Un don natural
(Este texto corresponde a la sección de Películas, que contiene textos con el argumento de películas de temática deportiva narrados como si los estuviéramos viendo en primera persona suceder en la realidad)
——————————
(AVISO IMPORTANTE: este texto está repleto de spoilers de una película en la que un Robert Redford de 48 años interpreta el papel de un beisbolista de 34 años)
——————————
I. Conocí a Roy Hobbs mientras él estaba sentado en una silla en una estación de tren, con la mirada hacia el suelo, su pie izquierdo doblado hacia dentro y una vestimenta en la que predominaban los tonos ocres, tanto en su sombrero borsalino, su cazadora de cuero, su corbata y su pantalón, como en la pequeña bolsa de viaje que tenía tirada a su izquierda. Parecía pensativo mientras esperaba aquel tren y unas veces se paseaba por el andén y otras fijaba su mirada en el horizonte.
Tal vez se acordaba de esa vez siendo niño en la que apareció entre un campo de cereales cogiendo con su guante la bola de béisbol que su padre Ed le había lanzado en la granja familiar en el Valle de Sabotac, en Iowa.
O de esa otra en la que su padre dibujó con una tiza un blanco en una pared de madera de un granero y él lanzó la pelota, dio en el centro del blanco y rompió la madera.
O de esa otra en la que estaba peloteando con su padre y éste le dijo: “Tienes un don natural, pero eso no es suficiente. Debes entrenar. Si confías tan sólo en ese don, fracasarás”.
Poco después de pronunciar esas palabras, su padre, mientras cortaba leña, falleció repentinamente y aquella noche empezó a llover y un rayo cayó sobre el árbol que estaba al lado del lugar en el que su cuerpo se desplomó y el rayo partió ese árbol por la mitad. Roy Hobbs lo vio todo desde la ventana de su habitación y aprovechó la leña de ese árbol caído para hacerse un bate de béisbol al que le dibujó, cómo no, un rayo y le puso una inscripción, Wonderboy. Chico maravilla.
Porque Roy Hobbs fue un chico maravilla que barrió a todos en la Liga del Valle de Sabotac en su último año de instituto, cuando todavía era un pitcher zurdo y acumuló ocho partidos consecutivos sin que sus rivales consiguieran batear ninguno de sus lanzamientos antes de que Bub Simpson, aquel amigo de su padre, le consiguiera una prueba con los Chicago Cubs.
Ese viaje en tren hacia Chicago, el primer viaje en tren de su vida, terminaría cambiando para siempre su existencia.
Primero, en aquella feria de pueblo en la que Walter Wambold El Bombardero, “el mejor (beisbolista) que ha habido, el mejor que hay y el mejor que habrá”, según las palabras de Max Mercy, periodista del Daily Mirror, estaba lanzando home runs en una atracción y Roy Hobbs estaba tirando bolos con una pelota en otra y ambos terminaron retándose por intermediación de Mercy y Simpson en una apuesta de diez dólares a que Hobbs eliminaba a El Bombardero con únicamente tres lanzamientos. El primer lanzamiento fue un strike que Walter Wambold apenas pudo ver por la velocidad a la que iba. El segundo también fue un strike tan imparable que El Bombardero, incrédulo, no pudo nada más que quejarse contrariado de que esa bola estaba mojada con saliva (no, la bola estaba seca). El tercero, cuando el sol estaba poniéndose entre los árboles de detrás de su cara y Roy Hobbs era casi una sombra que se movía a cámara lenta desde el montículo, se convirtió en el strike definitivo que eliminó a Walter Wambold y convirtió a aquel chaval de Iowa en el centro de las felicitaciones de los lugareños.
Y también en el centro de atención de Harriet Bird, aquella mujer obsesionada con que el deporte estaba llevando a Estados Unidos a la perdición. Primero asesinó a Glenn Stride, el atleta olímpico. Después, a Johnny Zirowski, la estrella de football universitario. Y, por último, en aquella habitación de ese hotel de Chicago, disparó su bala de plata a Roy Hobbs, un joven sin experiencia al que había visto días atrás eliminar en esa feria a El Bombardero. “¿Vas a ser el mejor jugador que ha existido?”, le preguntó Bird a Hobbs. Y cuando él le contestó “Claro”, Harriet Bird le disparó en el pecho antes de acabar con su vida tirándose por la ventana.
II. No volví a ver a Roy Hobbs hasta el año 1939, dieciséis años después. Yo era uno de los pocos aficionados que estaba ese día en las gradas del Knights Field, el estadio de los New York Knights, el equipo colista de la Liga Nacional, en ese partido ante los Pirates de Pittsburgh. Pop Fisher, el entrenador del conjunto neoyorquino, aseguraba en voz alta que debería haber elegido ser granjero en vez de técnico de béisbol cuando Hobbs salió por la boca de aquel túnel de vestuarios oscuro, le dijo que era su nuevo exterior derecha y le explicó que acababa de reincorporarse tras haber jugado en el instituto y pasar las últimas dos semanas con los Heber City Oilers, un equipo semiprofesional de Utah. “A tu edad no se empieza a jugar, sino a retirarse”, le contestó Fisher. Pero como le dijo esa misma noche en la cena a Red Blow, el ayudante del entrenador de los Knights, Hobbs, que eligió el número 9 para su camiseta y tenía ya 34 años, estaba lejos de retirarse ahora que había conseguido jugar por fin en las Grandes Ligas: “Me ha costado 16 años llegar hasta aquí, póngame a jugar y daré lo mejor de mí”. “Te creo”, le aseguró Blow.
Aunque, en realidad, todavía a día de hoy, hay muchas cosas difíciles de explicar de las que sucedieron por aquel entonces.
Por ejemplo, que el entrenador Fisher, que no se fiaba de las intenciones del Juez Goodwill Banner, el otro dueño del club (ambos tenían una apuesta hecha que obligaba a los Knights a ganar esa temporada para que Fisher pudiera recuperar las acciones que había cedido al Juez y así volver a ser el dueño mayoritario de la franquicia), ni siquiera quisiera dejarle batear en los entrenamientos pese a que los Knights estuvieran jugando fatal, el público les abucheara y perdieran partido tras partido ante los Cardinals, los Reds, los Cubs, los Phillies, los Bees, los Dodgers y todo aquel equipo que se ponía enfrente.
Cuando Fisher amenazó con mandarle de nuevo a las Ligas Menores, Hobbs le contestó que ni hablar, que él había venido a los Knights a jugar, y al día siguiente en el entrenamiento bateó por primera vez y mandó a la grada sus siete primeros lanzamientos. Sin embargo, a pesar de que los Knights estuvieran atravesando la peor racha de resultados de su historia, Hobbs no fue titular esa misma tarde contra los Phillies y Fisher no le sacó al campo hasta la séptima entrada, cuando su equipo perdía 3-4 y tenía un corredor en primera base.
El primer lanzamiento fue un strike, pero en el segundo Roy Hobbs, con su bate Wonderboy, destrozó literalmente la bola y la mandó lejos mientras cayó un rayo y comenzó a llover.
Fue una jugada tan increíble que Max Mercy publicó en el Daily Mirror que el bate Wonderboy tenía exceso de peso y el comisionado de la competición tuvo que salir públicamente a decir que habían medido y pesado el bate y que cumplía con las normas y era legal.
Pese a todo, asombrosamente Roy Hobbs tampoco fue titular al siguiente partido y Pop Fisher volvió a poner de titular como right fielder a Bump Bailey, que, más asombroso todavía, falleció en ese encuentro después de atravesar una pared de madera al intentar atrapar una flyball.
En su funeral, un avión esparció sus cenizas sobre un abarrotado Knights Field antes de un choque contra los Cardinals en el que Roy Hobbs volvió a conseguir un home run.
Y así, de esa forma tan extraña, con la irrupción de Hobbs, con todos los jugadores de los Knights poniéndose un parche con un rayo en sus uniformes, comenzó la buena racha del equipo neoyorquino, que ganó a los Cubs, a los Pirates y a todos sus rivales mientras sus gradas se llenaron y Roy Hobbs salía en la portada de la revista Life y pasaba de ser el rookie más veterano a un héroe que siempre estaba preparado para firmar un autógrafo aunque no le gustara ser adulado y fuera tímido con la prensa.
Pero, insisto, 1939 fue un año raro para los Knights y para Roy Hobbs, un año en el que sucedieron muchísimas cosas difíciles de explicar.
Como que el Juez Goodwill Banner, el otro dueño de los Knights, le ofreciera dinero a Hobbs por dejarse ganar (Hobbs le contestó que, evidentemente, él siempre jugaba para ganar).
O como que se sucedieran los rumores sobre lo que Hobbs había sido antes de su irrupción con los Knights (entre otros rumores, acróbata de circo o que había matado a una persona) y que Max Mercy le ofreciera “cinco de los grandes” por contar su historia.
O como que Roy Hobbs empezara a salir con Memo Paris, la sobrina del entrenador, y de repente en un partido Hobbs fuera eliminado con las bases llenas en la novena entrada después de que el entrenador le avisara de que esa chica le iba a traer mala suerte y, acto seguido, Roy Hobbs empezara a ser eliminado cada vez que visitaba el plato y los Knights comenzaran de nuevo a perder partidos y a bajar posiciones en la clasificación.
O como que en un partido en Wrigley Field contra los Cubs, Iris Gaines, la novia de Hobbs en la adolescencia, con empate a tres en la sexta entrada, un jugador de los Knights en tercera base y dos strike en el conteo de Hobbs tras haber sido eliminado en la primera ocasión en la que se acercó al plato, se levantara de su asiento en la grada y Roy Hobbs consiguiera batear un home run que subió y subió hasta romper el reloj del marcador para dar la victoria a su equipo (¡¡en la sexta entrada!!).
O como que, después de limitarse a decirle a Iris Gaines que perdió la confianza en sí mismo en esos dieciocho años sin jugar al béisbol, Roy Hobbs volviera a ser una máquina sobre el diamante, bateara cuatro home runs en un mismo partido y los Knights escalaran otra vez posiciones en la clasificación desde el último puesto y se situaran a una victoria de ganar la liga.
O como que Memo Paris, la sobrina del entrenador Fisher, envenenara a Roy Hobbs antes de ese último partido, le tuvieran que ingresar de urgencia en un hospital, se perdiera los tres últimos encuentros de la temporada regular y un médico le enseñara la bala de plata que tenía alojada en el estómago y le dijera que tenía que dejar inmediatamente de jugar al béisbol si no quería morirse en el acto.
O como que antes del definitivo partido contra los Pittsburgh Pirates, el eliminatorio después de haber empatado ambos equipos en lo alto de la clasificación, Roy Hobbs se escapara del hospital para entrenar por la noche a escondidas, bateara un par de bolas, se cayera al suelo dolorido y tuviera que ser llevado de vuelta al hospital, donde el Juez Goodwill Banner le ofreció 20.000 dólares para que no jugara y le enseñó para chantajearle fotografías de él tendido en el suelo de una habitación de hotel tras haber sido disparado y de una mujer semidesnuda tirada en la calle muerta (Harriet Bird, por supuesto).
Las mismas fotografías que Max Mercy le enseñó a Iris Gaines cuando esta acudió al hospital a ver a Roy Hobbs, que le confesó que le hubiera gustado haber batido todos los récords “para que cuando fuera andando por la calle, la gente me mirara y me dijera, ‘Ahí va Roy Hobbs, el mejor jugador que ha existido”. “Yo creo que tenemos dos vidas. La vida con la que aprendemos y la que vivimos con lo aprendido. Viviendo sin batir récords la gente te recordará. Piensa en todos esos chicos en los que has influido, son muchísimos”, le contestó ella, antes de confesarle que al día siguiente iba a ir al partido con su hijo. Y Hobbs, lacónico, sentenció: “Cómo amo al béisbol”.
III. Antes de que mi frágil memoria nos lleve a ese mítico partido de desempate entre los New York Knights y los Pittsburgh Pirates del año 1939, a ese encuentro que conducía al ganador hasta las World Series, hay un par de imágenes de los prolegómenos de ese encuentro que todavía tengo grabadas y que quiero que conozcáis.
Por un lado, el momento en el que Hobbs le devolvió el sobre con sus 20.000 dólares al Juez Goodwill Banner porque él lo que quería era “ganar”. “Tenía un don natural, pero eso no es suficiente. Es usted un perdedor”, le avisó Gus Sands, el corredor de apuestas que actuaba bajo la sombra con el Juez Goodwill Banner.
Por otro lado, la conversación con el entrenador Fisher en el vestuario. “Mi padre quería que fuese jugador de béisbol”, le dijo Hobbs. Y Fisher le contestó: “Eres el mejor de cuantos he tenido. Y por supuesto el mejor bateador que he visto en mi vida. Vístete”.
Recuerdo que era de noche cuando se disputó ese partido y que toda la grada vitoreó en su vuelta a Hobbs, que les saludó con su gorra antes de mostrarse dolorido después de atrapar la primera bola que le lanzaron a la jardinera derecha en el encuentro. No fue, de hecho, un choque sencillo para Hobbs, que la primera vez que acudió al plato quedó eliminado en tres lanzamientos por Youngberry, el pitcher de los Pirates. Hobbs se volvió a doler y, ya en su segundo turno de bateo, se cayó al suelo después de ser eliminado de nuevo por tres strike. Para entonces los Pirates ganaban por 0-2 (el pitcher de los Knights, como enseguida Hobbs se dio cuenta, sí que estaba comprado por el Juez Goodwill Banner y Gus Sands) e Iris Gaines había conseguido hacer llegar una nota a Hobbs en la que le explicaba que su hijo en realidad era el hijo de ambos.
Y así se llegó a la novena y última entrada, con ese mismo resultado, con dos corredores de Knights en la primera y en la tercera base y con Roy Hobbs saliendo a batear. El primer lanzamiento fue una bola, al igual que el segundo, que vino acompañado del cambio de pitcher por parte del mánager de los Pirates: Youngberry, que únicamente había permitido tres hits en todo el encuentro, dejó su lugar a John Rhodes, rookie de Nebraska, pitcher zurdo con la bola más rápida de toda la competición. Su primer lanzamiento acabó en un bateo de Hobbs que salió hacia atrás y rompió el cristal de la cabina de prensa. El siguiente se convirtió en el segundo strike. Y en el siguiente un rayo apareció en el cielo y Wonderboy, el bate que Hobbs fabricó y que tenía el dibujo de, precisamente, un rayo, se rompió en un lanzamiento que acabó en falta y que situó el conteo en 2 a 2.
Fue entonces cuando Roy Hobbs le pidió al chaval de los bates un “bate para ganar” y el chaval de los bates, Bobby Savoy, de apenas diez u once años, le trajo un bate fabricado por él mismo llamado Savoy Special y, mientras todo el estadio gritaba “Roy, Roy, Roy” y las marcas de la sangre del estómago de Roy Hobbs se acumulaban en su vestimenta, la música comenzó a sonar y ese batazo de Roy Hobbs, que hasta que el bate conectó con la bola pareció durar una eternidad entre los gritos de los aficionados, subió hasta que se empotró contra los focos de luces del estadio, que estallaron como si fueran fuegos artificiales que cayeron sobre el diamante mientras Roy Hobbs corría las bases y el público le aclamaba y sus compañeros saltaban de alegría e Iris Gaines lloraba desde su asiento para recordarnos que en su esencia el béisbol, como cualquier otra ciencia oculta, guarda en apenas un instante la legitimidad de que lo imposible a veces, de un momento a otro, cuando menos te lo esperas, se convierte en una posibilidad, en algo que, aunque todavía no termines de creértelo del todo, existió de verdad.
——————————
En este texto he utilizado referencias de The Natural.
——————————
*He visto la versión doblada de la película para las citas de este texto, por lo que pueden no cuadrar con la versión original en inglés.
——————————
Recomendaciones
El artículo de Ethan Strauss en The Athletic sobre la irrupción, liderada por Bam Adebayo, de los fourve, un tipo de jugador híbrido a medio camino entre las posiciones de ala-pívot y de pívot.
Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta: