Un día 8 de también un mes de julio pero en el año 1853, una flota naval estadounidense, de menos de media docena de barcos y comandada por Matthew Perry, comodoro de la Armada de los Estados Unidos, llegó sin ningún aviso previo al puerto de Edo, situado en lo que en la actualidad conocemos como la bahía de Tokio. No fue una llegada azarosa escondida entre muchas otras más, sino que supuso un importante acontecimiento histórico: ese día, Perry, a bordo de la fragata Susquehanna, puso fin a más de dos siglos de aislamiento entre Japón y el resto del mundo.
Hay que remontarse hasta el siglo XVII para entender el aislamiento en el que estaba inmerso Japón: Tokugawa Iemitsu, el tercer sogún japonés (sin entrar a profundizar en el sistema establecido en Japón en esos siglos podríamos definir a un sogún como el “gran general”, el comandante de facto sobre los señores feudales, si bien el poder no estaba centralizado en él), pensaba que las influencias exteriores, entre otras, el cristianismo y el comercio, podrían deshacer el equilibrio de fuerzas que existía entre él y los citados señores feudales, por lo que decidió, como he dicho antes, aislar a Japón del resto del mundo. Mucho tiempo después, cuando el barco de Perry alcanzó la costa de Tokio y el país oriental sufrió decenas de cambios drásticos se pudo comprobar fehacientemente que Tokugawa Iemitsu tenía razón.
En cualquier caso, volviendo al siglo XIX, a Estados Unidos y a otros influyentes países occidentales el statu quo de Japón no les preocupaba en absoluto. Ellos, evidentemente, lo que querían era ganar dinero, ampliar los mercados en los que poder vender sus productos manufacturados y encontrar otros suministros de materias primas para sus industrias: tras su llegada, Perry, en nombre del Gobierno estadounidense, obligó al país japonés a entrar en comercio con Estados Unidos y les exigió un tratado que permitiera el citado comercio y la apertura de los puertos japoneses a los buques mercantes norteamericanos.
Los japoneses, que temían que Perry pudiera imponer su demanda por la fuerza y que no contaban con una armada para defenderse, accedieron: un año después, Estados Unidos y Japón firmaron un primer tratado que permitía el comercio en dos puertos japoneses, mientras que, unos años más tarde, en 1858, firmaron otro tratado que permitió la apertura de más puertos y la designación de ciudades japonesas en las que los extranjeros podían residir.
Al final, con la llegada de la moneda extranjera, el sistema monetario japonés se interrumpió y, debido a la debilidad del sogunato Tokugawa ante los cambios introducidos por la demanda de los occidentales en el comercio recién establecido, algunos líderes samuráis exigieron un cambio de liderazgo. De tal modo, el Sogunato desapareció y Japón pasó a contar con un nuevo gobierno centralizado comandado, en vez de por un sogún, por un emperador.
Estos días, por cierto, los japoneses de nuevo están viendo interrumpido su aislamiento por culpa de extranjeros en unos Juegos Olímpicos en los que, por primera vez desde esa terrible guerra mundial en la que cayeron unas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, hemos tenido que esperar más de cuatro años para poder verlos.
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Todo lo que puedo decir sobre los uniformes de las expediciones en la ceremonia de apertura son dos cosas. Una, en las primeras ediciones de los Juegos Olímpicos modernos ni siquiera había desfile de expediciones o ceremonia de apertura. Dos, en los Juegos Olímpicos de la Antigua Grecia los atletas normalmente participaban en sus especialidades completamente desnudos.
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Números que explican los motivos por los que, aunque haya mucha gente que piense que debería haber sucedido lo contrario, los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 se están celebrando en el año 2021 en medio de una pandemia mundial:
16 billones de dólares estadounidenses: es el coste total, más del doble de lo estimado inicialmente y el récord histórico de cualquier edición de los Juegos Olímpicos, para las instituciones japoneses de la organización de las Olimpiadas de Tokio. De ellos, alrededor 2 billones de dólares estadounidenses han sido para el Estadio Olímpico, también el recinto deportivo más costoso de la historia cuando fue presentado.
4 billones de dólares estadounidenses: se trata del importe total en derechos de televisión que tendría que haber devuelto el Comité Olímpico Internacional si los Juegos Olímpicos de Tokio no se hubieran celebrado, lo que supone el 73% de los ingresos económicos percibidos por el COI. A ello, evidentemente, también hay que unir los cientos de millones de dólares más que el COI recibe en patrocinios relacionados con los Juegos Olímpicos.
549 millones de dólares: es el dinero que el Comité Olímpico Internacional reparte en términos de “solidaridad y otros pagos” entre los comités olímpicos nacionales de todo el mundo.
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Tommie Smith, que ganó la medalla de oro en la prueba de 200 metros lisos en los Juegos Olímpicos de México 1968 y que luego en el podio durante la ceremonia de trofeos subió sin zapatillas, agachó su cabeza y levantó al alto su brazo derecho culminado en un puño cerrado y enguantado mientras sonaba el himno de Estados Unidos para protestar por la situación de pobreza de los afroamericanos y las tensiones raciales que se vivían en su país, ha dicho esta semana sobre los Juegos Olímpicos de Tokio 2020: “Creo que en las próximas tres semanas vamos a ver algún cambio en algo. No sé de quién. Por eso el futuro es tan importante”.
Y el presente, Tommie Smith, sobre todo el presente es importante.
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El puerto de Edo
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Un día 8 de también un mes de julio pero en el año 1853, una flota naval estadounidense, de menos de media docena de barcos y comandada por Matthew Perry, comodoro de la Armada de los Estados Unidos, llegó sin ningún aviso previo al puerto de Edo, situado en lo que en la actualidad conocemos como la bahía de Tokio. No fue una llegada azarosa escondida entre muchas otras más, sino que supuso un importante acontecimiento histórico: ese día, Perry, a bordo de la fragata Susquehanna, puso fin a más de dos siglos de aislamiento entre Japón y el resto del mundo.
Hay que remontarse hasta el siglo XVII para entender el aislamiento en el que estaba inmerso Japón: Tokugawa Iemitsu, el tercer sogún japonés (sin entrar a profundizar en el sistema establecido en Japón en esos siglos podríamos definir a un sogún como el “gran general”, el comandante de facto sobre los señores feudales, si bien el poder no estaba centralizado en él), pensaba que las influencias exteriores, entre otras, el cristianismo y el comercio, podrían deshacer el equilibrio de fuerzas que existía entre él y los citados señores feudales, por lo que decidió, como he dicho antes, aislar a Japón del resto del mundo. Mucho tiempo después, cuando el barco de Perry alcanzó la costa de Tokio y el país oriental sufrió decenas de cambios drásticos se pudo comprobar fehacientemente que Tokugawa Iemitsu tenía razón.
En cualquier caso, volviendo al siglo XIX, a Estados Unidos y a otros influyentes países occidentales el statu quo de Japón no les preocupaba en absoluto. Ellos, evidentemente, lo que querían era ganar dinero, ampliar los mercados en los que poder vender sus productos manufacturados y encontrar otros suministros de materias primas para sus industrias: tras su llegada, Perry, en nombre del Gobierno estadounidense, obligó al país japonés a entrar en comercio con Estados Unidos y les exigió un tratado que permitiera el citado comercio y la apertura de los puertos japoneses a los buques mercantes norteamericanos.
Los japoneses, que temían que Perry pudiera imponer su demanda por la fuerza y que no contaban con una armada para defenderse, accedieron: un año después, Estados Unidos y Japón firmaron un primer tratado que permitía el comercio en dos puertos japoneses, mientras que, unos años más tarde, en 1858, firmaron otro tratado que permitió la apertura de más puertos y la designación de ciudades japonesas en las que los extranjeros podían residir.
Al final, con la llegada de la moneda extranjera, el sistema monetario japonés se interrumpió y, debido a la debilidad del sogunato Tokugawa ante los cambios introducidos por la demanda de los occidentales en el comercio recién establecido, algunos líderes samuráis exigieron un cambio de liderazgo. De tal modo, el Sogunato desapareció y Japón pasó a contar con un nuevo gobierno centralizado comandado, en vez de por un sogún, por un emperador.
Estos días, por cierto, los japoneses de nuevo están viendo interrumpido su aislamiento por culpa de extranjeros en unos Juegos Olímpicos en los que, por primera vez desde esa terrible guerra mundial en la que cayeron unas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, hemos tenido que esperar más de cuatro años para poder verlos.
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Todo lo que puedo decir sobre los uniformes de las expediciones en la ceremonia de apertura son dos cosas. Una, en las primeras ediciones de los Juegos Olímpicos modernos ni siquiera había desfile de expediciones o ceremonia de apertura. Dos, en los Juegos Olímpicos de la Antigua Grecia los atletas normalmente participaban en sus especialidades completamente desnudos.
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Números que explican los motivos por los que, aunque haya mucha gente que piense que debería haber sucedido lo contrario, los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 se están celebrando en el año 2021 en medio de una pandemia mundial:
16 billones de dólares estadounidenses: es el coste total, más del doble de lo estimado inicialmente y el récord histórico de cualquier edición de los Juegos Olímpicos, para las instituciones japoneses de la organización de las Olimpiadas de Tokio. De ellos, alrededor 2 billones de dólares estadounidenses han sido para el Estadio Olímpico, también el recinto deportivo más costoso de la historia cuando fue presentado.
4 billones de dólares estadounidenses: se trata del importe total en derechos de televisión que tendría que haber devuelto el Comité Olímpico Internacional si los Juegos Olímpicos de Tokio no se hubieran celebrado, lo que supone el 73% de los ingresos económicos percibidos por el COI. A ello, evidentemente, también hay que unir los cientos de millones de dólares más que el COI recibe en patrocinios relacionados con los Juegos Olímpicos.
549 millones de dólares: es el dinero que el Comité Olímpico Internacional reparte en términos de “solidaridad y otros pagos” entre los comités olímpicos nacionales de todo el mundo.
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Tommie Smith, que ganó la medalla de oro en la prueba de 200 metros lisos en los Juegos Olímpicos de México 1968 y que luego en el podio durante la ceremonia de trofeos subió sin zapatillas, agachó su cabeza y levantó al alto su brazo derecho culminado en un puño cerrado y enguantado mientras sonaba el himno de Estados Unidos para protestar por la situación de pobreza de los afroamericanos y las tensiones raciales que se vivían en su país, ha dicho esta semana sobre los Juegos Olímpicos de Tokio 2020: “Creo que en las próximas tres semanas vamos a ver algún cambio en algo. No sé de quién. Por eso el futuro es tan importante”.
Y el presente, Tommie Smith, sobre todo el presente es importante.