Máquinas de arcade
I. En el bar que más me gustaba de Chicago una lesbiana tatuada atendía la barra mientras bebía bastantes más chupitos que los clientes. En la televisión únicamente se emitían películas de los años ochenta (¿alguien se acuerda de la mata de pelo que tenía Nicholas Cage en Moonstruck o de lo que mola Ghostbusters cada vez que la ves?) y una pizarra gigantesca nos invitaba a pedir por siete dólares la bebida Pigs in space en un claro guiño a The Muppet Show. La carta de cócteles estaba hecha sobre una vieja edición del semanario Variety en la que salían Steven Spielberg y E.T. y, junto a una lámpara con el busto de Elvis y debajo de un cartel del Metropolis de Fritz Lang, los robots del viejo juego Rock 'Em Sock 'Em permanecían siempre preparados dentro del ring para empezar a luchar. Las tarjetas con las preguntas y respuestas del Trivial Pursuit se intercalaban con los posavasos y, frente a los baños, los cuadros de un hombre y de una mujer desnudos daban paso a una amplia superficie rectangular, con pared de ladrillos, suelo de cemento y mesas de madera, llena de pinballs y de antiguas máquinas de arcade. No faltaba ninguno de los clásicos de mi infancia. Tetris. Pac-Man. Donkey Kong. Mortal Combat. The Simpsons. Street Fighter II. Tron. Metal Slug. Samurai Shodown. Double Dragon. Q*Bert. NBA Jam. Sega Rally. Champion Baseball. NFL Blitz. Y yo podía gastar horas y horas (literalmente) jugando a las máquinas de arcade de ese bar antes de que quisiera que volviéramos paseando a nuestro apartamento.
Me he acordado de ese bar precisamente hoy porque una tarde de ¿viernes o sábado? estuvimos allí mi mujer y yo con un amigo nuestro y con su nueva novia de Montana (chupaos esa, David Lynch, Gary Cooper y Phil Jackson, yo también conozco a gente de Montana) y nuestro amigo y su nueva novia de Montana estuvieron durante horas convenciéndonos de que el mejor sitio para vivir en Estados Unidos era Texas.
Y yo, que prefiero vivir en decenas de estados de Estados Unidos antes que en Texas, soy caprichoso y contradictorio y hoy quiero viajar hasta allí.
II. Houston, no hemos tenido ningún problema. Todo lo contrario: me guste o no su estilo de juego, no puedo ser más fan de lo que han hecho D’Antoni y, muy especialmente, Morey con los Rockets en los últimos años para tratar de ganar el anillo, para no renunciar a competir contra los Golden State Warriors cuando el noventa por ciento de los equipos de la NBA se estaba dedicando a tankear a la espera de que se acabara la dinastía de la Bahía. Mi adhesión a su radicalismo es lo único que me aparta de mi tradicional mesura. Las ideas del técnico italo-americano mezcladas con el sabermetrics del general manager nacido en Wisconsin. Unos contra unos. Aclarados. Predominio y acierto en el tiro de tres. El uso de los jugadores desde las esquinas. Efectividad con el movimiento del balón. Bloqueos frontales, altos y directos. Generación de espacios. Cambios defensivos continuos. Traspasos arriesgados, renovaciones millonarias y revoluciones en sus plantillas.
Sí, estoy tratando de llegar a este verano y a Russell Westbrook.
Porque, al igual que la mayoría, me cuesta entender la llegada de Westbrook a Houston, pero es muy probable que, en realidad, todos nosotros nos estemos equivocando en nuestros análisis. Me explico: no entendemos que los Rockets hayan prescindido de la pareja Chris Paul y James Harden para apostar por un jugador que también amasa balón pero que es trágicamente peor lanzador de triples que los otros dos cuando los Rockets de Paul y Harden han sido el equipo que más cerca ha estado de poder derrotar a los Warriors en su plenitud, pero lo más seguro es que los Warriors ya no sea el mejor equipo de la competición, sino que ahora el mejor equipo de la competición lo sea ¿los Clippers?, ¿los Lakers?, ¿los Bucks?
Claramente, la NBA ha vivido este verano un cambio de paradigma y los Rockets quieren también seguir luchando por su anillo en este contexto novedoso que pide volver a repensar lo que antes funcionó y quizá ya ahora no vaya a funcionar.
El radicalismo de Morey y D’Antoni no entiende otra forma de hacer las cosas.
III. El 30 de junio de 2014, Ben Reiter, periodista de Sports Illustrated, predijo que los Houston Astros ganarían las World Series del año 2017. Fue en un largo reportaje que, más allá de convertirse en protagonista años después por acertar con la efeméride en un deporte altamente imprevisible (por ejemplo, las casas de apuestas de Las Vegas dan apenas un 20% de probabilidad de triunfo en las World Series de una temporada al equipo que parte como máximo favorito al título al inicio de esa campaña), sobresale por la explicación de esa arriesgada predicción sobre una franquicia que, por aquel entonces, llevaba tres años consecutivos encajando más de cien derrotas en temporada regular y que no visitaba la postemporada desde el año 2005. En ese texto de Reiter, Jeff Luhnow, el general manager de los Astros, y sus colaboradores más cercanos desgranaban su método: tomar todas las decisiones necesarias, por muy duras que fueran, para poder ser un equipo campeón en el menor tiempo posible (traducción: tres años consecutivos con el primer puesto en el draft, bajada de asistencia al estadio al acumular derrotas tras derrotas, paupérrimos ratings televisivos, los salarios de jugadores más bajos de la competición y un largo etcétera). “Cuando tú estás en el año 2017, a ti realmente no te preocupa mucho si perdiste 98 o 107 partidos en el año 2012. Lo que te preocupa es lo cerca que estás de ganar el campeonato en el año 2017”, explicaba el propio Luhnow en el texto. Y, al igual que ocurre con Morey, los sabermetrics también jugaban un papel destacado en su objetivo, tal y como era de esperar: el béisbol fue el encargado de poner de moda en el mundo del deporte a las estadísticas, las matemáticas y el big data por obra y gracia de Michael Lewis y su libro Moneyball: The art of winning an unfair game.
Sin embargo, por mucho que finalmente los sabermetrics, con la ayuda inestimable de los scouts, acertaron y George Springer, José Altuve, Carlos Correa, Alex Bregman o Dallas Keuchel, todos ellos criados en el sistema de granjas de los propios Astros (Springer, Altuve y Keuchel fueron seleccionados antes de que llegara Luhnow), terminaron por convertirse en los excelsos jugadores que prometían ser, el impulso definitivo para alzarse con las World Series del año 2017 vino a mitad de temporada, apenas unos segundos antes de que se acabara el periodo de traspasos, cuando los Astros decidieron que valía (y mucho) la pena dar a tres de sus mejores proyectos (Franklin Pérez, Jake Rogers y Daz Cameron) a cambio del pitcher estelar Justin Verlander, sus 34 años de entonces y sus más de 25 millones de dólares garantizados para esa temporada.
¿Os suena de algo? ¿Quizá os suena a los Astros dando hace apenas unos días, unos segundos antes de que acabara el periodo de traspasos, a cuatro de sus mejores proyectos (Corbin Martin, J.B. Bukauskas, Seth Beer y Joshua Rojas) a cambio del pitcher estelar Zack Greinke, sus 35 años de ahora y sus más de 77 millones de salario para los dos próximos años y medio (de ese total, los Astros le tendrán que pagar 55 millones de dólares)?
Con el debido permiso de las casas de apuestas de Las Vegas, supongo que los editores de Sports Illustrated ya le habrán dicho a Ben Reiter que se prepare una nueva portada de los Astros para finales de este próximo mes de octubre.
IV. El pasado mes de junio, el semanario The Economist realizó un especial en el que en uno de sus textos se aseguraba que el futuro de Estados Unidos va a estar marcado tanto por las elecciones presidenciales del 2020 como por la evolución de Texas y de California, dos de sus estados más poblados (segundo y primero, respectivamente), más grandes (segundo y tercero; el más extenso es Alaska y el cuarto, ¡la Montana de David Lynch, Phil Jackson, Gary Cooper y la novia de nuestro amigo!) y, sobre todo, más importantes económicamente. Es una situación interesante, ya que en los últimos años no han podido ser estados más antagónicos: mientras que California destaca por sus altos impuestos y por la gran participación de sus instituciones en los problemas más trascendentes de la actualidad (por ejemplo, el cambio climático), Texas es el prototipo de los gobiernos con escasos impuestos y mínima regulación institucional en la vida de sus ciudadanos, salvo, al contrario que California, en la vigilancia de la frontera con México (gasta 400 millones de dólares al año).
No sé cuál de los dos será el modelo que preferirán los Rockets y los Astros para su futuro, pero hay una expresión típica en Texas que sirve muy bien para definir a ambas franquicias: “Dance with the one who brung ya”.
“Baila con la persona que te ha traído al baile”.
Y, como probablemente dirían Morey o Luhnow, cuando no puedas bailar con la persona que te ha traído al baile, trae tú una persona nueva al baile con la que poder bailar.
Salvo si te llamas Houston Texans y quieres traer al baile desde New England a Nick Caserio.
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