La maldita suerte
I. Desde el lunes 1 de junio de 1925 al domingo 30 de abril de 1939, Lou Gehrig, el Caballo de Hierro, disputó 2.130 partidos de forma consecutiva en la MLB. Siempre reconocible en la primera base, el mítico número 4 de los New York Yankees, el primer jugador de béisbol de la historia al que su club retiró su camiseta, superó lanzamientos que le dieron en la cabeza (como el de Earl Whitehill, pitcher de los Washington Senators, el 23 de abril de 1933), ataques de lumbago, gripes, enfermedades y fracturas varias para establecer un récord de consistencia que únicamente pudo ser superado, más de cincuenta años después, el miércoles 6 de septiembre de 1995, por Carl Ripken Jr., el exjugador de los Baltimore Orioles que situó la cifra definitiva de mayor número de partidos consecutivos disputados en la MLB en 2.632 encuentros.
Pero, evidentemente, siempre hay una primera vez en la vida para todo, incluso para dejar de jugar un partido de béisbol tras disputar más de dos mil de forma consecutiva.
En el caso de Lou Gehrig, esa primera vez llegó apenas dos días después de su último encuentro ante, casualmente, los Washington Senators. Ocurrió el martes 2 de mayo de 1939 en Detroit minutos antes de que los Yankees se enfrentaran a los Tigers: fue el propio Gehrig, seis veces campeón de las World Series, siete veces all star y dos veces MVP de la Liga Americana, el que le dijo a su entrenador, Joe McCarthy, que se iba a quedar en el banquillo “por el bien del equipo”. Babe Dahlgren ocupó su plaza en la alineación titular y, cuando se anunció su ausencia por los altavoces, el público presente en el (por entonces llamado) Briggs Stadium rompió a aplaudir a Gehrig en una sincera ovación. Mientras eso ocurría, el capitán de los Yankees permaneció sentado en el banquillo llorando.
La decadencia en el poderoso juego de Gehrig era manifiesta desde la temporada anterior, pero no así su explicación lógica, ni siquiera con el recurrente paso del tiempo. Sin embargo, ésta llegó apenas unos meses después de aquel triste día en Detroit: tras las pruebas a las que fue sometido en la Clínica Mayo, Gehrig fue diagnosticado el 19 de junio de 1939, justo el mismo día en el que cumplía 36 años, con Esclerosis lateral amiotrófica (ELA), la enfermedad degenerativa de tipo neuromuscular que en Estados Unidos recibe el nombre del propio jugador de los Yankees.
Poco después de esa fatídica noticia, Gehrig todavía vivió otro gran día en su amado Yankee Stadium. Sucedió el martes 4 de julio de 1939, durante la festividad del Día de la Independencia en Estados Unidos, en el descanso entre los partidos de un doubleheader que enfrentaba a los Bombarderos del Bronx contra (de nuevo casualmente) los Washington Senators. Más de 60.000 personas despidieron a un emocionadísimo Gehrig. No faltó nadie, ni las autoridades, ni sus excompañeros. Los integrantes de la plantilla de los Yankees de 1927, aquella fila de asesinos, uno de los mejores equipos de la historia del béisbol, estuvieron junto a él. Hasta Babe Ruth, su antiguo amigo, el bateador que le precedió tantos años en la alineación, tan excesivo, tan diferente a Gehrig, le abrazó sobre el diamante pese a que llevaban mucho tiempo sin hablarse después de que el Bambino mandara callar de malas formas a la madre de su compañero. Incluso, los New York Giants, ahora en San Francisco, por aquel entonces el máximo rival de la época de los Yankees, envió un regalo ese día a un Gehrig que, agradecido ante tantas muestras de cariño, se acercó al micrófono y se dirigió al público:
“Aficionados, durante las últimas dos semanas habéis estado leyendo sobre un golpe de mala suerte que yo tengo. Hoy, me considero el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra”, dijo.
La suerte.
La mala suerte.
Tras su discurso, los espectadores se levantaron de sus asientos y estuvieron durante minutos aplaudiéndole.
El 2 de junio de 1941, apenas un par de años después de que le fuera diagnosticada su enfermedad, Gehrig falleció.
Tenía 37 años de edad.
II. Tras su eliminación en la serie de campeonato de la Liga Americana y si no lo remedia la próxima temporada, los New York Yankees, el equipo en el que militó Gehrig, pueden quedarse sin alcanzar las World Series en toda esta década. Tal vez parezca un dato aleatorio, insulso, pero seguro que no es así cuando se explica: la franquicia más laureada de la MLB, el imperio del mal (sirvan las sagradas escrituras de dios Ponanski cuando dice que su odio por los Yankees “nunca ha dejado de arder y, espero, nunca lo hará” para explicar lo que la franquicia neoyorquina representa para muchos aficionados al béisbol en todo el mundo), ha jugado al menos una eliminatoria por el título en cada década desde el año 1921 (sí, fue el 6 de enero de 1920 el día que se anunció oficialmente que el 26 de diciembre de 1919 a los Boston Red Sox les había parecido buena idea traspasar a Babe Ruth a los Yankees a cambio de 100.000 dólares y otros 350.000 dólares más a modo de préstamo por parte de Jacob Ruppert, el dueño de los Yankees, a Harry Frazee, su homólogo en la franquicia bostoniana, para que, según cuenta la leyenda, éste pudiera financiar sus musicales de Broadway). Nadie en su sano juicio sería capaz de descartar que los Bombarderos del Bronx, con una pléyade de buenos jugadores, sean capaces de aumentar su brutal estadística la próxima campaña, pero, actualmente, parecen estar un escalón por debajo de los Houston Astros, el nuevo imperio del mal al que poder odiar, el gran dominador de la Liga Americana en los últimos tres años: solo los Boston Red Sox campeones del año pasado han conseguido dejarles sin el banderín. A partir de mañana, los Astros, la franquicia de las temporadas de las cien victorias (los tejanos acumulan tres años consecutivos alcanzando esa cifra en la temporada regular; es el quinto equipo de la historia en lograrlo tras los Philadelphia Athletics del 1929 al 1931, los Baltimore Orioles del 1969 al 1971, los Atlanta Braves del 1997 al 1999 y los Yankees del 2002 al 2004), partirán como favoritos para sumar sus segundas World Series después de estrenar su palmarés hace un par de años ante Los Angeles Dodgers y, de tal modo, mantener un año más el entorchado mundial en la Liga Americana (los Chicago Cubs son el último equipo de la Liga Nacional en ganarlo, en 2016).
Y para impedirlo, enfrente, estarán los Washington Nationals.
III. Alguno lo habrá olvidado ya, pero hasta hace bien poco Washington era la ciudad de la derrota. De hecho, había un número que perseguía continuamente a sus habitantes, el 26. ¿Por qué? Porque eran los años que sus equipos deportivos de las cuatro grandes ligas estadounidenses estuvieron sin conseguir un título, el tiempo exacto que transcurrió entre la victoria en la Superbowl XXVI de los Redskins el 26 de enero de 1992 hasta el triunfo de los Capitals en el quinto partido de la final de la Stanley Cup el 7 de junio del 2018. Esa ansiedad por la derrota perpetua se entiende todavía mejor cuando se compara: en la actualidad, únicamente el área formada por las ciudades de Minneapolis y Saint Paul acumula más años sin sumar un título entre las ciudades con al menos tres conjuntos en las cuatro competiciones deportivas estadounidenses más importantes (NFL, MLB, NBA y NHL; el último título en alguna de esas competiciones para el área de las dos ciudades más relevantes de Minnesota fue para los Twins en las World Series del año 1991).
Aunque sus ciudadanos intentaran no pensar en ello, es una situación embarazosa que les perseguía continuamente, en el lugar que estuvieran, con la persona que hablaran, en cualquier momento posible. Y es que, además de por el número 26, los aficionados al deporte en Washington estaban marcados también por otros números igual de fatídicos que el anterior:
Por ejemplo, el número 70, que correspondía al número de temporadas que acumularon sus franquicias de las cuatro grandes ligas sin alcanzar una serie de campeonato de conferencia desde que los Capitals fueron barridos en cuatro partidos por los Detroit Red Wings en la Stanley Cup del año 1998 hasta que los propios Capitals superaron en seis partidos a los Pittsburgh Penguins para clasificarse para la final de la Conferencia Este en los playoffs de la NHL en la temporada 2018.
Por ejemplo, el número 13, sinónimo de los partidos perdidos consecutivos que sumaron entre los cuatro equipos más importantes de la capital de Estados Unidos cuando tenían la posibilidad de clasificarse para una final de conferencia.
Por ejemplo, el número 16, el número exacto de series de forma consecutiva en las que esos cuatro equipos de Washington cayeron eliminados cuando tenían la posibilidad de clasificarse para la penúltima ronda por el título de sus competiciones ligueras.
Pero, entonces, un día, sin saber muy bien el motivo, todo cambió y Washington se convirtió en la ciudad de la victoria.
Y los Capitals levantaron por fin su primera Stanley Cup.
Y, aunque no sea uno de sus representantes en las cuatro grandes ligas, apenas quince meses después, las Mystics levantaron por fin su primer trofeo de la WNBA.
Y, por una simple sucesión lógica de acontecimientos, ahora le tocaría el turno a los Nationals, que, en realidad, siempre han sido un equipo ganador:
En toda esta década, los Nationals únicamente han tenido una temporada regular por debajo del 50% de victorias, la campaña del año 2011, en la que sumaron 80 victorias y 81 derrotas.
En toda esta década, los Nationals han terminado cuatro veces como campeones de su división y otras tantas veces como segundos clasificados.
En toda esta década, los Nationals han alcanzado siempre las 80 victorias en temporada regular y en cinco de estos nueve años han superado las 90 victorias en temporada regular: 98 en el año 2012, 96 en el año 2014, 95 en el año 2016, 97 en el año 2017 y 93 en esta temporada.
En toda esta década, los Nationals son el cuarto equipo con más victorias en la temporada regular, con un total de 810 triunfos, y sólo les superan Los Angeles Dodgers, con un total de 839 triunfos, los New York Yankees, con un total de 826 triunfos, y los Saint Louis Cardinals, con un total de 813 triunfos.
Sin embargo, los Nationals eran (y siguen siendo) la cara más visible de esa Washington que todo el mundo interpretaba como la ciudad de la derrota.
¿Por qué?
Porque cuando llegaba la postemporada, aquellos Nationals triunfadores de la temporada regular se convertían en el equipo de la derrota continua. El dato hasta esta temporada era demoledor: tras cuatro visitas a los playoffs, los Nats no habían logrado ganar ni una sola eliminatoria pese a ser cabezas de serie en cada una de esas eliminatorias. Y todavía hay un dato, incluso, más terrible: en los partidos que se decidieron por una única carrera de diferencia, los Nationals certificaron un récord negativo de 2 victorias y 8 derrotas y todas esas derrotas las encajaron de manera consecutiva.
En la postemporada, se podría decir que los Nationals fueron una máquina engrasada para el fracaso.
Como en aquellos tres partidos contra los San Francisco Giants en la serie divisional del año 2014.
O como en el quinto y último encuentro de la serie divisional del año 2017 ante los Chicago Cubs en el que iban ganando 4-1 en la segunda entrada en el Nationals Park y terminaron perdiendo 8-9 después de permitir cuatro carreras en la quinta entrada con ¡¡Max Scherzer!! en el montículo.
O como, especialmente, en el quinto y último encuentro de la serie divisional del año 2012 en el que los Nationals, también en su campo, ganaban 6-0 en la tercera entrada y terminaron perdiendo por 7-9 ante los Saint Louis Cardinals.
Pero, entonces, un día, sin saber muy bien el motivo, todo cambia.
Y consigues anotar tres carreras ante ¡¡¡Josh Hader!!! cuando vas perdiendo 1-3 en la octava entrada del partido de wild card de la Liga Nacional.
Y anotas cuatro carreras con un grand slam de Howie Kendrick en el partido definitivo en el Dodger Stadium para eliminar a ¡¡¡Los Angeles Dodgers!!! en tu serie divisional de la Liga Nacional.
Y ya estás embalado y barres a los Saint Louis Cardinals en la serie de campeonato de la Liga Nacional (sin ir nunca por detrás en el marcador, anotando siempre primero y sin ceder tu ventaja en ninguno de los encuentros; únicamente los Baltimore Orioles que ganaron a los Dodgers en las World Series de 1966 fueron capaces de hacer algo igual) y te plantas en la final de la MLB.
Y ahora Ryan Zimmerman, a sus 35 años de edad y después de vestir la camiseta de los Nats durante 1.717 partidos en 15 temporadas, dirá orgulloso a la gente que le quiera escuchar que él también jugó unas World Series antes de retirarse.
Y, por una simple sucesión lógica de acontecimientos, Washington, ahora con los Nationals por primera vez, puede volver a ser la ciudad de la victoria.
Por tercera ocasión en apenas dieciséis meses.
No está nada mal para una ciudad plagada de perdedores.
IV. Cualquiera que tenga un mínimo aprecio por la belleza estará perdidamente enamorado del juego de Gerrit Cole y de Justin Verlander o, como les llama dios Posnanski en The Athletic, los Colander. Hoy en día, los dos pitchers estrella de la rotación de los Houston Astros son los jugadores más determinantes en su posición de toda la MLB. Como la anterior no puede ser una opinión más subjetiva, me veo en la obligación de apoyarla con datos:
Por ejemplo, en la temporada regular, Cole logró 326 strikeouts y Verlander, 300: es la segunda vez que una pareja de pitchers del mismo equipo consigue alcanzar o superar los 300 strikeouts en un mismo año en el béisbol moderno tras Randy Johnson, con 334, y Curt Schilling, con 316, en los Arizona Diamondbacks en el año 2002.
Por ejemplo, en la temporada regular, Cole terminó con un ERA de 2.50 y Verlander con un ERA de 2.58, lo que les situó como tercer y cuarto mejor pitcher en efectividad solo por detrás de Hyun-Jin (Dodgers, con un ERA de 2.32) y DeGrom (Mets, con un ERA de 2.43).
Por ejemplo, en la temporada regular, Verlander, con 223.0, fue el pitcher que más entradas lanzó de toda la competición y Cole, con 212.1, terminó en cuarto lugar en esa clasificación estadística (interesante en clave World Series: Strasburg, de los Nationals, fue quinto y Greinke, también de los Astros, sexto).
Por ejemplo, en la temporada regular, en la estadística que mide la cantidad de bases por bolas y hits permitidos por un lanzador por cada entrada lanzada (WHIP), Verlander fue primero con 0.80 y Cole, segundo con 0.89 (interesante también en clave World Series, seguro que así se empiezan a entender muchas cosas de las que han ocurrido esta postemporada: Greinke, de los Astros, fue quinto, y Scherzer y Strasburg, de los Nationals, fueron séptimo y octavo, respectivamente).
Por ejemplo, en la temporada regular, Verlander fue el pitcher titular que más triunfos logró con 21 victorias, mientras que Cole fue el segundo con 20 victorias (más clave World Series: Greinke, de los Astros, y Strasburg, de los Nationals, aparecen en cuarto lugar con 18 victorias cada uno).
Supongo que son estadísticas más que definitivas para haber ganado a mucha gente para la causa de defensa a ultranza de mi opinión subjetiva, pero todavía me he guardado en la manga la estadística insuperable: los Astros no pierden un partido con Gerrit Cole de pitcher titular desde exactamente el 12 de julio ante los Texas Rangers, hace ahora 101 días (si bien Cole abandonó ese partido cuando el marcador todavía era favorable para su equipo por tres carreras de diferencia, así que para encontrar la verdadera última derrota de los Astros con incidencia directa de Cole hay que retroceder hasta el 22 de mayo ante los Chicago White Sox, es decir, hace ahora 152 días).
Y que todo el mundo permanezca quieto porque todavía no me he adentrado en los jugadores ofensivos de los Astros.
Voy a ello:
Alex Bregman, con 41, y George Springer, con 39, aparecen en la lista de los quince jugadores con más home runs de la temporada regular.
Los propios Bregman, con 1.015, y Springer, con 0.974, aparecen en la lista de diez jugadores con mejor porcentaje de OPS (la estadística que mide la frecuencia en la que un jugador llega a base más las bases que un jugador alcanza cuando conecta la pelota en un turno de bateo) en la temporada regular.
Los propios Bregman, con 0.592, y Springer, con 0.591, aparecen en la lista de los diez jugadores con mejor porcentaje de slugging (las bases alcanzadas en un turno de bateo) en la temporada regular.
Además, Bregman también aparece entre los diez mejores jugadores de la temporada regular en las listas de OBP, BB y carreras conseguidas.
Y, más en general, no conviene tampoco olvidar que la ofensiva de los Astros es la mejor de toda la competición en BB, promedio de bateo, OBP, slugging y OPS, la segunda en dobles y la tercera en carreras conseguidas, hits, home runs y carreras impulsadas (RBI).
Y, claro, además está José Altuve, uno de los mejores jugadores que verán nunca vuestros ojos, talento y energía arrebatadora encerrados en un cuerpo de apenas 165 centímetros de altura.
Hay cosas que simplemente responden a la lógica más aplastante.
La clasificación de los Astros para las World Series es el paradigma de todas ellas.
V. Al contrario de lo que ocurre con los Houston Astros, es probable que nadie se imaginara que los Washington Nationals estarían presentes en estas World Series. De los 50 primeros partidos de temporada regular, solamente vencieron 19. Cuando llegó el verano, Dave Martinez, su manager, estaba más cerca de irse a la calle que de conservar su cargo. En el fin del periodo de traspasos, todo hacía indicar que Max Scherzer, su pitcher estelar, sería mandado a otro equipo a cambio de activos a futuro.
Pero nada de eso ocurrió y, aunque únicamente hayan pasado unos pocos meses de aquello, ahora todo eso parece un recuerdo muy lejano.
Porque, de repente, los Nationals se han convertido en el primer equipo de toda la historia en ganar más de un partido de postemporada cuando iban perdiendo por tres carreras de diferencia.
Y, por si la anterior estadística fuera considerada insuficiente, los Nationals también se han convertido en el segundo equipo de toda la historia, tras los Boston Red Sox de omnipresente Babe Ruth del año 1918, que alcanza las World Series después de colocarse como el peor conjunto de toda la competición en efectividad de sus pitchers relevistas (su bullpen terminó la liga regular con un ERA de 5.66, el peor de toda la historia de la MLB).
Esta última estadística puede dejarle a uno sin palabras.
Pero, con permiso de los Houston Astros (y ese es mucho permiso), a los Nationals todavía les queda una última puerta por derribar: solo un equipo consiguió ganar las World Series después de llegar a estar durante la temporada regular a doce victorias del 50% de triunfos.
Fueron los Boston Braves, en la actualidad Atlanta Braves, del año 1914.
Y seguro que todos conocéis de sobra el apodo de ese equipo.
The Miracle Braves.
Los milagrosos Braves.
Casi nada.
VI. Existen tres razones por las que merece la pena detenerse con más profundidad en la relación del béisbol con Washington y los Nationals:
Primero, ninguna ciudad que tenga un equipo de béisbol de la MLB ha esperado nunca tanto tiempo a que vuelvan a disputarse las World Series en su ciudad como Washington. Exactamente, 86 años, el tiempo que ha transcurrido desde el 7 de octubre de 1933 hasta mañana martes 22 de octubre de 2019.
Segundo, los Washington Nationals disputarán mañana por primera vez en su historia unas World Series, lo que se traduce en que los Nats han sido la última franquicia de la historia de la Liga Nacional en alcanzar el gran Clásico de Otoño, el partido por el título de la MLB (ya solamente queda una franquicia que no ha conseguido disputar nunca las World Series, los Seattle Mariners, de la Liga Americana).
Tercero (y esta estadística sí que es realmente asombrosa), ninguna franquicia de las cuatro ligas más importantes de Estados Unidos había tardado tanto tiempo en alcanzar la final de su competición como lo que han tardado los, primero, Montreal Expos y, luego, Washington Nationals. En total, a la franquicia Expos/Nationals le ha costado cincuenta años jugar las World Series.
Medio siglo exacto.
Con todos y cada uno de sus largos años.
Aunque la historia pudo haber sido completamente diferente justo hace ahora 25 años.
Aquellos Montreal Expos de 1994 eran un equipo temible. El año anterior habían sumado 94 victorias para acabar segundos en su división. Tenían a Moisés Alou, seis veces all star, y a Larry Walker, el MVP de la Liga Nacional en el año 1997. Además, ficharon vía traspaso con los Dodgers a Pedro Martínez, el magnífico pitcher hall of famer. En los primeros cuatro meses de competición todo funcionó. Cinco de sus jugadores disputaron el All Star. Sus pitchers Jeff Fassero y Butch Henry tuvieron un ERA de menos de 3. El legendario Pedro Martínez acumuló 145 strikeouts. John Wetteland logró 25 saves. Larry Walker participó en 86 carreras impulsadas (RBI). Moisés Alou impactó 143 hits y golpeó 22 home runs con un 0.339 de media de bateo. A partir del mes de junio en adelante, los Expos subieron su nivel todavía más y se convirtieron en un equipo prácticamente invencible con una racha de 46 victorias y 18 derrotas que le situó como el conjunto con mejor balance de victorias de toda la competición: 74 victorias y 40 derrotas. O lo que es lo mismo: con un porcentaje de triunfo de 0.649. Nadie parecía capaz de alcanzarle. Tenía seis partidos de ventaja para ganar su división y, en caso de que no la hubiera ganado, 19 partidos de ventaja para conseguir una plaza de wild card.
Era su año, el año que estaba destinado a ser el año en el que el béisbol triunfara definitivamente en Montreal (con anterioridad, los Expos únicamente habían alcanzado una vez a postemporada, en 1981). Hasta que llegó el 12 de agosto y la competición se detuvo por octava vez en toda su historia. ¿El motivo? La huelga convocada por los jugadores al oponerse rotundamente al tope salarial que querían establecer los dueños de las franquicias. Duró 232 días y obligó a cancelar el resto de la temporada, la postemporada y las World Series. Fue la segunda vez en la historia que no se disputó el Clásico de Otoño (la otra vez que no se disputó fue en 1904, en la segunda edición de las World Series que los New York Giants, ahora en San Francisco, se negaron a disputar contra los Boston Americans, actuales Red Sox).
Y, sobre todo, fue el inicio de la desaparición para los Montreal Expos, una franquicia que, apenas una década después, fue trasladada a Washington para que los Nationals pudieran cerrar el ciclo.
Porque, en la capital de Estados Unidos, primero estuvieron los Senators, desde 1901 a 1960, que ganaron unas World Series (1924) y alcanzaron otras dos más (1925 y 1933) antes de convertirse en los Minnesota Twins.
Y porque, en la capital de Estados Unidos, después volvieron a estar los otros Senators, que alargaron la presencia del béisbol en Washington una década más, desde 1961 a 1971 y con únicamente una campaña positiva de triunfos (con el mítico Ted Williams de manager), antes de convertirse en los Texas Rangers.
Como se puede comprobar fácilmente, han sido muchos los avatares que han tenido que sufrir los aficionados al béisbol en Washington en este viaje a lo largo del tiempo y el espacio hasta poder regresar al punto de partida: una pelota, un bate y una grada repleta de gente gritando.
Y, por supuesto, también el poder, curativo y reparador, que tienen las victorias.
VII. Hay muchas buenas historias y anécdotas curiosas protagonizadas por pitchers en esta postemporada. Por ejemplo, la rueda de prensa de Zack Greinke, de los Houston Astros, antes del tercer partido de su serie divisional de la Liga Americana ante los Tampa Bay Rays en la que utilizó exactamente 67 palabras para responder a 8 preguntas (haced vuestras cuentas y veréis que os salen apenas 8.4 palabras para contestar cada pregunta). Por ejemplo, los 120 lanzamientos y 0 carreras permitidas en siete entradas y dos tercios en el tercer partido divisional de la Liga Nacional ante los Nationals por Adam Wainwright, de los Saint Louis Cardinals, que le convirtieron, a sus 38 años, en el pitcher de mayor edad en superar los 100 lanzamientos sin permitir ninguna carrera en playoffs desde hace 12 años. Por ejemplo, la ausencia de Daniel Hudson, de los Washington Nationals, en el primer partido de la serie de campeonato de la Liga Nacional para estar con su mujer, Sara, en el nacimiento de su tercera hija, Millie. Por ejemplo, Aníbal Sánchez y Max Scherzer, también de los Nationals, convirtiéndose en la segunda pareja de la historia que consigue lanzar al menos seis entradas sin hits en días consecutivos en un mismo equipo en postemporada desde que lo consiguieran en el año 2013 defendiendo la camiseta de los Detroit Tigers los pitchers ¡¡Aníbal Sánchez y Max Scherzer!! (sí, son los mismos; por cierto, la estadística es todavía mejor cuando se individualiza en cada uno de ellos dos: el viernes 11, Sánchez se convirtió en el primer pitcher de la historia de los playoffs en conseguir dos partidos sin recibir hits en al menos seis entradas lanzadas en cada uno de ellos, mientras que, tan solo un día después, el sábado 12, Scherzer se convirtió en el segundo pitcher en la historia de los playoffs en conseguir dos partidos sin recibir hits en al menos seis entradas lanzadas en cada uno de ellos). Por ejemplo, los pitchers de los Atlanta Braves y de los propios Nationals, en general, dejando a los bateadores de los Cardinals sin conseguir un hit durante 62 visitas consecutivas al plato, lo que supone otro nuevo récord histórico (el anterior récord de más visitas consecutivas al plato sin conseguir un hit en postemporada lo tenían con 47 visitas consecutivas los bateadores de Los Angeles Dodgers en las World Series del año 1947 ante los New York Yankees).
Pero de todas estas historias y anécdotas que han sucedido a lo largo de este mes de octubre, mi preferida sin ninguna duda es la de Randy Dobnak.
El pasado mes de abril en Fort Myers, una localidad al suroeste de Florida, Randy Dobnak, con gafas y bigote, conductor de Uber con un 4.99 de puntuación de los usuarios (por si nunca habéis solicitado un Uber: la puntuación máxima es 5), se pasaba los días de 2 a 9 de la tarde (y los domingos en doble sesión) al volante de su Toyota Camry.
Este mes de octubre, el sábado día 5 en el Yankee Stadium, Dobnak debutaba en la postemporada como pitcher rookie y abridor.
Entre medias, el lunes 30 de septiembre, Dobnak, 24 años de edad, se casaba con su prometida, Aerial, en Maryland.
La historia es maravillosa, pero no tiene final feliz: los New York Yankees eliminaron sin piedad en tres partidos en su serie divisional de la Liga Americana a su equipo, unos Minnesota Twins, los antiguos Washington Senators, que ya acumulan el nada desdeñable número de 16 derrotas consecutivas en los playoffs (el último equipo al que ganaron fueron los propios Yankees, en el año 2004).
Me temo que la derrota nunca descansa.
VIII. Con el debido permiso de Walter Johnson o Eddie Yost, uno de los jugadores más recordados de los Washigton Senators también se desempeñaba como pitcher, aunque, al contrario que Wainwright, Hudson o Dobnak, nunca jugó ningún partido en la postemporada. Se llamaba Bert Shepard y, entre otras cosas, fue condecorado con la Cruz de Vuelo Distinguido y la Medalla del Aire de las Fuerzas Aéreas del Ejército de Estados Unidos por sus servicios durante la II Guerra Mundial. Su fama, de hecho, se debe a un acontecimiento que sucedió apenas un par de días antes de que el Gobierno estadounidense dejara caer la bomba atómica sobre Hiroshima, si bien ocurrió en el propio suelo norteamericano, en Washington, lejos de la vanguardia del frente.
Hay que retroceder hasta el sábado 4 de agosto de 1945 para recordarlo. Ese día, Shepard fue llamado al montículo en la cuarta entrada del segundo partido de los cuatro doubleheader consecutivos que tenían programados los Senators, con un quinto doubleheader planificado para el día siguiente. Su rival eran los Boston Red Sox, que contaban ya con una amplia ventaja cuando él apareció en escena (el marcador marcaba 2-14 carreras a favor del equipo bostoniano en un encuentro que terminó 4-15). Su labor como pitcher relevista fue prácticamente perfecta, ya que permitió únicamente tres hits y una carrera para acabar su actuación tras cinco entradas y un tercio con dos strikeouts y un ERA de 1.69.
Fue su primer y único partido en la MLB.
Quizá sea el momento perfecto para añadir en este texto un par de datos importantes sobre Bert Shepard: fue prisionero de guerra y tenía su pierna derecha amputada. Él se enseñó a sí mismo de nuevo a caminar cuando estaba confinado en Stalag IX, un campo de prisioneros de guerra situado en la ciudad alemana de Meiningen. El canadiense Don Errey, también prisionero de guerra, se encargó de construirle una prótesis para su pierna derecha. Antes, un médico, Ladislaud Loidl, teniente del ejército alemán, le había salvado de la muerte después de que Shepard fuera abatido a tiros el 21 de mayo de 1944 al este de Hamburgo en su trigesimocuarta misión como piloto de combate a bordo de un caza Lockheed P-38 Lightning.
Más tarde, Shepard jugó ese partido en el Griffith Stadium. Y también se proclamó dos veces campeón de Estados Unidos de golf para personas con amputación. Y, por último, terminó trabajando como ingeniero de seguridad en IBM y en Hughes Aircraft, la empresa aeroespacial que fundó Howard Hughes.
Por cierto, aquel partido del 4 de agosto de 1945 no sólo se recuerda por el excelente desempeño de Shepard, sino también por otros dos acontecimientos igual de impactantes:
En también su único partido en la MLB, Joe Cleary, el pitcher al que relevó Shepard, acumuló el ERA más alto de toda la historia para un pitcher que al menos haya eliminado a un bateador después de sumar 189.00 tras permitir siete carreras, cinco hits y tres bases por bolas en un tercio de entrada.
Por su parte, Tom McBride, jardinero de los Red Sox, consiguió empatar con seis el récord de carreras impulsadas (RBI) en una única entrada después de batear un doble y un triple con las bases cargadas en ambas ocasiones.
Son demasiadas increíbles coincidencias en una misma tarde.
O, tal vez, no.
IX. Porque, ya sabéis, es béisbol.
Porque, ya sabéis, es la vida.
Tan imprevisible.
Tan sorprendente.
Nadie conoce nunca lo que puede ocurrir.
El que mejor lo ha descrito es Billy Beane, el magnífico general manager y vicepresidente de operaciones de béisbol de los Oakland Athletics y gurú del uso de las estadísticas y las analíticas en la MLB (las famosísimas sabermetrics, fue Brad Pitt el que interpretó el papel de Beane en la película Moneyball con el excelente guión de Aaron Sorkin basado en el libro de Michael Lewis).
“Mi mierda no funciona en los playoffs. Mi trabajo es llevarnos a los playoffs. Lo que sucede después de eso es la maldita suerte”, mantuvo.
La suerte.
La maldita suerte.
Él entiende bien de lo que habla: sus Athletics, incluyendo los partidos de wild card, han ganado solamente una eliminatoria y han perdido diez en la postemporada en las últimas dos décadas, desde el año 2000 (y también acumulan en todo ese tiempo nueve derrotas consecutivas en partidos definitivos de eliminación).
La suerte.
La maldita suerte.
Como si de verdad existiera.
¿Por qué no existe, verdad?
Y qué sé yo.
Cualquier cosa es posible.
Porque, ya sabéis, se trata de béisbol. Porque, ya sabéis, se trata de la vida.
Porque, ya sabéis, se trata, en palabras de Eddie Vedder cuando visitó por primera vez Wrigley Field, de entrar en el mágico mundo de Oz.
Bienvenidos un año más a él.
Por si se os ha olvidado después de tanto tiempo, recordad que tenéis que caminar por las baldosas amarillas y no mirar nunca al hombre que está escondido detrás de la cortina.
El tornado está aquí de nuevo, Dorothy.
Es la hora.
A partir de mañana por la noche podemos considerarnos a nosotros mismos los hombres más afortunados de la faz de la tierra.
Por fin.
Como en aquel discurso del inolvidable Lou Gehrig.
Por culpa de una simple pelota y de un simple bate.
Let’s play ball* y que se detenga el mundo.
Y que ya no nos importe nunca y nada más.
*Traducción al castellano: “Juguemos a la pelota”. Es un homenaje a la frase que dice el árbitro que está en el plato de casa (“home plate”) para comenzar un partido de béisbol: “Play ball”.
PS. Si tenéis la posibilidad, os recomiendo que sigáis las retransmisiones de los partidos de World Series en Movistar+ con la pareja que forman Moisés Molina y el gran Fernando Díaz porque son una de las mejores parejas de las retransmisiones deportivas en España, saben una barbaridad, lo cuentan bien, disfrutan con su trabajo, con el béisbol y con lo que ven, y os aseguro que no os van a defraudar.
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