La humanización de Dios
(Este texto corresponde a la sección de Reportajes, que, como su propio nombre indica, contiene reportajes sobre deportistas, clubes o cualquier aspecto relacionado con el deporte)
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(AVISO IMPORTANTE: este texto es el primero de una serie de textos sobre la rivalidad entre Ali, Frazier y Foreman en el boxeo de la década de los setenta que escribiré gracias a la ayuda inestimable de Jesús Mínguez, redactor jefe de Más Deporte en Diario As)
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Escribió A.J. Liebling en The sweet science que “el boxeo siempre ha sido un pasatiempo principalmente urbano” y aquel 8 de marzo de 1971, quince años después de que Liebling recopilara en ese inexcusable libro algunos de sus textos publicados con anterioridad en el New Yorker, las gradas del Madison Square Garden le dieron la razón. No faltó nadie. Ni los ricos, ni los políticos, ni la jerarquía eclesiástica, ni los músicos, ni los actores, ni siquiera las prostitutas, vestidas con abrigos de visón y colgadas del brazo de famosos, proxenetas y toda clase de gerifaltes, más o menos opulentos, que intentaron demostrar su glamour y su riqueza, fueran las que fueran, esa recordada noche en el templo neoyorquino del deporte. Entre los 20.455 espectadores que abarrotaron el recinto, artistas como Bob Dylan, Diana Ross, Miles Davis, Bill Cosby, Dustin Hoffman, Diane Keaton, Woody Allen o Gene Kelly se mezclaron con el exvicepresidente Hubert Humphrey y con el magnate Hugh Hefner, que llegó de la mano de Barbi Benton. Incluso, los Kennedy, la familia real de los estadounidenses, con permiso de la reina de Inglaterra, también estuvieron bien representados con el senador Ted Kennedy y su hermana Eunice Shriver en una velada que agotó rápidamente sus entradas, lo que produjo algún que otro hecho insólito. Por ejemplo, que Frank Sinatra se acreditara como fotógrafo e hiciera instantáneas para Life (el magnífico texto del reportaje de nueve páginas que publicó la revista norteamericana sobre el combate lo escribió Norman Mailer) o que Bing Crosby se quedara sin entrada y tuviera que verlo, junto con miles de personas más, en un circuito cerrado de televisión en el Radio City Music Hall. Andaba ya Don King por medio, el gran pionero del mundo del boxeo en hacer montañas de dinero con la distribución de los derechos televisivos de los combates, y los circuitos cerrados de pay-per-view, con Burt Lancaster como comentarista en la retransmisión, se sucedieron a lo largo y ancho de todo Estados Unidos, desde Beverly Hills, donde lo vieron Paul Newman y Glenn Ford, hasta Memphis, donde Elvis y Priscilla Presley ocuparon los asientos de privilegio en el extinto Ellis Auditorium. En total, se estima que 300 millones de personas en todo el mundo visionaron ese combate arbitrado por Arthur Marcante y en el que cada uno de los dos boxeadores tenían como mínimo asegurados 2.500.000 millones de dólares.
Aunque, en realidad, ese combate no fue una pelea más por el título mundial de los pesos pesados, sino que fue una especie de referéndum mediático definitorio de aquellos Estados Unidos divididos en dos, como siempre, por los derechos humanos, las tensiones raciales y una guerra, en ese caso, la de Vietnam.
“Mi misión es traer la libertad a 30 millones de negros. Ganaré esta pelea porque tengo una causa. Frazier no tiene ninguna causa. Él está en esto sólo por el dinero”, avisó Ali en la revista Time durante la preparación del combate, un periodo en el que el icónico luchador de Louisville volvió a recurrir, una vez más, a su verborrea mercadotécnica, amplificada por los medios de comunicación. “Hay una gran carga cultural y literaria detrás. Era una época dorada del periodismo, Frank Sinatra lo retrató para Life, todo el que era alguien estuvo en el Madison Square Garden, detrás estaban las relaciones de Ali con los Musulmanes Negros, con Malcom X, la identificación con la América demócrata frente a la republicana…”, explica Jesús Mínguez sobre la narrativa del combate. Y añade: “Ali ha pasado a la historia como El Más Grande, pero era cruel con sus rivales. Les humillaba antes de los combates. En este caso, y con su habitual habilidad, personificó en Frazier a la América que estaba en contra de los negros, cuando precisamente Frazier venía de una familia de South Carolina con 12 hijos y era nieto de esclavos que trabajaron en plantaciones. Tanto inflamó Ali a Smokin’, que este se presentó en el ring con la intención de matarlo, de destruirlo”. De hecho, hay una anécdota que sirve a la perfección para explicar esa última sensación: durante la preparación, Ali, obviamente después de llamar a los periodistas y a los reporteros gráficos para que le acompañaran, acudió al gimnasio en el que entrenaba Frazier en Philadelphia y golpeó de forma insistente la puerta, instando a Frazier a salir y a pelear en la calle. El por entonces campeón del mundo aceptó enseguida, se dirigió hacia la puerta para pelearse con Ali y tuvo que ser Yank Durham, su entrenador, el que le detuviera.
Foto: John Shearer / Life Pictures
Al final, como era de esperar, ambos boxeadores pelearon en el ring, en un combate que le llegó a Ali siete años después de haberse proclamado campeón mundial por primera vez ante Sonny Liston, en 1964, cuando tenía únicamente 22 años de edad, pero sobre todo cuatro años después de que en junio de 1967 hubiera sido sentenciado a cinco años de prisión y multado con 10.000 dólares por haberse negado a alistarse en el ejército para combatir en Vietnam. Pese a que no entró en la cárcel, a Ali le retiraron el título de campeón mundial y sufrió tres años de suspensión en el pico de su carrera deportiva, desde marzo de 1967 a 1970. El propio Frazier, trabajador, sonriente, educado, religioso y que con dieciséis años ya había cambiado la granja de la zona rural de South Carolina en la que nació por un matadero de carne en Philadelphia, testificó en esos años en el Congreso a su favor, pidió al presidente Richard Nixon que le devolviera su licencia para boxear e, incluso, apoyó económicamente a Ali durante esa suspensión (la Corte Suprema de Estados Unidos eliminó todos los cargos contra Ali con ocho votos a favor, cero en contra y la abstención de Thurgood Marshall el 27 de junio de 1971, apenas unos meses después del combate en el Madison Square Garden), pero eso no fue motivo suficiente para que el citado Ali le convirtiera ante el público, injustamente, como un hombre blanco más establecido dentro del establishment. “Ali llegó al combate con un récord de 31-0. Y ya era algo más que un boxeador, era el quinto Beatle, como le describe Norman Mailer. Era la revolución en un país revolucionado y convulsionado por las tensiones raciales. Además, en la cuna del entertainment, Ali era el entertainment. Su encarnación”, recuerda Mínguez. Y prosigue: “Siguiendo con Norman Mailer, en En la cima del mundo, el relato que dedica a Ali y Frazier, escribe que la palabra clave del siglo XX es ego. ‘Muhammad Ali se presenta como el más perturbador de todos los egos’, le define el escritor. Y así era. El dueño del ring, el dueño del escenario”.
Sin embargo, los precedentes más recientes de Ali sobre el cuadrilátero tras su suspensión no respaldaban con firmeza y argumentos su mística, ese dominio de la escenografía: “Ali venía de pasar tres años de retiro forzoso por negarse a ir a la Guerra de Vietnam: ‘A mí el Vietcong ese no me ha hecho nada’. Reapareció frente a Jerry Quarry, al que ganó por retirada, y luego a Óscar Bonavena por KO técnico, pero se le vio lento e impreciso. Los dos combates fueron en 1970”, rememora Mínguez. Y continúa: “No era el Cassius Clay que enamoró a los clásicos. Ese peso pesado muy ligero (medía 1,92 pero tenía 1,98 de alcance), con un juego de piernas rapidísimo, una cintura relampagueante para quitarse golpes y el peculiar estilo de manos bajas que tanto miedo da porque descubre la guardia. Los clásicos dicen que el mejor Ali fue el de antes del parón”. “Tenía, eso sí, una capacidad de encajar tremenda. Y mentalmente trabajaba los combates como nadie. Su capacidad para sacar de quicio al rival con su verborrea era y es inigualable. Cuando se proclamó por primera vez campeón mundial ante el terrible Sonny Liston, el campeón controlado por la Mafia, llevaba en su batín sobreimpreso The lip (El bocazas)... Nunca dejó de serlo. Una tortura para sus rivales”, concluye.
Foto: John Shearer / Life Pictures
Una tortura también, habrá que insistir, fuera del cuadrilátero para un Frazier que, dentro de él, equilibraba el nivel: el boxeador afincado en Philadelphia, poderoso, feroz, un pegador puro con un gran gancho de izquierda y defensor del título mundial, también llegó, al igual que Ali, imbatido a la cita (récord de 26-0), sin duda, el momento cumbre de toda su carrera pugilística. “Smokin’ Frazier era, simplemente, una bestia. Un coloso que siempre iba hacia adelante, como se demostró en el combate. Uno de esos boxeadores que meten presión desde el minuto uno (y los campeonatos del mundo eran a 15 rounds entonces). Y con un gancho de izquierda demoledor. Llegaba invicto, con un récord de 26-0, y había llenado el hueco que dejó Ali como campeón del mundo”, razona Mínguez. Y completa: “Al campeón mundial de los pesados se le tenía como el hombre más fuerte del mundo. Y él lo era. Su capacidad para concentrar la potencia en un punto era increíble. Mailer le describió como 'Una máquina de guerra”.
Una lucha de gigantes
No es extraño, entonces, que ese combate terminara por ser, como apunta de forma acertada Mínguez, “una lucha de gigantes entre dos seres humanos llevados al límite”. “Se bautizó como El combate del siglo o Lucha de campeones (los dos habían sido campeones olímpicos). Fue uno de esos momentos de la historia del deporte en los que la electricidad se sentía en el ambiente. Muchas veces, la expectación se convierte en decepción y en este caso no fue así”, insiste el redactor jefe de Más Deporte de Diario As. Y, de hecho, solamente hace falta irse al decimoquinto y último asalto, apenas unos pocos minutos de la larga hora que ambos boxeadores estuvieron sobre el ring, para entender la magnitud del combate: Ali, que iba claramente por detrás en el marcador pero que era capaz de desatar un aluvión de golpes encadenados en apenas unos segundos, empezó el round mandando, pero fue Frazier el que le tiró a la lona durante ocho segundos con un tremendo gancho de izquierda directo a su mandíbula que terminó por certificar su victoria inapelable. “Tonto, tonto, tienes que caerte. Dios dijo que seré campeón para siempre. No puedes enfrentarte a Dios”, le contó Ali al periodista Jerry Izenberg que le dijo a Frazier en ese momento. Y, según Ali, Frazier le contestó: “Bueno, Dios va a conseguir que le den una paliza esta noche”.
Foto: John Shearer / Life Pictures
“Este combate es importante en la historia del boxeo por ser la primera derrota de Ali, un personaje que trascendía al deporte. Ali se sentía dueño del cinturón de campeón del mundo, que perdió por no ir a la guerra, y Frazier lo retuvo”, razona Mínguez. Y concluye: “Ali dejó de ser imbatible. El Más Grande, que se creía enviado de Dios para redimir al pueblo negro, fue vencido. Frazier humanizó su figura”.
Aunque no tanto como para que Ali cambiara definitivamente su forma de ser: tras el combate, Ali se recorrió todos los late-nights de la televisión estadounidense para dejar bien claro que él había perdido la extenuante batalla en el Madison Square Garden debido a cuestiones políticas y otras series de teorías conspirativas, no porque Frazier hubiera sido superior. “Mírame a la cara: no hay ninguna marca. Míralo a él: está en el hospital. Yo gané esa pelea. Ellos me robaron esa pelea”, le dijo totalmente convencido a Johnny Carson en The Tonight Show en la NBC apenas unos días después para crear la duda eterna en un país dividido y hacer que Frazier nunca en su vida pudiera superar que mucha gente no creyera que había ganado legalmente ese combate, lo que aumentó todavía más su odio hacia Ali, que encontraría su punto culminante antes de una película de suspense en Manila.
Pero esa, como sabéis, es ya otra historia.
Foto: John Shearer / Life Pictures
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En este texto he utilizado referencias de Life, NBC, The Athletic, The Sweet Science y Time.
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Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta: