(Este texto corresponde a la sección de Historias, que entremezcla efemérides, curiosidades, leyendas, hechos, sucesos, partidos y deportistas a lo largo de una narración)
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I. Aquella tarde del martes 3 de julio de 1990 en el Estadio San Paolo de Nápoles, los 59.978 espectadores que acudieron a ese encuentro no pitaron el himno de Argentina cuando fue tocado por una banda a pie de campo poco antes de las 20 horas, sino que incluso lo aplaudieron. El termómetro marcaba los 29 grados de temperatura y, aunque pueda parecer anecdótico que los aficionados se mostraran respetuosos con esa composición musical emblemática para los argentinos, en realidad fue una excepción.
Por ejemplo, el 8 de junio, en el primer partido de los argentinos contra Camerún (victoria de los cameruneses con gol de Omam-Biyik), los silbidos en el Estadio Giuseppe Meazza fueron tan atronadores cuando se escuchó el himno argentino que Diego Armando Maradona, cabeza alzada y mirando con desafío a la grada en medio de ese abucheo estruendoso, dijo después a los periodistas en rueda de prensa aquello de que “El único placer fue descubrir que, gracias a mí, los italianos de Milán dejaron de ser racistas: hoy, por primera vez, apoyaron a los africanos”. El astro argentino todavía fue más directo, en cualquier caso, justo un mes después, el 8 de julio, cuando las cámaras de televisión le captaron llamando repetidamente “Hijos de puta” a los aficionados que estaban una vez más silbando el himno argentino en el Olímpico de Roma antes de la final contra Alemania.
Pero lo mejor será que regrese a esa tarde napolitana, a esa semifinal entre italianos y argentinos.
Aquel día, de hecho, Maradona fue ovacionado por la grada cuando salió a calentar. Ya en el túnel de vestuarios, cuando una cámara de televisión le enfocó, el capitán argentino comenzó a jugar con ella, abriendo los ojos, hablándola, moviéndose de un lado a otro, escondiéndose. Afuera le esperaba un Estadio San Paolo que no se llenó, pero que estaba plagado de pancartas. Una, detrás de una portería, decía: “Maradona, Nápoles te ama, pero Italia es nuestra patria”. En otra se podía leer un mensaje similar: “Diego en los corazones, Italia en los cánticos”.
Ese partido podría haber sido un Italia – Argentina cualquiera en Roma o en Turín o en Florencia o en Verona o en Bolonia o en Udine o en Cagliari o en Bari o en Palermo o en Génova o en Milán, pero no precisamente allí, en Nápoles, en aquella ciudad monoteísta en la que únicamente se venera, con permiso de San Genaro, que licua su sangre cada año desde hace más de cuatro siglos, al único y verdadero Dios, Diego Armando Maradona, el futbolista que se atrevió a decirles a los napolitanos que el sur le podía ganar al norte.
Él, de hecho, era completamente consciente de su divinidad: “Me disgusta que ahora todos les pidan a los napolitanos que sean italianos y que alienten a su selección. Nápoles fue marginada por el resto de Italia. La han condenado al racismo más injusto”, dijo antes de ese encuentro. Y sentenció: “Le piden a los napolitanos que sean italianos por una noche, mientras que los otros 364 días del año les llaman terroni”.
Terroni, el plural de “terrone”, el término racista y altamente despreciativo que utilizaban en el norte de Italia en la década de los años sesenta y de los setenta para referirse a los trabajadores y campesinos del sur de Italia que emigraron en busca de trabajo a Génova, Milán y Turín, el triángulo industrial italiano.
La mecha acababa de ser prendida.
II. En cualquier caso, Maradona, medio lesionado, con el tobillo hinchado, en el ataque junto a Caniggia, sí que fue silbado en ese partido, al igual que el resto de sus compañeros, aunque todavía en mayor medida. Esos silbidos se escucharon, por ejemplo, cuando el diez argentino marcó a puerta vacía un gol anulado tras una falta anterior de Ruggeri. Y también cuando Maradona se acercó a lanzar ese saque de esquina después de una parada de Zenga a lanzamiento de Burruchaga. Y también cuando intentó su primera jugada individual, muy lejos de la portería.
El gol de Schillaci para los italianos en el minuto 18 menguó momentáneamente esos silbidos, pero sobre todo el motivo fue el propio juego del astro argentino, perdido en la primera mitad, excesivamente adelantado y sin bajar a recibir, apenas protagonista en un disparo al borde del área que el guardameta italiano detuvo.
Todo lo contrario que en la segunda mitad, con un Maradona más participativo, y especialmente tras el empate de Caniggia en el minuto 68 después de un centro desde la izquierda de Olarticoechea.
El capitán argentino lo celebró efusivamente, levantando los dos brazos y con una sonrisa mientras miraba a la grada.
Y, entonces, los silbidos fueron en aumento hasta que, de repente, la mecha ardió y simplemente ocurrió, algo que muy pocas veces más podrá suceder: las banderas italianas dejaron de ondear y los silbidos empezaron a ser contrarrestados por otros gritos que salían desde esas mismas gradas y en los que se podía escuchar un nombre propio con claridad, Diego, Diego, Diego, Diego.
En efecto, eran los aficionados napolitanos desafiando a su selección nacional, defendiendo a su Dios, sin tomar su nombre en vano, identificándose con aquel jugador, con Diego Armando Maradona, el único que se atrevió a decirles que el sur le podía ganar al norte.
“Roma era toda para nosotros. Hoy no ha sido así”, se lamentó tras el partido Bergomi, el capitán de la selección italiana.
Y Vicini, su técnico, le apoyó: “No he tenido la sensación de contar con un apoyo absoluto”.
Porque ese partido lo ganó Argentina. En los penalties. Con uno de ellos marcado por Maradona, que engañó perfectamente a Zenga y lo celebró con efusividad, brazos en alto, saliendo corriendo y abrazándose con uno de los miembros del cuerpo técnico de su selección.
Por cierto, en ese penalti, los silbidos a Maradona sí que retumbaron.
III. El director de cine napolitano Paolo Sorrentino, reconocido aficionado del Nápoles y de Maradona, presenta en su película Youth (La juventud) a un personaje que se parece milimétricamente al astro argentino. Se trata de un Maradona decrépito, con un sobrepeso abundante, que necesita oxígeno para salir del agua y que anda con bastón, que se esconde tras una gorra y unas gafas de sol, y que mira con nostalgia a las pelotas de tenis que hay en el suelo, pero que todavía tiene que pararse a firmar decenas de autógrafos al otro lado de la verja y es capaz de lanzar hasta el cielo y controlar con su pierna izquierda esas pelotas de tenis hasta que se queda sin fuerzas.
“¿En qué piensas?”, le pregunta la mujer que le acompaña mientras le hace un masaje en su pie izquierdo. Y ese Maradona decrépito, que mira al infinito mientras en el horizonte imaginario se encienden unos focos, aparecen unos futbolistas saludando al público y un jugador con el diez a la espalda salta delante de un balón, le contesta: “En el futuro”.
Sin embargo, es en el pasado en el periodo de tiempo en el que se entiende todo: “Niño. Yo igual. Yo también soy zurdo”, le cuenta poco antes en el metraje Maradona a un chico que toca el violín. Y Jimmy Tree, la estrella de cine que está escuchando la contestación junto con Fred Ballinger, el aclamado director de orquesta, le responde: “Por Dios, todo el mundo sabe que eres zurdo”.
Y, entonces, Maradona le mira, le dice un lacónico “Gracias” y se va.
Porque es así de sencillo, tan simple como únicamente las grandes verdades indiscutibles pueden serlo: desde las Islas Georgias del Sur y Sándwich del Sur hasta la localidad canadiense de Alert y desde la isla Attu en Alaska hasta la isla Caroline en Kiribati, todo el mundo sabe que Maradona, el único que se atrevió a decirles a los napolitanos que el sur le podía ganar al norte, era zurdo.
Gracias a Dios.
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En este texto he utilizado referencias de Youth.
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Recomendaciones
El vídeo de Ilie Oleart y Juan Corellano en el canal de Youtube de La Media Inglesa sobre la peligrosa relación del fútbol inglés y las apuestas.
Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta:
Maravilloso......