I. En la magnífica escena inicial de la película Molly’s Game (querido Joe Posnanski, por favor, haz sitio a Aaron Sorkin a tu lado en el lugar en el que charláis y os reís y os divertís todas mis deidades), la voz en off de Jessica Chastain, la actriz que interpreta a Molly Bloom, el personaje de nombre joyciniano protagonista de la cinta, nos habla de una encuesta que se hizo entre trescientos deportistas profesionales. En dicha encuesta, únicamente había una pregunta: ¿cuál es la peor cosa que puede ocurrir en el mundo del deporte?
Algunos de esos deportistas contestaron que perder en el séptimo partido de una serie y me parece una respuesta interesante porque todo el mundo sabe que no hay dos palabras juntas más bonitas en el deporte que “séptimo partido” (¿esa frase la dijo Pat Riley, no?).
Otros de esos deportistas respondieron que ser barridos en cuatro partidos y creo que esa respuesta tiene cierta lógica porque debe ser especialmente frustrante verse continuamente superado por un rival y no tener ninguna opción de victoria.
Otros manifestaron que la peor cosa que te puede ocurrir es no clasificarte para jugar la Copa del Mundo de fútbol y, evidentemente, algún jugador brasileño respondió que lo peor que te puede pasar es perder ante Argentina no sólo en la Copa del Mundo de fútbol, sino en cualquier momento, en cualquier partido, siempre.
Y, para acabar, una sola persona respondió que lo peor que te puede suceder en el mundo del deporte es terminar cuarto en los Juegos Olímpicos.
A mí se me ocurre una respuesta más, relacionada también con los Juegos Olímpicos, aunque no es exactamente esa.
Yo creo que la peor cosa que te puede pasar en el mundo del deporte es superar un récord del mundo en una final olímpica y, sin embargo, no ser medalla de oro porque otro de los participantes de tu misma prueba todavía lo hace mejor que tú.
Foto: Bettmann/CORBIS
II. Todos nosotros conocemos de sobra la vida de Jackie, el pionero, así que pasemos a hablar de Matthew Mackenzie, uno de sus hermanos, cinco años mayor que él.
Quizá algunos de vosotros no habéis oído nunca su nombre, pero, nacido en el estado de Georgia en 1914, Mack Robinson fue una estrella del atletismo estadounidense en la década de los años treinta que en la final de la prueba de 200 metros lisos de los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 batió el récord del mundo con un tiempo de 21.1 segundos. Sin embargo, no pudo pasar de la medalla de plata: en esa misma final, su compatriota Jesse Owens (seguro que de él sí que habéis oído hablar) batió también el récord del mundo con un crono de 20.7 segundos.
En total, cuatro décimas de segundo de diferencia entre uno y otro.
El camino de Mack Robinson hacia Berlín cuenta con un par de anécdotas que merecen la pena ser reseñadas. Por un lado, como él no tenía dinero para ir a los clasificatorios nacionales de New York, un grupo de empresarios de su ciudad, Pasadena (California), recaudaron 150 dólares para poder pagarle el tren. Por otro lado, Robinson no contaba con entrenador y disputó la citada final de 200 metros con el viejo par de botas de clavos que ya había utilizado en la temporada universitaria y en los citados clasificatorios.
Tras esa cita olímpica, Mack Robinson se graduó en la Universidad de Oregon, donde continuó acumulando títulos universitarios en distintas pruebas atléticas, pero ni la medalla olímpica ni los éxitos con Oregon fueron motivos suficientes para que el atleta afroamericano fuera reconocido en su ciudad.
Más tarde, Mack Robinson comenzó a trabajar de barrendero en Pasadena mientras vestía su sudadera olímpica porque no tenía dinero para comprarse otra ropa.
Poco después, un juez ordenó la desegregación racial en las piscinas municipales de la localidad californiana y el Ayuntamiento de Pasadena decidió tomar represalias despidiendo a todos sus trabajadores afroamericanos, incluido Mack Robinson.
En algún momento de su vida, Mack Robinson fue también acomodador en el Dodger Stadium, (dicen que) conserje de un colegio exclusivo para niños blancos y, sobre todo, encargado de la asistencia de un instituto de Pasadena, donde se convirtió en un activista en contra del crimen callejero juvenil.
Murió en marzo del año 2000 cuando tenía 85 años. Para entonces, el mundo había cambiado y la ciudad de Pasadena ya había reconocido con monumentos y homenajes a los hermanos Robinson por sus logros, aunque Jackie, muerto casi 28 años antes que su hermano, no lo vio.
Supongo que es mejor así: cuentan que Jackie Robinson, que tenía 17 años cuando Mack se alzó con la medalla de plata en Berlín, nunca ocultó a lo largo de toda su vida su ira y rencor contra Pasadena por el tratamiento que recibió su hermano pese a su éxitos deportivos.
III. Un inciso: además de superar un récord del mundo en una final olímpica y, sin embargo, no ser medalla de oro porque otro de los participantes de tu misma prueba todavía lo hace mejor que tú, yo creo también que la peor cosa que te puede pasar en el mundo del deporte es perder la medalla de oro en una final olímpica por menos de una décima de segundo de diferencia.
Supongo que Ralph Metcalfe estará de acuerdo conmigo porque a él le ocurrieron ambas cosas.
En Berlín 1936, en la final de la prueba de 100 metros lisos, Ralph Metcalfe paró el cronómetro en 10.4 segundos para adjudicarse la medalla de plata por detrás de Jesse Owens, que se hizo con la medalla de oro con un tiempo de 10.3 segundos.
Cuatro años antes, en Los Angeles 1932, en la final de la prueba de 100 metros lisos, Ralph Metcalfe únicamente se llevó la medalla de plata pese a conseguir un nuevo récord del mundo gracias a su tiempo de 10.38 segundos. ¿El motivo? La foto finish, que contó con el avance de la cámara de dos ojos de G. T. Kirby, determinó que el campeón fue su compatriota Eddie Tolan, que también situó el nuevo récord del mundo en ese crono compartido de 10.38 segundos.
En cualquier caso, tengo que detenerme aquí para que podáis entender la magnitud de esa carrera. Metcalfe defendió hasta su muerte que él nunca perdió, sino que esa carrera terminó en empate. Y puede que, en realidad, así fuera: las reglas de la época juzgaban como ganador al primero que cruzara la línea de meta (como se aprecia en el vídeo, Tolan es el primero en tocar la cinta), pero ese final fue tan igualado que, un año después, la Federación de Atletismo de Estados Unidos se vio obligada a cambiar esa regla por el que antes alcanzara la línea de meta, no el que tocara la cinta. Con ese cambio de reglas, Metcalfe habría sido el ganador, ya que en el vídeo parece que fue el primero que alcanzó la línea de meta.
Los jueces, sin embargo, le dieron el título a Tolan por, según ellos, dos pulgadas de distancia (cinco centímetros) y la Federación Internacional de Atletismo nunca reconoció como récord mundial el crono de Metcalfe, que, por cierto, acabó siendo concejal en el South Side de Chicago y miembro de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos por el Primer Distrito de Illinois.
Quizá en su carrera política le ayudó otra de sus agrias experiencias en Los Angeles 1932, esta vez en la final de 200 metros libres, donde fue medalla de bronce tras de nuevo Tolan (oro) y George Simpson (plata): sus tacos de salida estaban situados más atrás de lo establecido. Los jueces le ofrecieron una repetición de la carrera, pero él declinó el ofrecimiento. ¿Por qué? Porque tenía miedo de que en esa repetición de la carrera Tolan, Simpson y él, los tres atletas estadounidenses, no volvieran a conseguir las tres plazas del podio.
A esa decisión, algunos lo llamarían ser patriota.
IV. Otro guiño a los guiones de Aaron Sorkin: ninguna bruja fue quemada en el famoso proceso de los juicios por brujería llevado a cabo desde enero de 1692 a mayo de 1693 en Salem, la localidad de la colonia de la Corona Británica en la provincia de la bahía de Massachusetts. La mayoría de los condenados, entre ellos también algunos hombres, fueron ahorcados. De hecho, casi todas las presuntas brujas fueron sentenciadas a morir colgadas o ahogadas o golpeadas con grandes rocas, pero no quemadas.
A veces, los mitos desplazan a la realidad en el imaginario colectivo sean ciertos o no. Yo siempre he creído que se debe a la potencia de un determinado relato, a la capacidad de venta que tienen las historias más allá de su veracidad. No en vano, un mito es una narración maravillosa protagonizada por personajes heroicos, algo que sucede rodeado por un halo extraordinario de admiración y excelencia.
Un mito, por ejemplo, es el citado Jesse Owens, el atleta que venció por una décima de segundo a su amigo Ralph Metcalfe y por cuatro décimas de segundo a Mack Robinson en las finales de los 100 metros y de los 200 metros lisos de los Juegos Olímpicos de Berlín 1936.
El titular de esa hazaña es eficaz y es realmente sencillo de vender, incluso hasta en nuestros días, cuando ya casi han pasado cien años de aquello.
Es el siguiente: el héroe afroamericano que desafió con sus cuatro medallas de oro a Adolf Hitler en la mayor manifestación de poder del régimen racista nazi y que consiguió demostrar con su éxito que la raza aria no era, en efecto, superior a ninguna otra.
Aunque, casi siempre, la realidad es bastante más compleja.
Primero: pese a que lo pueda parecer cuando nos vuelven a contar la historia una y otra vez, Jesse Owens no estuvo solo en Berlín*, ya que el combinado estadounidense acudió a la cita con dieciocho atletas afroamericanos (entre ellos los citados Ralph Metcalfe y Mack Robinson) que sumaron un total de catorce medallas (además de las consabidas platas de ambos, Metcalfe también formó parte de la medalla de oro del relevo 4x100 estadounidense liderado por el propio Owens que batió el récord del mundo situándolo por debajo de los 40 segundos, 39.8 segundos exactos). De esas catorce medallas de atletas afroamericanos, ocho fueron de oro, un 33% de las medallas de oro de la expedición estadounidense en la cita berlinesa.
Segundo: en verdad, más allá de la preciosa amistad que forjó con Luz Long, su rival alemán en el salto de longitud*, la hazaña maravillosa de Owens no cambió absolutamente nada en la Alemania nazi, que ni siquiera se sintió ultrajada con la destreza del atleta nacido en Alabama. La máquina de odio, la cruzada sinsentido de Hitler y publicitada por Joseph Goebbels, siguió su curso. Los nazis dictaron su sentencia: las victorias de Owens y del resto de atletas afroamericanos servían para demostrar las ventajas con las que contaban los negros para competir al pertenecer a una raza “subhumana”. En su diario, Goebbels instó a la “humanidad blanca” a sentirse avergonzada de sí misma por dejar a los negros competir. Y el propio Hitler fue más allá: “Los estadounidenses deberían sentirse avergonzados de sí mismos por permitir que sus medallas las ganen los atletas negros”, dijo.
Tercero: al final, el éxito absoluto e incontestable de una estrella como Owens no sirvió tampoco ni para cambiar ABSOLUTAMENTE NADA es su país de origen, los propios Estados Unidos de América. Por ejemplo, un dato: no sería hasta London 1948 cuando Don Barksdale, pese a la oposición de entrenadores y las amenazas de muerte que recibió, se convirtió en el primer afroamericano en militar en la selección de baloncesto estadounidense (un año antes, en 1947, Jackie Robinson, el pionero, el hermano de Mack, se convirtió con su fichaje por los Brooklyn Dodgers en el primer jugador afroamericano en la MLB).
Pero volvamos a Jesse Owens, el héroe, el mito, el hombre al que sus compatriotas recibieron con un desfile en la Quinta Avenida de New York.
Así sucedió y así nos lo han contado, aunque quizá se hayan olvidado de mencionar algunas partes de la narración.
Por ejemplo, aquella que dice que el gerente del Hotel Waldorf Astoria de New York le pidió a Jesse Owens que utilizara el ascensor de servicio en vez del ascensor de huéspedes para ir a su propio desfile de reconocimiento en la Quinta Avenida.
Por ejemplo, aquella que dice que Franklin Delano Roosevelt*, el trigesimosegundo presidente de Estados Unidos, se negó a conocer a Jesse Owens, a invitarle a la Casa Blanca o a mandarle una carta de felicitación tras su gesta berlinesa.
Por ejemplo, aquella que dice que Jesse Owens no recibió oportunidades laborales cuando regresó a Estados Unidos, que se declaró en bancarrota apenas tres años después de Berlín 1936 y que, completamente desesperado, terminó aceptando correr en exhibiciones a través de todo el país en carreras de 100 yardas contra caballos para conseguir dinero.
“Todos venían a darme una palmada en la espalda, a estrecharme la mano, a llevarme a su suite, pero ninguno venía a ofrecerme un trabajo”, explicó una vez Owens. Y añadió: “Tú no puedes comer cuatro medallas de oro”.
El 31 de marzo de 1980, Owens, fumador de un paquete de tabaco al día desde que tenía 32 años, murió a los 66 años de edad.
Más allá de la narrativa que acompaña al mito, la realidad te golpea cuando abres el plano de tu mirada, te paras a pensar y te das cuenta de que cuatro décimas de segundo de diferencia son apenas nada, menos todavía una imperceptible décima de segundo.
Lo que sucede en un determinado momento, en un instante único, no puede delimitar toda una vida.
Creo recordar que fue Winston Churchill, primer ministro del Reino Unido y aliado de Roosevelt en la II Guerra Mundial, el que definió el éxito como “la habilidad para ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”.
Es una frase que siempre me gustó.
Aunque hubiera preferido que la pronunciara el Presidente Josiah Bartlet, el único político al que votaría en mi vida sin tener que pensármelo antes.
*Dato: Eddie Tolan y Ralph Metcalfe, los protagonistas de la final de los 100 metros libres de Los Angeles 1932, fueron la primera pareja afroamericana en representar a Estados Unidos en las pruebas individuales de sprint de unas Olimpiadas.
*El caso contrario al de Luz Long sería el de Tinus Osendarp, el holandés que finalizó tercero en las finales de 100 y 200 metros libres, ya que quedó tan prendado del régimen nazi tras Berlín 1936 que, cuando Alemania ocupó Holanda, terminó uniéndose a la policía secreta de los nazis y ayudó activamente en la detención de disidentes y en la deportación de judíos a los campos de exterminio.
*Curiosidad: el segundo nombre de Jackie Robinson, la estrella de los Dodgers y el hermano menor de Mack, era Roosevelt, puesto que su madre se lo puso en honor de Theodore Roosevelt, el vigesimosexto presidente de Estados Unidos, que falleció 25 días antes de su nacimiento.
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Yo creo que una de las peores cosas que pueden pasarle a un deportista es perder contra un tramposo, que luego es descalificado y deja el título en blanco.