(Este texto corresponde a la sección de Tesis, que incluye textos razonados que responden a una pregunta como punto de partida para emitir una conclusión argumentada)
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Punto de partida
El pasado 10 de agosto, la Big Ten, una de las cinco conferencias más importantes de la División I del football universitario de Estados Unidos, anunció su decisión de posponer las competiciones de otoño de la temporada 2020 debido a la pandemia mundial originada por la COVID-19. Un día después, la Pac-12, otra de las cinco conferencias más importantes de la División I del football universitario de Estados Unidos, anunció también su decisión de posponer todas sus competiciones como mínimo hasta el día 1 de enero de 2021. Por el contrario, la SEC, la ACC y la Big 12, las otras tres conferencias más importantes de la División I del football universitario de Estados Unidos, han mantenido el inicio de sus competiciones, que han empezado o empiezan a lo largo de este mes de septiembre.
Mientras, Donald Trump, presidente estadounidense, llamó el pasado 1 de septiembre a Kevin Warren, comisionado de la conferencia Big Ten, para intentar adelantar lo antes posible el comienzo de dicha competición. De esa llamada y de ese objetivo de Trump procede, precisamente, la pregunta que se corresponde con el punto de partida de este texto: ¿quiere realmente el presidente Donald Trump adelantar el inicio de la temporada en la Big 10?
Foto: ESPN
La posición de la Big Ten
Con once votos a favor y tres votos en contra (los de las universidades de Nebraska, Iowa y Ohio State), la Big Ten decidió el pasado mes de agosto el aplazamiento de todas las competiciones deportivas que tenían que haberse disputado en su conferencia durante el trimestre de otoño. Kevin Warren, su comisionado, explicó que dicho aplazamiento se debía a que había “demasiada incertidumbre médica y demasiados riesgos desconocidos para la salud”. Entre las grandes preocupaciones de la Big Ten sobresale la relación producida entre la COVID-19 y la miocarditis, la inflamación del músculo cardíaco causada normalmente por infecciones virales y que puede dañar el corazón o, incluso, producir paros cardíacos repentinos, especialmente durante la realización de exigentes ejercicios físicos.
Hasta el momento, los escasos estudios realizados demuestran una frecuencia más alta de miocarditis causadas por este coronavirus en relación con otros virus anteriores. En concreto, son varios los doctores de universidades pertenecientes a la conferencia Big Ten que se han manifestado al respecto de los peligros potenciales que puede tener la miocarditis para los deportistas universitarios. Por un lado, en una reunión entre universidades, el Dr. Wayne Sebastianelli, el director de Medicina Atlética de la Universidad de Penn State, situó entre el 30% y el 35% el número de jugadores de la Big Ten que habían dado positivo en COVID-19 y también presentaban síntomas de miocarditis, si bien el Departamento de Salud de dicha universidad aseguró días después que ese mismo número estaba por debajo del 15%. Un número, 15%, que, por otro lado, es exactamente el mismo número que el proporcionado por el Dr. Curt Daniels, director de Cardiología Deportiva de la Universidad de Ohio State, en el estudio que ha realizado en los últimos meses con deportistas de dicha universidad.
Por su parte, la Pac-12, una conferencia históricamente hermanada con la Big Ten, también fue rotunda en relación a la incidencia del coronavirus en la actividad deportiva en el comunicado de doce páginas que emitió hace unas semanas de un comité compuesto por dos docenas de médicos especialistas en enfermedades infecciosas, cardiólogos y expertos en salud pública. Según dicho documento, la práctica deportiva en las universidades no era segura como mínimo hasta el año 2021 debido a las altas tasas de infección que todavía existían, las incertidumbres alrededor de la miocarditis y otras posibles secuelas de la COVID-19, y la inexactitud de muchas de las pruebas de coronavirus realizadas hasta esa fecha.
La posición general de la Big Ten no ha variado desde que anunciara en el pasado mes de agosto el aplazamiento de las competiciones deportivas de otoño, ya que dicha conferencia entiende que no se puede jugar hasta que se sepa completamente la incidencia que la miocarditis y otras secuelas puedan tener en los deportistas universitarios a medio y largo plazo, así como exista, además, un protocolo de pruebas de la COVID-19 igual, accesible y viable para todos los campus universitarios que conforman la Big 10. No en vano, desde que anunció su aplazamiento, la Big 10 se ha mostrado coherente y firme con su decisión, incluso con la peligrosa amenaza que se cierne sobre ella de la posible pérdida de billones de dólares en derechos televisivos y venta de entradas. Supongo que esa amenaza por sí sola ya es motivo suficiente para que los escépticos se crean que la única razón que mueve a la Big Ten (y a la Pac-12) para aplazar su temporada otoñal es la inquietud e incertidumbre que presenta la pandemia de la COVID-19 en la salud de los deportistas universitarios y del público que podría acudir a los encuentros.
Asimismo, la propia Big Ten ha reconocido que la llamada de Donald Trump no ha tenido ningún efecto en una u otra dirección: “Nada ha cambiado. Nada. Tenemos que tener todas las cuestiones médicas respondidas antes de que incluso podamos presentar de vuelta un plan a los presidentes de las universidades para que lo aprueben”, le dijo hace unos días a ESPN una fuente de la citada conferencia.
Por ello, la Big Ten mantiene, al menos oficialmente, su idea de intentar reanudar la temporada en el próximo mes de enero o, como muy pronto, en este mes de noviembre, alrededor del fin de semana posterior al Día de Acción de Gracias, en el mejor de los casos posibles y siempre y cuando fueran resueltas todas sus reclamaciones sanitarias, si bien, a este último respecto, la propia Big Ten podría votar esta misma semana incluso reiniciar la temporada a mediados del próximo mes de octubre después de que su Subcomité Médico presentara el pasado domingo un nuevo plan que cubre la realización de pruebas diarias de COVID-19 en todas las universidades y amplía la información sobre la incidencia de la miocarditis y de otras posibles secuelas en deportistas que han superado ya el coronavirus (también ayuda a ese posible adelanto en la Big 10 que la Pac-12 anunciara el pasado 3 de septiembre un acuerdo con Quidel Corporation, un laboratorio privado de análisis, para el suministro de test rápidos de COVID-19 para sus deportistas, aunque la Pac-12 todavía mantiene sus posibles fechas de regreso en el mes de enero o, en el mejor de los casos, a mediados del mes de noviembre, ya que, entre otros factores, depende de que estados como California u Oregon aprueben de nuevo la realización de eventos deportivos o, como ha sucedido con otros equipos profesionales de otros deportes, le concedan a las universidades de esta conferencia un permiso especial para la celebración de partidos en sus instalaciones).
Foto: Reuters/The Washington Post
La intención de Donald Trump
La intención de Donald Trump con su llamada el pasado 1 de septiembre a Kevin Warren, comisionado de la Big Ten, es la misma que tuvo cuando visitó el Bryant-Denny Stadium en aquel partido entre Alabama y LSU en noviembre de 2019 o se paseó junto a Melania Trump, su mujer, por el terreno de juego del Superdome de New Orleans antes de la final nacional universitaria entre Clemson y la propia LSU en enero de este año: politizar el football universitario en un país ampliamente polarizado para sacar rédito electoral de cara a su posible reelección en las elecciones del próximo mes de noviembre. “Es una gran conferencia, equipos tremendos. Estamos presionando mucho… Creo que quieren jugar, los aficionados quieren verlo y los jugadores tienen mucho en juego, incluso posiblemente jugar en la NFL. Hay muchos grandes jugadores en esa conferencia”, les dijo el presidente estadounidense a los periodistas en la Base de la Fuerza Aérea Andrews, en Maryland, después de hablar con el citado Warren, pero hay un gesto que delata que su interés es electoralista, no deportivo: a día de hoy, la Pac-12, la otra de las grandes conferencias estadounidenses que ha decidido no jugar este otoño, no ha recibido ninguna llamada desde la Casa Blanca (ni, de hecho, que se sepa, ninguna de las otras 26, aparte de las citadas Big Ten y Pac-12, de las 34 conferencias de la División I de la NCAA que han decidido aplazar o suspender su temporada).
La explicación se entiende fácilmente: la Pac-12, la costa Oeste, es demócrata, mientras que la Big Ten, el Medio Oeste, está en el limbo.
Estoy seguro de que lo veréis mejor con unos datos.
Por un lado, en las Elecciones Presidenciales del año 2016, Hillary Clinton venció con claridad en California (con más de 30 puntos de porcentaje de diferencia), Washington (16 puntos), Oregon (11 puntos) y Colorado, los estados que alojan a nueve de las doce universidades de la Pac-12 (las otras tres están en Arizona y Utah, estados históricamente republicanos en los que Trump ganó con claridad, especialmente en Utah).
Por otro lado, la Big Ten cuenta con cuatro universidades de Michigan, Pennsylvania y Wisconsin, tres estados en los que, según las encuestas, Trump necesitará volver a ganar en noviembre si quiere repetir mandato.
Y la carrera por la victoria en esos tres estados parece, al igual que hace cuatro años, tremendamente igualada.
No en vano, en las Elecciones Presidenciales del año 2016, Michigan, Pennsylvania y Wisconsin fueron, junto con New Hampshire, los estados con los resultados finales más apretados. En todos ellos, Donald Trump se adjudicó el triunfo por menos de un punto de porcentaje de diferencia sobre Hillary Clinton: por sólo 0.23% en Michigan, por 0.72% en Pennsylvania y por 0.77% en Wisconsin. A ellos, también se les puede unir el estado de Minnesota, donde Clinton ganó por apenas un 1.52% de diferencia.
A priori, es el Medio Oeste, la zona de influencia de la Big Ten, el que decidirá una vez más las elecciones presidenciales de Estados Unidos y el margen de victoria entre Trump y Joe Biden es tan escaso que el candidato republicano, con su eficaz discurso tuitero, no ha dudado en politizar de nuevo el deporte para intentar luchar contra la historia: a pesar de los resultados del año 2016, Michigan, Pennsylvania y Wisconsin tienden hacia el voto demócrata desde los años noventa. De hecho, desde 1992 al 2012, en las seis elecciones presidenciales celebradas en ese intervalo de tiempo, en Michigan, Pennsylvania y Wisconsin ganaron siempre los candidatos demócratas. Con anterioridad al año 2016 y la variación de voto hacia su derecha que se produjo en la clase media trabajadora depauperada del cinturón industrial estadounidense, fue en las elecciones de 1984, aquellas en las que Ronald Reagan arrasó a Walter Mondale (que solamente ganó en su estado, Minnesota), cuando se produjo por última vez una votación presidencial en la que Michigan, Pennsylvania y Wisconsin fueron para el candidato republicano. Cuatro años después, en 1988, Pennsylvania y Michigan continuaron siendo republicanas, pero Wisconsin ya pasó a ser demócrata.
Asimismo, tampoco conviene menospreciar el componente racial en la intención de Donald Trump con esa llamada del pasado 1 de septiembre. Kevin Warren, el comisionado de la Big Ten, es afroamericano. Mientras, dicha conferencia contiene, como he dicho antes, universidades de Minnesota y Wisconsin, los dos estados en los que se han producido el asesinato de George Floyd después de que un agente de policía se arrodillara sobre su cuello y el disparo de siete tiros por la espalda que recibió Jacob Blake a cargo de otro agente de policía, dos de los eventos principales de las protestas raciales en Estados Unidos.
Conclusión
En conclusión, ¿quiere realmente Donald Trump adelantar el inicio de la temporada en la Big 10?
Mi respuesta es que NO.
Con total convencimiento, tengo que reconocer que no creo que Donald Trump quiera adelantar realmente el inicio de la temporada en la Big 10 (de hecho, después de asegurar en su cuenta de Twitter que la vuelta de la Big Ten se encontraba tras su conversación con Warren “a una yarda de la línea de gol” y dedicarle en los días siguientes algún que otro tuit, este tema ha pasado a desaparecer desde hace algo más de una semana de su calculada agenda mediática). Lo que él verdaderamente quiere, como siempre, es ganar la discusión pública, generar otra guerra polarizada, crear nuevos enemigos, sumar más frentistas a su barricada. Y, pase lo que pase finalmente, sí que os puedo decir ya que en eso Trump ha sido de nuevo el ganador absoluto. Porque, ya lo sabéis de sobra, en eso Donald Trump es el puto amo.
De hecho, con esa llamada a Warren, con su promesa de que pueden contar con los 150 millones de test rápidos de COVID-19 que su administración ha comprado para lo que queda de año 2020 y de que les facilitará equipamiento médico para pruebas cardiológicas, Trump lo que ha querido es volver a convertirse una vez más en el ganador indiscutible de la narrativa política: si la Big Ten se reanuda con anterioridad a la fecha prevista el mérito, de cara a los votantes indecisos de Michigan, Minnesota, Pennsylvania o Wisconsin, será única y exclusivamente suyo, pero si la Big Ten decide no adelantar la fecha prevista él ya podrá decirles en su cuenta de Twitter a esos votantes indecisos de Michigan, Minnesota, Pennsylvania o Wisconsin que la culpa es de los dirigentes universitarios.
Porque, por mucho que al igual que hace cuatro años Trump vaya por el momento por detrás en las encuestas, el presidente estadounidense, recordadlo, al menos públicamente, nunca pierde.
Y menos si le puede decir a todo el mundo que gracias a él este año una vez más, como marca la tradición más reciente, Ohio State ha vuelto a ganar a Michigan en The Game.
Foto: USA Today
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En este texto he utilizado referencias de ESPN, The Athletic, The New York Times y USA Today.
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Recomendaciones
El reportaje de Rodrigo G. Fáez en su canal de Youtube sobre su experiencia en Lisboa durante la fase final de la Champions League.
El artículo de Michael Lee en The Athletic sobre la excelente campaña que han hecho los Toronto Raptors en su defensa del título de la NBA conseguido el año pasado (€ y en inglés).
Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta:
Pues lo veo igual... Y ya se suma el punto. Podemos decir lo que queramos sobre el personaje, pero en estos círculos se mueve como pez en el agua