Alaska
I. Ha muerto otra turista en Alaska. Se llamaba Veramika Maikamava, era bielorrusa y tenía 24 años. Junto a Piotr Markielau, su recién estrenado marido, decidió dedicar su luna de miel a viajar por Alaska para adentrarse en el Denali National Park & Preserve, el hogar de la montaña más alta de Norteamérica, el citado Denali, el monte antes conocido como McKinley. A su paso por el río Teklanika, cuyo caudal había aumentado tras las lluvias caídas en los días anteriores, Veramika perdió el equilibrio, se soltó de la cuerda a la que estaba sujeta y fue arrastrada corriente abajo. Su marido Piotr logró sacarla del agua apenas unos metros después, pero no consiguió reanimarla. Su muerte no es un hecho aislado: desde 2007, más de una docena de operaciones de rescate se han producido en esa zona. En 2010, una turista suiza, de 29 años, murió también ahogada en el mismo río en el que ha fallecido Veramika. Muchos años antes, en 1992, un joven estadounidense intentó cruzar ese mismo río y no tuvo fuerzas para lograrlo. Semanas después, unos excursionistas lo encontraron muerto. Oficialmente, falleció por inanición. Tenía 24 años y pesaba apenas treinta kilos.
Aquel joven estadounidense se llamaba Christopher McCandless y su legado es lo que perseguían Veramika y Piotr, aquella joven suiza y centenares de personas más llegados todos estos años a Alaska desde cualquier punto del mundo.
Quizá conocéis su historia por el libro que escribió Jon Krakauer, pero lo más seguro es que sepáis quién es por la película que dirigió Sean Penn y protagonizó Emile Hirsch. Después de graduarse en Historia y Antropología en la Universidad de Emory, McCandless donó 24.000 dólares a OXFAM e, influido por los textos de Kerouac, Tolstói, London y Thoreau, comenzó una vida itinerante, una meditada huida de la sociedad, una continua búsqueda de sí mismo, que le llevó a Arizona, California o South Dakota. En abril de 1992, McCandless llegó a Fairbanks tras hacer autoestop. En el Stampede Trail, se encontró con el Fairbanks City Transit System Bus 142, un autobús abandonado que la empresa Yutan Construction Company había trasladado hasta allí para comodidad de sus trabajadores durante los trabajos de mejora de la carretera en los años 1960 y 1961. Lo llamó Magic Bus y vivió en él casi cuatro meses, hasta su muerte, el 18 de agosto.
Para Veramika y Piotr, para mucha gente, Christopher McCandless, el autodenominado Alexander Supertramp, es un héroe, un icono, un sueño a perseguir. Un hombre que decidió apartarse del materialismo vacío de la sociedad capitalista y, sin apenas posesiones, abrazar la vida en su versión más romántica, idealista y pura.
Para decenas de habitantes de Alaska, para mucha otra gente, Christopher McCandless, el autodenominado Alexander Supertramp, es un gilipollas, un fraude, un error a evitar. Un hombre que murió de inanición a menos de 30 millas de una carretera, a menos de 400 metros de un vagón colgante para cruzar el río Teklanika, porque ni siquiera quiso tener un mapa de la zona.
Al final, lo único que importa es el relato con el que nos queramos quedar.
II. Por ejemplo, el relato de Nike con Serena Williams y su “If they want to call you crazy, fine. Show them what crazy can do” (“Si nos quieren llamar locas, perfecto. Demuéstrales lo que las locas pueden hacer”). O el relato de Nike con Colin Kaepernick y su “Believe in something. Even if it means sacrificing everything” (“Cree en algo. Incluso si eso significa sacrificarlo todo”). O el relato de Nike con el Mundial de Fútbol Femenino y su “Don’t change your dream. Change the world” (“No cambies tus sueños. Cambia el mundo”).
O el relato de Nike con Allyson Felix, la atleta estadounidense con más medallas en unos Juegos Olímpicos (9 medallas, más otras 16 en los Mundiales al aire libre), que el pasado mes de noviembre dio a luz a su hija Camryn tras una cesárea de emergencia a las 32 semanas de embarazo. Camryn pasó sus primeras semanas de vida luchando contra una bradicardia en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales, mientras su madre lidiaba con complicaciones físicas derivadas de su parto y, también, con la renovación de su patrocinio con Nike.
Sin duda, este es el relato de Nike y de sus deportistas que más me gusta de todos: según la atleta californiana, Nike decidió que en el nuevo contrato le pagaría un setenta por ciento menos que en el contrato anterior. Allyson Felix aceptó, pero le pidió a Nike que le garantizara que su contrato no fuera penalizado si ella no conseguía sus mejores resultados en los meses que rodearon al parto. Nike se negó a aceptar dicha cláusula.
Si vas a hacerlo, simplemente hazlo.
El pasado fin de semana, en Des Moines (Iowa), diez meses después de haber dado a luz a su hija, con 33 años, Allyson Felix volvió a correr en una competición oficial, el Campeonato Nacional de Estados Unidos. Terminó sexta en la final de los 400 metros libres.
Ya sin Nike, su relato todavía no está terminado. Allyson Felix tiene un objetivo más: Tokyo 2020, sus quintos Juegos Olímpicos.
Si vas a hacerlo, simplemente hazlo, Allyson.
III. Yo he estado dentro de la pantalla de vuestros ordenadores. A ver, no literalmente, pero sí en el sitio en el que hicieron la fotografía de vuestro bonito salvapantallas para ordenador. Se llama Antelope Canyon y está en una reserva de indígenas navajos a las afueras de la ciudad de Page, al norte de Arizona, ya casi en Utah. Ya sé que todos vosotros sabéis de qué cañón estoy hablando: es uno de los más fotografiados del planeta y se hizo mundialmente famoso el 12 de agosto de 1997 cuando once turistas murieron en él tras una inundación relámpago. Sólo se salvó Francisco Pancho Quintana, el guía de aquel grupo de visitantes.
A mí lo que realmente me extraña es que no haya habido muchas más muertes.
Porque hay dos cosas que aprendes allí y que nunca salen en la fotografía.
Una, que nos vas a tener espacio para respirar entre tanta gente a lo largo de todos los metros que componen el recorrido.
Dos, que lo más seguro es que el indio navajo que tengas de guía no te cuente nada del origen de ese cañón, pero que no tendrá ningún problema para recomendarte el filtro que tienes que poner en tu teléfono móvil para que quede de puta madre la fotografía que subas esa noche a tu Instagram.
Y, hoy por hoy, el único relato que vale algo es el del tu Instagram, no el de la muerte.
IV. Como el otro día os gustó la anécdota del pueblo de mi mujer, no se me ocurre una forma mejor para cerrar este texto que con otra anécdota del pueblo de mi mujer. Le sucedió a Flora en aquella época en la que en los pueblos todavía se hacía el trueque. Llegó un tendero y Flora le preguntó que si podía cambiarle unas uvas por una docena de huevos de sus gallinas. El tendero aceptó y Flora se fue a su casa con las uvas. Al rato, llamaron a la puerta de su casa. Era el tendero, que exigió a Flora que le diera sus huevos. Y Flora le contestó: “Hombre, ¡tendrá que esperarse hasta que los pongan las gallinas!”.
No hay lugar para la duda: ese, el relato de Flora, es un relato que tienes que aceptar sí o sí.
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