Pitcher de segundo año
I. El sábado 21 de febrero de 2015, el equipo de béisbol de la Universidad de Texas Tech ganaba por 6 carreras a 0 al conjunto de la Univerisdad de Northern Illinois cuando el encuentro llegó a su novena entrada y Tim Tadlock, el entrenador de los Red Raiders, decidió que era el momento perfecto para que debutara en el montículo un pitcher de segundo año, ídolo local (nació y fue al instituto a poco más de una hora y media en coche de dicha universidad) e hijo de un lanzador con más de una docena de temporadas de experiencia en la MLB. Ante la ovación cerrada de todo el público, el joven pitcher, habituado a lanzar pelotas a más de 90 millas por hora, lanzó su primer lanzamiento ante el bateador Carl Russell. Fue una pelota mala (bola), al igual que tres de sus cuatro siguientes lanzamientos, lo que permitió a Russell caminar hasta la primera base. Malique Ziegler, el jardinero central de primer año al que le tocó batear a continuación, también caminó hacia la primera base después de que la pelota del quinto lanzamiento de aquel joven pitcher se estrellara contra su culo con dos bolas, un strike y un foul en el conteo (dos bolas y dos strikes, en total). Acto seguido, llegó el turno de Justin Fletcher, que al igual que sus compañeros logró caminar hacia la primera base tras otros cinco lanzamientos (cuatro bolas y un strike) pese a que acumulaba 0 de 12 (y cuatro strikeouts) en sus cuatro últimas apariciones en el plato. A continuación, el público volvió a ponerse en pie para ovacionar con júbilo y entrega a aquel joven pitcher, que fue sustituido y regresó al banquillo con todas las bases cargadas y después de certificar un ERA (la estadística que mide la media de carreras permitidas por un lanzador en nueve entradas) de 99.00 (el peor posible, el resultado final de su paso por el montículo sería de infinitas carreras permitidas) tras 15 lanzamientos, 10 bolas, tres strikes, un foul, un hit batter y ningún bateador eliminado.
Tras su penosa actuación en esa mañana de sábado en el Rip Griffin Park de la ciudad texana de Lubbock, aquel joven pitcher nunca más volvió a lanzar en un partido universitario de béisbol.
Pero ese joven pitcher se llamaba Patrick Lavon Mahomes II, también era el QB titular del equipo de football de la Universidad de Texas Tech y, en la actualidad, es el MVP de la NFL (podéis profundizar mejor en esta historia en este reportaje de Jayson Jenks en The Athletic).
II. Aquel joven pitcher se convirtió el año pasado en su debut en la NFL en un quarterback de leyenda (la temporada anterior, su temporada de rookie, únicamente había disputado un partido en la última jornada ante los Denver Broncos por descanso del QB titular, Alex Smith, antes del inicio de los playoffs).
En el quarterback de récords.
Por ejemplo, en ser el QB más joven de la historia en lanzar más de 5.000 yardas de pase en una temporada (todas las estadísticas son de la web Pro Football Reference):
Por ejemplo, en ser el tercer QB de la historia (y el más joven) en lanzar 50 pases de touchdown en una única temporada:
Por ejemplo, en ser el QB más joven en superar los 110 puntos de rating en una temporada:
Por ejemplo, en ser el segundo QB de la historia (y el más joven) en acumular 14 partidos consecutivos con al menos dos pases de touchdown:
Por ejemplo, en ser el primer QB de la historia que puede superar la barrera de las 6.000 yardas de pase en un sola temporada según una proyección estadística del pasado viernes 25 de septiembre (la infografía es de la web Five Thirty Eight):
Pero he de ser completamente franco con vosotros: las estadísticas de Mahomes, por muy impresionantes que sean, me dan soberanamente igual. Porque cuando veo jugar a Mahomes irremediablemente pienso en Michael Jordan, en Leo Messi, en Usain Bolt, en Michael Phelps, en Ayrton Senna, en Tiger Woods… ¿Sabéis dónde quiero llegar, verdad?
Pienso en los deportistas más grandes de la historia que he visto en mi vida.
Y los deportistas más grandes de la historia trascienden a cualquier estadística impresa en un papel.
Porque cuando ves en acción a los deportistas más grandes de la historia, con su calidad suprema y sus atributos categóricos, lo que ves se te incrusta en el hipocampo, en el lóbulo temporal intermedio de tu cerebro, y se queda a vivir en tu memoria.
Y ya no puedes olvidarte nunca en tu vida de lo que hacías la primera vez que viste jugar a Michael Jordan al baloncesto o del lugar en el que estabas cuando Ayrton Senna tuvo ese funesto accidente en Imola.
Con una salvedad, en mi caso: por más que lo intento, ahora mismo no consigo recordar lo que hacía y el lugar en el que estaba el día que vi debutar a Mahomes.
Pero lograré acordarme.
Seguro.
Porque Mahomes (y sus pases imposibles) ya se ha quedado a vivir en mi memoria.
III. Me temo que a Mahomes no le pasará nunca por su cabeza, pero yo llevo bastantes días pensando en el fracaso a raíz de la entrevista de Borja Hermoso a Woody Allen en El País Semanal del pasado domingo. Supongo que es por esto que contestó el director neoyorquino:
“En Estados Unidos no hay tolerancia frente al fracaso”, dijo.
No puede llevar más razón con sus palabras.
De hecho, es algo que me asustó en nuestra vida allí: hay niños a los que se les tacha de fracasados sin que se sepa muy bien la razón desde la escuela elemental y ya están destinados a terminar en su vida adulta sin oficio ni beneficio y bailando en conciertos de festivales punk al lado de mí (sí, supongo que en Estados Unidos yo habría sido uno de esos niños considerado fracasado desde la escuela elemental).
Pero, en verdad, ¿qué es el fracaso?
¿Se puede considerar que Joe Maddon ha fracasado después de ser despedido como manager de los Chicago Cubs por no clasificar a su equipo para la postemporada y por no conseguir que su plantilla alcanzara el nivel que se esperaba tras haber logrado ganar las World Series en 2016 y meter a los Cubbies en los playoffs en cuatro de sus cinco campañas en el cargo?
Yo defiendo enérgicamente que no.
Para mí, Joe Maddon será una leyenda eterna, uno de mis entrenadores favoritos de cualquier momento y deporte.
A veces, llamamos fracaso a algo indefinido que no es más que el lógico paso del tiempo.
IV. Semana tras semana, recibo muchas alabanzas por la calidad de los textos que aparecen en Wolcott Field. Os lo agradezco muchísimo, más de lo que sois capaces de imaginar, pero, en realidad, la práctica totalidad de los textos que he escrito en este newsletter son un fracaso rotundo, innegable y absoluto.
Sin ir más lejos, What is new with Donald Trump?, el texto que escribí la semana pasada, está repleto de objetivos insatisfechos, de ideas no alcanzadas, de lugares comunes y de asociaciones de conceptos ininteligibles, y apenas tiene un par de párrafos al comienzo del tercer punto con los que puedo sentirme ligeramente orgulloso (o, siendo sincero, completamente orgulloso).
Es lo habitual, lo normal.
Mahomes, yo mismo, nosotros, todos, siempre seguimos la estela de alguien.
Y la mayoría de las veces, incluso, esa estela ni siquiera es la estela de alguien, sino que no es más que la sombra que proyecta nuestra propia estela.
Me imagino que eso, poder alcanzar algún día la sombra que proyecta mi propia estela como un vulgar y crecido Peter Pan, es lo que todavía me hace querer seguir escribiendo.
Al contrario que los estadounidenses, yo siempre tuve mucha tolerancia al fracaso.
Y también al paso del tiempo.
Y, sobre todo, me gusta mucho ir a festivales de música punk con mi mujer y que la gente baile a nuestro alrededor.
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