Siluetas de cartón
(Este texto corresponde a la sección de Opinión, que, como su propio nombre indica, contiene textos de carácter opinativo).
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I. Hace casi un par de meses, en el primer episodio de More than a footballer, el podcast de Héctor Bellerín, el lateral del Arsenal estuvo hablando entre otros muchos temas con su amigo y excompañero Serge Gnabry, ahora en el Bayern de Múnich, sobre cómo había afectado la pandemia a los futbolistas. Fue un conversación interesante y enriquecedora para entender desde el punto de vista del deportista profesional el regreso del deporte tras el parón causado por el coronavirus.
Por ejemplo, Bellerín y Gnabry charlaron sobre lo duro que fue prepararse físicamente desde su casa durante la cuarentena sin conocer cuándo volverían a entrenar con sus compañeros o a jugar un partido, “sin tener un objetivo” específico, sin saber que, como sucede en una temporada normal, tienes que estar preparado para jugar al día siguiente. “Lo he echado mucho de menos”, reconoció Gnabry, mientras que Bellerín definió como “tan, tan, tan bueno” el primer entrenamiento de regreso con el Arsenal para apoyar la tesis de su excompañero. Asimismo, ambos futbolistas también hablaron de las necesidades de los deportistas tras la reanudación de la competición: “Cuando juegas cada tres días tu mente y tu cuerpo te piden descanso. Necesitas descansar, estar en casa. Ser menos activo porque la cuarentena fue muy larga”, mantuvo Gnabry, que estuvo cinco semanas recluido en su casa durante el parón competitivo.
En cualquier caso, la parte más atrayente de su conversación fue la que se centró sobre lo que se siente al jugar al fútbol sin público. Gnabry, por ejemplo, fue rotundo: “Jugar sin público en un estadio vacío es tan raro. Básicamente, hay una atmósfera de entrenamiento. Es completamente diferente. Estás más concentrado porque no hay nada más alrededor, pero, aunque tienes la misma motivación siempre, es diferente a jugar en frente de gente. Tienes menos presión, estás concentrado, por supuesto, pero los sentimientos que tienes son diferentes. Es como jugar en un entrenamiento once contra once”, analizó el extremo alemán, que pronunció esas palabras justo después de la importante victoria de su equipo en el campo del Borussia de Dortmund (0-1, golazo de Kimmich al borde del descanso en una exhibición balompédica magistral del equipo muniqués que dejó el título de la Bundesliga sentenciado tras aumentar a siete puntos la renta en lo alto de la tabla con sólo 18 puntos por disputarse), un partido del que destacó “lo extraño” que es conseguir motivarse para poder jugar bien en un encuentro de gran importancia como ese, si bien Bellerín le recordó que, a pesar de todo, ese choque fue un partido “con gran intensidad y agresividad”. “Yo creo que los partidos ahora son más como los entrenamientos, partidos de ida y vuelta. Es como esos partidos de entrenamientos de diez minutos, tan duros, tan intensos. De ida y vuelta, de ida y vuelta. Acabas muy cansado. Yo me siento más cansado”, añadió Gnabry.
Y sentenció: “Jugar sin público en un estadio vacío es un juego totalmente diferente”.
Foto: arsenal.com/Getty Images
II. Si como dice Gnabry el deporte sin público en estadios vacíos es “totalmente diferente” lo lógico sería que este nuevo deporte en plena pandemia también produjera nuevos contextos y nuevos paradigmas totalmente diferentes.
Y, en cierto modo, así está siendo, incluida esa intensidad física a la que se refirió en varias ocasiones Serge Gnabry.
También, por ejemplo, el aumento exponencial en este deporte en campos neutrales y silenciosos de la superioridad de los mejores equipos sobre los conjuntos de nivel inferior. Sin ir más lejos, se podría afirmar sin miedo a equivocarse que el Bayern de Múnich y el PSG, los dos finalistas de la Champions League, fueron los dos mejores conjuntos entre todos los participantes en la fase final de Lisboa, mientras que el Sevilla y el Inter de Milán, los dos finalistas de la Europa League, fueron los dos mejores equipos entre todos los que disputaron la fase final de esa competición en tierras alemanas. De hecho, incluso también se podría decir que tanto el Bayern como el Sevilla, los campeones de esas competiciones, fueron los mejores equipos en liza en ambos torneos.
Asimismo, esa afirmación sobre los mejores equipos tampoco suena a equivocada en la NBA, donde únicamente uno de los cuatro equipos inferiores de la conferencia Este, los Orlando Magic, pudo sacar una victoria ante un rival superior (Milwaukee Bucks) en los diecisiete partidos disputados de la primera eliminatoria de playoffs (evidentemente, sé que Indiana Pacers acabó la liga regular por delante de Miami Heat, pero para mí los Heat es un equipo superior a los Pacers; mientras, en el Oeste, los cuatro equipos que para mí también son superiores pasaron de ronda, si bien es una tarea ardua delimitar la superioridad en una conferencia en la que entre el tercer y el sexto clasificado únicamente hubo una derrota de diferencia al final de la temporada regular). Es complicado recordar una campaña en la que la mayoría de cabezas de serie de una conferencia consiguieran superar sus eliminatorias con tanta facilidad, si bien en este deporte totalmente diferente en plena pandemia la meritocracia técnico-táctica, la calidad por encima de cualquier otra cosa, ha hecho acto de presencia le pese al que le pese, más allá de la tradición y de lo que se puede considerar como habitual: desde el año 2000, los equipos de La Liga han sido semifinalistas de la Champions League en 30 ocasiones y los conjuntos de la Premier League en 22 (en total entre ambas competiciones, 52 equipos de los 84 totales, casi un 62% del global). Sin embargo, esa cifra no se ha visto aumentada esta temporada y han sido los conjuntos alemanes y franceses, justamente los equipos que más descanso competitivo tuvieron antes del regreso de la máxima competición europea, los que han copado los puestos semifinalistas.
En cualquier caso, de los nuevos paradigmas creados por el deporte en la pandemia, de esos nuevos contextos surgidos desde los estadios vacíos, hay uno particularmente interesante: la eliminación total del concepto de local y de visitante. Es algo que se ve especialmente bien en la MLB (por el contrario, no fue así en la Premier League, ya que cuando la competición regresó sin espectadores en las gradas mantuvo su porcentaje de victorias locales exactamente igual que en las temporadas anteriores): a día de 20 de agosto, el porcentaje de victorias de los equipos locales esta temporada apenas superaba el 50% (concretamente, 50.9%, tras 178 victorias para los equipos locales y 172 triunfos para los conjuntos visitantes). Es un dato asombroso que adquiere todavía mayor dimensión cuando se pone en perspectiva: ese porcentaje de victorias de los equipos locales es el peor de la historia, por delante del porcentaje de la temporada 1913 (51%), del de la temporada 1968 (51.1%), del de la temporada 1994 (51.7%) y del de la temporada 1971 (51.9%). Por ponerlo todavía más en perspectiva, si es que hace falta, apenas tres días después, antes de la jornada disputada el 23 de agosto, los Baltimore Orioles llevaban cinco victorias y trece derrotas en su campo y ocho victorias y una sola derrota fuera, los Chicago White Sox acumulaban siete victorias y ocho derrotas en su campo y diez victorias y tres derrotas fuera, los Miami Marlins sumaban una victoria y cinco derrotas en su campo y diez victorias y cinco derrotas fuera, los Nationals encadenaban cinco victorias y diez derrotas en su campo y cinco victorias y cuatro derrotas fuera, y los Milwaukee Brewers enlazaban dos victorias y seis derrotas en casa y nueve victorias y ocho derrotas fuera.
Y ninguno de ellos ocupaba la última posición de su división, si no, de hecho, casi al contrario en la mayoría de los casos.
Ha tenido que llegar una pandemia mundial para darnos cuenta realmente de la importancia vital y definitiva que tienen unos aficionados dando gritos en unas gradas para convertir al deporte en algo único y sorprendente, en algo que no atiende a una sucesión de acontecimientos más o menos lógicos y razonables.
Foto: Getty Images
III. Llevo bastante tiempo pensando en cómo serán esos nuevos contextos y paradigmas en un deporte y en una competición tan particulares como son el football y la NFL (y también equilibradas, de acabar 10-6 a 6-10 en el balance de resultados de la temporada regular hay mucha menos diferencia de lo que se podría pensar, casi una línea de separación imperceptible), y he de confesaros con frialdad que no tengo ni la más remota idea. Me intriga sobremanera, eso sí, cómo intervendrá la citada eliminación total del concepto de local y de visitante que estamos viendo en el deporte de pandemia en la NFL, la competición estadounidense, junto con la NBA, en la que, según los datos, más influye jugar en casa o a domicilio: según un estudio de FiveThirtyEight publicado en el año 2017, los equipos locales de la NFL ganan el 57.1% de los partidos disputados en su estadio durante la temporada regular y el 64.7% de esos encuentros domésticos durante los playoffs por el título (esos datos en la NBA son de 59.9% en temporada regular y de 64.5% en los playoffs por el título). Sin duda, esa es una incógnita competitiva a tener muy en cuenta, pero que yo no puedo descifrar.
Porque, en realidad, lo único que yo puedo descifrar se aleja bastante del análisis competitivo y se centra más bien en la vertiente de los aficionados, en lo que he podido sentir yo viendo durante estos últimos meses desde la televisión en mi casa este deporte, en palabras de Gnabry, completamente diferente.
Por un lado, la satisfacción de la buena solución encontrada para el disfrute de los aficionados por parte de la NBA, la WNBA y la NHL en sus burbujas, más allá de la falta de interés de algunos partidos de temporada regular que sobraron a nivel competitivo y de la tristeza que da ver los playoffs por el título sin aficionados.
Por otro lado, lo raro, más allá precisamente de su notable nivel competitivo, que se hace ver sin público en las gradas deportes como el fútbol y el béisbol, que en el silencio pierden buena parte de su alma, de su drama y de su emoción. Unas tristes sensaciones que también se han repetido, al menos conmigo al otro lado del televisor, en las pruebas ciclistas y en los grandes torneos de golf, en esos domingos de remontadas que requieren de aplausos apasionados y de los gritos guturales de centenares de aficionados.
Y ahora le toca al turno a la NFL, una competición que, en realidad, no se parece a ninguna de las otras competiciones deportivas que existen en cualquier parte del mundo.
¿Mi apuesta?
Tengo la impresión de que un año más vamos a estar disfrutando tanto con lo que ocurre sobre el terreno de juego que apenas vamos a tener una milésima de segundo libre para darnos cuenta de que los partidos se están disputando sin público en las gradas (a excepción de en el football universitario, esa es otra historia).
Claro que siempre y cuando no haya espectadores en las gradas en esta temporada (de hecho, los Kansas City Chiefs, entre otros equipos, ya han anunciado que jugarán con público en sus tres primeros partidos como locales).
Porque, ya sabéis, con la NFL cualquier cosa es siempre posible.
Foto: twitter.com/Chiefs
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En este texto he utilizado referencias de More than a footballer, The Athletic, Sportradar, Elias Sports Bureau y FiveThirtyEight.
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Recomendaciones
La opinión de Joe Posnanski en The Athletic sobre una posible implantación futura en el béisbol de la tecnología Ojo de Halcón del tenis (€ y en inglés).
El reportaje de Mayca Jiménez en Diario As sobre el Spanish Girl's Club, las pioneras del fútbol femenino en España.
Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta: