Londres, París, Roma y Berlín
(Este texto corresponde a la sección de Historias, que entremezcla efemérides, curiosidades, leyendas, hechos, sucesos, partidos y deportistas a lo largo de una narración)
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I. El 13 de junio de 1956, en el Parque de los Príncipes de París, 38.239 personas se reunieron para ver la final de la primera edición de la Copa de Europa de fútbol, que enfrentó al Real Madrid y al Stade de Reims. Ganó el conjunto madridista por cuatro goles a tres merced a un tanto definitivo en el minuto 79 de Rial, autor de un doblete. Antes, cuando su equipo perdía momentáneamente por 0-2, Di Stéfano anotó en el minuto 14 el primer gol de los madridistas después de divisar un hueco en la defensa, aumentar la velocidad en su carrera, desmarcarse, recibir un pase, controlar y rematar pasado el punto de penalti. Oficialmente, Di Stéfano fue el único jugador extranjero de ese partido, ya que Rial, hijo de españoles pero nacido en Argentina, poseía la doble nacionalidad. Di Stéfano, en cualquier caso, no seguiría siendo extranjero en el Madrid por mucho tiempo más: en octubre de ese mismo año 1956, después de finalizar unos trámites que se demoraron por más de dos años, la estrella madridista se nacionalizó español.
Mientras, los aficionados parisinos tuvieron que esperar casi veinte años para poder volver a disfrutar de otra final de la máxima competición continental. Sucedió el 28 de mayo de 1975, de nuevo en el Parque de los Príncipes, en un encuentro en el que el Bayern de Sepp Maier, Franz Beckenbauer, Gerd Müller, Uli Hoeness y compañía sumó su segundo título consecutivo después de derrotar al Leeds United. 48.374 espectadores se dieron cita en ese encuentro, solamente catorce espectadores más que los que se dieron cita en el mismo recinto seis años menos un día después, el 27 de mayo de 1981, para ver al Liverpool vencer al Real Madrid con un solitario gol de Alan Kennedy en el minuto 82. Fue el quinto título consecutivo para un club inglés, que entre 1977 y 1984 sumaron siete títulos de ocho posibles (solamente el Hamburgo rompió la costumbre en la temporada 1982-1983), seis de ellos consecutivos, cuatro en ese periodo para el Liverpool. En cambio, al dominio aplastante del balompié británico le contrarrestó la excepción española: aquella final fue la primera de la Copa de Europa para el conjunto madridista en quince años, desde el curso 1965-1966.
Sin embargo, cuando el siglo XX buscaba su final sin saber todavía que el mundo se transformaría definitivamente un martes de un mes de septiembre poco después, París no solamente cambió de estadio, sino también de dominio balompédico: el 24 de mayo del 2000, el Stade de France de Saint-Denis acogió a 80.000 aficionados en la primera final de la Copa de Europa que disputaron dos equipos de un mismo país. El Real Madrid, jugando con tres centrales, goleó al Valencia por 3-0 después de que Morientes inaugurara el marcador, McManaman lo aumentara con una volea desde la frontal y Raúl sentenciara el partido tras recorrerse todo el campo tras un saque de esquina valencianista. Fue el preludio de un nuevo título para un conjunto español, casi seis años más tarde en el mismo estadio, el 17 de mayo de 2006, cuando el F.C. Barcelona, delante de 79.610 espectadores, remontó en apenas cuatro minutos con los tantos de Eto’o y Belletti el gol inicial de Campbell para derrotar al Arsenal (2-1) y sumar, catorce años después, su segunda Copa de Europa.
Desde entonces, París, la segunda ciudad, junto con Madrid, que más veces ha acogido la final de la Copa de Europa, no ha sido sede del partido por el título de la máxima competición continental. Los equipos parisinos, por su parte, nunca, ni antes ni después, han conseguido levantar el trofeo más anhelado del fútbol europeo: el PSG, la temporada pasada, fue el primer conjunto de París en toda la historia en llegar a una final de la máxima competición continental, pero un tanto de Coman en la segunda mitad le dio el título al Bayern en Lisboa.
II. Hablando de Alemania, el éxito en el fútbol de su capital, Berlín, casi siempre ha pasado de largo. No en vano, ninguno de sus equipos sabe lo que es jugar una final de una máxima competición continental que apenas ha disputado en la ciudad berlinesa una de sus finales. Sucedió, evidentemente, en el Estadio Olímpico, el 6 de junio de 2015, cuando 70.442 espectadores se dieron cita para ver al F.C. Barcelona derrotar por 3 goles a 1 a la Juventus de Turín. Ese título, el último de los azulgranas, supuso, además, un nuevo capítulo de los mayores dominios del balompié europeo en el siglo XXI. Por un lado, el dominio propio del conjunto barcelonés, ganador de cuatro títulos desde aquel mes de mayo de 2006 en París ante el Arsenal hasta ese mes de junio de 2015 en Berlín contra la Juve. Por otro lado, el dominio, reciente pero cada vez más olvidado, del fútbol español: ese título del Barça fue el segundo de los cinco entorchados consecutivos de la Champions League sumados por el fútbol español, en especial, gracias a la autoridad incontestable en su competición fetiche del Real Madrid, vencedor en cuatro ocasiones en ese lustro.
Foto: Matthias Hangst /Getty Images
III. Regreso de nuevo al incontestable dominio del fútbol inglés entre 1977 y 1984 porque la tiranía británica comenzó y finalizó con un mismo club (Liverpool), en una misma localidad (Roma) y en un mismo recinto (Estadio Olímpico). Primero, el 25 de mayo de 1977, el Liverpool derrotó al Borussia Mönchengladbach delante de 52.078 espectadores para iniciar una dinastía anglosajona que se alargó, con el citado punto y aparte del Hamburgo, hasta el 30 de mayo de 1984 en un día trágico para la mayoría de los 69.693 espectadores que se dieron cita en las gradas del Estadio Olímpico para ver, por primera y única vez en la historia, a un equipo romano en el partido por el título de la Copa de Europa. Pero esa Roma, la del malogrado Di Bartolomei y los brasileños Toninho Cerezo y Falcao, se estrelló desde los once metros contra las rodillas tambaleantes de Bruce Grobbelaar en la primera final de la historia de la máxima competición que se decidió por penalties. En cualquier caso, esa no sería la única final en la orilla oeste del río Tíber que se terminaría decidiendo en la tanda de penalties: el 22 de mayo de 1996, delante de 70.000 espectadores, la Juventus acabó con el Ajax porque Ferrara, Pessotto, Padovano y Jugovic marcaron sus lanzamientos y Peruzzi detuvo los tiros de Davids y Silooy.
Trece años más tarde, el 27 de mayo de 2009 delante de 62.467 espectadores, en la cuarta y última final de la máxima competición continental disputada en la eterna ciudad en la que Luperca encontró a Rómulo y Remo cerca del monte Palatino y los amamantó, el F.C. Barcelona no tuvo que aguardar hasta los penalties para derrotar al Manchester United por dos goles a cero. Esa final, en efecto, fue el primero de los dos partidos por el título de la Champions League en tres años consecutivos en los que el Barça de Guardiola se encontró con el conjunto de Alex Ferguson.
Foto: Getty Images
IV. El segundo partido entre ese F.C. Barcelona y ese Manchester United se disputó casi 1.500 kilómetros en línea recta más al noroeste, en Londres, la ciudad que en el pasado los romanos denominaron como Londinium y que, con siete ediciones, más veces ha acogido la final de la máxima competición europea. Sucedió el 28 de mayo de 2011 delante de 87.695 espectadores que vieron al Barça dominar una vez más a los mancunianos (3-1), con gol de Messi incluido, en un nuevo estadio de Wembley construido apenas unos años antes sobre la mística del viejo Wembley. Allí, en la mastodóntica y novedosa catedral del fútbol inglés, el Bayern también derrotó al Borussia de Dortmund delante de 86.298 espectadores el 25 de mayo de 2013 con un gol de Robben en el minuto 89 en la primera final de la máxima competición continental entre dos conjuntos alemanes, que no quisieron ser menos que los españoles, los italianos y los ingleses, que ya habían conocido con anterioridad lo que era una final de la Champions League entre equipos alineados en el mismo lado de la frontera. Aquel Borussia, por cierto, era el de Klopp, Hummels, Gündogan y Lewandowski, mientras que al rescate de ese Bayern había acudido Heynckes antes de que Guardiola aterrizara en Baviera.
Muchos años antes, el 20 de mayo de 1992, el propio Guardiola también había saboreado la gloria como jugador delante de 70.827 espectadores gracias un lanzamiento de falta de Koeman en el minuto 112 de una final entre el F.C. Barcelona y la Sampdoria que le dio el primer título de su historia a los azulgranas, el único del revolucionario Dream Team entrenado por Cruyff.
Esa final, además, fue la última final de Copa de Europa disputada en el viejo estadio de Wembley, que se había especializado a lo largo de las décadas en conceder felicidad a los clubes que se estrenaban en el palmarés de la máxima competición continental. Como aquel 22 de mayo de 1963 en el que un doblete de Altafani superó el tanto inicial de Eusebio para dar el primer título al Milan ante el Benfica (2-1) delante de 45.715 espectadores en un encuentro que también sirvió para que por primera vez en la historia el título saliera de la Península Ibérica. O como aquel 29 de mayo de 1968 en el que 92.225 espectadores vieron otra vez a Eusebio y al Benfica perder, esta vez contra un Manchester United que estrenó su vitrina de trofeos tras una prórroga y, entre otros, con un doblete del capitán Bobby Charlton y un gol de un jovencísimo George Best. O como aquel 2 de junio de 1971 en el que, con 83.179 espectadores en las gradas del viejo Wembley, el Ajax de Rinus Michels (y Neeskens, Cruyff y compañía dentro del campo) se deshizo del Panathinaikos entrenado por Puskas para sumar el primer título de su triplete setentero y alargar un año más los campeonatos de los conjuntos de los Países Bajos tras un primer entorchado del Feyenoord un año antes.
En cambio, el triunfo del Liverpool contra el Brujas con un solitario gol de Dalglish el 10 de mayo de 1978 delante de 92.500 espectadores en el viejo Wembley fue su segundo campeonato consecutivo en la Copa de Europa, un trofeo, anhelado y lustroso, que ha pasado de largo en repetidas ocasiones para los representantes londinenses, que no disputaron ninguna final de la máxima competición continental a lo largo del siglo XX y que cayeron derrotados en el partido por el título en las temporadas 2005-2006 (Arsenal), 2007-2008 (Chelsea) y 2018-2019 (Tottenham Hotspur), pero que sumaron su primer y único título el 19 de mayo del 2012 en el Allianz Arena ante el Bayern después de que el Chelsea de Roberto Di Matteo sobreviviera un día más con un tanto de Drogba en el minuto 88 que llevó el encuentro a la prórroga y que permitió a los londinenses adjudicarse la final tras la tanda de penalties.
Y de tal modo, Madrid aparte, Londres salvó, por fin, el honor de las capitales europeas más importantes, que gobiernan nuestro continente (Madrid aparte, habrá que insistir), pero que son completamente intrascendentes en la historia del fútbol europeo.
Al menos, hasta ahora.
Foto: Alex Livesey/Getty Images
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Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta: