Nunca lo olvides
(Este texto corresponde a la sección de Películas, que contiene textos con el argumento de películas de temática deportiva narrados como si los estuviéramos viendo en primera persona suceder en la realidad)
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(AVISO IMPORTANTE: este texto está repleto de spoilers de una película en la que Al Pacino suelta un discurso que los entrenadores de todos los equipos ponen en vídeo a sus jugadores siempre antes de un partido importante)
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I. Después de las míticas palabras de Vince Lombardi (“Estoy convencido de que el mejor momento de cualquier hombre, la mayor realización de todo lo que ama, es el instante en el que, tras esforzarse al máximo por una buena causa, yace, exhausto, en el campo de batalla… victorioso”) apareció un balón de football debajo de un cielo oscuro en el que se sucedían los rayos y los truenos. Lo cogió una mano llena de esparadrapos en los dedos, plagada de sangre, y, a cámara lenta, me fijé en las miradas de los jugadores previas a que empezaran los gritos, también los golpes, la sucesión de gente cayéndose al suelo antes de que tres tipos placaran a Jack Cap Rooney, 38 años, el quarterback leyenda de los Miami Sharks, con casi 50.000 yardas de pase a lo largo de su trayectoria, dos veces campeón de la Copa Panteón y tres veces elegido mejor jugador de la Associated Football Franchises of America. Tras el golpe, Rooney estuvo un buen rato tumbado, doliéndose, pellizcando fuerte la hierba mientras los médicos le atendían, sin poder moverse en ese encuentro de los Sharks contra los Minnesota Americans. “¿Me vas a hacer pedir una camilla?”, le preguntó el doctor Harvey Mandrake, el médico sin escrúpulos de la franquicia miamense. Y, tras escuchar esas palabras, Rooney se levantó con ayuda y salió aplaudido, renqueante, pero por su propio pie.
En ese instante, los Sharks ganaban en el segundo cuarto por 21 a 17 a los Americans después de acumular tres derrotas consecutivas y estar a otros tantos partidos para los playoffs de una triste temporada en la que su estadio no se llenaba y su media de espectadores bajaba mientras que la media de espectadores de los Miami Dolphins, el equipo de la NFL, subía exponencialmente. Tyler Cherubini, el QB que sustituyó a Rooney pese a no haber lanzado un primer down en toda esa campaña y que hizo un fumble nada más saltar al campo que permitió a los Americans anotar, también cayó lesionado en esa primera aparición y, mientras que Christina Pagniacci, la joven dueña de la franquicia de Miami, ya llamaba por teléfono en busca de un nuevo QB y de un coordinador ofensivo en el mercado, Tony D'Amato, el legendario entrenador de los Sharks durante las tres últimas décadas, tuvo que recurrir a Willy Beamen, su tercer quarterback, 26 años, natural de Dallas, ex de la Universidad de Houston, séptima ronda del draft al ser etiquetado como conflictivo y ser sancionado por la NCAA tras haber aceptado dinero para comprarse un traje, en su quinto año en la competición y después de haber vestido la camiseta de cuatro equipos diferentes en su carrera profesional.
Nada más salir, Beamen, que únicamente se sabía el paquete básico de jugadas y apenas había entrenado un par de veces, vomitó nervioso en el huddle mientras cantaba la jugada, recibió una intercepción y fue tirado al suelo por un defensa que le recordó lo que le esperaba: “Más vale que te acostumbres, cabronazo. Te voy a sacar las tripas por el culo”, le dijo. De tal modo, en el descanso los Sharks perdían por 17 a 24 y todos sus jugadores estaban medio destrozados, lesionados, en el vestuario. “No dejaremos que nos jodan en nuestra propia casa”, les recordó D’Amato, cansado de perder.
El propio D’Amato, ya en la segunda parte, pidió un tiempo muerto para dirigirse a Beamen: “Sólo puedes mejorar y no te preocupes por la sustitución porque no tengo a nadie”, le comentó. Y añadió: “Tienes que olvidarte de todo. La multitud, la megafonía, el maldito libro de jugadas. Concéntrate en el siguiente pase. Disfruta. Para eso estás aquí”.
Esas palabras en parte funcionaron y Beamen mejoró su nivel con el paso de los minutos, pero los Sharks terminaron perdiendo después de un fumble recuperado por los Americans en una carrera de Julian Washington en un tercer down a falta de alrededor de un minuto y medio cuando los Sharks ganaban por tres.
“¿Cuáles han sido sus números?”, le preguntó por teléfono Rooney desde el hospital a su entrenador nada más acabar el encuentro. Y Tony D’Amato le respondió: 9 de 14 en el pase para 176 yardas y dos touchdowns. “Yo puedo mejorar eso. Tony, no te rindas conmigo”, sentenció Rooney.
II. Esa misma noche, el periodista Jack Rose puso a parir en su programa de televisión al entrenador de los Sharks, mientras que el propio D’Amato, borracho en una barra de un bar, conjeturaba en voz baja una especie de declaración de intenciones: “Todo lo que tengo es mi instinto. Si lo pierdo, no me queda nada”.
Para entonces, los Sharks acumulaban un balance en la temporada de 7-6 después de llegar a ponerse 7-2 tras vencer a los Orlando Crushers, pero haber caídos derrotados de forma consecutiva contra los Wisconin Icemen, los Kansas Twisters, los Seattle Prospects y los Minnesota Americans. Su camino hacia los playoffs pasaba por los Chicago Rhinos (en casa), los California Crusaders (fuera), la jornada de descanso y los New York Emperors (en casa), si bien las siguientes cuatro semanas para aquella franquicia de Florida fueron un compendio de las pasiones atávicas de los seres humanos, de este mundo mudable en el que lo nuevo reemplaza a lo viejo, de la sofisticada rueda de la historia que nunca se detiene de girar.
Por un lado, la ambición de Christina Pagniacci, en conversaciones arcanas para llevarse a la franquicia a Los Angeles, en continua disputa notoria con su entrenador Tony D’Amato. “El público quiere pases, touchdowns, marcadores altos, así es el juego ahora”, le apuntó al técnico de los Sharks antes de pedirle que apostara por Beamen y no por Rooney. “¿Tengo que recordarte que él ayudó a construir esta franquicia? Es un maldito héroe para los obreros de Florida y probablemente uno de los mejores jugadores bajo presión que ha habido. Uno no tira a un hombre como Cap Rooney”, le contestó D’Amato. Pero la dueña de los Sharks no pensaba en el pasado, ni en jugadores míticos en la parte final de su carrera (como Rooney o Luther Lavay, el linebacker con problemas graves con las conmociones que, como mantuvo D’Amato en esa conversación, “cambió las defensas para siempre, le dio un giro completo a este juego”), sino en dinero y en el futuro, en no renovar el contrato de su entrenador y darle su puesto a Nick Crozier, el coordinador ofensivo que ella había fichado desde Minnesota.
Por otro lado, por el cambio de paradigma en el equipo producido con la ascensión al estrellato de Beamen.
Porque, a pesar de que Cherubini volvió a salir de titular contra los Chicago Rhinos, los Sharks jugaron fatal y Beamen le reemplazó con 3-14 en el marcador y a falta de ocho minutos para el descanso. Y el quarterback afroamericano, previa nueva vomitona sobre el terreno de juego, corrió 57 yardas en su primera jugada, dio dos pases de touchdowns más y, con el partido completamente igualado, se inventó una jugada y anotó otro touchdown de carrera después de saltar sobre dos defensas y dar una voltereta para terminar en la end zone.
Y una semana después en Los Angeles contra los California Crusaders, aunque los Sharks empezaron perdiendo por 21-7, Beamen, después de regalar al público otra vomitona más, le dio un pase de touchdown a Sanderson y luego conectó otro pase de touchdown de 60 yardas más para, en palabras de los comentaristas, hacer historia, corriendo, saltando, pasando, volando, echando humo.
Y, ya en la semana de descanso, se sucedieron las portadas en Sports Illustrated, en ESPN The Magazine y en Sporting News, los anuncios, los videoclips de canciones de rap, y Beamen empezó a creérselo y a subir definitivamente su ego hasta el infinito.
“Me gusta avanzar, ese es mi juego”, le avisó a Jack Rose en su programa de televisión antes de llamar a D’Amato “entrenador Edad de Piedra” en una entrevista repleta de titulares. El primero: “La vida es injusta y no estoy aquí para hacer justicia”. El segundo: “De donde yo vengo o eres el número 1 o eres un mierda”. El tercero: “La razón por la que salí de Dallas es porque trabajé más que nadie, ¿vale? O triunfas y te compras un cochazo y una casa enorme o fracasas y vas en autobús a tu propio funeral porque perder es morir”. El cuarto: “El football es un negocio”. El quinto: “No van a tocarme, no van a sentirme, ni van a olerme. Me da igual que sea un Tyrannosaurus o Terminator el que ande detrás. Tengo la pócima invisible y cuando la tomo desaparezco”.
Después, en una fiesta en casa de Lavay, Beamen siguió con su discurso egocéntrico hablando con su compañero Washington: “Yo intento ganar partidos. No intento besarle el culo a un fracasado (en referencia a Lavay). ¿Equipo? Por favor. ¿Llamas a esto equipo? Yo sólo veo una panda de mariposones negros viviendo en un mundo de blancos a los que se la chupan putas de mil dólares. Eras un gran jugador de football. Ahora te has convertido en un chiste. Estás muerto por dentro aunque sigas jugando”, mantuvo.
Esa noche Beamen y Washington casi llegaron a las manos y sus compañeros les tuvieron que separar, pero unos días después, cuando Beamen y Lavay coincidieron en las duchas, el veterano linebacker fue todavía más rotundo en sus consejos para el prometedor quarterback: “Por cada capullo que triunfa, por cada Barry Sanders, por cada Jerry Rice, hay mil negros de los que nunca has oído hablar. Seguro. Este deporte te ha enseñado a destacar, a hablar mierda, a aguantar, pero a mí más. De repente no hay más dinero, ni más mujeres, ni más aplausos, ni más sueño. Eso es lo que estoy intentando decirte, Willy. Cuando un hombre mira hacia atrás debería sentirse orgulloso de toda su vida, no sólo de los años de hombreras y de carcasas. No sólo de los recuerdos de cuando fue grande. Tienes que aprender eso aquí porque, si no, no eres un hombre, eres sólo un pringado”, le anticipó.
En cualquier caso, fue el entrenador D’Amato el que empezó a cambiar la personalidad de Beamen después de la discusión que tuvieron ese día en el que le invitó a comer a su casa. “Cuando cambias las jugadas le faltas el respeto a mucha gente”, le recordó D’Amato. “Intento ganar, entrenador. No pretendo faltar al respeto a nadie, pero ganar es lo único que respeto”, le respondió Beamen. Y D’Amato prosiguió: “Este deporte tiene que ver con bastante más que ganar. Tú eres parte de algo aquí. Lombardi, Tittle, Sammy Baugh, Unitas, cientos de grandes jugadores, esos hombres de la pared. Tú eres parte de eso ahora. Este tiempo quiero que lo acaricies porque cuando se haya ido se habrá ido para siempre”.
Después, D’Amato, mientras las cuadrigas de Ben Hur competían en la pantalla del televisor y la juventud se peleaba contra la madurez en esa conversación, le reconoció que iba a poner a Rooney de titular cuando llegaran los playoffs porque “es mejor”, un líder, el hombre en el confían todos, pero Beamen no estuvo de acuerdo: “Su tiempo ha pasado y el tuyo también a menos que empieces a aceptar riesgos y a plantear este deporte como se juega hoy. No se trata de fotos, ni de trofeos en la pared, ya no”, le amenazó.
Sin embargo, fue en el último partido de la liga regular contra los New York Emperors, bajo la lluvia, en ese campo embarrado, cuando Beamen se dio cuenta definitivamente de la lección: sus compañeros de la línea ofensiva dejaron de bloquear para que el quarterback recibiera un sack tras otro. “No van a jugar para él”, le avisó Rooney a D’Amato. Y el entrenador le respondió: “Entonces, déjale que aprenda”.
Ya en el vestuario, después de perder ese encuentro y también la posibilidad de poder jugar la primera eliminatoria de playoffs como local, Washington le preguntó a Beamen que si había olvidado su pócima invisible y, cuando ambos se estaban peleando una vez más, D’Amato apareció de nuevo para dejar para la posteridad una de sus frases legendarias: “En treinta años de football jamás he visto nada tan asqueroso. Hoy he sentido vergüenza ajena. Hoy me avergüenza ser entrenador”, reconoció.
Una frase tan buena como su “Este deporte es lo único que me importa porque es puro. Cuatro cuartos. Si cruzas la línea marcas. Es sano. La vida es una putada”.
O su “Es la televisión. Lo ha cambiado todo. Ha cambiado la manera de pensar para siempre. La primera vez que cortaron un partido para poner un puto anuncio ese fue el final”.
Lo más seguro es que D’Amato, alcoholizado cada dos por tres, solo en su casa, con un puro en la mano, mirando con nostalgia a sus anillos de campeón, llorando, recordando su pasado como jugador, echando de menos a su padre fallecido en la II Guerra Mundial, empujando y tirando periodistas al suelo, tuviera casi siempre razón.
III. El mejor discurso del propio D’Amato llegó poco después en aquel vestuario en Dallas, antes del primer partido de playoffs contra los Knights: “Tres minutos para las batallas de nuestras vidas. Todo se reduce a hoy. O nos curamos como equipo o nos desmoronamos. Jugada a jugada, pulgada a pulgada, hasta el final. Ahora estamos en el infierno, caballeros, creedme, y o nos quedamos aquí dejándonos machacar o luchamos por volver a la luz. Podemos salir del infierno, pulgada a pulgada. Yo no puedo hacerlo por vosotros. Soy muy viejo. Miro alrededor y veo esas jóvenes caras y pienso: ‘He cometido todos los errores que un hombre de mediana edad puede cometer. He despilfarrado todo mi dinero, podéis creerlo. He echado de mi vida a todo el que me ha amado. Y últimamente ni siquiera soporto la cara que veo en el espejo’. Mirad, cuando te haces mayor en la vida hay cosas que se van, eso es parte de la vida, pero sólo aprendes eso cuando empiezas a perder esas cosas. Descubres que la vida es cuestión de pulgadas. Así es el football. Porque en cada juego, la vida o el football, el margen de error es muy pequeño, medio segundo más lento o más rápido y no llegas a pasarla, medio segundo más lento o más rápido y no llegas a cogerla. Las pulgadas que necesitamos están a nuestro alrededor. Están en cada momento del juego, en cada minuto, en cada segundo. En este equipo luchamos por ese terreno. En este equipo no dejamos el pellejo, nosotros y cada uno de los demás, por esa pulgada que se gana. Porque cuando sumamos una tras otra, porque sabemos que si sumamos esas pulgadas eso es lo que va a marcar la puta diferencia entre ganar o perder, entre vivir o morir. Os diré una cosa: en cada lucha, aquel que va a muerte es el que gana ese terreno y sé que si queda vida en mí es porque aún quiero luchar y morir por esa pulgada. Porque vivir consiste en eso. Las seis pulgadas frente a vuestras caras. Yo no puedo convenceros de que lo hagáis. Tenéis que mirar al que tenéis a vuestro lado, miradle a los ojos. Creo que vais a ver a un tío dispuesto a ganarla con vosotros. Vais a ver a un tío que se sacrificará por este equipo. Porque sabe que cuando llegue la ocasión vosotros haréis lo mismo por él. Eso es un equipo, caballeros. Y o nos curamos ahora como equipo o moriremos como individuos. Eso es el football, chicos. Eso es todo lo que es. Ahora, ¿qué vais a hacer?”.
¿Qué vais a hacer?, preguntó D’Amato a sus jugadores.
Ganar, por supuesto.
Con Rooney jugando en la primera mitad y, tras el descanso, Beamen pidiendo perdón a sus compañeros por su comportamiento (“Willy, esto no va de ti o de mí. Tienes que dirigir al equipo ahí fuera. Willy, cuando te miren a los ojos tienen que confiar”, le pidió el entrandor D’Amato) y liderando una victoria que llegó casi con el tiempo cumplido, en un último down a falta de cuatro segundos en el que Beamen anotó el definitivo touchdown de carrera.
“Este es tu momento, Willy, saboréalo, pero nunca olvides que un domingo cualquiera quizá vas a ganar o quizá vas a perder”, sentenció D’Amato.
Y en ese caso concreto no había ninguna duda de que tenía razón.
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En este texto he utilizado referencias de Any given Sunday.
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*He visto la versión doblada al castellano de la película para las citas de este texto, por lo que pueden no cuadrar con la versión original en inglés.
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Recomendaciones
Este reportaje de Brittany Ghiroli en The Athletic (€ y en inglés).
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Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta: