mark Kram escribió que los «grandes hombres mueren dos veces: una vez como grandes y otra como hombres». La mítica del deporte necesita de esos grandes hombres, de deportistas legendarios que marquen el paso del tiempo, pero también de aspirantes que les reten, que desafíen el orden establecido.
A lo largo de sus dos décadas como boxeador profesional, Muhammad Ali tuvo tres épocas diferenciadas. La primera de ellas es la época en la que fue un deportista más completo, cuando todavía se llamaba Cassius Clay y, como aspirante, venció a Sonny Liston y Floyd Patterson. Sin embargo, la más recordada de largo por los aficionados es la segunda de ellas, ya como campeón, desde su regreso tras la suspensión por negarse a ir a Vietnam y hasta sus inolvidables combates con George Foreman y Joe Frazier en el Zaire y en Filipinas. Fue entonces cuando la narrativa y el relato se adueñaron del hilo conductor transmitido y la figura de Ali, un protagonista carismático, con un fuerte magnetismo tanto por fascinación como por oposición, saltó del cuadrilátero a la cultura popular.
«Es la gran palabra del siglo XX», inició el escritor Norman Mailer su famoso reportaje para la edición del 19 de marzo de 1971 de la revista Life sobre la primera pelea entre Ali y Joe Frazier en el Madison Square Garden, «Si hay una sola palabra que nuestro siglo ha añadido a la potencialidad del lenguaje es ego. Todo lo que hemos hecho en este siglo, desde hazañas monumentales hasta pesadillas de destrucción humana, ha sido una función de ese extraordinario estado mental que nos da autoridad para declarar que estamos seguros de nosotros mismos cuando no lo estamos». Y completó: «Lo que nos mata de aka Cassius Clay es que el desacuerdo está dentro de nosotros. Es fascinante: la atracción y la repulsión deben estar en el mismo paquete. Entonces, es obsesivo. Cuanto más no queremos pensar en él, más obligados estamos a hacerlo. Hay una razón para ello. Él es el ego más grande de Estados Unidos».
Y el ego, en este caso, como casi siempre, lo simboliza todo.
Serena Williams
(Serena Jameka Williams. Serena Slam. Saginaw, 1981. Tenista. Emblemática y admirada, impactó e influenció globalmente fuera de la cancha a partir de una combinación única de poder y autoridad dentro de ella)
Los éxitos sobre una cancha de Serena Williams, 23 veces campeona de torneos de Grand Slam y número 1 del tenis femenino mundial durante 319 semanas, incluidas 186 semanas de manera consecutiva (récord compartido con Steffi Graf), son incuestionables, pero su verdadero legado se mide en la admiración que otros sintieron por ella, en su impacto en las generaciones que la siguieron, en su influencia en otras tenistas, como Naomi Osaka o Coco Gauff, quienes, como ella, decidieron conquistar el tenis con la fuerza de una tormenta huracanada, guiadas por una inquebrantable autoconfianza, ya fuera revolucionado a través de la moda los rígidos códigos de la vestimenta deportiva o alzando la voz públicamente en apoyo de diferentes causas sociales.
«No había muchos modelos a seguir a los que admirar [en el deporte] y decir: '¡Guau, quiero ser así!'. Tuve que desempeñar ese papel y ser esa persona... Venus y yo empezamos teniendo éxito, continuamos teniendo éxito y también éramos nosotras mismas sin pedir disculpas. No teníamos miedo de llevar trenzas. No teníamos miedo de ser negras en el tenis. Y eso fue diferente», admitió la propia Serena Williams en una entrevista. Y concluyó en otra ocasión: «El éxito de toda mujer debe ser la inspiración para otra. Deberíamos levantarnos unas a otras. Asegúrate de ser muy valiente: sé fuerte, sé extremadamente amable y, sobre todo, sé humilde».
Roger Federer
(Roger Federer. The Maestro. Basel, 1981. Tenista. En Wimbledon, en el año 2017, con el sol cayendo sobre la hierba y una exhibición magistral de elegancia, fluidez y precisión, desplegó un tenis sublime para conquistar su octavo título londinense sin perder un solo set y cimentar su legado de gracia divina)
Si Novak Djokovic tiene 24 torneos de Grand Slam y Rafa Nadal tiene 22, ¿por qué Roger Federer aparece antes de ellos en una lista de los mejores deportistas de la historia pese a haberse quedado solamente en 20 títulos de Grand Slam? En realidad, la respuesta es bastante sencilla: la plenitud tenística del suizo trasciende a su propio deporte y se sitúa a la altura de las escasas otras leyendas que también lo han logrado, entre ellos, varios de los deportistas que han sido elegidos en la clase inaugural del Paraninfo de Leyendas de Wolcott Field (Jordan, Ali y Bolt).
«La explicación metafísica es que Roger Federer», apuntó el escritor David Foster Wallace en su famoso ensayo Roger Federer as Religious Experience, «es uno de esos raros atletas sobrenaturales que parecen estar exentos, al menos en parte, de ciertas leyes físicas». Y completó: «Federer es de este tipo, un tipo que se podría llamar genio, mutante o avatar. Nunca tiene prisa ni pierde el equilibrio. La bola que se aproxima cuelga, para él, una fracción de segundo más de lo que debería. Sus movimientos son más ágiles que atléticos”.
La sublimidad del tenis de Roger Federer en el momento óptimo de su trayectoria deportiva, de hecho, es incomparable y gravita sobre una de las cualidades más cautivadoras para los seres humanos: la hermosura. «La belleza no es el objetivo de los deportes competitivos, pero los deportes de alto nivel son un lugar privilegiado para la expresión de la belleza humana», sentenció, sobre Roger Federer, el aclamado escritor estadounidense.
Usain Bolt
(Usain St. Leo Bolt. Lightning Bolt. Sherwood Content, 1986. Atleta. En Pekín, entre carisma y confianza, tras una salida explosiva y una velocidad deslumbrante, cruzó la línea de meta mirando hacia atrás y con los brazos abiertos, saboreando su condición indiscutible de hombre más rápido del planeta Tierra)
La magia de la final de los 100 metros lisos de unos Juegos Olímpicos es que condensa en apenas unos escasos segundos todas las emociones inmortales y extraordinarias que se originan en el deporte. Jesse Owens o Carl Lewis son eternamente recordados porque lograron, en ese exiguo intervalo de tiempo y en un escenario icónico, retar a los límites físicos de los seres humanos. Sin embargo, solamente ha habido un velocista en toda la historia que haya sido capaz de alcanzar la potencialidad de ese desafío, que haya conseguido alterar hasta nuevas cotas el punto cumbre de la aptitud física de los hombres: Usain Bolt.
En los Juegos Olímpicos de Pekín, el atleta jamaicano fue el primer ser humano capaz de bajar de los 9,70 segundos corriendo 100 metros. Cuatro años más tarde, en las Olimpiadas de Londres, también logró bajar de los 9,65 metros. En Berlín, en un Mundial, tres años antes, Bolt ya se había convertido en el único hombre de la historia en bajar de los 9,60 segundos tras parar el cronómetro en 9,58 segundos, el actual récord del mundo.
En cualquier caso, lo más interesante de esa progresión de marcas es la sensación, todavía persistente después de tres lustros, de que Bolt, incluso, podría haber derribado la barrera de los 9,45-9,50 segundos, el límite teórico de tiempo en el que sitúan la mayoría de modelos matemáticos y estadísticos predictivos la capacidad máxima de los seres humanos en la prueba reina de la velocidad. Con su talento natural, su condición genética y sus factores biomecánicos, y en condiciones perfectas de clima, pista y altitud, Bolt, hipotéticamente, habría sido capaz de alcanzar ese crono tras un tiempo de reacción próximo a los 0,1 segundos (por debajo, como sabéis, es una salida nula) y manteniendo la aceleración del esprint hasta el final con intervalos próximos a los 0,80 segundos cada 10 metros desde el metro 40 hasta el metro 100. Una gesta imposible para todos los seres humanos, pero para Bolt solamente improbable.
«No pienso en límites», reconoció el atleta jamaicano una vez. Y finalizó: «Sé lo que puedo hacer”.