El deporte antiestético
(Este texto corresponde a la sección de Opinión, que contiene, como su propio nombre indica, textos opinativos)
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I. El 27 de noviembre de 1960, los San Francisco 49ers se enfrentaron a los Baltimore Colts en el extinto Memorial Stadium de la ciudad situada en Maryland delante de 57.808 espectadores. Los locales, que venían de su jornada de descanso, estaban comandados por su mítico quarterback Johnny Unitas, eran los campeones de la NFL en las dos temporadas anteriores y en esa campaña habían vencido en seis de los ocho encuentros que habían disputado hasta ese día. Su superioridad para ese partido era evidente, especialmente la de su defensa, gracias a su potencia física en el pass rush.
Por ello, Red Hickey, entrenador en jefe de esos 49ers que llegaban a la cita con cuatro victorias y otras tantas derrotas, decidió reunir a sus jugadores en el campo de entrenamiento cinco días antes de ese choque para comunicarles que había estado trabajando en un nuevo sistema de ataque que separaba del ovoide a los jugadores de posiciones de habilidad y que mandaba al quarterback siete yardas más atrás del center.
A dicho sistema lo denominó la Formación Escopeta (Shotgun formation) por la naturaleza dispersa de sus elementos y su implantación fue un rotundo éxito en ese partido.
No en vano, Hickey obligó a la defensa de los Colts a tener que extenderse a lo largo del terreno de juego, lo que limitó sus ventajas de tamaño y fuerza en el pass rush. Además, su QB no tuvo que darle la espalda en ningún momento a los defensores rivales y esa formación le concedió más tiempo para analizar lo que estaba sucediendo en el campo para poder decidir si pasar o correr antes de que llegara la presión de los Colts.
Al final, los 49ers ganaron por ocho puntos de diferencia, 22 a 30.
Hickey creyó que su Formación Escopeta estaba destinada a ser el ataque del futuro porque permitía multitud de posibilidades.
Sin embargo, la mayoría de los entrenadores se rieron de esa innovación, de ese, según sus propias palabras, “truco de California” y vaticinaron que sería una idea que no duraría en el tiempo.
En parte, tuvieron razón: apenas tres años después, Hickey ya no era entrenador jefe en ningún equipo de la NFL y su formación acabó en el olvido y tardó años en volver a ser utilizada.
Aunque, por otro lado, también estuvieron completamente equivocados: la Formación Escopeta es la formación de ataque básica que se usa de manera ampliamente mayoritaria en el football desde la década de los noventa.
II. Los datos nos cuentan que James Harden ha sido el líder de la NBA en Win Shares, la estadística que mide el éxito de un equipo entre sus integrantes, en las cuatro últimas temporadas y, en total, en cinco de las seis últimas campañas (Steph Curry, en el curso 2015-2016, fue el que le superó ese año en el liderato de esa estadística).
Y que ha sido el líder de la NBA en Value Over Replacement, la estadística que mide el rendimiento de un jugador en relación al rendimiento de un jugador promedio de la competición, en las dos últimas temporadas.
Y que es el jugador que más lanza a canasta.
Y el que más triples realiza (en la temporada 2018-2019 lanzó 1.028 triples, el récord histórico de la competición) pese a que su porcentaje no es de los mejores de la liga (37% en ese 2018-2019 y apenas 35% en este curso).
Y el que más faltas recibe y el que más tiros libres lanza (Wilt Chamberlain, Karl Malone y él son los únicos jugadores con cinco temporadas al menos con más de 800 tiros libres lanzados).
Y también el que más balones roba y, por el contrario, el que más balones pierde.
Mientras, nuestros ojos nos dicen que, sobre una cancha, Harden tiene todo el rato en su poder la pelota y que la bota y la bota antes de hacer una de las tres únicas jugadas que hace siempre:
a) Entrar a canasta y recibir una falta que le lleve a los tiros libres.
b) Hacer un step-back para lanzar a canasta desde la línea de tres y, muy probablemente, recibir también una falta que le lleve a los tiros libres.
c) Recibir un doble marcaje de los jugadores rivales y pasar la pelota a un tirador abierto y desmarcado que pueda lanzar a canasta desde más allá de la línea de tres.
En todo momento, cualquier persona, incluidos nosotros mismos, sabe lo que va a hacer Harden a continuación y, sin embargo, ni los mejores jugadores del mundo, los LeBron James, Kevin Durant, Kawhi Leonard y compañía, son capaces de defenderle.
Supongo que esa capacidad que tiene Harden sería digna de alabar si no fuera porque, como nos repiten continuamente desde cualquiera de los cuatro puntos cardinales e Internet se encarga de amplificar, su baloncesto es antiestético, aburrido, sin ritmo, irritante, pasivo.
Quizá la razón la lleve Daryl Morey, ex general manager de los Houston Rockets, cuando le dijo a Joe Posnanski aquello de que Harden “es culpable de uno de los peores crímenes posibles en el deporte: hacer las cosas de manera diferente”.
III. En realidad, Bryson DeChambeau ha hecho todo lo posible en su trayectoria deportiva para convertirse en el villano más odiado y vilipendiado del mundo del golf. No en vano, en el año 2016, en su primer Masters de Augusta siendo todavía aficionado (un año antes, en 2015, se había convertido en el quinto golfista de la historia, tras Jack Nicklaus, Tiger Woods, Phil Mickelson y Ryan Moore, en ganar en un mismo año el US Amateur y la clasificación individual de la NCAA), ya dejó públicamente claras sus intenciones: estaba completamente seguro de que todos los profesionales estaban jugando mal al golf y de que él iba a ser el encargado de encontrar una forma mejor de jugar.
Es decir, DeChambeau se presentó al mundo del deporte entre las azaleas de Augusta y le dijo, básicamente, que él estaba allí para hacer explotar el golf, para terminar con el orden establecido.
Sin duda, se trató de un objetivo ambicioso el que planteó aquel estudiante de Física en SMU, la universidad privada metodista ubicada en Texas, que cuando hablaba de golf utilizaba términos tan académicos como “coeficientes de resistencia”, “velocidad de rotación”, “dinámica de fluidos” o “velocidad de flujo” y que, con apenas 22 años, se atrevía a proclamar al viento que su único objetivo era, como hicieron en su día Arnold Palmer o el citado Nicklaus, evolucionar el golf, reinventarlo, dejar obsoleto, en definitiva, el golf que siempre se ha jugado.
Por ello, tampoco es de extrañar que, aunque una minoría encontró fascinante ese enfoque científico del golf, la mayoría se convirtiera en detractores deseando que DeChambeau fracase con estrépito.
Sus compañeros en el circuito de la PGA tampoco parecen tener, de hecho, excesiva simpatía por él: fue elegido como el compañero menos preferido con el que jugar, en parte porque tarda una eternidad entre lanzamiento y lanzamiento, pero también porque sobre el campo de golf suele ser emocional, volátil, caliente y, además, cuando habla siempre suena como el tipo más listo de la conversación.
Y, a pesar de todo lo anterior, en la actualidad, no hay mayor historia en el golf (y, si se me permite, en el deporte en general) que la del golf inconformista y poco convencional de Bryson DeChambeau, un excéntrico iconoclasta, desafiante, neurótico, competitivo, obsesivo y fascinante jugador decidido a convertirse en el centro del universo.
Porque a DeChambeau le da igual que sus golpes no caigan en la calle y, por el contrario, caigan el rough, ya que él cree que al golf se puede ganar golpeando siempre lo más lejos posible, sin controlar los golpes, llegando con los menores lanzamientos posibles al green.
Por eso, De Chambeau mueve el palo más rápido que nadie nunca en la historia y tiene el único objetivo de mandar la pelota al lugar al que nunca nadie más ha llegado hasta que ha terminado por convertirse en el golfista que juega más largo de todo el circuito PGA.
Y domina el juego desde el drive y hace selecciones de palos inauditas, con todos sus hierros con la misma medida
Y se musculó salvajemente a base de ejercicios en el gimnasio y batidos de proteínas hasta alcanzar los 106 kilogramos de peso (mide 186 centímetros de altura) para cambiar para siempre las reglas del juego.
Porque eso es Bryson DeChambeau, el jugador que este año se inventó una nueva forma de ganar el US Open después de alcanzar únicamente 23 calles en todo el torneo (el número más bajo de la historia para un campeón del US Open), pero promediar una media de 325 yardas con su drive (la distancia más larga de la historia para un campeón del US Open).
Tal vez no se trate de un golf ingenioso o entretenido, pero nadie puede dudar de que ese golf a lo bestia es, como mínimo, efectivo.
Aunque una victoria en un major parece poco botín, ya que a Bryson DeChambeau le queda todavía mucho para poder alcanzar la eternidad: él persigue la perfección, la pureza, el prototipo, en un deporte en el que la mayoría de las veces las matemáticas no cuadran, la física no encuentra ninguna relación entre la materia y la energía, y lo único inevitable es el fracaso.
IV. La innovación siempre viene acompañada de desdén. La reacción más común de una persona ante una nueva idea es rechazarla o, simplemente, ignorarla por varios motivos:
1) No nos gusta lo nuevo y, especialmente, la incertidumbre que lo acompaña.
2) Somos, en esencia, conservadores.
3) Y, sobre todo, nos da miedo perder lo que ya tenemos.
Así que, más allá de que esté a favor o no de su apuesta, lo único que puedo decir es…
Gracias, Red Hickey.
Gracias, James Harden.
Y gracias, Bryson DeChambeau.
Hay que ser muy valiente para luchar por ser diferente en este mundo plagado de aversión hacia la ambigüedad, de rechazo a lo incierto.
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En este texto he utilizado referencias de The Athletic.
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Recomendaciones
El texto de Eno Sarris en The Athletic sobre cómo los pitchers de la MLB hacen trampas (€ y en inglés)
El vídeo de Jesús Soler y Álex Carande en el canal de Youtube de Dosunosiete sobre analytics en la NFL.
Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta: