Yelich vs Bellinger
I. Mi vida se podría resumir en el tiempo que he gastado a lo largo de casi tres décadas rellenando trozos de papel arrancados, páginas en cuadernos de anillas, folios, libretas Moleskine y notas adhesivas en el móvil o en el ordenador con ideas que me vienen a la cabeza mientras me estoy duchando y que luego quiero desarrollar mediante la escritura. Esa tampoco sería mala definición para este espacio. Wolcott Field más o menos surge así. Me asalta un pensamiento aleatorio e improvisado de repente, me precipito a toda prisa a apuntar una clave para luego poder profundizar en ella en el texto y días después, cuando recupero esa idea apuntada y empiezo a trabajar sobre ella, no recuerdo lo que quería contar y termino escribiendo un texto inconexo y enmarañado que en poco se parece a su punto de partida.
De tal modo, la idea “AB” en una nota adhesiva acaba convirtiéndose en Entregar las armas, la anotación “Luck” se traduce en Profesor de historia y “USA Mundial” termina siendo Laettner. Esos textos son posiblemente algunos de los que en su resultado final más se parecen a su concepto original (sólo superados por Hugo, cuya idea era “Tim Duncan”, y Qué es Wolcott Field, cuya idea era, obviamente, “Qué es Wolcott Field”), pero, como digo, no es lo habitual. Obsesión y su paseo por Firenze y Killarney, por ejemplo, partió de la idea “Inicio NFL”, mientras que “Mundial Femenino” resultó ser En Indiana, "Futuro béisbol” se convirtió en Area 51, “Audiencias TV” pasó a formar un texto sobre un bar neoyorquino que se llamaba Grano de cebada, “NWSL” versó sobre la expresión Flying solo y “Calendario NFL” fue un viaje transoceánico entre la tradición y la modernidad a un peñón plagado de Monos.
Otros textos, en cambio, ni siquiera tienen un idea original: 11 millas nació de un folio en blanco única y exclusivamente debido a mi conocida querencia a perder el tiempo vagando por Internet.
Y, sin embargo, nunca hasta la fecha me había sucedido lo que me ha ocurrido esta vez: hace unos días apunté la idea “Yelich vs Bellinger” para luego poder escribir sobre ella.
Hasta aquí, todo normal.
Son dos de los mejores jugadores de la MLB.
Es una idea de partida bastante razonable sobre la que profundizar en un newsletter con suscripción de deporte.
Si no fuera porque acto seguido a que yo la apuntara en un papel se lesionó Yelich en la rodilla y se perderá lo que resta de temporada.
A ver cómo les explico yo ahora a los fans de los Milwaukee Brewers que su mejor jugador se ha lesionado por culpa de una idea que tuve yo mientras me duchaba al otro lado del oceáno Atlántico.
II. El pasado viernes, en plena remontada de España ante Australia en las semifinales del Mundial de baloncesto, miré por la ventana hacia la calle y me encontré a tres vacas metiendo sus hocicos entre los barrotes de la puerta del patio (lo digo literalmente, no es una metáfora sobre hombres o mujeres con sobrepeso y cotillas, que nos conocemos). A continuación, empezaron a aparecer vacas y más vacas, más de una veintena de ellas caminando con paso lento por ese callejón hasta que las perdí de vista.
Hay veces que las circunstancias hacen imposible que olvides determinados momentos de tu vida.
Por su azar (hace muchos años tuve un blog en el que cada vez que escribía esa palabra la acompañaba del hashtag #InPaulAusterIBelieve; me parece divertido, quizá lo retome en este newsletter), el del viernes fue uno de esos momentos, pero tengo muchos más, lo que me sirve perfectamente de excusa (tampoco es que lo necesite mucho) para contaros que lo que más echo de menos de mi vida en Chicago (y os aseguro que echo de menos muchísimas cosas de mi vida en Chicago) es ir a ver partidos de béisbol con mi mujer a Wrigley Field. Ponerme mi camisa y mi gorra y que ella se ponga su camiseta. Bajar andando por North Ashland Ave y que me pregunte contra quién jugamos hoy. Llegar a West Addison Street y sumarnos a la fila ruidosa de personas que se dirige al Gallagher Way. El ambiente de los bares de alrededor y los puestos con camisetas con frases cómicas con la cara de Bill Murray. Su icónico marquee de color rojo y estilo art deco dándome la bienvenida. Los porteros gastándome bromas cuando les enseño las entradas. Los gritos de los vendedores de cerveza y el olor de los perritos y de los nachos metidos en plásticos que simulan ser cascos de bateadores. La enredadera y el marcador en el que los resultados se cambian a mano. La música del organista y cantar el Take me out to the ball game cuando llega la mitad de la entrada séptima. Los niños con sus padres saliéndose en mitad del partido para tumbarse en la hierba y verlo en la pantalla gigante de fuera. Los cazadores de pelotas que se ponen en West Waveland Ave, North Kenmore Ave y las calles de alrededor para atrapar las bolas que se marchan fuera del estadio. Las personas viendo el partido desde los rooftops de las casas adyacentes. El lago Michigan que se intuye al fondo tras los rascacielos desde mi asiento en la tercera base. Javy Báez, Kris Bryant o Anthony Rizzo lanzando la pelota a más de 400 pies de distancia y mi mujer bailando en la grada el baile del home run. Cantar “Hey, Chicago, what do you say? The Cubs are gonna win today” y no parar de cantarlo hasta que un metro elevado nos deja ya casi en nuestro apartamento.
Sí, es verdad, no puedo negarlo: hay veces que las circunstancias hacen imposible que olvides determinados momentos de tu vida.
III. Leo a dios en The Athletic (ya os avisé: a Joe Posnanski en este espacio se le va a llamar siempre así) y el primer pensamiento que asalta mi cabeza es cómo me puede emocionar tantísimo una competición que tiene alrededor de 367.814 partidos de liga regular (en realidad, son exactamente 162, pero se entiende lo que quiero decir).
Supongo que es porque después de esos miles de partidos la clasificación de la Liga Americana para entrar a la postemporada está así:
Y porque la clasificación de la Liga Nacional para entrar a la postemporada está así:
Y, sobre todo, porque la clasificación de la Liga Nacional Central para entrar a la postemporada está así:
O, tal vez, no.
En realidad, es probable que la condición de igualdad en la clasificación que tiene una competición en sí misma no sea la que aumenta nuestra capacidad de emocionarnos.
Porque lo que aumenta nuestra capacidad de emocionarnos suele ser los nombres que aparecen en esa clasificación igualada.
El sufrimiento indescriptible y agotador de ver a tu equipo metido en esa lucha clasificatoria.
IV. Lo veis, al final me disperso y no termino escribiendo prácticamente nunca en Wolcott Field ningún texto que sea fiel a su idea original.
Es algo que tengo que solucionar.
Voy a intentarlo.
Estas son las estadísticas de Yelich esta temporada (según Baseball Reference):
Y estas son las estadísticas de Bellinger esta temporada (también según Baseball Reference):
¿Quién es el mejor de los dos y, por lo tanto, el que merece alzarse con el trofeo a MVP de la Liga Nacional de la MLB?
Mi respuesta: no tengo ni la menor idea de ello ni quiero tenerla.
Y, siendo todavía más sincero, frankly, my dear, I don’t give a damm.*
Porque los días iniciales de nuestra vida en Chicago los pasamos en un hotel en Rogers Park, el barrio más al norte de la ciudad, y el día que supe que iba a bajar en la línea roja del metro por primera vez al centro y que iba a conocer Wrigley me pasé todo aquel trayecto, con todas y cada una de sus paradas, de pie, mirando continuamente por la ventana, deseando que apareciera ante mis ojos, impactado, espídico, ansioso, irremediablemente nervioso (en este caso, como un niño pequeño sería un símil demasiado fácil e, incluso, se quedaría corto) por llegar al fin a ese lugar, al templo en el que habían bateado tantos jugadores que vestían los colores de ese equipo al que yo había animado nadie sabe muy bien por qué durante años desde mi casa a tropecientos kilómetros y un océano de distancia.
Y, después de eso, durante un tiempo de mi vida estar sentado en las gradas de ese estadio, estar allí, en ese templo, se convirtió en algo absolutamente normal.
Se convirtió, en definitiva, en una de esas veces que las circunstancias hacen imposible que quieras olvidar determinados momentos de tu vida.
Por lo tanto, me vais a perdonar.
Lo siento.
Ya sé que no tengo remedio.
¿Pero quién narices va a querer escribir textos que se parezcan a su idea original cuando los GLORIOSOS CUBBIES se están jugando cada día de este mes entrar un año más a la postemporada y los Saint Louis Cardinals y los Milwaukee Brewers no pierden ningún puñetero partido de los que disputan?
*Por si alguien no ha pillado la referencia: se trata de la frase con la que se despide Rhett Butler/Clark Gable de Scarlett O’Hara/Vivien Leigh en la película Gone with the wind y que en los países hispanohablantes se tradujo como “Francamente, querida, me importa un bledo”.
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