Los campeones de donde nunca pasa nada
Hay ciudades que te acostumbran en el hábito y otras que te invitan a olvidarlo. Hay lugares que te enseñan a lanzar jabalinas, a volar sobre el foso o a apretar los dientes en una última vuelta y hay otros que, seamos honestos, te conducen a apurar cubatas al borde de la pista de baile. Habitualmente, la persecución de la grandeza no excluye la farra… Bueno, la verdad es que en la mayoría de los casos, sí (a no ser de que seas periodista).
Desde el Mundial en pista cubierta de Glasgow 2024 hasta la edición de Nankín 2025, con un pequeño evento llamado los Juegos Olímpicos de París y algún que otro Europeo de por medio, el atletismo español se ha llevado 21 medallas. ¿Sabéis cuántas de ellas fueron ganadas por atletas que entrenan o (en el caso de Ana Peleteiro) entrenaron en Guadalajara? Nueve. Para los de letras: eso es casi la mitad. ¿Sabéis cuántos de los cinco oros de esas 21 medallas? Cuatro.
Sí, habéis leído correctamente. Guadalajara, pero la que no tiene mariachis, ni tequila, ni tapatíos. Hablo de la que está situada en Castilla, la de las largas y silenciosas avenidas soleadas, donde a partir de las 11 horas ya no hay nada que hacer. De las 11 horas de la mañana, me refiero.1
Guadalajara no es un sitio atractivo. Empecemos por ahí. No se me ofenda nadie, que yo soy de allí. Sé de lo que hablo. Guadalajara no sale en la Condé Nast Traveler. No es un destino turístico.
Guadalajara no es el fin del mundo, pero tampoco anda lejos de él.
Es una ciudad donde, pasado el siglo XX, alguien pulsó el botón de prototipo residencial. No hay diversión (antes muchísima, pero ahora ya no) y tampoco hay desempleo (la ciudad del 0% del paro, ¿a qué estáis esperando para vivir allí?).
En Guadalajara, únicamente puedes sacar a pasear al perro o ponerte a trabajar en la logística.
Pero hay pista de ceniza. Hay saltos. Hay entrenadores que ya eran viejos cuando yo estaba en el instituto y que todavía siguen gritando “¡Más rápido, coño!” con la misma energía. Y eso, por extraño que parezca, es una bendición.
Quizá esa sea la clave. Quizá la grandeza prospera donde la juerga es ponerse unas zapatillas de clavos y anudarte un cronómetro al cuello, donde lo único que arde a medianoche son los cuádriceps, donde también prospera el aburrimiento.
En Guadalajara, todas las calles están pavimentadas con él.
Las medallas no se ganan en el paraíso. No se mezclan campeones olímpicos en una coctelera. No se aumenta la velocidad bailando la conga entre los cañones de la fiesta de la espuma. No se encuentra el triunfo donde el neón nunca duerme.
Se encuentra en las luces fluorescentes de la sala de pesas.
¡Venga! ¡No seáis vagos! ¡Pensad en el origen de los grandes atletas españoles de la historia! No vienen de sitios con raves de techno en clubes en la playa, ni de ciudades con karaokes indies en las que te levantas de la mona pasado el mediodía con el bañador ya puesto. Vienen de Guadix, de Becerril de Campos, de Ágreda, de Ojuel, de Valdemoro, de Little Rivers, una localidad de Kansas en la que sólo hay vacas y tornados. De Valladolid, Palencia, León, Santander. Pueblos que ni siquiera verías si parpadeas a 90 kilómetros por hora cuando conduces tu coche por una carretera provincial, en los que hay más ovejas que discotecas. Lugares monásticos que, si no te obligan a correr, al menos no te distraen de hacerlo, donde todo es posible si no hay nada más que hacer… salvo entrenar.
El medallero atlético español no es un folleto turístico, sino un mapa ferroviario de trenes regionales. No en la Costa Brava, sino en la Tierra de Campos.
El talento español, el que gana medallas, no se forja en Ibiza, en Benidorm, en Salou o en Magaluf, en ninguna de las ciudades en las que el verano nunca termina. A Marbella se va cuando ya lo has ganado todo después de nacer en Fuente Álamo, Llerena, Orce, La Solana, Villar de Gallimazo o Llano de Brujas. Si es que todavía quieres ir. A tomar mojitos en la fiesta en la piscina. A ver el amanecer desde el chiringuito tumbado en una hamaca. Pero no a entrenar.
Cuando tienes 16 años y las olas te llaman, los bares nunca cierran y todo el mundo publica los nuevos tatuajes de sus abdominales en redes sociales, no piensas en sesiones triples ni en comer pasta y barritas energéticas a las 7 de la mañana cuando el resto de los mortales ni siquiera ha empezado a remover su café. Piensas en pasártelo en grande. Pero pasártelo en grande no gana medallas de oro.
Es una verdad imperecedera: si le das a un adolescente demasiadas opciones, elegirá, naturalmente, todas las equivocadas.
Pero si solamente le das una pista polvorienta y un entrenador con un silbato en Guadalajara, puede que consigas un atleta olímpico.
Porque en un mundo con suficiente vida nocturna para iluminar todo el Sistema Solar, Guadalajara es la ducha fría, es la línea recta espartana del tartán.
No se llega a ser medallista mundial por casualidad. Se consigue por esfuerzo, vuelta a vuelta solitaria, mañana a mañana helada, sin excusas.
El sufrimiento construye el carácter, pero la monotonía lo convierte en una obsesión.
Guadalajara es lo que sucede cuando no hay nada que hacer ni adónde ir, excepto hacia adelante.
Correr y saltar hasta olvidar el aburrimiento. O hasta ser campeón mundial.
Es geografía y disciplina. Es sociología y sudor.
Es matemáticas: el resultado lógico de la nada. Sin distracciones, sin opciones, sin cosas que hacer. Por eso se entrena. Por eso se repite. Por eso se mejora. Por eso se gana.
A veces, ser de un sitio donde nunca pasa nada es lo mejor que puede pasarte: puedes convertirte en alguien porque allí no hay nada que te pueda convertir en nadie.
Foto: Ana Peleteiro, Jordan Díaz, Fátima Diame y Lester Lescay celebran en Pachá Ibiza las medallas conseguidas tras años de entrenamiento en el aburrimiento alcarreño. (ChatGPT).
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Me imagino que ya os habréis dado cuenta de que llevo un tiempo homenajeando en mis textos a algunos de mis periodistas clásicos de referencia. En concreto, este es un guiño, obvio y halagador, a Jim Murray, el ya fallecido columnista del LA Times (y, para mí, el mejor articulista de deportes de toda la historia), y a su frase: «There’s nothing to do in Spokane after 10 o’clock. In the morning».