Mi verano con Paul
I. Ese día de junio en Wembley en el que los aficionados ingleses pitaron el himno escocés, Gascoigne empezó jugando el partido como ancla en el medio del campo, por delante de los tres centrales, con Ince y Southgate presionando a su lado, lejos de Shearer y Sheringham, los dos delanteros. En los primeros minutos, Gascoigne se alineó con Gary Neville, Adams y Pearce en algún centro lateral de los escoceses y también salió a presionar a sus rivales en los balones despejados. En cualquier caso, su presencia en ataque fue mayor, conduciendo el esférico, iniciando el juego en la fase ofensiva, bajando a recibir a la defensa, moviéndose hacia el espacio libre en la medular, basculando a ambos lados del césped, descolgándose en los contraataques, pidiéndola, regateando, apareciendo en segunda oleada, siendo el único futbolista pensando y jugando al primer toque en un partido de poca elaboración, de área a área, sin apenas creación en el centro del campo.
De entrada, Escocia fue superior y gozó de más ocasiones de gol ante una Inglaterra dinámica, con constantes intercambios de posiciones, que fue desperezándose al ritmo que marcó el metrónomo de Gascoigne. El ocho inglés le sacó una tarjeta amarilla a Collins merced a un toque sutil con su pierna izquierda en un balón dividido. Después, Gazza se tiró al suelo para robar un balón peligroso. Acto seguido, Gascoigne perdió el esférico por regatear y Escocia montó un contraataque que terminó convirtiéndose en su quinto saque de esquina (Inglaterra, en ese instante, solamente había gozado de uno). Más tarde, los minutos hacia el descanso se fueron diluyendo entre jugadas intrascendentes, balones perdidos, un par de cabezazos de Sheringham y pases de Gascoigne que no encontraron destinatarios.
La segunda parte, en cambio, fue notable: Terry Venables, el seleccionador de Inglaterra, dio entrada a Redknapp y Gascoigne por fin se liberó, con más espacio hacia adelante y menos a su espalda, con Ince y el citado Redknapp ejerciendo de escoltas. Así, la estrella del Glasgow Rangers condujo el balón (McManaman fue el otro futbolista inglés capacitado para conducir el balón a lo largo de ese torneo) y combinó con un compañero hasta que fue derribado al borde del área y mandó alta esa falta frontal antes de que Shearer, en el minuto 53, adelantara a los ingleses tras cabecear un centro desde la banda derecha de Gary Neville después de una jugada asociativa.
Ese gol, como sucede muchas veces, no hizo nada más que aumentar la diferencia de nivel entre uno y otro equipo a favor de los ingleses, que invocaron al peligro cada vez que Gascoigne apareció en la ecuación, siempre a una velocidad de ejecución diferente a la del resto. Primero, en esa falta lateral ensayada que botó Gazza, que Sheringham cabeceó directo a la red y que Goram consiguió finalmente desviar. Poco después, con ese balón en profundidad al primer toque al espacio en el que apareció a la carrera Gary Neville y también con ese pase al desmarque al borde del área.
En ese periodo, Inglaterra (es decir, Gascoigne) controló el juego desde la posesión y, sin embargo, fue Seaman el que tuvo que aparecer para salvar a los suyos tras ese cabezazo de Durie y, sobre todo, para desviar con su codo izquierdo el lanzamiento de McAllister en esa pena máxima cometida por Adams.
La celebración de esa parada por parte de los ingleses fue eterna gracias a Gazza, que, en la siguiente jugada y mientras Sheringham controlaba el balón largo de Seaman y se lo cedía a Anderton, se desmarcó, recibió la asistencia del jugador del Tottenham, se hizo un autopase con un globo con su pierna izquierda por encima de Hendry (que terminó, obviamente, cayéndose al suelo) y, sin dejar caer el esférico, voleó inapelable el balón con su pierna derecha desde dentro del área para certificar el triunfo de Inglaterra.
Lo celebró energético, alocado, jubiloso.
Como el futbolista apasionado por el fútbol que siempre fue.
Foto: Getty Images
II. En ese partido contra Holanda, a veces los ojos se nos iban irremediablemente hacia Bergkamp, elegancia y talento. Al igual que sucedió contra Escocia, Inglaterra empezó jugando peor que su rival. Gascoigne, por ejemplo, perdió un balón en una conducción y luego no llegó a un remate en el segundo palo. Por un momento, nos dijimos a nosotros mismos una vez más que Gazza estaba gordo, que era un jugador lento (en realidad, lo era) y nos olvidamos de su técnica sobresaliente con las dos piernas, de su calidad diferencial, de su amor por el juego, de su pasión infantil y desbordante. Por suerte, él nos lo recordó pronto y también Inglaterra, con su movilidad, con ese pase vertical al primer toque, haciéndose con el control del esférico, tirándose al suelo para cortar el avance del rival, en ese córner ensayado que Shearer cabeceó y que Witschge salvó bajo palos.
Y, después, ya en el minuto 23, el penalti de Blind a Ince que el propio Shearer anotó para inaugurar el marcador.
De ahí al descanso, el relato únicamente aceptó a los primeros solistas, a los genios, a los que se salieron de la norma. Por un lado, Bergkamp, el jugador que en cada partido volaba pese a que tenía miedo a volar, con dos ocasiones de gol, la segunda en un mano a mano que Seaman envió a córner. Por otro lado, Gascoigne y su visión, sus pases, ya fuera en jugadas ensayadas o en centro laterales, que Sheringham casi convirtió en gol en dos oportunidades.
En realidad, esas ocasiones de Sheringham fueron un anticipo de la segunda mitad de una selección inglesa sobresaliente, excelente jugando al espacio, en la que Gazza se hartó de ser protagonista. Primero, en el minuto 51, asistiendo desde el córner al propio Sheringham en el 0-2. Después, en el minuto 56, liderando una soberbia jugada en la que combinó con McManaman, se internó en el área, dejó sentado a Winter y la puso atrás de nuevo a Sheringham que la cedió para que Shearer, completamente solo, batiera a Van der Sar en el 0-3.
Con permiso del postrero gol de Kluivert, Sheringham, certificando su doblete en el minuto 62, completó una goleada inglesa en un partido que terminó rompiéndose mientras Gascoigne disfrutaba, pidiendo el balón continuamente, yendo a todos los balones divididos, al salto, realizando pases en largo, a las bandas, buscando a McManaman a la contra.
Como un niño que corretea por el campo, libre y alegre, sin darse cuenta de que las cámaras de televisión le están enfocando todo el rato.
III. Supongo que uno de mis días más tristes de ese verano fue el día más feliz de ese verano del año 1996 para Gascoigne. El primer partido de las eliminatorias de cualquier torneo de fútbol siempre me parece que se decide en penalties y en este caso concreto fue así. España jugó mejor, pero, como sucedió hasta que llegó Luis Aragonés para quitarnos el miedo a todo un país, fue el rival el que ganó.
Primero, Shearer marcó, aunque Zubizarreta adivinó el lado del lanzamiento y rozó el balón.
Después, Hierro, con todo el estadio pitando, mandó su disparo, fuerte, por el centro, imparable, al larguero.
Más tarde, Platt y Pearce también superaron a Zubi, que de nuevo adivinó el lado de ambos lanzamientos, mientras que Amor y Belsué engañaron completamente a Seaman para mantener vivas hasta las esperanzas de los más pesimistas.
En el séptimo lanzamiento, Gascoigne se acercó lentamente al punto de penalti, dando pequeños toques al balón, agachándose, colocando el esférico, retrocediendo para iniciar la carrera sin nunca parar de mirar a la portería, corriendo desde el borde del área y dejando sin ninguna opción de parada a Zubizarreta, mandando su disparo a la derecha del portero español, totalmente colocado, raso, dando casi en el palo, en el penalti mejor lanzado de toda la serie.
Gazza lo celebró quedándose petrificado, con la mirada fija, levantando su brazo derecho, mandando besos a la grada y al verle todos supimos que en el siguiente penalti el disparo de Nadal, a la izquierda de Seaman, saldría demasiado centrado y que el portero inglés lo desviaría.
Y sobre todo supimos que una vez más, fieles a nuestra cita tradicional, los besos tampoco serían ese verano para nosotros.
Foto: Getty Images
IV. En aquella Eurocopa, Gascoigne tenía 29 años y, tras su etapa italiana en la Lazio, había protagonizado un gran primer año en el Glasgow Rangers y había sido escogido, tanto por sus compañeros futbolistas como por los periodistas deportivos, como el mejor jugador de la temporada en Escocia. En esa Euro, además, Gazza fue elegido para formar parte del equipo del torneo, convirtiéndose así en uno de los cuatro ingleses que fueron seleccionados, junto con Seaman, McManaman y Shearer, el máximo goleador del campeonato con 5 goles en otros tantos encuentros. El año 1996, sin duda, fue un año magnífico para Gascoigne, uno de los mejores años de su trayectoria o, tal vez, el mejor, con permiso, eso sí, del año 1990, cuando terminó cuarto en la votación del Balón de Oro (por detrás de Lothar Matthäus, Salvatore Schillaci y Andreas Brehme) y entró en el equipo all-star del Mundial de Italia, aquel Mundial en el que se convirtió en imagen icónica al empezar a llorar cuando vio en las semifinales una tarjeta amarilla que le habría dejado sin jugar la hipotética final en caso de que Inglaterra se hubiera clasificado.
Pero Inglaterra no se clasificó finalmente porque, curiosamente, los años 1990 y 1996 de Gascoigne, sus dos mejores años como profesional, se parecieron de forma milimétrica cuando llegó el verano, ya fuera el 4 de julio de 1990 en Turín o el 26 de junio de 1996 en Londres.
En ambas ocasiones, Alemania acabó con Inglaterra, con prácticamente los dos mejores combinados ingleses desde el Mundial de 1966, en semifinales y en la tanda de penalties.
Durante la mayor parte de esa tanda pareció que ningún jugador fallaría su lanzamiento y casi todos ellos fueron ejecutados a la perfección. Cuando Shearer y Platt ya habían superado a Köpke lanzando a su izquierda y Hässler y Strunz habían hecho lo propio disparando a la derecha de Seaman, las cámaras enfocaron a Gascoigne, que estaba gastándole una broma a Sammer, riéndose con él. Ni siquiera Pearce, que había fallado el suyo en aquella semifinal de Italia 1990, dudó ante Köpke, tampoco Reuter (aunque Seaman estuvo cerca de desviarlo), mucho menos Gazza: lanzó el cuarto de los ingleses y engañó completamente al portero alemán, lanzando a su izquierda. Esta vez, Gascoigne lo celebró con rabia, gritando a su público y pidiendo, llevándose las manos a las orejas, más ruido para poner nervioso al siguiente lanzador. No funcionó: Ziege y Kuntz batieron sin dificultades a Seaman y, después de que Sheringham también hubiera anotado su lanzamiento, fue Southgate, exactamente en el undécimo penalti, el mismo en el que Francia había fallado unas horas antes en la primera semifinal contra la República Checa, el que erró con un disparo centrado, raso, mordido, mal tirado, que Köpke detuvo con facilidad.
Y, acto seguido, Möller batió a Seaman por el centro, Alemania se clasificó, Inglaterra quedó eliminada y mi verano con Gascoigne, con Paul, con Gazza, se terminó.
Como en aquella película inglesa noventera que sucedía en la Euro 1996 que pusieron una calurosa tarde por la televisión y en la que yo terminé enamorándome del misterioso personaje interpretado por la bella y talentosa Rachel Weisz.
Aunque a esas alturas y como el resto de españoles yo ya supiera, gracias a Gascoigne, que los besos tampoco serían ese verano para nosotros.
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Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta: