Trinitrotoluenos
I. Vuelvo a la época de mi niñez e intento recordar traspasos o cambios de equipo en la agencia libre de grandes estrellas de la NBA que me parecieran un terremoto de proporciones bíblicas en aquel entonces. No me viene a la cabeza ninguno en los últimos años de la década de los ochenta (¿Quizá podría considerar en ese nivel a Moses Malone o a Bill Walton?) y los primeros nombres que resuenan claramente en mi memoria son, ya en los noventa, Charles Barkley, Dominique Wilkins, Clyde Drexler y Shaquille O’Neal, el único de ellos que sí cambió de equipo en el momento álgido de su trayectoria (Shaq tenía 24 años cuando se fue a los Lakers; Barkley hizo ese cambio con 29 años, mientras que Wilkins y Drexler ya superaban la treintena). Pocos o ninguno más. Michael Jordan no se fue a los Washington Wizards hasta que tenía 38 años y se había retirado dos veces. Larry Bird nunca se movió de Boston, ni Magic Johnson de Los Angeles, ni Isiah Thomas de Detroit, ni Julius Erving de Philadelphia, ni David Robinson de San Antonio, ni Reggie Miller de Indiana, ni Patrick Ewing de New York, ni Hakeem Olajuwon de Houston (sí, ya sé que Ewing jugó sus dos últimos años en Seattle y Orlando y que Olajuwon jugó su último año en Toronto, pero llevaban más de quince temporadas en la NBA y se acercaban a los cuarenta años, así que me da igual). Karl Malone formó en Utah Jazz una pareja inigualable con John Stockton durante casi veinte años antes de intentar ganar su anillo a la desesperada en aquellos (presumiblemente) temibles Lakers con Payton, Kobe y Shaq. Worthy fue fiel a los citados Lakers y McHale a los Celtics. Robert Parish y Scottie Pippen siguieron acumulando partidos con otras camisetas cuando sus carreras ya estaban en claro descenso. Y Dennis Rodman… Bueno, Dennis Rodman siempre fue un punki contracultural.
Acto seguido, intento hacer ese mismo ejercicio de memoria con lo que ha pasado este verano en la NBA. El resultado es totalmente distinto. Kevin Durant y Kyrie Irving se han ido a los Brooklyn Nets (y también DeAndre Jordan). Kawhi Leonard y Paul George han firmado por los Clippers. Kemba Walker se ha unido a los Celtics. Anthony Davis se ha juntado con LeBron James en los Lakers (y, de nuevo, con DeMarcus Cousins). Jimmy Butler ha recalado en los Miami Heat. D’Angelo Russell ha fichado por los Warriors de Curry & Thompson. Al Horford ha cambiado Boston por Philadelphia. Julius Randle se ha ido a los Knicks. Y Malcolm Brogdon a los Pacers. Y Terry Rozier a los Hornets. Y Derrick Rose a los Pistons. Y Bojan Bogdanovic a los Jazz. Y Ricky Rubio a los Suns. Y Hassan Whiteside está en los Trail Blazers. E Iguolada en los Grizzlies. Y Lonzo Ball, Josh Hart y Brandon Ingram han sido traspasados a los Pelicans.
Y Russell Westbrook ha sido enviado a los Rockets a cambio de Chris Paul para juntarse de nuevo con James Harden.
La NBA ha variado de arriba abajo y lo que pensábamos ayer ya ni siquiera nos sirve para hoy.
Y mucho menos todavía para el mañana.
II. Llevan semanas los medios de comunicación estadounidenses haciendo listas sobre las nuevas mejores parejas que se han formado en la NBA tras el rugido de la marabunta veraniega (¿LeBron y Davis?, ¿Kawhi y George?, ¿Kyrie y Durant?, ¿Curry y Thompson?, ¿Westbrook y Harden?, ¿Embiid y Simmons?, ¿Antetokounmpo y Middleton?), así que a mí me pareció más divertido empezar esa lista por el final. El sentido del humor de cada uno no atiende a criterios objetivos. ¿Rozier y Batum? ¿Sexton y Love? ¿Gordon y Vucevic? ¿LaVine y Markkanen? ¿Cualquier pareja que lleve puesta una camiseta de los Knicks?
No deja de ser una especie de broma, inocente y simpática, antes de adentrarme en aspectos que me preocupan más. Por ejemplo, ¿será tan dura la defensa en perímetro que puede montar Doc Rivers en los Clippers con Beverley, Leonard y George como yo me la imagino o todavía más? Por ejemplo, ¿un quinteto con Simmons, Josh Richardson, Tobias Harris, Horford y Embiid debe estar por delante de los Bucks de Anteto como máximo favorito en el Este? Por ejemplo, ¿merece la pena el riesgo de juntar de nuevo a Westbrook, amasador de balón y mal tirador, con Harden en un conjunto que juega un ataque tan veloz? Por ejemplo, ¿a todo el mundo le parece tan vital como a mí la llegada de Danny Green para el juego que quieren desarrollar los Lakers? Por ejemplo, ¿por qué creo que la marcha de Irving y la llegada de Kemba Walker es lo mejor de largo que le ha podido pasar a los Celtics en los últimos dos años cuando el primero es mejor jugador que el segundo? Por ejemplo, ¿por qué me apasiona tanto la manera de reconstruir de los Atlanta Hawks? Por ejemplo, ¿cuántas ganas hay de ver en qué se convierten los Warriors en esta nueva era que ha comenzado este verano?
Son demasiadas las incógnitas a despejar.
En la actualidad, el baloncesto estadounidense parece estar inmerso en una continua explosión de cincuenta megatones, con millones de toneladas de trinitrotoluenos liberados al exterior.
Las dudas generadas simplemente son las consecuencias de la radiación y la onda expansiva que van dejando por el camino cada bomba nuclear de la NBA.
III. Las cámaras de un programa de televisión nacional enfocan en directo a un chaval afroamericano de apenas 18 años que está rodeado de gente en lo que parece ser alguna parte del instituto Memphis East High School. Se emiten imágenes de ese chaval jugando al baloncesto y el periodista le pide que anuncie qué universidad ha elegido para estudiar y jugar en la NCAA a partir del próximo año. Un rótulo nos avisa de que Kansas, Florida State, Kentucky o Vanderbilt son algunas de las candidatas. Y la gente rompe a aplaudir y a gritar de alegría cuando el chico saca un unicornio de peluche y anuncia que la Universidad de Memphis, la ciudad en la que vive, será su próximo destino.
Se trata de James Wiseman, el número 1 de la lista de ESPN 100 del 2019 sobre los mejores jugadores de baloncesto de instituto de Estados Unidos, pero su caso no es aislado: apenas un par de años antes, en febrero de 2017, centenares de personas también se dieron cita en el Norman North High School para saltar de alegría cuando Trae Young, la estrella de su equipo de baloncesto, anunció que estudiaría y jugaría en la Universidad de Oklahoma para poder seguir viviendo en su ciudad, Norman (Oklahoma).
En los últimos años, hay bastantes más casos como estos dos (lectura recomendadísima, este texto de Emily Caron en Sports Illustrated). Romeo Langford anunciando en el New Albany High School que jugaría en la Universidad de Indiana. Darius Garland haciendo lo propio en la Brentwood Academy con la Universidad de Vanderbilt. Y, sólo este año, Anthony Edwards uniéndose a la Universidad de Georgia, Jaden McDanields eligiendo la Universidad de Washington y Nico Mannion decidiéndose por la Universidad de Arizona.
Desde que Derrick Favors eligió en 2009 la Universidad de Georgia Tech para no tener que moverse de su casa en Atlanta ningún jugador que fuera considerado el número 1 en la lista de mejores proyectos de baloncesto de instituto había vuelto a escoger una universidad de la ciudad en la que vive hasta que este año Wiseman apostó por la Universidad de Memphis.
Nunca en la historia tantos jugadores seleccionados entre los mejores 30 jugadores de baloncesto de instituto habían elegido jugar en las universidades de las ciudades en las que viven como en este año 2019.
Es decir, nunca en la historia tantos jugadores habían pasado de jugar en las mejores universidades (Duke, Kentucky, etc.) para jugar en universidades de menor nivel.
La NCAA también parece estar variando de arriba abajo en plena época del one and done.
Hay millones de toneladas de trinitrotoluenos sueltos por todas partes.
¿No los veis?
En el norte, en el sur, en el este y en el oeste.
Mires al lugar que mires.
IV. Toda conclusión debe tener antes su explicación, así que llega el momento de intentar encontrar las razones.
Sinceramente, no tengo ni la más remota idea de cuáles son.
Yo le echo la culpa a internet y a las redes sociales, pero la verdad es que yo le echo la culpa a internet y a las redes sociales de casi todo.
El mundo está completamente hiperconectado.
Vivimos en la era del ego y la individualidad.
Cualquier persona puede darse a conocer en cualquier punto minúsculo de este mundo.
Sería de necios pensar que eso no influye en todo.
También en la NBA y en la NCAA, en un baloncesto estadounidense que en los últimos años ha explosionado tantas veces en su status quo que el ruido de las detonaciones es ya ensordecedor.
PS. ¿Quién se acuerda del número que llevaba en su camiseta Dennis Rodman en su época de jugador de los Detroit Pistons?
El número 10.
En aquellos Bad Boys.
Thomas, Dumars, Mahorn, Laimbeer y Dennis Rodman.
Con el 10 a la espalda.
Como Walt Frazier, Pelé y Maradona.
Dennis Rodman, un verdadero punki.
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