Conviene no olvidarlo (Parte 1)
(Este texto corresponde a la sección de Reportajes, que, como su propio nombre indica, contiene reportajes sobre deportistas, clubes o cualquier aspecto relacionado con el deporte)
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Durante los numerosos años en los que trabajé, primero, en medios de carácter local y, después, como director de comunicación de un club de fútbol conocí muy de cerca el deporte en sus categorías de formación y descubrí que tiene muchas características que, posiblemente, no sean bastante saludables, precisamente, para la adecuada formación de esos jóvenes deportistas.
Por ello, aprovecho la publicación del magnífico libro Por si acaso, de la colección Hooligans Ilustrados de la editorial Libros del K.O., para charlar con su autor, Alfredo Matilla, periodista de diario As, con un máster en Psicología de la Actividad Física y del Deporte y, a su vez, exjugador de la cantera del Albacete Balompié.
Foto: Cedida por Alfredo Matilla
El paso por la Residencia Campus
Cuenta Alfredo Matilla en las páginas de su libro que un día, al poco de ingresar en la Residencia Campus para promesas del Albacete Balompié después de fichar por el club manchego, se sintió indispuesto en un entrenamiento. Eran las cuatro de la tarde, no había comido y empezó a tener escalofríos, a sentirse débil, a no escuchar, a no oler, a no poder tragar y a ver luces a su alrededor. Esa misma tarde se cogió el tren hasta Alcázar de San Juan, su localidad, y en esa hora y media de trayecto la fiebre se le disparó. Al llegar, fue ingresado en urgencias con un virus extraño al que ningún médico supo ponerle nombre y no salió del hospital, en silla de ruedas y con cinco kilos y medio menos de peso, hasta cuarenta horas después.
Ya en la calle, la primera llamada que recibió en su teléfono fue la de un entrenador del Albacete Balompié que le dijo que le esperaba sin falta en el entrenamiento de la tarde siguiente.
“Fue lo más parecido a una mili. Recuerdo haber madurado de golpe y porrazo por el hecho de salir de casa por primera vez, de convivir en un mundo en constante competencia y por conocer qué era eso de la morriña, la frustración y la soledad. Las sensaciones positivas, que también hubo muchas, me eran más familiares”, define Matilla su paso por las categorías inferiores del Albacete Balompié, donde llegó oficialmente en la temporada 1998-1999 después de destacar en la selección de Castilla-La Mancha, acudir previamente a algunos entrenamientos y jugar un amistoso en Manzanares que, según sus propias palabras, “fue clave para que definitivamente se cerrara el acuerdo”. Allí, en la Residencia Campus, se mantuvo durante dos temporadas completas y, ya en un hotel después de que las promesas del club manchego fueran echadas de la citada residencia, también en una tercera pretemporada antes de que llegara “el divorcio”. “Entre unas cosas y otras fueron casi tres años bajo el paraguas del Alba. De los más importantes de mi vida”, concede.
Antes, con catorce años y cuando todavía jugaba en las categorías inferiores del desaparecido Gimnástico de Alcázar, el equipo de su localidad, Matilla ya encontró otro complemento necesario para entender, muchas veces, el balompié de formación: la figura del representante de jugadores. “Tener representante entonces era un complemento más en la vida de un jugador. El problema es que pensábamos que era necesario para llegar a la élite. Era vulnerable y, claro, lo pagas. Cuando llegué a mi casa diciendo que un representante quería firmar un contrato conmigo, mi padre no sabía ni cómo reaccionar. Si es lo que se lleva, pues habrá que firmar. Si todos lo tienen será porque es más fácil llegar a la meta de su mano”, explica. Y prosigue: “Yo puedo decir, sin temor a equivocarme, que no me aportó nada más que la oportunidad de pavonearme durante cinco minutos por el hecho de compartir agente con Raúl González. El resto fue incomunicación. Yo firmé con el Alba antes de pactar con el representante, así que o a partir de ahí o me llevaba al Barça o poco tenía que hacer ya. Siempre coqueteaba con que venía a verme el Valencia y el Sevilla, pero al final nunca había nada. Me quiso llevar al Toledo y me negué. También me prometió que Umbro me iba a vestir y aún sigo esperando la primera caja…”. “Hay agentes buenos, pocos, y demasiado buitre. Hoy no hubiera firmado por nada del mundo”, sentencia.
Foto: Cedida por Alfredo Matilla
Más competencia que amistad
“No me molestó irme, me molestó el trato. No recuerdo ni una lágrima al conocer la decisión adoptada. La primera llamada a casa para dar la noticia fue la que más me costó. Mi padre tenía esperanzas en que un día apuntara alto, pero su reacción estuvo basada en palabras de ánimo y en consejos de superación. Mi madre no pudo ser más sincera: ‘Hijo, pues mejor”. Con esas palabras explica Matilla en Por si acaso las reacciones a su decisión de abandonar el Albacete Balompié, justo antes de referirse también en su libro a sus compañeros de equipo: “La despedida de los compañeros fue algo más emotiva. Sin olvidar que a esas alturas y en esos ambientes hay más competencia que amistad. Más de uno pensaría: ‘uno menos’. Hubo abrazos sentidos, abrazos fríos y abrazos partidos. Abrazos que han tenido continuidad porque la amistad verdadera es para toda la vida. Abrazos que tuve que dar y no di. No conocía eso de que la distancia hace el olvido. Y abrazos que ahora no volvería a regalar”, relata.
“Es un privilegio. Es estar en lo más alto para un juvenil. Desde que entras en un equipo así ves que las cosas son diferentes a lo que habías conocido hasta entonces. Pero pronto entiendes que lo que era un hobbie se ha convertido en un trabajo”, analiza el propio Matilla, ya en Wolcott Field. Y prosigue: “El Alba te está pagando unos gastos grandes para que vivas en su ciudad y en su residencia y tienes la obligación de aprovechar cada segundo rodeado de muchos chavales en la misma situación. Es pura supervivencia. Un concurso. Una selección natural en pequeña escala. O avanzas o se desprenden de ti”. “Eso es duro y a esa edad no estás preparado para avanzar tan rápido o para retroceder. Aun así, todo cabe, la competencia y la amistad. Pero desgraciadamente no es lo habitual”, finaliza.
Foto: Cedida por Alfredo Matilla
El apoyo de la familia
En cualquier caso, Matilla tuvo suerte en uno de los principales aspectos en esos años en la Residencia Campus en los que sentía, como dice en su libro, “la presión golpeando en el cogote”: su familia, en cambio, al revés de lo que ocurre con otros niños que empiezan a destacar en su deporte, nunca le presionó. “Mi familia jamás me presionó. Más bien al contrario. De hecho a veces tenía que reclamar su atención porque no venían a los partidos o le daban la importancia justa a lo que estaba viviendo. Presumían pero no se metían en absoluto en mis cosas. Y lo agradecí. En mi casa siempre preocuparon mucho más los estudios”, rememora. Pero avisa: “Sí, en general, los padres y madres suelen ser un foco de presión para los deportistas porque las expectativas de unos y otros no coinciden. He llegado a ver a un padre de un compañero estamparle al entrenador una medalla de su hijo en el pecho, en pleno vestuario, por no haberle sacado. Insultos. Malas caras. O peor, regalos como soborno en busca de minutos. Mi padre, cuando iba, se ponía solo en un córner. Es listo”.
Una presión del exterior que, a veces, en algunas ocasiones, va más allá de las propias familias de los jugadores: “Con estas experiencias ahora, como exjugador y plumilla, tengo claras dos cosas cuando pienso en sus legados. Una: que al escribir hay que disparar tinta y no veneno. Cada palabra tiene consecuencias”, concluye Matilla en su libro.
Foto: Cedida por Alfredo Matilla
La soledad, los días infelices, el cuerpo exprimido
En la experiencia propia de Matilla como jugador de la cantera del Albacete Balompié, sin embargo, la presión exterior tampoco hizo demasiada falta: él se bastó y se sobró con su autoexigencia ilimitada. “Mentiría si les digo que el día que abandoné Albacete me puse triste. Con capítulos como estos, el adiós fue más bien una experiencia liberadora. Jugar en un club marca a fuego. Y también desgasta”, relata en las páginas de su libro. Y prosigue: “Acabé la experiencia con la sensación de haber dejado bastantes días de ser feliz con el fútbol y de haber exprimido el cuerpo y la mente hasta el límite. Y todo esto siendo menor de edad, estando solo pese a vivir rodeado de tanta gente que peleaba por lo mismo que yo”.
De hecho, a los días infelices, a ese cuerpo y a esa mente exprimidos, también hay que unirles la soledad. “Fue una sensación muy extraña. Por un lado me sentía importante, porque a fin de cuentas era un privilegiado y la envidia para muchos colegas que no habían tenido la oportunidad de dar un salto como este. Y por otro, estaba terriblemente asustado, sin el calor y la protección habitual y despojado definitivamente del cordón umbilical al que todavía estaba soldado. Solo frente a un mundo tan competitivo como desconocido”, describe Matilla en su libro su primer viaje a Albacete tras formalizar su fichaje por el club manchego. Y cierra: “Esa acidez que da la soledad se repetía con frecuencia”.
“Ahí fue donde comencé a conocer la ansiedad. Y lo peor no es sufrirla, que ya de por sí es una tortura. Lo más duro es no poder compartirla con nadie porque ni siquiera yo sabía lo que me pasaba. O lo que era más triste aún: contarlo y que no te entendieran o te vieran como un débil. No podíamos permitirte ser humano. En Albacete empecé a comerme las cosas yo sólo. Y al final, un día revientas. Lógico”, concluye Matilla en Wolcott Field.
(Continuará…)
Foto: Cedida por Alfredo Matilla
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En este texto he utilizado referencias del libro Por si acaso.
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Recomendaciones
El documental de ocho capítulos Unseen Journey sobre el proceso de cirugía y recuperación de la rotura del ligamento anterior cruzado de Héctor Bellerín, lateral derecho del Arsenal.
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Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta: