Paraninfo de Leyendas: Clase inaugural (Deportes de equipo)
Supongo que la mayoría de vosotros ya sabéis que mi cabeza funciona de la siguiente manera: se me ocurren ideas constantemente para todo tipo de contenido y en todo tipo de formato y, por muy complicadas e inabarcables que sean, empiezo a trabajar en ellas en mi tiempo libre hasta que lleno decenas de folios y gasto centenares de horas de mi vida sin saber ni siquiera si algún día conseguiré completarlas.
Por ejemplo, en la Copa Wolcott Field, que reunió a ocho equipos de fútbol, formados por los mejores jugadores de cada década desde 1950 hasta nuestros días, en eliminatorias simuladas por Inteligencia Artificial generativa y que luego fueron contadas por mí, escribí 46 páginas y 17.103 palabras a lo largo de más de un mes que, por suerte, terminaron convirtiéndose en nueve entradas para este espacio.
Pero como me suele suceder, cuando todavía ni había acabado con el desarrollo de la Copa Wolcott Field, se me ocurrió otra idea diferente y, al poco, me puse también a preparar ese nuevo reto, La Vuelta Wolcott Field, una ronda ciclista de tres semanas por Bélgica, Italia, España y Francia con 50 de los mejores corredores de toda la historia que ha sido también generada por la Inteligencia Artificial generativa y que después contaré yo con mi creatividad. Espero que en unos meses, lo más pronto posible, pueda tenerla lista para publicarla en esta newsletter, pero lo único que os puedo decir es que, por ahora, a falta todavía de escribir las crónicas de las 21 etapas, ya llevo acumuladas 256 páginas y 59.427 palabras de preparación (y 21 recorridos en bicicleta en Google Maps y un archivo Excel con todos los tiempos de cada etapa y de la clasificación general). Por cierto, como yo sé ya lo que ha sucedido a lo largo de esas 21 etapas, un consejo: ¡ni se os ocurra perdérosla!
Os cuento todo esto porque hoy recupero un proyecto que ya os anuncié en su día y que, como veis, se quedó perdido entre otras ideas que se me han ido ocurriendo a lo largo de este tiempo. Se trata de la clase inaugural de Paraninfo de Leyendas, el salón de la fama de Wolcott Field, que ha sido elegida en su totalidad por una Comisión de Sabios formada por diez periodistas de España y de Estados Unidos.
Esta es la primera de las tres entradas que publicaré con los 13 primeros nombres del Paraninfo de Leyendas de Wolcott Field, en concreto, la correspondiente a los cinco deportistas de deportes de equipo.
Seguid atentos a las siguientes entradas… y a lo que está por venir. Además de en La Vuelta Wolcott Field, llevo bastante tiempo trabajando también en una historia brutal, que os va dejar loquísimos cuando la leáis. Creo que podré publicarla a lo largo de este verano. Y, claro, están también los Juegos Olímpicos y, como sabéis, las Olimpiadas son mi debilidad, así que, aunque no tengo previsto hacer un seguimiento como hice en Tokio, tampoco hay que descartar que llegue a vuestro buzón algún pensamiento mío de vez en cuando de lo que ocurra en París.
Pero antes, a lo que toca hoy: estos son los cinco primeros nombres que recibirán su laurel para la eternidad en la clase inaugural del Paraninfo de Leyendas de Wolcott Field.
Diego Maradona
(Diego Armando Maradona. Pelusa. Lanús, 1960 - Dique Luján, 2020. Futbolista. Se subió a un barrilete cósmico para anotar el gol del siglo XX tras haber alcanzado la mano de Dios)
«Maradona», escribió Eduardo Galeano en uno de sus relatos breves, «fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio». Y continuó: «Más devastadora que la cocaína es la exitoína. Los análisis, de orina o de sangre, no delatan esta droga».
Diego Armando Maradona no fue un simple jugador de fútbol, sino que se convirtió (o le convirtieron) en la divinidad de una religión monoteísta, en un fenómeno cultural, en un ícono de la esperanza, en un símbolo de resistencia, en un póster de la lucha y de la rebeldía. Por eso, a veces, muchas veces, su pasión y su carácter ensombrecieron su talento.
Visto en perspectiva, se trató de una situación, mayoritariamente, injusta. «Es verdad que es un tipo que habla demasiado, que dice y se desdice, arrogante, caprichoso», mantuvo el propio Galeano en una entrevista. Y prosiguió: «Pero hay que entenderlo y estarle agradecido, me parece, por las cosas que nos ha dado».
Tal vez, otro de los grandes fabulistas del fútbol, Roberto Fontanarrosa, nos regaló la clave del legado de Maradona con una declaración que se le suele atribuir, aunque puede que sea apócrifa: «Qué me importa lo que Diego hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía».
‘Pelé’
(Edson Arantes do Nascimiento. O Rei. Três Corações, 1940 - São Paulo, 2022. Futbolista. Regresó del banquillo, lesionado y con la mano pegada al pecho, para marcar una icónica chilena que significó una evasión en vez de una victoria)
De forma habitual, el mundo del cine no ha conseguido transmitir en sus películas la emoción del fútbol a pesar de sus recurrentes intentos. Hay en el núcleo del balompié algo intrínseco, íntimo, esencial, que no se puede reproducir, ni copiar, ni mucho menos falsificar. Ante ese obstáculo, lo único que se puede hacer es aceptarlo, coger una pelota, irse a un prado, chutarla y sentir esa emoción intensa.
Luis Fernandez, el personaje interpretado por Pelé en la película Escape to Victory, dirigida por John Huston en el año 1981, es la excepción de esa regla. El talento del astro brasileño se sobredimensiona todavía más en la pantalla grande con el trabajo de fotografía de Gerry Fisher, regalando al espectador algunas escenas memorables, de impresión duradera.
Su gol de chilena, obviamente, es la escena icónica, el punto culminante de la película, cimentada en la habilidad y destreza del jugador brasileño. Pero es la aptitud de liderazgo de Pelé, su capacidad de inspirar a su equipo dentro y fuera del terreno de juego, lo que concede autenticidad y realismo futbolístico a lo largo del metraje de la película de John Huston.
Esa veracidad del jugador brasileño, me temo, no se puede actuar.
Aunque, precisamente, el talento de Pelé siempre estuvo más allá de la realidad, rozando los destellos mágicos del cine: «Pelé fue el único futbolista que superó los límites de la lógica», sentenció, en una ocasión, Johan Cruyff.
‘Babe’ Ruth
(George German Ruth. The Bambino. Baltimore, 1895 - New York City, 1948. Beisbolista. En unas Series Mundiales, señaló con dos dedos de su mano antes de un lanzamiento el lugar exacto al que iba a mandar la pelota con su bate)
La mayoría de las veces, las estadísticas no muestran la dimensión al completo que alcanzan los mejores deportistas de toda la historia. Con ‘Babe’ Ruth, esa lógica también se aplica, si bien, en su caso, los números y los récords ayudan bastante a explicar su ascendencia.
Cuando se retiró en el año 1935, ‘Babe’ Ruth, quien aproximadamente durante el primer cuarto de su carrera deportiva se desempeñó como lanzador y no como bateador, ostentaba más de medio centenar de récords en Las Mayores, entre ellos, el récord total de más jonrones conseguidos (714; el segundo en la lista, su mítico compañero Lou Gehrig, acumulaba 353, un 49% menos que Ruth) y el récord de más jonrones en una temporada (los 60 que bateó en la temporada 1927; de las otras cinco campañas con más de 50 jonrones en una temporada hasta ese momento en las Grandes Ligas estadounidenses, tres habían sido conseguidas también por él mismo).
En el año 1921, hace más de un siglo, Ruth había protagonizado una de las mejores temporadas de un jugador al bate en Las Mayores: en sus 693 visitas al plato, el beisbolista de los New York Yankees fue el mejor de la competición en carreras anotadas, en carreras impulsadas, en bases por bolas, en bases alcanzadas, en porcentaje de embase, en porcentaje de slugging, en porcentaje de OPS, en porcentaje de OPS+ y, por supuesto, en jonrones con 59 cosechados, 35 más que sus siguientes perseguidores, Ken Williams y Bob Meusel, ambos con 24.
Sin embargo, en el año 1927, Ruth, ya un deportista de 32 años con sobrepeso, hipotensión, afecciones gástricas crónicas y dificultades respiratorias, todavía se guardaba un epílogo para apuntalar su leyenda en una temporada en la que nadie se lo esperaba: el 30 de septiembre, bajo el bochorno y la humedad de Nueva York, en la octava entrada y ante Tom Zachary, un lanzador zurdo de los Washington Senators, cuáquero y criado en una plantación de algodón en Carolina del Norte, quien decidió retarle con un lanzamiento de bola rápida, Ruth mandó la pelota a los asientos de la parte derecha de la grada, unos pocos centímetros más allá del límite del terreno de juego. Era su jonrón número 60 de la campaña, un nuevo récord para el jugador que había conseguido alcanzar por primera vez en la historia los 30, los 40, los 50 y, a partir de ese día, también los 60 jonrones en un mismo año.
«El nombre más grande en la historia del deporte estadounidense es ‘Babe’ Ruth, un bateador», dijo una vez Ted Williams, la gran leyenda de los Boston Red Sox, el máximo rival de los Yankees. Y no se equivocó.
Michael Jordan
(Michael Jeffrey Jordan. Air. New York City, 1963. Baloncestista. Se elevó por encima de su defensor y se mantuvo eternamente en suspensión en el aire para anotar el tiro ganador que selló su legado como el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos)
‘Tom’ Brady
(Thomas Edward Patrick Brady Jr. GOAT. San Mateo, 1977. Mariscal de campo. Con el reloj en contra y 25 puntos abajo, orquestó la remontada más dramática de la historia de una final a base de precisión quirúrgica y una obsesiva determinación hacia la victoria)
Cuando se habla de los grandes deportistas de la historia hay que tener en cuenta una serie de factores comunes a todos ellos, a modo de rasgos idiosincráticos. Seth Wickersham, el periodista de ESPN, lo definió a la perfección hace unos años. Por un lado, «todo gran deportista es un extremista». Por otro, «todo gran deportista necesita una especie de religión que le ayude a controlar un deporte intrínsecamente aleatorio».
Michael Jordan y Tom Brady, el baloncestista y el jugador de fútbol americano más grandes de todos los tiempos, crearon su religión, el radical sistema de creencias que les llevó hasta el éxito, basándose en una de las respuestas emocionales más primarias del ser humano: la venganza.
El propio Jordan lo sintetizó en el meme más compartido del documental Last dance: «And I took that personally», reconoció, mirando fijamente a la cámara. Brady, por su parte, tras ser seleccionado con el número 199 del draft de la NFL, en la sexta ronda, todavía alcanzó mayor fanatismo en su trayectoria profesional, creando su propio sistema de estilo de vida, el Método TB12, que, entre otras cosas, afirma que, si lo sigues, puedes practicar deporte sin dolor (incluido el fútbol americano) o que, si te lesionas, la culpa es única y exclusivamente tuya.
La venganza, como conducta, intenta reestablecer de una manera personal el justo equilibrio, infligiendo un castigo en represalia por una ofensa percibida, por un agravio, ya sea real o imaginado. Para ello, utiliza mecanismos impulsivos, emociones instintivas como la ira o la frustración, enraizadas en las partes más antiguas del cerebro, como el sistema límbico.
La intensa naturaleza competitiva de Michael Jordan y de Tom Brady, su capacidad para sobresalir en situaciones críticas, el combustible para encontrar una motivación adicional, se alimenta de los desafíos percibidos, de la falta de respeto y de la subestimación de los demás, de la necesidad de demostrar a los que dudaron de ellos que estaban equivocados.
Es probable que, aunque tanto Jordan como Brady ya sean deportistas retirados, en la actualidad todavía estén intentando acabar personalmente con alguna de sus venganzas. Ese sentimiento es lo que les hace levantarse de la cama cada mañana.