El peso de la tradición: del Ramiro al Championship Course, por Pepe Latorre
(Este texto corresponde a la sección de Firma invitada, que contiene textos deportivos escritos por amigos de la newsletter; en este caso, de Pepe Latorre, el excelente escritor de la página web Dosunosiete)
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I. Cuando le das a la espalda a lo único que tienes
Los Fuerza de Lucha cantaban que “las tradiciones fueron creadas para ser destruidas”. Durante algún tiempo hice mío aquel grito sin comprender que el dar la espalda a las tradiciones estaba destruyendo al equipo de baloncesto al que animaba cada fin de semana.
A mediados de los noventa aún era habitual ver a los jugadores del Estudiantes pasearse por el patio del “Ramiro” (colegio público Ramiro de Maeztu). Ese cántico que la Demencia repetía a modo de mantra en el Palacio de los Deportes aún tenía sentido: somos un equipo de patio de colegio.
Cuando llegaba la hora del recreo o ibas al “Magata” (polideportivo Antonio Magariños) para las clases de educación física era habitual cruzarse con cualquiera de los jugadores del primer equipo. Al fin y al cabo entrenaban allí mismo.
Carlos Jimenez, Rafa Vecina, Juan Aísa o Nacho Azofra eran uno más. Se les saludaba con respeto, pero también con naturalidad. Con los americanos era distinto. No dejaban de ser un exotismo. Y cuando un grupo de chavales nos cruzábamos con uno de ellos siempre había alguno, generalmente el más echado p’alante, que se atrevía a lanzar un “Hey man, give me five!!”. Y entonces chocaba las cinco con Shaun Vandiver o Chandler Thompson y se pasaba el día en una nube.
El lunes siguiente a que el Estu ganase la Copa del Rey del 2000 fue mágico. Uno de esos momentos en que el somos un equipo de patio de colegio fue real. Aquel lunes por la tarde no hubo clases. El equipo se presentó con la copa en el “Magata” y los profesores llevaron allí a todos los alumnos del colegio. Tocamos el trofeo, nos abrazamos con todos y cada uno de aquellos héroes y soñamos con ser unos de ellos.
Poco a poco el Estudiantes se fue modernizando. Y eso no siempre es bueno, especialmente si lo haces sin criterio. El Magariños dejó de ser un polideportivo cutre (pero lleno de mística) al que los críos podíamos entrar siempre que queríamos para convertirse en una especie de centro de entrenamiento modelno con tufo a quiero-y-no-puedo. Los encuentros casuales con los jugadores se convirtieron en clinics patrocinados por el sponsor de turno y las entradas sobrantes que se repartían en las reuniones del A.P.A se empezaron a dar a los patrocinadores.
Decisiones pésimas en los despachos, malos resultados en la cancha, una gestión torticera de la marca (¿a quién se le ocurre escoger como sponsor de un equipo vinculado a un centro educativo a una empresa de trabajo temporal?) y la unión entre los chavales del colegio y el equipo se acabó convirtiendo en una sombra de lo que era. El somos un equipo de patio de colegio dejó de ser un grito de guerra para convertirse en un simple eslogan.
El Estudiantes se equivocó por no saber o no querer ver que la tradición era lo único que tenía. Lo único que lo hacía diferente al resto de equipos de la ACB. Por eso a día de hoy es uno más. Un conjunto sin alma que como tantos otros malvive en el baloncesto español.
II. Lo más importante es saber quien eres
El caso del Estudiantes no es una excepción, sino más bien la norma. El español es un pueblo particularmente apegado a las tradiciones, pero que al mismo tiempo se avergüenza de ellas.
Cuando algo funciona corremos a modernizarlo pensando que de esa manera será mejor. Cuando algo no funciona culpamos a la desactualización y aplicamos la misma receta: modernizarlo. El problema es que los intentos por modernizar las cosas suelen ser torpes, efectistas y burdos.
Cuando el organismo de turno intenta modernizar algo no se esfuerza ni por comprender el contexto ni el valor de lo que tiene entre manos. En la mayoría de los casos se limita a copiar lo que han hecho otros (que han invertido tiempo, trabajo, dinero y sobre todo han pensado) sin plantearse si lo que tiene sentido en Finlandia quizás no lo tenga en Monteagudo de las Vicarías.
En el ámbito deportivo, que al fin y al cabo es el que nos atañe, hemos visto equipos que lo han hecho muy bien. Rayo Vallecano y, sobre todo, SD Eibar han sabido reinventarse. Han convertido sus debilidades en una suerte de fortalezas y se han adaptado al fútbol globalizado del siglo XXI reivindicando sus identidades de clubes modestos. El no aspirar a ser nada más que equipos de barrio es lo que los hace tremendamente atractivos y modernos.
Al otro lado de la balanza tenemos a Zaragoza, Deportivo, Espanyol, Valencia y en el terreno del baloncesto al propio Estudiantes. Clubes que se avergonzaron de ser equipos de capital de provincia o de barrio e intentaron copiar con resultados desastrosos a la Juventus y al Bayern de Múnich. Lo que funciona en una de las principales capitales económicas del mundo en la que tienen su sede la BMW, la Siemens y Allianz (por citar solo las más conocidas) no va a funcionar en Valencia. Aunque claro, allí también se le ocurrió que construir un circuito urbano de fórmula uno que compitiera con el de Mónaco era una buena idea…
Foto: https://www.sport.es/es/
III. Quintessentially English
El Reino Unido es un país que ha sabido entender, respetar y modernizar las tradiciones a partes iguales. El caso de la monarquía es bastante paradigmático. En España andamos sumidos en un debate eterno (y bastante poco práctico) en el que los sectores más rancios defienden la figura del Rey a capa y espada mientras que la progresía la ataca sistemáticamente creyendo que la venida de la III República será la solución de todos los problemas.
Los británicos, por contra, han sabido convertir a la Reina en un icono pop. Es cierto que hay sectores que abogan por un sistema republicano, pero no pasan del 20%. La aceptación de la Corona es tal que durante el Referéndum para la independencia de Escocia celebrado en 2014, el Partido Nacionalista Escocés proponía a la Reina Isabel II coma jefa de estado de esa Escocia independiente.
Los aficionados de los clubes de fútbol ingleses también han sabido respetar, entender y modernizar sus tradiciones. Es cierto que a día de hoy son muchos los equipos controlados por magnates rusos, por petrodólares llegados del Golfo Pérsico o por fondos de inversión yanquis, pero el peso de la tradición sigue vivo.
El Manchester City podrá pertenecer a un jeque de los Emiratos, se habrá mudado del decadente y castizo Maine Road al sofisticadísimo Etihad Stadium, habrá “abierto franquicias” por medio mundo y sus encuentros tendrán más espectadores en China que en la propia Inglaterra. Sin embargo, durante el curso de sus partidos, el Blue Moon y las canciones de Oasis se cantan con más ganas que nunca. Una manera tan frívola como cualquier otra que los aficionados cityzens tienen de recordarle al mundo que el Manchester City no existiría sin ellos.
El Liverpool es propiedad del Fenway Sport Group, una compañía americana a la que también pertenecen los Boston Red Sox de la MLB y el Roush Racing (en un 50%) de la Nascar Cup. Cuando los americanos adquirieron el club se estuvo barajando la posibilidad de abandonar el mítico Anfield y construir un estadio más moderno y con mayor capacidad. Finalmente, John Henry, máximo accionista de la compañía, lo descartó. “Es imposible recrear el Kop (el fondo más legendario de Anfield)”, dijo. En su lugar se hizo una inversión multimillonaria para adaptar Anfield a las exigencias actuales. Justo lo opuesto a lo que hicieron otros cuando tenían un estadio del que su afición estaba perdidamente enamorada.
Los ejemplos de Liverpool y Manchester City se quedan cortos al lado de lo que sucedió en el Manchester United. En 2005 el club fue adquirido por el multimillonario americano Malcom Glazer. Para una parte de los aficionados que ya llevaban un tiempo asqueados con la dirección que llevaba el equipo, la llegada de Glazer fue la gota que colmó el vaso. Decidieron dejar de ser seguidores del ManU y fundaron un nuevo equipo que sería controlado íntegramente por los aficionados: el FC United of Manchester.
Los éxitos deportivos han sido nulos. El FC United ha deambulado sin pena ni gloria por las categorías inferiores del fútbol inglés desde su fundación. Sin embargo, el equipo sí que ha conseguido hacerse un hueco en el corazón de unos miles de aficionados. Su mera existencia nos demuestra que el alma, la esencia (o como queramos llamarlo) de las instituciones deportivas (y de otras muchas cosas) no siempre puede comprarse con dinero ni crearse de la noche a la mañana. Es un proceso largo. Una decantación lenta que por azar, por la inercia del paso del tiempo y por la huella de la gente acaba creando una idiosincrasia propia.
El Manchester United es Old Trafford, Eric Cantona, George Best, Bobby Charlton, los Busby Babes, David Beckham, los millones de Malcom Glazer, los indeseables de la Inter City Jibbers y el dichoso mercado asiático. Pero también es sus aficionados. Y si sus aficionados no quieren formar parte, entonces el Manchester United está incompleto.
Foto: Joseph Gibbons / Daily Mirror
IV. La magia de la Oxford-Cambridge
Ya hemos dicho más arriba que los británicos han sabido entender, respetar y modernizar las tradiciones mejor que otros países (a pesar del error garrafal y trasnochado que es el Brexit). La Oxford-Cambridge es el mejor ejemplo de ello. Una reliquia de otro tiempo. Una regata entre dos universidades en el curso del Támesis.
El comienzo de la competición se remonta a 1829. Aquel año una embarcación de ocho remos de la universidad de Oxford se presentó en Henley-on-Thames como respuesta al desafío lanzado por la universidad de Cambridge. Los oxonienses, con su uniforme azul marino, arrasaron a sus rivales.
Tras un parón de seis años en el que se discutió mucho sobre el lugar en el que se debía disputar el evento, ambas universidades volvieron a verse las caras en 1836. En los años siguientes volvió a haber ediciones intermitentes en las que el azul celeste de Cambridge dominó. En 1856 la regata se acabó estableciendo como un evento anual.
La importancia y el prestigio de la Oxford-Cambridge es tal que en inglés es conocida simplemente como The Boat Race, es decir La Regata. No hay otra prueba que pueda competir en importancia con ella.
Es conveniente señalar que el remo fue un deporte tremendamente popular durante todo el siglo XIX y hasta los años cuarenta del XX. En ocasiones se llegaban a tender vías de ferrocarril a lo largo del curso del río para que los espectadores, montados en una suerte de tranvía, pudieran seguir las regatas en su totalidad.
En Oxford, que no deja de ser una especie de burbuja que funciona al margen del resto de las dinámicas del mundo, el remo sigue siendo el deporte rey. El fútbol, el cricket y el rugby son una rareza. Sin embargo, basta con cruzar el Christ Church Meadow y llegar hasta el cauce del Támesis para descubrir la importancia que el remo sigue teniendo en la ciudad.
Allí mismo, después de pasar por los jardines en los que Lewis Carroll hizo que Alicia se perdiera, nos encontramos con el Boathouse Walk. Un paseo a lo largo del río en el que se suceden los almacenes y centros de entrenamientos de los distintos colleges de la universidad. Wadham, St. Edmund, Jesus & Keble, Oriel, Merton & Worcester, Magdalen, Christ Church...
Cada mañana, a eso de las 06:30, el río se convierte en un hervidero. Antes de empezar las clases, ya sea invierno o verano, los estudiantes acuden a entrenar. Abren los hangares de las boathouses, donde se guardan las embarcaciones, y con mimo las depositan sobre las aguas del Támesis.
Es fácil reconocer a un remero. Suelen ser altos y de espaldas anchas, aunque eso no es definitivo. Prácticamente cualquier deportista encaja con esa descripción. Las manos, en concreto las palmas, son las que los delatan. Y es que ya lo dice Sean Bowden, entrenador del equipo de remo de la Universidad de Oxford: “Imagina la peor ampolla que hayas tenido nunca en el pie, pon cuatro en tu mano”. Así son las manos de los remeros.
Foto: BBC
V. Un día de primavera en el Championship Course
La modalidad estrella del remo son los eights. Se trata de embarcaciones de unos 16 metros de longitud con ocho remos de punta que se van alternando entre las dos bandas de la embarcación de tal manera que quedan cuatro a babor y cuatro a estribor. Cada uno de los ocho remeros actúa sobre un único remo y son coordinados por un timonel que se dispone en la popa.
Uno de los mayores retos de esta modalidad, que es la que se utiliza en la Oxford-Cambridge, es convertir a un grupo heterogéneo de nueve individuos en una embarcación que se mueva, respire y reme al mismo tiempo. Cuando esto sucede la sensación es mágica. La embarcación flota sobre el agua. Se desliza con elegancia y naturalidad impulsada por ocho remos que parecen uno. Por ocho espaldas que se doblan y se levantan perfectamente acompasadas por los gritos del timonel. Ocho cuerpos torturados que se hacen uno.
Los entrenamientos para la Oxford-Cambridge duran siete meses. Durante ese tiempo las dos tripulaciones entrenan con el único propósito de vencer a su rival. Así lo recuerda Andrew Triggs Hodge, remero de Oxford en 2005 y Oro Olímpico: “Cuando entras en el equipo de remo de Oxford solo piensas en vencer a Cambridge. (...) Siempre serán el enemigo.”
Siete meses de entrenamiento para una única regata que no dura ni 20 minutos y en la que te enfrentas a un único rival. Esa es otra de las peculiaridades de esta prueba. Las dos tripulaciones se ejercitan con un solo objetivo en mente. No acuden a otras competiciones ni tienen la posibilidad de resarcirse si pierden. Es un todo o nada.
Desde 1856 la regata se celebra de forma anual. A principios de la primavera (en ocasiones coincide con el mítico Grand National) las dos embarcaciones se citan en el Championship Course, un tramo del Támesis a su paso por Londres que queda delimitado por el Putney y el Chiswick Bridge. Esos dos puntos, separados por poco más de cuatro millas (menos de siete kilómetros), marcan el inicio y el final de la Oxford-Cambridge.
El público se agolpa en los márgenes y fugazmente ve como los blues, que es como popularmente se conoce a los participantes, van avanzando por el río. Las dos embarcaciones suelen estar muy juntas, tanto que no es raro que se produzcan ligeros choques entre los remos de uno y otro lado.
Lo primero que se deja atrás es el coqueto Craven Cottage, estadio del Fulham. A continuación se pasa junto a los antiguos almacenes de Harrods, ahora convertidos en apartamentos de lujo, y la terraza de la legendaria Crabtree Tavern. Justo después de pasar bajo el Hammersmith Bridge se produce un giro de 180 grados en el que se suele decidir la regata. La primera embarcación en salir de la curva y ver la fábrica de la cervecera Fuller’s es la que casi con toda seguridad se hará con la victoria.
A lo largo de los años ha habido momentos míticos. El empate de 1877 en unas condiciones climatológicas durísimas, la racha de once victorias consecutivas de Oxford entre 1976 y 1985 o las veloces tripulaciones que Cambridge fue capaz de reunir a finales de los noventa.
En los últimos años se han producido avances importantes. La presión de algunos patrocinadores ha empujado a la organización a unificar la regata masculina y femenina. Desde 2015 dos tripulaciones de mujeres compiten en el Championship Course. Es cierto que la primera edición de la Oxford-Cambridge femenina data de 1927, pero siempre había sido un evento muy diferenciado de la prueba masculina. Antes de 2015 se disputaba en otra fecha y lugar.
Eso no había impedido que algunas mujeres tuvieran un gran protagonismo en la prueba masculina. En 2012, por ejemplo, Zoe de Toledo fue la timonel de la embarcación de Oxford que perdió una de las regatas más controvertidas de los últimos años. La discusión mantenida entre De Toledo y los árbitros en pleno desenlace de la prueba ya es un momento histórico.
En 1941, cuando las bombas alemanas caían sobre Londres y la Oxford-Cambridge había sido suspendida, la prueba ya era toda una institución. De la misma manera que lo era en los años veinte, cuando T.E. Lawrence (más conocido como Lawrence de Arabia), se encerraba en el All Souls College de Oxford para escribir Los Siete Pilares de la Sabiduría. Y también lo era en 1899, cuando Claude Monet fue a Londres para pintar el palacio de Westminster. Y lo sigue siendo ahora, cuando han pasado 192 años desde la primera edición.
Es probable que la mayoría de las tradiciones nacieran para ser destruidas, pero hay unas pocas que lo hicieron para ser cuidadas, respetadas, honradas y llegado el momento modernizadas (con mucho mimo, eso sí). Los encargados de la Oxford-Cambridge lo entendieron, me hubiera gustado que los del Estu hicieran lo mismo.
Foto: TimeOut London
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Recomendaciones
El vídeo de Ilie Oleart y Juan Corellano en el canal de Youtube de La Media Inglesa sobre la amenaza de los futbolistas al videojuego FIFA.
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Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba revisando el texto de Pepe Latorre. Como, por ejemplo, ésta: