Crónica sentimental del 2020 en la MLB, por Pepe Latorre
(Este texto corresponde a la sección de Firma invitada, que contiene textos deportivos escritos por amigos de la newsletter; en este caso, de Pepe Latorre, el excelente escritor de béisbol de la página web Dosunosiete)
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I. Primero se tambaleó la MLB...
Hace aproximadamente un año, aún en 2019, Ken Rosenthal y compañía sacudían los cimientos de la MLB. Los Houston Astros, la franquicia a imitar, la que había conseguido juntar a un equipo perfecto, se había pasado de la raya.
Todos sabemos lo que hicieron. En un mundo en el que la tecnología invade nuestras vidas no supieron o no quisieron ver los límites. Utilizaron cámaras de vídeo para robar las señas que el receptor le hace al lanzador. La liga hizo sus investigaciones y en enero llegaron unos castigos que para muchos no fueron todo lo severos que deberían haber sido.
No nos engañemos, el robo de señas de los Astros es la punta del iceberg. Lo único que ha salido a la luz. Es probable que tanto los Astros como otras franquicias estén haciendo cosas mucho más sonrojantes. Tanto Yankees como Red Sox han sido salpicados por sendos episodios de robo de señas que no se han terminado de clarificar, mientras que los mismos Astros han sido acusados de utilizar determinadas sustancias que aplicadas en los dedos de sus lanzadores ayudarían a generar mayor rotación en sus lanzamientos. Algo que según Trevor Bauer adultera el juego más que los esteroides.
A los que se han rasgado las vestiduras con todo este asunto y parecen empeñados en condenar al lineup de los Astros a cadena perpetua conviene recordarles que trampas y béisbol son un binomio inseparable. Lo que hoy parece un escándalo sin precedentes pasará a la historia como un simple pie de página. Como una anécdota divertida, incluso.
No obstante, todo este asunto resulta interesante porque pone un debate encima de la mesa: ¿se debería limitar el uso de la tecnología? A día de hoy cada lanzamiento, cada swing y cada batazo es filmado con cámaras de última generación, descompuesto en una cantidad inimaginable de parámetros y analizado. Además se puede hacer en tiempo real.
Después de un turno al bate un pelotero puede ir a una sala de vídeo y con ayuda de los expertos del equipo ver que ha hecho mal y que ha hecho bien. La tentación de pasar de hacer algo permitido a decir “oye Kevin, mueve un poco la cámara y déjame ver qué señas estaba marcando el receptor” está ahí. La tecnología es ya una parte del béisbol, simplemente hay que legislar su uso. Prohibir el acceso a vídeos durante un partido parece, visto lo visto, un buen punto de partida.
Foto: Richard Mackson/Reuters
II. ...y luego el mundo
El 13 de enero de 2020, después de unas investigaciones iniciadas tras la publicación del artículo de Rosenthal, la MLB anunciaba que A.J. Hinch y Jeff Luhnow, manager y general manager de los Astros respectivamente, eran suspendidos por un año.
En esas fechas el COVID-19 aún era algo que nos resultaba muy ajeno. Solo afectaba a China y en Occidente, algo escarmentados después de las falsas alarmas que supusieron la gripe aviar y la porcina, le prestábamos atención a otros asuntos... hasta que todo nos estalló en la cara.
El 12 de marzo, e imitando a otras competiciones deportivas, la MLB suspendía los entrenamientos primaverales y el inicio de la competición. Tres cuartas partes de lo mismo sucedía en las Ligas Menores.
La situación de los peloteros de las Menores, ya de por sí muy delicada, tomaba tintes dramáticos. Son muchas las voces que critican el modelo de estudiantes-deportistas de la NCAA, pero esos chicos son unos privilegiados al lado del grueso de jugadores que componen el sistema de granjas de las 30 franquicias de la MLB.
Los becados por las universidades americanas para estudiar allí a cambio de jugar al fútbol americano o al baloncesto tienen la oportunidad de asistir a un centro educativo (en muchos casos de prestigio) cuya matrícula anual se puede ir a más de $50.000 al año.
Los peloteros de las Menores son trabajadores a tiempo parcial (solo cobran en primavera/verano) que en un porcentaje muy elevado deben buscarse trabajos precarios durante el invierno. Historias como la de Randy Dobnak, el pitcher de los Twins que se ha hecho un hueco en la MLB después de trabajar para Über, son una excepción y una feel-good movie para que los medios escriban durante dos días.
Lo normal es que a gente que se pasa cuatro o cinco años malviviendo por las Menores por un sueldo de unos $10.000 al año se le acabe diciendo que no hay sitio para ellos en el Gran Show. En el mejor de los casos encontrarán un hueco en Japón, Corea, las ligas independientes o en la estructura organizativa de alguna franquicia. En el peor, serán tipos de 25 años que han sacrificado la última década de su vida en algo para lo que no sirven. Sí, los programas universitarios de fútbol y baloncesto se forran sin que los chicos vean un solo dólar (al menos en teoría), pero al menos se les da la oportunidad de convertirse en dentistas o abogados.
Muchos de esos peloteros de las Menores se plantaron en la primavera del 2020 sin haber percibido ingresos desde el otoño anterior y en ese marzo fatídico vieron como sus carreras se asomaban al abismo. Aún está por ver qué pasa con ellos en 2021...
Foto: Joe Territo/Rochester Red Wings
III. Con la venia, señoría
A partir de mañana todos los que estén en el complejo se deben ir a casa. Ese el mensaje de texto que recibieron John O’Really, un lanzador en el sistema de los Pirates, y otros muchos. Y a partir de ese momento (y hasta bien entrado el verano) la actualidad del béisbol estuvo marcada por el derecho laboral.
Las conversaciones (o la ausencia de las mismas) entre Rob Manfred, comisionado de la MLB, y Tony Clark, mandamás del sindicato de peloteros, giraron en torno a bajo qué circunstancias se iba a retomar la competición y, sobre todo, a cómo se iban a repartir los dineros.
Las gorras se cambiaron por togas, las estadísticas ofensivas por porcentajes de beneficios, las salas de prensa por salas de Zoom y el Yankees vs Red Sox por el Manfred vs Clark.
No lo sabíamos, pero poco a poco nos estábamos adentrando en la nueva normalidad. Manfred la inauguró con una proposición de los más rocambolesco. El comisionado, sin ningún rubor y convencido de que un tipo timorato y un tanto torpe como Clark no suponía escollo alguno, le dijo a los peloteros que sus salarios en 2020 serían un porcentaje de los reducidos beneficios que se acabarán generando en una temporada acortada por la pandemia.
Lo sorprendente fue que Clark, asesorado por un nuevo abogado negociador, encontró un coraje desconocido y le dijo a la liga que si cuando había superávit los jugadores no cobraban de más, porque debían cobrar menos cuando había pérdidas. No sé qué pensaría Marx si levantara la cabeza, pero esto de un sindicato explicándole a la patronal lo que es el riesgo de la inversión y la plusvalía es francamente perturbador. Será otro rasgo de la nueva normalidad...
Las negociaciones se enquistaron hasta extremos difíciles de imaginar. De hecho, hablar de negociación es un decir. Las posturas entre liga y sindicato estaban tan distanciadas que en abril parecía que no iba a haber temporada. Es entonces cuando el sindicato cerró filas y a través de Clark mandó ese potente mensaje de Where and When.
Que la liga nos diga dónde y cuándo, dijeron los peloteros, y nosotros iremos a jugar. Una jugada maestra que servía para cambiar la narrativa de las negociaciones. Los jugadores de béisbol han sido vistos en varios momentos de la historia como un grupo de millonarios privilegiados que iban a la huelga si no se satisfacían sus peticiones. El Where and When de Clark sirvió para que la opinión pública se pusiera de su lado.
Pero tras ese eslogan se escondía mucho más. Era un ultimátum del sindicato de jugadores en el que iba implícita la amenaza de acusar a la MLB de estar negociando de mala fe. La liga captó el mensaje y lo que parecían posiciones muy separadas se fueron acercando hasta llegar a un acuerdo para disputar una temporada corta y atípica.
Da la sensación de que esas negociaciones fueron una precuela de lo que se nos vendrá encima al final del 2021, momento en que Liga y sindicato tendrán que negociar un nuevo convenio colectivo.
Foto: Getty Images
IV. Una temporada para el recuerdo
Y el 23 de julio empezó la temporada regular. Una extraña, como todo es extraño en este 2020. Una temporada corta, con un calendario que limitaba los enfrentamientos entre equipos según criterios geográficos y con algunas reglas de excepción que hacían que los más puristas se tiraran de los pelos.
Pero el juego lo dejó todo en segundo plano. Es cierto que los estadios estaban vacíos. Gradas fantasmas cubiertas por efigies de cartón que no reclamaban los servicios de los vendedores de perritos calientes y cerveza que tampoco estaban allí. Pero desde el salón de nuestras casas gritamos de emoción al ver las rastas oxigenadas de Fernando Tatís Jr. volar entre las bases. Y nos preguntamos una y otra vez porque los Red Sox dejaron escapar a Mookie Betts y contuvimos la respiración cada vez que Yu Darvish hizo un lanzamiento. Y también lloramos.
Lloramos porque en este 2020 se fueron algunos de los más grandes. Seis miembros del Salón de la Fama y un héroe de culto han fallecido en lo que llevamos de año. Los seis primeros son Lou Brook, Whitney Ford, Bob Gibson, Al Kaline, Joe Morgan y Tom Seaver. Entre los seis acumulan la nada desdeñable cifra de 14 Series Mundiales ganadas. Además todos ellos impactaron al juego de una u otra forma. Ford es uno de los últimos pitchers antiguos, mientras que Seaver y Gibson son los primeros lanzadores modernos. Brook convirtió el robo de base en un arte, Morgan fue uno de los peloteros más completos de la historia y Kaline es simple y llanamente Mr. Tiger.
El héroe de culto es un tipo que nunca debutó en las Mayores y que responde al nombre de Steve Dalkowski. Su brazo era legendario. Se dice que nadie lanzaba tan duro como él, pero la falta de control, y sobre todo, las lesiones acabaron con su carrera. "Nuke" Laloosh, el personaje interpretado por Tim Robbins en Los Búfalos de Durham está remotamente inspirado en Dalkowski.
Un recuerdo para todos ellos.
Poco a poco, y con algún que otro sobresalto, la temporada fue avanzando a través del verano. Hubo momentos en que ni los lanzamientos de efectos imposibles de Devin Williams ni los cuadrangulares de Luke Voit nos evadieron de la realidad.
Los brotes de COVID-19 en Cardinals y Marlins pusieron en jaque la continuidad de la competición. Mientras que la poca presencia de afroamericanos en las plantillas de la MLB cuando el Black Lives Matter estaba en su apogeo nos confirmaba que las diferencias, ya no solo sociales o económicas, sino también culturales existen. Y eso es casi más preocupante.
Los negros no juegan al béisbol. ¿Por qué? Quizás porque el equipamiento es caro. O porque no tengan acceso a las instalaciones. Pero también porque es percibido como un deporte blanco. Y es esa percepción la que supone un problema mayúsculo. El hacer o dejar de hacer algo por los estereotipos de raza perpetúa el propio racismo.
Después de un mes de agosto lleno de emociones nos adentramos en un septiembre un tanto descafeinado en el que José Ramirez, Freddie Freeman y Trevor Bauer fueron lo más sexy. Los playoffs extendidos a 16 equipos que se acordaron para este 2020 hacía que todos los conjuntos competitivos tuvieran su puesto asegurado cuando quedaban varias semanas para el final de la temporada regular.
Fue la calma antes de la tempestad. Un mes de cierto asueto antes de la orgía beisbolera que vivimos en octubre.
Foto: Denis Poroy/Getty Images
V. Un instante en octubre
La serie de comodín que la MLB nos tenía preparada para este año no decepcionó. Ocho enfrentamientos al mejor de tres partidos en los que disfrutamos como gorrinos en el fango. Es cierto que no hubo demasiadas sorpresas y que seis de esos choques se resolvieron por la vía rápida (2-0), pero lo que vivimos ese miércoles 30 de septiembre en el que hubo hasta ocho partidos de playoffs queda resumido a la perfección en una frase del periodista Tim Kurkjian: “el mejor día de mi vida”.
La tensión fue creciendo gradualmente. Dejamos atrás la relativa balsa de aceite que fueron los comodines y nos encontramos con unas Series de Campeonato que nos dejaron un Yankees-Rays para la historia. Un choque lleno de matices e interioridades en el que el ipad y el dogmatismo de Kevin Cash pudieron con el presupuesto más elevado de las Mayores.
También vimos como los Dodgers acababan con el conato de revuelta de los Padres. El equipo cool y sin complejos que a pesar de encajar un 3-0 en el global de la serie dio mucha guerra. Los Astros, por su parte, con Carlos Correa como brazo ejecutor y Dusty Baker como estandarte, consiguieron dejar atrás el sentimiento de culpa y melancolía que les había acompañado durante la temporada regular y por cuarto año consecutivo se plantaron en las Series de Campeonato de la Liga Americana.
Allí les esperaban los Tampa Bay Rays, un ángel vengador empeñado en recordarle al mundo que no todo puede comprarse con dinero. Después de acabar con los todopoderosos Yankees, supieron sufrir para y castigar cada fallo de los Astros, por pequeño que fuera, y de esta manera dejar en el campo al cuarto presupuesto más alto de la MLB.
En la Liga Nacional se enfrentaron dos caballeros de resplandeciente armadura. Braves y Dodgers se plantaron en las Series de Campeonato del Viejo Circuito sin haber perdido un solo choque en los playoffs. El béisbol quiso que la serie se fuera al séptimo partido y en un duelo largo y agónico la profundidad casi infinita de los Dodgers marcó las diferencias.
Dodgers-Rays. Unas Series Mundiales inéditas pero con un denominador común. Andrew Friedman es el responsable de haber convertido a Los Ángeles en una dinastía que se ha llevado su división en cada uno de los últimos ocho años. Es también el responsable de convertir a una franquicia joven como los Rays en una máquina de jugar pelota. Friedman llegó a Tampa en 2003 siendo un don nadie. Los Dodgers le dieron las llaves de la franquicia en 2014 y en 2020 ha acabado con una sequía de títulos que duraba 32 años. Se sigue hablando de Billy Beane y Moneyball, pero hace ya muchos años que Friedman es el general manager a imitar.
Estas Series Mundiales nos han dejado alguna que otra cosa para la historia. La reencarnación de Babe Ruth en Randy Arozarena, la redención de Clayton Kershaw, la certeza de que Mokkie Betts puede ganar partidos de mil maneras diferentes y la sensación de que el dogmatismo que llevó al equipo de Cash a jugar hasta finales de octubre también le alejó del título.
Me quedo, sin embargo, con un instante que ha pasado desapercibido. Un momento que refleja como poco la tensión del choque y que curiosamente no ha sido protagonizado por ninguno de los sospechosos habituales, aunque todos participaron en él.
Estamos en la novena y última entrada del cuarto partido. Los Dodgers ganan 7-6. Le toca batear a Mike Zunino, receptor de los Rays y sobre el papel el peor bate del lineup. El manager decide sustituirle y meter a Tsutsugo como bateador emergente. Michael Pérez, receptor suplente de los Rays se pone alerta.
Pérez no ha tenido muchas oportunidades a lo largo de los playoffs, pero si se produce el milagro y su equipo manda el partido a las entradas extras le van a necesitar. Sinker abajo, Tsutsugo abanica y primer out. Pérez niega levemente con la cabeza. La derrota está un poco más cerca.
Turno para Kevin Kiermaier. Kenley Jansen, el discutido lanzador de los Dodgers, le ataca con otra sinker que el bateador de Tampa convierte en un sencillo. El banquillo de los Rays estalla. Todo son choques, abrazos y gritos. La carrera del empate está en las bases.
Pérez aprieta los dientes y asiente. Un gesto de furia contenida. Mentalmente repasa los lanzadores disponibles en su bullpen e intenta discernir cuál va a ser la elección de su enigmático manager.
A su alrededor todo el mundo está en pie. Willy Adames no para de gritar y de agitar una toalla como un maníaco. Es cierto que un Jansen muy nervioso ha conseguido eliminar a Wendle, pero se respira optimismo. Hay un corredor en base y Randy Arozarena es el siguiente bate. Antes de los playoffs nadie sabía quién diablos era aquel jardinero cubano que llegó procedente de los Cards. Ahora es la estrella del equipo. Jansen le trata como tal. No le da nada que batear y Arozarena acaba arañando una base por bolas que le manda a primera.
Los Rays están a un out de perder el partido. Tienen a dos corredores rapidísimos en primera y segunda base, pero el destino, siempre caprichoso, ha querido que Brett Phillips, un especialista defensivo del que todo el mundo dice que es muy majo porque no se puede decir nada demasiado bueno sobre su juego, esté en el cajón de bateo.
Adames sigue en éxtasis (¿ es que nunca se cansa?), pero la sensación es que Tampa va a perder el partido. Phillips encaja dos strikes rápidamente. Todo parece visto para sentencia. Kenley Jansen va a redimirse y los Dodgers se van a poner 3-1 en el global de la serie.
Silencio y concentración absoluta. Nervios contenidos y puños apretados. Jansen lanza. La cutter no rompe y el swing torpe de Phillips, con más fe que acierto, impacta en la bola.
Lo que sucedió a continuación duró segundos, pero parecieron horas, sobre todo para Michael Pérez. El batazo de Phillips describió un globo hacía esa tierra de nadie que queda entre el infield y los jardines. Chris Taylor con medio ojo en la bola y ojo y medio en un Kiermaier que volaba por las bases se despistó lo suficiente como para que el corredor de los Rays pudiera anotar fácilmente.
El banquillo de Tampa estalló. Adames enloqueció y todo eran gritos y abrazos. Pérez simplemente apretó el puño en señal de triunfo al tiempo que susurraba un “¡vamos, coño!” apenas audible. Sus compañeros se abrazaban y celebraban el empate como locos. Él no tenía tiempo. Se encaminó silencioso y concentrado hacia la esquina del banquillo en la que estaban sus protecciones. Los suyos habían empatado, eso significaba que el juego se iba a las entradas extras y que él iba a estar detrás del plato.
Entonces sucedió lo imposible. Arozarena, viendo el pequeño error de Taylor y sabedor de que sus piernas son veloces como pocas, se arrojó a los brazos de un sprint kamikaze con el que esperaba llegar de primera base al home. Al doblar la tercera almohadilla trastabilló y cayó por los suelos dando vueltas sobre sí mismo.
Pero el caos había sido liberado. Podía pasar cualquier cosa. En la receptoría de los Dodgers, Will Smith dividía su atención entre el lanzamiento de su compañero y el sprint furioso del pelotero de los Rays. Acabó por no ver ninguna de las dos cosas. No vio como Arozarena rodaba por los suelos perdiendo cualquier opción de llegar al home y tampoco vio la pelota, que golpeó mansa en su guante y se alejó rodando al tiempo que Arozarena, tan sorprendido como todos nosotros, se lanzaba con desesperación hacía el plato.
El banquillo de los Rays saltó al campo para abrazar a un Brett Phillips que aún no se creía lo que había pasado. Michael Pérez, aún concentrado, se quedaba solo en el banquillo, ajeno a todo lo que acababa de suceder y sin entender absolutamente nada.
Phillips corría por los jardines con los brazos extendidos y todos sus compañeros detrás en una celebración que parecía sacada del Mundial de fútbol. Arozarena estaba tendido en el suelo, exhausto y dolorido a partes iguales, y aporreando el home una y otra vez para que el mundo viera sin ningún tipo de dudas que había sido safe. Y en la lomita un Kenley Jansen arrodillado y derrotado veía desfilar los fantasmas de todos los juegos que no había sido capaz de cerrar.
Como ya sabrá el lector, los Dodgers ganaron los dos juegos siguientes y se hicieron con las Series Mundiales, pero esa victoria pírrica de los Rays en el cuarto partido quedará para siempre en nuestra memoria. Y si se nos olvida seguro que el servicio de streaming de la MLB, con su cansinos y soporíferos flashbacks, se encarga de recordárnosla...
Foto: Getty Images
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En esta ocasión, y por primera vez en Wolcott Field, la recomendación musical también corre a cargo de Pepe Latorre: