La Copa de Europa regresa a Wembley, el estadio en el que se inició la maldición más mítica del fútbol europeo… aunque sea falsa
Dentro de poco más de un mes, la final de la Copa de Europa regresará a Londres, la ciudad que más veces ha acogido el partido más significativo del balompié europeo, hasta en ocho ocasiones entre el viejo y el nuevo Wembley, situado a apenas quince kilómetros de la extinta Freemasons' Tavern, el bar que se encontraba en los números 61-65 de la calle Great Queen entre 1775 y 1909 y en el que, a lo largo de seis reuniones que dieron comienzo en la mañana del 26 de octubre de 1863 y que se alargaron hasta el mes de diciembre de ese año, se establecieron, supongo que entre gritos y pintas de cerveza, las reglas de lo que hoy conocemos como fútbol.
Fue hace ya 61 años, el 22 de mayo de 1963, cuando en el viejo Wembley, construido en 1923 sobre la inacabada torre de Watkin, la ambiciosa propuesta londinense que tenía que superar en altura a la parisina Torre Eiffel, y derruido en 2003, con sus icónicas Torres Gemelas dejando su lugar al arco que corona el nuevo recinto, dos goles de José Altafini contrarrestaron el tanto inicial de Eusébio y permitieron al AC Milan adjudicarse el primero de sus siete trofeos de la máxima competición continental ante un SL Benfica que, desde esa derrota y hasta hoy, no ha vuelto a vencer en ninguna final europea.
En concreto, el Benfica, que se hizo con los títulos de la Copa de Europa en las ediciones de 1960-1961 y 1961-1962, ha caído derrotado desde entonces en cinco finales más de la gran competición europea (en la citada cita en el viejo Wembley en 1962-1963, en 1964-1965, en 1967-1968 -también en el viejo Wembley-, en 1987-1988 y en 1989-1990) y en otros tres partidos definitivos de la copa de la UEFA/Liga Europea (en 1982-1983, en 2012-2013 y en 2013-2014).
Todas ellas, a excepción de la goleada que encajó, ya en la prórroga, ante el Manchester United en la final de la Copa de Europa del curso 1967-1968, derrotas por una diferencia mínima de goles o en los penalties que han servido para alimentar hasta la actualidad, con permiso de su equipo juvenil, campeón de la Youth League en 2021-2022 después de haber perdido otras tres finales más desde la creación de la competición, la condenación más mítica del fútbol europeo… aunque sea falsa: la maldición de Béla Guttmann.
Un nómada que se libró del genocidio y encontró la gloria
Antes de adentrarnos en la maldición, conviene conocer un poco la figura del carismático Béla Guttmann, un innovador del fútbol, amante del juego ofensivo y del talento juvenil, titulado en Psicología, controvertido, de carácter fuerte y férreas reglas, pero, sobre todo, un nómada: en sus cuatro décadas como entrenador, el técnico húngaro entrenó en Austria, Países Bajos, Hungría, Rumanía, Italia, Argentina, Chipre, Brasil, Portugal, Uruguay, Suiza y Grecia.
Sin embargo, desde que la pandemia de la gripe que asoló al mundo entre 1918 y 1920 le obligara a debutar como futbolista en el Törekvés, un equipo de Budapest que se había quedado prácticamente sin jugadores, el creciente antisemitismo en Europa ya había marcado la trayectoria itinerante de Guttmann, judío, que abandonó Hungría por Austria para jugar en el Hakoah de Viena y que se asentó entre 1926 y 1932 en Nueva York, donde fue futbolista, profesor de baile, dueño de un ‘speakeasy’ en plena Ley Seca e inversor en bolsa… hasta que se quedó en bancarrota tras el Crac del 29.
En cualquier caso, fue de nuevo en Hungría cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, Béla Guttmann terminó de forjar el carácter que le acompañó hasta su muerte, tras librarse del genocidio en un Holocausto que asestó de lleno a su familia: tras la ocupación húngara de los nazis en 1944, la persecución a los judíos fue especialmente cruenta, con más de 12.000 judíos húngaros llevados en un día normal al campo de concentración de Auschwitz, donde fallecieron, entre otros miembros de su familia, su padre, Abraham, y su hermana mayor, Szeren.
Béla Guttmann, por su parte, pasó sus días lejos del gueto de Budapest, donde los miembros de la Cruz Flechada, el partido fascista del gobierno húngaro, mataron, según las estimaciones, a alrededor de 20.000 judíos entre diciembre de 1944 y enero de 1945, la mayoría de las veces disparándoles y tirando sus cuerpos al Danubio. Primero, escondido en el ático en Újpest de su cuñado Pál Moldován, el hermano de su futura mujer Mariann, quien fue arrestado y torturado, pero nunca confesó el paradero de Guttmann. Después, internado en un campo de trabajo del que se escapó por una ventana, cuando su deportación a Auschwitz acechaba, junto a otros cuatro compañeros, entre ellos, Erno Egri Erbstein, a la postre el entrenador del Grande Torino que falleció junto a sus futbolistas en la Tragedia de Superga. Y, por último, oculto de nuevo en una fábrica de Budapest hasta que la Segunda Guerra Mundial por fin acabó.
Porque esa guerra sí que, de verdad, fue una verdadera maldición, una auténtica abominación.
Foto: Béla Guttman, con un chándal retro. (Getty Images).
La forma en la que se crean los mitos… aunque sean mentira
Aunque, en realidad, la maldición de Béla Guttmann es un ejemplo valiosísimo para entender el proceso mediante el que se crean los mitos… aunque sean mentira. Evidentemente, las leyendas de sucesos fantásticos que se transmiten por tradición no surgen por combustión espontánea, sino que son un fenómeno de sedimentación, que necesitan de un acontecimiento repetitivo que se escapa al razonamiento (en el caso del Benfica, sus finales europeas perdidas), una teoría sencilla de calar que, de alguna manera, trate de explicarlo (la conjura del entrenador con el que el equipo portugués consiguió la gloria europea) y una voz autorizada que conceda credibilidad con el paso del tiempo (el diario ‘A Bola’, ya en la década de los ochenta).
Más o menos, en una u otra variante de la historia, todos los aficionados al fútbol conocemos el punto de partida de la maldición de Béla Guttmann: en 1962, después de derrotar al Real Madrid en la que es considerada como una de las mejores finales de la historia de la Copa de Europa para conseguir el segundo título consecutivo del Benfica en la máxima competición continental, el entrenador húngaro pidió un aumento de sueldo. Sin embargo, la directiva benfiquista se negó a dárselo y Guttmann dejó de ser entrenador del conjunto lisboeta, no sin antes proclamar su eterna profecía: «En los próximos cien años desde hoy, el Benfica no volverá a ser campeón de la Copa de Europa», avisó.
Foto: Béla Guttman rodeado de periodistas, con traje, corbata y gabardina, en una época en la que el periodismo era un oficio que no se parece en nada a la profesión que es hoy en día. (Keystone/Getty Images).
La realidad, en cualquier caso, no fue tan simplista, sino que, como siempre, está llena de matices. Por un lado, la filosofía balompédica del propio técnico húngaro, que en toda su trayectoria como entrenador nunca estuvo en ningún equipo más de dos temporadas… salvo en el Benfica. «Guttmann se marcha. Por voluntad propia, y dentro de una línea de conducta que sólo cambió a favor del Benfica (no estar en el mismo club más de dos años...)», anunció el semanario ‘O Benfica’ en su edición del 10 de mayo de 1962, apenas ocho días después de la victoria del conjunto portugués contra el Madrid en la final de Ámsterdam.
De hecho, en ‘La historia de Béla Guttmann’, la biografía autorizada del entrenador húngaro escrita en 1964 por su compatriota (y también técnico) Jenő Csaknády, se ahonda en esta filosofía: «Sí, Guttmann continuó en el Benfica, con el que había prolongado su contrato para un año más, el tercero. En su dilatada carrera, era la primera vez que permanecía tanto tiempo en el mismo club. Los directivos del campeón de la Copa de Europa estaban orgullosos de haber conseguido retenerlo una temporada más, algo que, en veintidós años, ningún club había logrado todavía. (...) 'El tercer año siempre trae imprevistos y casi siempre es mortal para un entrenador', dicen las leyes secretas del fútbol».
Por otro, por el amor público que, tras su marcha, Guttmann siempre profesó al Benfica, equipo al que entrenaría todavía una segunda vez más, en el curso 1965-1966, una temporada en la que no pudo revivir el éxito del pasado. «El Benfica, en este momento, está bien servido y no me necesita. Ganará el Campeonato Nacional y volverá a ser campeón de Europa», avisó el propio Guttmann en el diario ‘A Bola’ en abril de 1963 tras ser entrevistado en el aeropuerto de Lisboa, donde fue visitado por sus exjugadores, cuando iba camino de Montevideo. «Quiero que el Benfica gane la tercera Copa de Europa», manifestó el propio técnico húngaro ese mismo día al diario ‘Record’.
Unos términos elogiosos que Guttmann mantuvo a lo largo de los siguientes años: «Siempre estuve convencido de que es muy difícil volver a ganar ese trofeo. Pero estoy igualmente seguro de que el Benfica está actualmente en el camino correcto, quizás más que en el pasado, para traer la Copa de Europa a Portugal. Y pueden estar seguros de que, si lo logra, me sentiré inmensamente feliz con ese logro», se sinceró en el extinto ‘Mundo Desportivo’ justo antes de la final de la Copa de Europa que el conjunto lisboeta perdió ante el Inter de Milán en San Siro en 1965. Y de nuevo en ‘A Bola’, al término del curso 1965-1966 en el que regresó al banquillo benfiquista, se despidió: «No importa quién sea mi sucesor que logre eso [repetir las grandes hazañas del pasado]. Lo que deseo es que alguien lo consiga. Ese día seré tan feliz como el más feliz de los aficionados del Benfica».
Entonces, si no hay ninguna evidencia documentada sobre esa frase y Béla Guttmann mostró continuamente su amor hacia el Benfica, ¿por qué la maldición se ha popularizado hasta nuestros días?
Por el diario ‘A Bola’, que concedió legitimidad a la mentira.
No en vano, no hay ninguna referencia a la maldición de Béla Guttmann en las tres primeras finales de Copa de Europa perdidas por el Benfica en los años 1963, 1965 y 1968. La primera mención a la maldición se encuentra ya, tal y como pudo comprobar la investigación de David Bolchover, autor del libro ‘The Greatest Comeback: From genocide to football glory’, sobre la figura del entrenador húngaro, el 25 de mayo de 1988, el día que el cuadro benfiquista perdió en penalties ante el PSV la final de la máxima competición europea disputada en Stuttgart: «Para que el Benfica acabe con la 'maldición' pronunciada por Béla Guttmann, hace muchos años, para acabar de una vez por todas con el estigma de las finales perdidas, es lo que todos deseamos», apareció en la previa del ‘Mundo Desportivo’.
Tres días más tarde de esa final, tras una nueva derrota del Benfica, ‘A Bola’, como se diría en una película de John Ford, decidió imprimir la leyenda hasta la eternidad: «Efectivamente, poco después de decidir regresar a Viena, en el verano de 1962, Béla Guttmann, molesto, pensando que algunos directivos del Benfica lo desconsideraban, tuvo este estallido: ‘Nunca más podrán olvidar a Guttmann, porque Guttmann hizo en el Benfica lo que ningún otro club volverá a hacer. Antes de 50 años, no habrá ningún equipo portugués que sea campeón de Europa. Ningún club portugués ganará la Copa de Europa dos veces seguidas en los próximos 100 años. Y el Benfica tendrá que esperar más de un siglo para volver a ganar una final de la Copa de Europa’. (…) Después de la frustración de Stuttgart, sus palabras vuelven a resonar en nuestros oídos, ya no como una profecía banal, sino casi como una maldición inquietante. ¿Fue la 'maldición' de Guttmann realmente... real?», se preguntó.
El propio diario deportivo portugués protagonizó, veinte años antes, en marzo de 1968, el texto que más puede explicar el nacimiento de la posterior aceptación de la maldición de Béla Guttmann, cuando tradujo del alemán al portugués, de forma bastante libre y en un artículo sin firmar, una entrevista del entrenador húngaro en octubre de 1967 en la extinta revista deportiva ‘Sport-Illustrierte’. «El Benfica no volverá a ganar la Copa de Europa. Eusébio es el hombre supremo, y eso nunca es bueno. En mi época el equipo estaba más equilibrado», mantuvo Guttmann. «El Benfica nunca más será campeón de Europa», tituló, en cambio, ‘A Bola’.
Foto: Béla Guttman dando clases de baile a sus jugadores. (Popperfoto/Getty Images).
Décadas más tarde, ya en 1990, después de que el Benfica perdiera una nueva final de la Copa de Europa merced al solitario gol de Frank Rijkaard para el AC Milan en Viena, la maldición de Béla Guttmann se había inoculado en la mente de los aficionados al fútbol con mayor rapidez que la peste bubónica… aunque fuera mentira.
«No, no existe ninguna superstición de Béla Guttmann, todo es mentira. Inventaron cosas, y quien está dentro sabe la verdad, pero la gente no la cree. Pero esta gente –es nuestra mentalidad, eso es todo–, como el Benfica no volvió a ganar, aquí y allá, empezó a decir que era por la maldición de Guttmann. ¡Eso es mentira!», negó Eusébio al semanario ‘Expresso’ en noviembre de 2011.
En cualquier caso, se cuenta que, justo antes de esa final contra el conjunto milanista en 1990, la gran leyenda benfiquista se acercó hasta la tumba de Béla Guttmann en el Cementerio Central de Viena, donde rezó y le rogó que acabara de una vez por todas con su maldición.
Porque cualquier ayuda suprema es bienvenida para derrotar al fatuo destino… aunque sea mentira.
Pero esa ya es otra historia.