Buzzer Beater (The Last Dance)
I. Si no habéis estado nunca allí, lo primero que os va a sorprender es el tamaño del United Center. Es inmenso, prácticamente inabarcable a la vista. En eso solía pensar siempre cuando mi mujer y yo lo volvíamos a ver una vez más después de apearnos del autobús número 50 en la esquina de las calles South Damen y West Madison, tras un trayecto de norte a sur en una línea recta perfecta de casi medio centenar de paradas y más de media hora por una decena de barrios de Chicago, desde casas a la sombra de los árboles que se convertían en fábricas a la orilla del río y, definitivamente, en bares y aglomeraciones de gente entre el bullicio de Wicker Park. Los sándwiches de jamón de york y queso reposaban en algún bolsillo de nuestros abrigos y el vaho que salía de nuestras bocas ascendía hasta desaparecer por encima de nuestros gorros de lana. La gente fumaba con ansia y prisa entre gélidos temblores y corría en busca de un sitio que le resguardara del viento y del frío. Mi mujer y yo, en cambio, solíamos disponer de tiempo y, antes de buscar nuestros asientos, a veces nos acercábamos a la tienda entre finlandeses con camisetas de Lauri Markkanen o paseábamos por los anillos del pabellón y mi mujer pedía alguna cerveza y me hacía fotografías en la vitrina con los seis trofeos de campeón de la NBA de los Bulls de la década de los noventa o íbamos hasta la estatua de Jordan y los trabajadores de NBC Sports Chicago que estaban retransmitiendo el encuentro, con Neil Funk y Stacey King rodeados de aficionados con carteles que saludaban a la cámara, nos regalaban alguna toalla para que animáramos con ella desde las gradas. Ya una vez dentro, Benny the Bull, la mejor mascota de la historia de la humanidad, estaba haciendo alguna de las suyas entre las carcajadas de todos y los estandartes colgaban alineados en el techo tal y como cuelga ahora en una pared del restaurante Portillo’s de las calles West Ontario y North Clark el estandarte original de campeones de la Stanley Cup de 1938 de los Blackhawks que antes colgaba del techo del extinto Chicago Stadium. Y cuando mi mujer y yo estábamos conversando ajenos a los jugadores que calentaban sobre la cancha, de repente empezaba a sonar esa canción y yo retrocedía en apenas unos segundos y unos pocos compases dos décadas en el almanaque de mi vida.
La verdad es que es bastante inexplicable que yo todavía recuerde perfectamente esas presentaciones de los Bulls de finales de la década de los noventa y que Sirius, la canción introductoria que precede a Eye in the sky, el tema principal y que da nombre al sexto álbum de The Alan Parsons Project, la banda inglesa de rock progresivo, me parezca, en cierto modo, espléndida. En realidad, no es mérito de esos casi 120 segundos de composición instrumental en la que prevalece de forma repetitiva el sonido del sintetizador, sino de un todo, de cada uno de los elementos que componían esa puesta en escena que duraba, como acabo de escribir antes, poco menos de dos minutos. El pabellón completamente a oscuras. El videomarcador que se encendía y en el que aparecía el armonioso skyline de Chicago junto al lago Michigan. Los toros que empezaban a correr por las calles, por South Michigan Avenue, por delante de la fachada del Art Institute con sus leones, por debajo del elevated (el metro) en el Loop, por la Daley Plaza y la Federal Plaza, por North State Street, entre rascacielos con la Sears Tower de fondo y demás calles hasta llegar al United Center. Las luces del pabellón que volvían a apagarse una vez más y, sobre la cancha, el logo del toro dibujado con luces estroboscópicas. La voz de Ray Clay y su “and now, the starting line up for your world champion Chicago Bulls!”, con su “the man in the middle” para nombrar al pívot y, cuando el ruido en el pabellón ya era completamente ensordecedor y ni siquiera se escuchaba la voz de Clay, su “From North Carolina, at guard…” para presentar a Michael Jordan.
Lo vuelvo a rememorar ahora y, más allá de la tonta emoción inesperada que me embriaga, de lo muchísimo que echo de menos vivir en Chicago con mi mujer y de las ganas irremediables que tengo de volver a vivir allí de nuevo con ella, no puedo nada más que reconocer que en aquellos lejanos años, cuando yo estaba sentado también a oscuras bien entrada la madrugada en aquel sofá de la casa de mis padres y mi padre se levantaba a trabajar cuando yo todavía no me había ido a dormir por un partido de baloncesto al otro lado del océano, no me daba cuenta de que hay equipos, como esos Bulls, que antes de saltar al parquet ya tenían media victoria asegurada.
![](https://substackcdn.com/image/fetch/w_1456,c_limit,f_auto,q_auto:good,fl_progressive:steep/https%3A%2F%2Fbucketeer-e05bbc84-baa3-437e-9518-adb32be77984.s3.amazonaws.com%2Fpublic%2Fimages%2Fa4c240dc-f27c-42dd-b4a4-ada1c104dc9e_1200x675.jpeg)
Foto: CBS Sports
II. Parece ya más que notable que en este insoportable mundo de buenos y malos, la gente ha decidido convertir a Jerry Krause, general manager de los seis títulos de los Bulls en los noventa, en el enviado del mal y, a pesar de que yo no esté de acuerdo con la mayoría de las decisiones que tomó en el final de esa era victoriosa, voy a erigirme en su máximo defensor porque creo que los argumentos contra él no pueden ser más falaces, interesados y embusteros, más todavía si tenemos en cuenta que él está muerto y ni siquiera puede defenderse ya. Y, sobre todo, porque puede que pocas personas sean más complejas que Jerry Krause, un hombre espinoso, resentido e inseguro, pero también con sentido del humor (aunque no siempre lo hacía público), trabajador e inteligente, así que es evidente que no puedo estar más en desacuerdo cuando se trata de reducir a una persona así de laberíntica a a citada (y exasperante, añado) dualidad del bien y el mal.
Por un lado, el primer argumento para definir a Krause como el enviado del mal es el contrato de Scottie Pippen y, objetivamente, es el propio Pippen el máximo culpable de esa situación que tanto le disgustó.
Recapitulemos:
En 1987, tras ser traspasado de los Sonics a los Bulls después el draft (por expreso deseo de Krause, que estaba prendado del jugador después de su paso por la Universidad de Central Arkansas), Pippen firmó con la franquicia chicagüense un contrato de seis años y un montante total de cinco millones de euros.
En 1991, después de ganar el primer anillo de la NBA, Pippen renegoció su contrato con los Bulls y lo amplió hasta 1998 (en total siete años, contando los dos años que le quedaban del anterior contrato) por un montante total de 18 millones de dólares, 13.3 millones de dólares correspondientes a esas cinco nuevas temporadas.
En la temporada 1991/1992, Pippen tuvo un salario de 2.77 millones de dólares, lo que le convirtió en el 16º jugador mejor pagado de la competición.
En la temporada 1992/1993, Pippen tuvo un salario de 3.42 millones de dólares, lo que le convirtió en el 8º jugador mejor pagado de la competición.
En la temporada 1993/1994, Pippen tuvo un salario de 3.07 millones de dólares, lo que le convirtió en el 24º jugador mejor pagado de la competición.
A partir de esa misma temporada, la NBA empezó a vivir un incremento exponencial del dinero que llegó a la competición y los nuevos contratos que firmaron los jugadores estaban proporcionalmente al alza con respecto a los viejos contratos ya firmados.
En la temporada 1994/1995, Pippen tuvo un salario de 2.22 millones de dólares, lo que le convirtió en el 91º jugador mejor pagado de la competición.
En la temporada 1995/1996, Pippen tuvo un salario de 2.92 millones de dólares, lo que le convirtió en el 74º jugador mejor pagado de la competición.
En la temporada 1996/1997, Pippen tuvo un salario de 2.25 millones de dólares, lo que le convirtió en el 128º jugador mejor pagado de la competición.
En la temporada 1997/1998, Pippen tuvo un salario de 2.77 millones de dólares, lo que le convirtió en el 122º jugador mejor pagado de la competición, y a comienzos de octubre pidió públicamente a los Bulls que le traspasaran a “LA o Phoenix”. Además, era solamente el sexto jugador mejor pagado de la plantilla de los Bulls tras Michael Jordan, Dennis Rodman, Toni Kukoc, Ron Harper y Luc Longley
En la temporada 1998/1999, Pippen firmó cinco años como agente libre por los Rockets con un contrato de 79.6 millones de dólares y en los seis años más que militó en la NBA hasta su retirada, en Houston, en los Blazers y un último año de nuevo en los Bulls, ganó en salarios un total de 87.3 millones de dólares.
Tras la temporada 2003/2004, Pippen se retiró después de acumular en salarios 109.9 millones de dólares a lo largo de toda su carrera profesional.
Traducción: básicamente, Pippen vivió a lo largo de una década de imparable crecimiento económico en la NBA víctima de la extensa duración del propio contrato que él mismo firmó en su máximo esplendor, cuando tenía 26 años, porque, como él mismo ha reconocido en multitud de ocasiones, buscaba tener seguridad económica para toda su vida después de la situación de extrema pobreza que vivió en su familia cuando él era pequeño. El propio Jerry Reinsdorf, dueño de los Bulls, le avisó de que no debía firmar ese contrato: “Le dije cuando estaba preparado para firmar este acuerdo que ‘a mitad de camino pensarás que estás mal pagado, especialmente porque lo pagamos sobre todo en los primeros años”, le contó en su día el propietario de la franquicia chicagüense al periodista Sam Smith, del Chicago Tribune. Y, según él mismo, Pippen le contestó: “Nunca tendrás noticias mías”. “Le dije que no le creía, pero prometió que ese sería el caso. Sé que está mal pagado. A veces hago buenos tratos y a veces hago malos tratos”, concluyó Reinsdorf.
Entiendo perfectamente lo que llevó a Pippen a querer firmar ese contrato de larga duración en 1991 tras ganar el primer anillo, pero no creo que nadie pueda culpabilizar a Krause de que, después de que Pippen firmara ese contrato por siete años, la NBA se convirtiera en una máquina de hacer dinero, el mercado cambiara completamente y los jugadores empezaran a firmar contratos lustrosos. O de que los Bulls se transformaran en una franquicia global y Pippen en una estrella indiscutible. Ni siquiera, de hecho, se le puede echar la culpa en el tramo final de ese acuerdo de una de las mayores quejas que mostró Pippen, la necesidad de renegociar ese contrato, ya que, al contrario que en la época anterior, en 1997 ya no se podían renegociar los contratos firmados previamente. Como se suele decir, los contratos están para cumplirlos y Krause no hizo nada más que atenerse a su rol, a su papel dentro de la franquicia, el de general manager de los Bulls y no agente de Pippen.
Otro debate, por supuesto, es si Pippen, por su incidencia en ese equipo dentro de la cancha, merecía ganar más dinero del que estipulaba su contrato y si la negativa constante de Krause a concederle más dinero a Pippen no era contraproducente en la búsqueda de la estabilidad y del éxito continuado de los Bulls, pero Krause ya dejó meridianamente claro varias veces que para él Pippen (y su contrato) era una pieza que se podía intercambiar. En 1994, Pippen estuvo a punto de ser traspasado a los Sonics por Shawn Kemp. Un año más tarde, Pippen estuvo cerca de los Clippers. Y justo nada más terminar la temporada 1996/1997, Pippen prácticamente fue de los Celtics a cambio de, sobre todo, la tercera y sexta ronda del draft que se iba a celebrar unas semanas después.
Al final, ninguno de esos tres traspasos se terminaron realizando, pero todos esos intentos nos sirven para confirmar que Krause, gracias a ese contrato de Pippen extremadamente beneficioso para los intereses de la franquicia chicagüense, pudo formar ese equipo campeón, que, en realidad, fueron dos equipos diferentes: el del primer three-peat y el del segundo three-peat, la verdadera máquina de ganar (y de defender), especialmente en el cuarto y el quinto anillo. Es decir: es más que probable que con Pippen ganando el dinero que realmente se merecía no existieran unos Bulls con Kukoc, Rodman, Harper, Longley o Kerr como complemento a la pareja Jordan-Pippen (los últimos Bulls campeones eran prácticamente un equipo de una rotación de apenas siete-ocho jugadores) y, de tal forma, no sería muy arriesgado asumir en la actualidad que tal vez esos seis títulos de la NBA de los Bulls en los noventa se podrían haber convertido únicamente en ¿cuatro?, ¿tres?, ¿dos? Quién sabe. Pudiera ser.
Por lo tanto, ¿creo yo que merecía más dinero Pippen por su rendimiento? El cielo es el límite. ¿Habría pagado yo más dinero a Pippen? Sin dudarlo ni un segundo. ¿Es Krause el enviado del mal por no pagarle a Pippen el dinero que se merecía y que reclamó durante tanto tiempo? No, por supuesto que no.
A mí nadie me ha contado nunca que Krause estuviera con un arma apuntando en la cara a Pippen para que firmara ese contrato, ni que un general manager de una franquicia tenga que renegociar un contrato que ya está firmado por deseo de un jugador, por muy bueno que ese jugador sea.
La teoría dice que a tus mejores jugadores hay que tenerles siempre contentos (ejemplo: Messi y sus renovaciones casi anuales), pero muchas veces la práctica nos enseña que esa filosofía no es el equivalente directo a ganar siempre, a alzarse con todos y cada uno de los títulos que juegas (ejemplo: Messi y sus renovaciones casi anuales).
Al éxito, como a cualquier sitio, se llega de muchas formas diferentes. Incluso, hasta de formas contrarias.
III. Por otro lado, el otro gran argumento para convertir a Jerry Krause en el enviado del mal es su incidencia directa en la marcha de Phil Jackson y, aunque en este caso concreto la defensa del exgeneral manager de los Bulls es más ardua, también tiene sus argumentos. Principalmente, uno: él no cesó ni echó al técnico de Montana, sino que Jackson dejó de ser entrenador de la franquicia chicagüense cuando su contrato terminó. Es una aclaración que parece mínima, pero que, en realidad, cambia completamente el significado de la afirmación.
Para entender la peliaguda situación final entre Krause y Jackson, dos hombres que terminaron odiándose mutuamente, es importante explicar el contexto: su fricción no es más que la consecuencia del choque entre un scout que sobresalía evaluando el talento y quería draftear jugadores para formarlos (Krause, que cuando dimitió de su cargo en los Bulls regresó, precisamente, a su antiguo puesto de ojeador de béisbol) y un entrenador que prefería hacerse con jugadores en la agencia libre y entrenarlos. O lo que es lo mismo: la lucha de poder entre dos maneras distintas de entender la gestión del éxito que en un determinado momento chocaron frontalmente.
Y, obviamente, también es importante conocer la narrativa.
De entrada, regresando a 1987, Krause fue el que contrató a Phil Jackson como ayudante de Doug Collins y el que apostó decididamente por él y le ascendió a primer entrenador en 1989. Sin embargo, en 1997, una década después, todo era ya completamente diferente: en junio de ese año, Krause prohibió a Phil Jackson acudir al Berto Center, el lugar de entrenamiento de los Bulls, a presenciar las sesiones privadas con jugadores de cara al draft que la franquicia chicagüense estaba haciendo a las promesas (entre ellos, a Tracy McGrady) que en teoría escogerían con el número 3 y el número 6 de la primera ronda en el citado traspaso frustrado de Pippen a los Celtics.
Un mes más tarde, en julio, después de que Jerry Reinsdorf renovara personalmente a Phil Jackson por un año más y 5.7 millones de salario (un aumento de tres millones de dólares con respecto al contrato anterior), Krause fue todavía más explícito ante los periodistas: “Quiero enfatizar que este será su último año”, dijo tras anunciar la renovación. Y añadió: “Phil solamente quiere entrenar un año más y nosotros solamente queremos que Phil entrene un año más”. Además, si hacemos caso al libro Playing for keeps, la biografía sobre Jordan escrita por David Halberstam, Krause tampoco se cortó delante de Jackson: “No me importa si este año son ochenta y dos victorias y cero derrotas, tú estás jodidamente fuera”, le avisó.
Es un hecho comprobado que Krause ya había elegido entrenador y que le había ofrecido el puesto (un desconocido Tim Floyd, el técnico de la Universidad de Iowa State, en un movimiento que recuerda en gran medida a cuando eligió a un desconocido Doug Collins para reemplazar a Stan Albeck o también cuando eligió a un desconocido Phil Jackson para sustituir al citado Collins), pero eso no ha de impedirnos ver la imagen panorámica: Reinsdorf, por ejemplo, contó en varias ocasiones que pensó en Michael Jordan como entrenador-jugador o en Frank Hamblen, la mano derecha de Jackson, para ocupar el puesto de head coach durante el tiempo necesario para que el técnico de Montana pudiera tomarse un descanso.
Porque lo he dicho antes: conocer la narrativa es importante y, en este caso en concreto, la narrativa siempre se olvida de lo que quería hacer Phil Jackson.
No lo digo yo, lo dijo el propio Phil Jackson, por ejemplo, en el año 2013 en ESPN al periodista Rick Telander: él no quería seguir en el cargo porque solamente tenía pensado entrenar siete años y llevaba ya nueve como entrenador de los Bulls. Jackson, según sus propias palabras, no se sentía cómodo con Krause porque creía que le había abandonado cuando firmó su primer contrato anual dos años antes del sexto y último título de los Bulls. Y, además, algo realmente importante, el técnico de Montana tenía graves problemas en su matrimonio y sufría dolencias en la espalda y en las caderas. Por eso, quería tomarse un descanso.
Insisto, esto también es un hecho comprobado, dicho por el propio entrenador: Phil Jackson tenía pensado dejar su puesto desde hacía un par de años, incluso desde antes de pelearse con Krause. Tal y como contó el periodista Sam Smith en 2004 en ESPN, Jerry Reinsdorf le ofreció un contrato millonario y multianual al final de la temporada 1998, pero Jackson tenía completamente decidido que quería descansar al menos un año (si bien también hay que recordar que Todd Musburger, agente de Jackson, y el propio entrenador mantienen que esa oferta, pese a haber sido filtrada a la prensa, nunca existió en la realidad; la verdad suele estar llena de aristas). ¿Os suena? Tal vez vuestra memoria os lleve al año 2004 y al descanso que el entrenador de Montana se tomó después de cinco años entrenando a los Lakers y antes de regresar justo un año después de nuevo a los Lakers, equipo en el que estaría otros seis años más.
Por lo tanto, ¿creo yo que Krause en vez de sentenciar a Phil Jackson tendría que haberle renovado pagándole más dinero? El cielo es el límite. ¿Habría yo renovado y pagado más dinero a Phil Jackson? Sin dudarlo ni un segundo. ¿Es Krause el enviado del mal por no renovar a Phil Jackson y apostar por Tim Floyd como entrenador? No, por supuesto que no.
Por mucho que la narrativa nos lo repita hasta la saciedad.
![](https://substackcdn.com/image/fetch/w_1456,c_limit,f_auto,q_auto:good,fl_progressive:steep/https%3A%2F%2Fbucketeer-e05bbc84-baa3-437e-9518-adb32be77984.s3.amazonaws.com%2Fpublic%2Fimages%2F5c2112a0-5484-45c1-86ae-41dd620dd530_700x393.jpeg)
Foto: USA Today Sports
IV. Es cierto que Jordan le dijo al citado Rick Telander, por entonces columnista del Chicago Sun-Times y de Sports Illustrated, al final de la temporada 1998 que lo que quería para volver a jugar en los Bulls al año siguiente y no retirarse era “sólo un cambio de propiedad. ¿Y sabes lo que yo considero un cambio en la propiedad? Cambiar al general manager. Dejar que Phil (Jackson) sea el general manager y el entrenador. ¿Krause? No quiero empezar una guerra aquí. Solamente diré que a veces es duro trabajar para una organización que no muestra el mismo tipo de lealtad hacia ti que la que tú muestras hacia ella”, pero insisto: Jerry Krause no fue un enviado del mal.
Él mismo dio con la clave y yo pienso citar sus palabras tal y como él las pronunció, sin omitir ninguna de ellas: “Los jugadores y los entrenadores solos no ganan campeonatos; las organizaciones ganan campeonatos".
Es decir: todos juntos ganan y todos juntos pierden.
Krause, el nombrado como enviado del mal, no fue el causante en solitario de la disolución de esa dinastía, de que la era victoriosa de los Bulls se acabara, porque, como sucede casi siempre, nunca suele haber un único culpable al que poder apuntar con el dedo acusador.
Por ejemplo, Jordan dijo por activa y por pasiva que no volvería a los Bulls si no estaba Phil Jackson, pero también es igual de cierto que, por mucho que haya sido el mejor jugador de la historia, ya tenía 35 años, ganaba una barbaridad ¿insostenible? de dinero, se suele contar que estaba bastante hasta las narices de sus compañeros y del baloncesto, y, aunque al final no hubiese decidido retirarse por segunda vez, se habría perdido la mayor parte de la campaña 1998/1999, la temporada del lockout, después de cortarse el tendón del dedo índice de su mano derecha con una máquina de cortar puros.
Por ejemplo, ya os he dicho que Phil Jackson estaba pensando en dejarlo, en parar y descansar, desde hacía años, mientras que Pippen buscaba desesperadamente, después de seis títulos y camino de los 33 años, el dinero que no había podido conseguir con su anterior contrato por encima de cualquier otro interés.
Por ejemplo, de Reinsdorf se dice que es un propietario al que no le gusta soltar el dinero y que no se atrevió a apostar una vez más decididamente por Jordan, Pippen y Jackson porque le debía lealtad a Krause, aunque no tengo tan claro que nada de eso sea exactamente la pura verdad (datos: Reinsdorf le dio de forma consecutiva en las temporadas 1996/1997 y 1997/1998 los dos contratos mejor pagados de la historia hasta ese momento a Michael Jordan; mientras que en esas dos campañas los Bulls tuvieron el mayor salario para jugadores de toda la competición; en la 1997/1998, los Bulls estuvieron 26.8 millones de dólares por encima del salary cup, mientras que en esa misma temporada Michael Jordan cobró de salario 33.1 millones de dólares, más de 12 millones de dólares de diferencia con el segundo jugador mejor pagado de la competición, Pat Ewing y sus 20.5 millones de dólares).
Por ejemplo, la lógica aplastante que trae consigo el paso del tiempo. Y la lucha de egos (anécdota: pocos años antes, la pareja Jordan-Pippen menospreciaba a Kukoc, llamándole “el chico de Jerry” para insultar a Krause, hasta que el croata se ganó su afecto con su esfuerzo y talento). Y el desgaste que produce la excelencia. Y la reiteración cansina de muchas temporadas seguidas jugando cien partidos por año, disputando siempre finales. Y, por supuesto, la necesidad de airearse de una plantilla treintañera, envejecida, lesionada, completamente exhausta.
La caída de los Bulls después de ese último baile fue tan dura, tan violenta, la detonación de esa bomba tuvo una intensidad tan extraordinaria, porque nunca antes (y nunca después; por ascendencia, relato, contexto y narrativa, nada será comparable a eso) en la historia del deporte mundial hubo un equipo más dominante, un equipo más grande, un equipo más referenciado y referencial, que esos Bulls gracias a la figura mesiánica y omnipotente de Michael Jordan.
Y también, entre otros más, gracias a la figura de Jerry Krause, ese complicado ser humano que, al igual que el resto, ayudó a construir todo casi de la misma forma que, al igual que el resto, ayudó a derribarlo.
Quizá, al final, la mejor forma de ver todo sea con la perspectiva de los años transcurridos: estas últimas semanas, algunos de los periodistas de los programas deportivos más importantes de Chicago han realizado encuestas sobre cuáles han sido los mejores ejecutivos y cuáles han sido los ejecutivos con mayor impacto en la historia del deporte chicagüense y en ellas Jerry Krause siempre ha quedado segundo, únicamente por detrás de Theo Epstein, la cabeza pensante que devolvió el título de las World Series a los Chicago Cubs después de 108 años de espera y la maldición de una cabra.
Me parece la posición exacta en la que tiene que estar Krause. Ni más, ni menos.
Y me alegro de que los aficionados al deporte en Chicago lo vean así.
A veces, las personas, cuando en algún momento de nuestras vidas tenemos consciencia de estar formando parte de la historia, aunque sea como espectadores, tendemos a exagerar o, por el contrario, también a subestimar a sus verdaderos protagonistas.
COMPARTE EL TEXTO EN REDES SOCIALES Y SUSCRÍBETE GRATUITAMENTE SI QUIERES RECIBIR TODAS LAS NOVEDADES DE WOLCOTT FIELD.
Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta: