Suelo desconfiar siempre de la persona que dice que se merece algo. Porque, más allá de una sensación subjetiva, ¿qué es merecer algo? ¿Cuáles son las razones objetivas, los argumentos irrefutables, que fijan los cánones del merecimiento?
Xavi Hernández, por ejemplo, fue un futbolista magnífico que ha trasladado parte de su talento a su carrera como entrenador, pero que tiene un gravísimo problema: cree estar en posesión del único camino posible hacia la excelencia, cree ser el adalid del fútbol más puro. Del fútbol libre y exento de imperfecciones, el correcto, el exacto, el adecuado, el único que te conduce hasta la victoria.
No, hombre, no, Xavi Hernández. No caigas en un error tan evidente, ya te avisaron los griegos hace miles de años: no hay que confundir la estética con la ética. Ni la belleza con la verdad. Hay muchas maneras de ganar un partido de fútbol, por supuesto. Y, al final, se gane de la forma que se gane, todos nosotros, como tú o como Míchel contra Corea del Sur en Italia 90, gritaremos aquello de… me lo merezco.
Experiencia sonora: me lo merezco