I. Si alguien se lo pregunta, el Wolcott del nombre del título de esta especie de cuaderno de bitácora hace referencia a una larguísima calle de Chicago. Yo la conozco bien. Me encantaba pasear por ella, incluso cuando llovía o nevaba. Las ardillas corrían por la hierba y saltaban a los troncos de los árboles hasta perderse entre sus infinitas ramas. Las bicicletas se movían sobre un manto de hojas caídas y los alumnos de un colegio de primaria se perseguían sobre la acera. A veces, entre la música de mis auriculares se colaba el sonido del traqueteo del metro elevado sobre los raíles de la oxidada estructura de hierro por la que se desplazaba. Las puntas de los bates sobresalían en las mochilas de niños y niñas con gorras que se dirigían a los campos de béisbol de los parques más cercanos. Y edificios de ladrillos rojos y verjas negras se entremezclaban con casas de dos plantas de tonos suaves y porches de madera.
Fachadas
Fachadas
Fachadas
I. Si alguien se lo pregunta, el Wolcott del nombre del título de esta especie de cuaderno de bitácora hace referencia a una larguísima calle de Chicago. Yo la conozco bien. Me encantaba pasear por ella, incluso cuando llovía o nevaba. Las ardillas corrían por la hierba y saltaban a los troncos de los árboles hasta perderse entre sus infinitas ramas. Las bicicletas se movían sobre un manto de hojas caídas y los alumnos de un colegio de primaria se perseguían sobre la acera. A veces, entre la música de mis auriculares se colaba el sonido del traqueteo del metro elevado sobre los raíles de la oxidada estructura de hierro por la que se desplazaba. Las puntas de los bates sobresalían en las mochilas de niños y niñas con gorras que se dirigían a los campos de béisbol de los parques más cercanos. Y edificios de ladrillos rojos y verjas negras se entremezclaban con casas de dos plantas de tonos suaves y porches de madera.