(Este texto corresponde a la sección de Historias, que entremezcla efemérides, curiosidades, leyendas, hechos, sucesos, partidos y deportistas a lo largo de una narración)
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I. Desde 1903 a 1965, el Hotel Kanawha fue, con permiso del The Daniel Boone Hotel, que abrió sus puertas en 1929 a apenas unos cuantos metros de distancia y que todavía continúa activo, el principal establecimiento hotelero de Charleston, la capital del estado de West Virginia. Su situación era inmejorable, en pleno centro de la ciudad, en la confluencia de las calles Summers y Virginia, muy cerca del río que le dio nombre. El 1 de agosto de 1923, por ejemplo, Angus MacDonald, B.W. Peyton, Prentice Ashton y J.B. Crowley pagaron la importante cifra para la época de 525.000 dólares para convertirse en los dueños del Hotel Kanawha. La inversión, insisto, merecía la pena: el Hotel Kanawha alojó en sus más de seis décadas de historia a numerosos mandatarios, incluidos los presidentes estadounidenses Roosevelt y Herbert Hoover e, incluso, John Fitgerald Kennedy eligió ese hotel como su cuartel general en ese estado durante la campaña de las primarias demócratas de 1960, el año en el que se convirtió en el segundo presidente más joven de la historia de su país. Cinco años después, en 1965, el Hotel Kanawha fue renovado y pasó a ser un edificio de oficinas para Job Corps, el programa del Departamento de Trabajo de los Estados Unidos que ofrece educación y preparación para jóvenes desfavorecidos de entre 16 a 24 años y que, precisamente, fue establecido en primer lugar por las administraciones de Kennedy y, tras su asesinato en Dallas, de Lyndon Johnson, su sucesor en el cargo. 32 años más tarde, en 1997, las oficinas de Job Corps se trasladaron a otro edificio y Brooks McCabe y Rudy Henley, dos promotores inmobiliarios locales, anunciaron su idea de renovar una vez más el antiguo Hotel Kanawha para convertirlo en un hotel de lujo. El presupuesto de la obra era de 20 millones de dólares y requería de la demolición de la histórica arcada del edificio, construida alrededor de 1895, además de trasladar la entrada principal de la calle Summers a la calle Virginia. La fecha de apertura se fijó en el año 2000.
Una vez presentado el proyecto, McCabe y Henley intentaron incluir al Hotel Kanawha en el Registro Nacional de Lugares Históricos para poder solicitar créditos fiscales para la preservación histórica. Acto seguido, la arcada fue demolida en el mes de septiembre de 1998. Se decidió salvaguardar algunas de las cimbras de hierro que en el pasado contuvieron un tragaluz de vidrio, así como algunas de las columnas de hierro fundido ornamentadas, para poderlas utilizar en la nueva construcción. Poco después, en mayo de 1999, McCabe y Henley solicitaron al Ayuntamiento un préstamo de 7.7 millones de dólares que, según ellos, era esencial para el proyecto. Más tarde, el 9 de julio, ambos promotores recibieron 6.6 millones de dólares en préstamos federales del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano. Finalmente, el 9 de noviembre del año 2000, McCabe y Henley contaron con la aprobación final del Ayuntamiento de Charleston para poder comenzar la renovación del Hotel Kanawha. Para entonces, el coste del proyecto había aumentado a 30 millones de dólares.
Sin embargo, la reforma millonaria del viejo Hotel Kanawha nunca llegó a concretarse: según McCabe y Henley, la falta de inversores y la complicada economía que siguió a los ataques terroristas del 11-S acabaron con el proyecto. El Hotel Kanawha fue vendido a Midwinter Investment Group LLC, que ideó una propuesta para un edificio de oficinas (fue inaugurado en julio de 2004) que requería la completa demolición del antiguo hotel.
Al final, la demolición del Hotel Kanawha fue aprobada el 16 de abril de 2003 y comenzó en mayo, justo 100 años después de su inauguración.
Entre sus escombros, se encontró amianto, asbesto y plomo tóxico.
Más tarde, se descubrió que dichos escombros estaban siendo arrojados ilegalmente en diversos sitios, entre ellos en el final de Newhouse Branch, al norte de Charleston, y en el río Pocatalico, junto al campamento Virgil Tate, en Sissonville.
Fue, sin duda, un epílogo deshonroso para un hotel histórico que en su pasado, en el año 1959, ya había protagonizado otro episodio vergonzoso, execrable, deleznable.
Foto: nba.com
II. Jerry West, el exjugador de los Lakers nacido en West Virginia que se convirtió en el logo de la NBA, definió una vez a su excompañero Elgin Baylor como “el tipo de persona que cuando no está cerca, sabes que no está”, pero, como sucede siempre con cualquiera de nosotros, es sumamente complicado poder definir a una persona sin reparar en nuestras contradicciones. Baylor, por ejemplo, sobre la cancha, de cara al público, era elegante, magnético, sin casi palabras o emociones. Sin embargo, por el contrario, como bien le definió Jerry West, en la esfera privada, Baylor era un fanfarrón, un sabelotodo, una autoridad referencial, un encantador, un líder amado por todos, un hombre orgulloso cuyo máximo objetivo era conservar su dignidad y conseguir que se respetase la de los demás.
A lo largo de su trayectoria, hay muchas anécdotas que demuestran su liderazgo, pero hay que retroceder hasta el 16 de enero de 1959, cuando todavía era un recién llegado a la NBA, un tímido y silencioso novato de los Minneapolis Lakers, para entender la inabarcable magnitud de su personalidad, la necesidad acuciante de sus dignas reivindicaciones.
Sucedió, obvio, en Charleston, en el vestíbulo del extinto Hotel Kanawha, antes de un encuentro oficial entre los Lakers y los Cincinnati Royals. Ese día, un recepcionista miró a Elgin Baylor, Boo Ellis y Ed Fleming, los tres afroamericanos del equipo de Minneapolis, y acto seguido dijo: “Los tres chicos de color tendrán que irse a otro lugar. Este es un hotel agradable y respetable. No podemos aceptar a los chicos de color”. Al escucharlo, Baylor decidió que no jugaría ese partido contra los Royals. Hot Rod Hundley, su compañero de equipo que había nacido en Charleston y que intentó convencerle para que cambiara su opinión, pronto entendió su decisión y le apoyó: “Rod, soy un ser humano. No soy un animal encerrado en una jaula al que le dejan salir para el espectáculo. No me tratarán como a un animal”, mantuvo Baylor.
Los Lakers, que terminarían llegando esa temporada a la final de la competición (les ganaron los Celtics, como casi siempre), perdieron ese partido por 95 a 92 delante de 2.356 espectadores.
Baylor, orgullo y principios, no jugó.
Como tampoco había podido jugar al baloncesto hasta que cumplió 14 años de edad porque los afroamericanos tenían prohibido jugar en los parques infantiles de Washington D.C., su ciudad natal.
Como a punto estuvo de no jugar apenas unos meses antes, en noviembre de 1958, cuando él, Bill Russell y otros cinco jugadores afroamericanos de los Lakers y de los Celtics fueron obligados a abandonar otro hotel, esta vez en el centro de Charlotte (North Carolina). “No soy un perro, si esto vuelve a suceder, no jugaré”, prometió aquel día Baylor.
Y unos meses después, en Charleston, cumplió su promesa.
Porque, como dijo el propio Baylor apenas unos años después, “cuando eres un negro con la suerte de estar en mi posición, la manera en la que te muestras es importante para todos los negros”. Y añadió: “Creo que todos los días sirvo demostrando que puedo comportarme tan bien como cualquier otra persona”.
Foto: Getty Images
III. Creo que a estas alturas de la humanidad nadie debe tener muchas ganas de discutir que la mayor dinastía de la historia del siglo XX en las grandes ligas estadounidenses fue la que instauró aquellos Boston Celtics que sumaron once entorchados de la NBA en trece temporadas, entre 1957 y 1969, pero, por si acaso, aportaré un dato más en su defensa: en esos años, de los catorce partidos que los Celtics disputaron con la situación de vencer o quedar eliminados, el conjunto de Boston ganó… los catorce.
Gran mérito de ello lo tuvo Bill Russell, aquel jugador afroamericano que también estaba en el hotel de Charlotte con Elgin Baylor y otros cinco de sus compañeros de los Lakers y de los Celtics cuando fueron expulsados por ser negros y que dentro de la cancha (y muchas veces, todavía a día de hoy, también fuera de ella) cambió totalmente y para siempre la forma de jugar al baloncesto.
Una estrella extraña con inquietudes sociales, con una voz propia, que no dudó nunca en hablar en público en contra de todas las cosas que le molestaran, fueran las que fueran.
Supongo que, en primer lugar, por herencia genética. No en vano, su abuelo Jake, que perteneció a la primera generación de su familia en nacer libre en Estados Unidos, fue perseguido por el Ku Kux Klan porque, aunque no sabía leer ni escribir, lideró una campaña para recaudar dinero entre los afroamericanos pobres de West Monroe (Lousiana) para construir una escuela y poder pagar a un maestro que educara a sus hijos. Y su padre Charlie conoció cuando era niño a gente que hasta hace no tanto había sido esclava. Y su madre Katie, que murió con 32 años debido a un fallo renal cuando Bill tenía 12 años y la familia había cambiado Lousiana por Oakland porque a su padre le habían negado un aumento de sueldo en su trabajo por ser negro, ya le avisó de que se iba a encontrar con gente a la que simplemente él no le gustaba y que no había nada que él pudiera hacer para cambiarlo.
Tal vez, por eso mismo, aunque suene contradictorio, Bill Russell se convirtió en el primer entrenador afroamericano de las grandes ligas estadounidenses.
Y en los años en los que a los afroamericanos se les conocía como negros (Negroes) y la palabra negro (Black) era un insulto, él comenzó a llamarse a sí mismo negro (Black) hasta convertirse en una figura valiente y significativa más allá del parquet.
Y llegó a ser leyenda en una franquicia pionera en la eliminación de las barreras raciales, pero que contaba con un público ampliamente racista que Bill Russell odió hasta llegar a asegurar, muchos años después, que él jugó “para los Boston Celtics, para la institución y mis compañeros; yo no jugué para la ciudad o para los aficionados”.
Muchos años antes de esas palabras, en 1961, al igual que sucedió un par de años antes con Elgin Baylor tras el incidente del Hotel Kanawha en Charleston, Bill Russell (y sus compañeros afroamericanos de los Celtics) también decidió no disputar un partido, en este caso de exhibición, tras haberles sido negado el servicio. Sucedió en Lexington (Kentucky) debido a la intolerancia del dueño de ese hotel.
Debido, sobre todo, al racismo sistemático inherente desde hace tantos años a nuestra sociedad.
Su excompañero Tommy Heinsohn lo definió de forma perfecta en unas declaraciones al periodista Frank Deford: “Mira, todo lo que yo sé es que el tipo (Bill Russell) ganó dos campeonatos de la NCAA, más de cincuenta partidos universitarios seguidos, los Juegos Olímpicos de 1956, luego vino a Boston y ganó 11 campeonatos en 13 años y ellos (el estado de Massachusetts) nombraron un jodido túnel en honor a Ted Williams”.
Foto: Sports Illustrated
IV. Conozco muy bien la zona que hay entre Chicago y Milwaukee, tanto la que se aproxima al lago Michigan por la carretera interestatal I 94, como la que se aleja hasta Madison por la carretera interestatal I 90 para luego poder regresar de nuevo por la I 94 hasta Milwaukee (con el Miller Park, el estadio de los Brewers, a nuestra derecha) y hasta el centro de Chicago, casi 150 kilómetros más al sur (de Miller Park a Wrigley Field, el estadio de los Cubs, hay 144 kilómetros; de Miller Park a Guaranteed Rate Field, el estadio de los White Sox, hay 155 kilómetros; y de Wrigley al Guaranteed Rate Field, trece paradas de la línea roja de metro).
Rosemont, con el aeropuerto O’Hare y el Allstate Arena.
Woodstock, la verdadera Punxsutawney (Pennsylvania) al otro lado de las cámaras en la que una marmota atrapa el tiempo para desgracia de Bill Murray.
Lake Geneva y sus maravillosos paseos entre residencias de vacaciones a la orilla del lago, incluida la que en 1968 fue la primera Mansión Playboy de Hugh Hefner.
Long Grave, el pequeño pueblo en el que creció Daryl Hannah y que cuando se está acercando la Navidad convierte todas sus calles en una villa navideña en la que los cascos de los carruajes de caballos tintinean y Santa Claus te recibe con una sonrisa.
Evanston, el hogar de la Universidad de Northwestern (y el sitio en el que nacieron, entre muchos otros, Eddie Vedder y John Cusack).
Wilmette y su impactante templo Bahaí.
Winnetka y ese tramo precioso de Sheridan Road, entre árboles frondosos y curvas, con el día convirtiéndose en noche al lado del lago.
Glencoe, la localidad en la que está ubicado el Jardín Botánico de Chicago.
Highland Park y su Ravinia Festival, el festival de música al aire libre más antiguo de todo Estados Unidos y que se celebra en un sitio con más de 150.000 metros cuadrados.
Lake Forest y sus interminables mansiones entre campos de golf.
Los cadetes de la Estación Naval de Great Lakes, junto a North Chicago, esperando el tren en el andén con sus uniformes.
El parque de atracciones Six Flags Great America en Gurnee.
Waukegan, Zion, Winthrop Harbor y todas esas carreteras al borde de la frontera entre Illinois y Wisconsin en las que te pierdes, sin rumbo fijo y a propósito, entre casas aisladas, campo inabarcable, granjas y algún que otro outlet.
La Johnson Wax, la sede central de la multinacional S. C. Johnson & Son, diseñada por Frank Lloyd Wright en Racine.
Kenosha, 64 kilómetros al sur de Milwaukee y 107 kilómetros al norte de Chicago, a 11 kilómetros de la frontera entre ambos estados, la última parada de mi línea preferida del Metra.
La ciudad, también, en la que un policía disparó hace poco más de una semana siete veces por la espalda a Jacob Blake.
Es curioso: todos mis recuerdos de esa zona son maravillosos, satisfactorios, inolvidables.
Por desgracia, me temo que no sería así si el color de mi piel fuera negro en vez de blanco.
Ni en el pasado, ni ahora.
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En este texto he utilizado referencias de Sports Illustrated, Charleston Gazette, Time, Charleston Daily Mail y Slam.
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Recomendaciones
El serial sobre la historia de las Sabermetrics que está escribiendo Pepe Latorre en la web Dosunosiete: parte 1 y parte 2.
La sección PoliPepe del podcast PepeDiario del pasado 24 de agosto en la que Pepe Rodríguez y Juanma Rubio estuvieron charlando sobre Doncic tras su exhibición en el segundo partido de la eliminatoria entre los Clippers y los Mavericks (€).
El especial que hicieron los periodistas Juanma Rubio, Juan Jiménez y Raquel G. Santos en la web de Diario As sobre la final en categoría masculina de baloncesto de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008.
El reportaje de Daniel Taylor en The Athletic sobre futbolistas (y un árbitro) que fueron hooligans antes de dedicarse profesionalmente al fútbol (€ y en inglés).
El episodio del 28 de agosto de The PosCast, el podcast de Joe Posnanski y Michael Schur en The Athletic, sobre el momento sin precedentes en la historia del deporte estadounidense que se vivió la pasada semana en relación a las reclamaciones de los jugadores para acabar con el racismo sistemático y la brutalidad policial del país norteamericano (€ y en inglés).
La opinión de Juanma Rubio en Diario As sobre esta nueva era de jugadores emponderados en la NBA.
Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta:
Una vez más espectacular Sergio, un artículo tan bueno como necesario!
Sergio... impresionante. Me quito el sombrero. Por suerte, he podido ir de Chicago a Milwaukee por una de esas carreteras de las que hablas. Me has provocado un buen recuerdo, a pesar de la situación bastante triste...