Cinema Rif
I. Supongo que cada uno de nosotros tiene manías, caprichosas y extravagantes, de las que, una vez asumido que nunca van a cesar aunque no tengan ningún sentido, se siente tontamente orgulloso. Me imagino que la mía sería la necesidad que tengo de acudir a ver películas con mi mujer a cines antiguos o a cinematecas cada vez que visitamos una ciudad en cualquier parte del mundo.
El Cinema Rif, la sede de la Cinemateca de Tánger, puede ser un buen ejemplo. Cuando bajas por la Avenue d’Angleterre o paseas por la Rue de la Liberté o subes por la Rue de la Plage, te lo encuentras como antesala a la medina, en plena Place du 9 Avril 1947. Los azulejos en policromía del minarete de la Mezquita de Sidi Bou Abib, situada a la izquierda de su fachada, enseguida llaman tu atención, pero finalmente quedas absorto por ese edificio blanco modernista, de más de ochenta años de historia, pintado ahora en su primera planta con una chillona mezcla de azul, rojo y amarillo. Las sillas y las mesas de su terraza miran hacia el Grand Socco para que, como sucede habitualmente en Marruecos, puedas detener el tiempo durante horas con un vaso de té mientras todo lo que ocurre a tu alrededor prosigue su curso sin detenerse como si fuera una escena en travelling de alguna película. Ni las mujeres con velo o con burka que cogen de la mano a sus hijas, ni los turistas, ni los adolescentes con camisetas de equipos de fútbol que venden tarjetas móviles, ni los chicos que se refrescan en el agua de la fuente, ni las jóvenes que lucen pantalones vaqueros, camisetas escotadas y bolsos enormes, ni los niños que estudian el Corán, ni los hombres desdentados con traje y corbata, ni los bereberes que llevan un rato persiguiéndote desde las callejuelas de la medina dejan de entremezclarse en esa plaza, igual que tampoco se separan entre sí el humo negro de los gases de combustión de los tubos de escape de sus Volkswagen y de sus Mercedes-Benz, el olor de las especias o el sonido reiterativo de la puntual invocación del muecín a la oración.
En su interior, el Cinema Rif, en esencia, es también así, un potaje confuso, un crisol en el que se funden, bajo el persistente humo del tabaco y los sorbos de zumos de naranja o de cervezas Flag y Casablanca, la juventud y la rebeldía, dos términos siameses imposibles de separar, que no sucumben ante fronteras, etnías o credos, pero que sí que ceden ante el inevitable paso del tiempo. Allí, entre sus paredes, junto a la barra, charlando en mesas o sentados en el vestíbulo, hay espacio para el taquillero con un gorro rojo de lana que te vende las entradas, los punkis con crestas tintadas, los universitarios con gafas de pasta y bufandas de cachemira, las veinteañeras con minifalda y botas negras Doctor Martens, los mochileros que únicamente llevan un ejemplar manoseado de The naked lunch de William S. Burroughs como equipaje, los aspirantes a escritores que aporrean las teclas de sus ordenadores portátiles, los pintores bohemios que aman la luz tangerina y los intelectuales trasnochados con inquietudes cinéfilas antes de que las puertas de la Grande Salle se abran y todos entren a ese salón enmoquetado, húmedo, gélido y rancio.
Y, acto seguido, una vez dentro, se apagan las luces, la pantalla que preside la estancia se ilumina y aparece ante ti la cara, dentro de un halo divino, de Audrey Hepburn o de Paul Newman o de Humphrey Bogart o de Marilyn Monroe o de cualquiera de esos actores y de esas actrices de Hollywood que llevan acompañándote toda tu vida y, de repente, aunque estés al borde del estrecho en el que África se toca con Europa, es como si estuvieras al otro lado del mundo, en América, bajo las luces de neón de un cine en pleno Sunset Boulevard de Los Angeles (o, como se llamó en su fundación, El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de Los Ángeles del Río de Porciúncula).
Es decir, L.A., la ciudad, ayer y en la actualidad, de las estrellas.
II. Ahora necesito la ayuda de Fangraphs y de Baseball Reference para lo que os quiero contar.
Empiezo con el WAR de Fangraphs (Wins Above Replacement, la estadística que intenta analizar el valor total de un jugador, la contribución que tiene en su equipo, en términos de victorias por encima de un jugador de reemplazo), cuya fórmula para los jugadores de posición es WAR = (Batting Runs + Base Running Runs + Fielding Runs + Positional Adjustment + League Adjustment + Replacement Runs) / (Runs Per Win):
Esta es su clasificación en la temporada pasada:
Esta es su clasificación en las últimas tres temporadas:
Esta es su clasificación en las últimas cinco temporadas:
Continuo con Fangraphs y con la estadística WAR, aunque ahora me centro en la de los pitchers, cuya fórmula es WAR = [[([(League “FIP” – “FIP”) / Pitcher Specific Runs Per Win] + Replacement Level) * (IP/9)] * Leverage Multiplier for Relievers] + League Correction:
Esta es su clasificación en las últimas cinco temporadas:
Esta es su clasificación en las últimas diez temporadas:
Es el turno ahora del WAR de Baseball Reference, que, aunque tiene alguna diferencia con el WAR de Fangraphs, utiliza parámetros similares (Batting Runs, Baserunning Runs, Runs added or lost due to Grounding into Double Plays in DP situations, Fielding Runs, Positional Adjustment Runs y Replacement level Runs) para medir el valor de un jugador en relación a otro jugador de reemplazo:
Estos son los líderes de la American League y de la National League en las últimas diez temporadas:
Prosigo con Baseball Reference, si bien me voy al WAR de los pitchers, una fórmula un poco más sencilla que la de Fangraphs y que, en este caso, se centra, especialmente y simplificando, en las carreras permitidas por un pitcher en comparación con el número de entradas en las que lanza y la media de los pitchers de la competición en la citadas carreras permitidas:
Estos son los líderes de la American League y de la National League en las últimas diez temporadas:
Por último, quiero que os quedéis con estos cinco nombres y que volváis a mirar de nuevo todos los cuadros estadísticos prestando atención a si aparecen o no. Los nombres son los siguientes: Mike Trout, Mookie Betts, Cody Bellinger, Anthony Rendon y Clayton Kershaw.
Supongo que os estará ya empezando a picar la curiosidad, así que si, además, queréis saber qué es lo que os estoy tratando de contar, me temo que vais a tener que seguir leyendo y llegar hasta el final de este texto.
Y, por supuesto, no os pienso hacer ningún spoiler.
III. El pasado fin de semana, durante el derbi angelino en el Staples Center entre los Clippers y los Lakers, estuve continuamente pensando en la importancia, más allá de cualquier análisis que podamos hacer, de contar en tu equipo en la NBA actual con dos grandes estrellas, con dos jugadores superlativos que puedan anotar cuando los partidos igualados se deciden en los últimos segundos de las posesiones del cuarto definitivo, que puedan fijar defensas y encontrar compañeros desmarcados para lanzar completamente solos a canasta.
Pensé en Kemba Walker y Jayson Tatum, de los Celtics. Y en Luka Doncic y Kristaps Porzingis, de los Mavs. Y en Nikola Jokic y Jamal Murray, de los Nuggets. Y en Giannis Antetokounmpo (el jugador más dominante de la competición) y Khris Middleton, de los Bucks. Y en Joel Embiid y Ben Simmons, de los 76ers (si bien, la falta de tiro exterior de Simmons limita a esta pareja en los momentos claves). Y en Damian Lillard y CJ McCollum, de los Blazers. Y en James Harden y Russell Westbrook, de los Rockets. Y en lo mucho que quiero que Klay Thompson y Kevin Durant se recuperen de sus lesiones para meterles en esta lista junto con Steph Curry, en los Warriors, y Kyrie Irving, en los Nets, respectivamente.
Pero sobre todo pensé que no hay dos parejas mejores que las que forman Kawhi Leonard y Paul George, las estrellas de los Clippers, y, muy especialmente, LeBron James y Anthony Davis, las estrellas de los Lakers.
Por un lado, Leonard y George forman la mejor pareja defensiva de la competición: el primero suma dos premios a mejor jugador defensivo del año y tres presencias en el mejor quinteto defensivo del año, mientras que el segundo suma dos presencias en el mejor quinteto defensivo del año y fue el líder en robos de balón la temporada pasada. Además, ambos son dos de los jugadores más completos de la NBA y, en ataque, atraviesan por uno de los mejores momentos de toda su carrera: en el pasado curso, George acabó en el tercer puesto en la votación a mejor jugador de la competición y Leonard se alzó con el premio a mejor jugador de las finales después de darle su primer título a los Raptors tras completar una de las actuaciones individuales más impresionantes y determinantes que se recuerdan de toda la historia de los playoffs, a la altura de Michael Jordan en 1992 y 1998, LeBron James en 2012 y 2018, Hakeem Olajuwon en 1995, Shaquille O'Neal en 2000, Allen Iverson en 2001 (aunque, al igual que LeBron James en 2018, se quedó sin el título de campeón) o Kobe Bryant en 2009 y 2010. E, incluso, por encima de muchos de ellos.
Por otro lado, saltando a los Lakers, es imposible encontrar en cualquier otro equipo una pareja mejor que la que forman, por talento y por complemento, LeBron James y Anthony Davis. Por condiciones físicas, ambos jugadores son prácticamente indefendibles en el pick and roll y en el pick and pop, tal y como quedó demostrado el pasado domingo ante los Clippers. Asimismo, LeBron James es el mejor alero pasador de la historia de la NBA y Anthony Davis es uno de los jugadores actuales que más aprovecha la lectura de juego en la creación de espacios. Y, evidentemente, si nos apoyamos en las estadísticas, no hay ninguna duda a la hora de darle el balón a LeBron James cuando la posesión se agota (entre 7 y 4 segundos del límite de posesión) y el partido se está decidiendo (último cuarto):
En esas situaciones de juego, LeBron James es el jugador que más puntos anota, que más tiros de campo y de tres encesta, que más asistencias reparte y que mejor diferencial de puntos tiene entre los jugadores que han disputado más de 55 partidos esta temporada:
En cualquier caso, como seguro que sois personas recelosas que todavía no os fiáis de mí, os voy a poner también un último cuadro estadístico con el WAR de FiveThirtyEight, cuya fórmula es WAR= (RAPTOR+2.75) × MinutesPlayed × ((LeaguePace + IndividualPaceImpact)/ LeaguePace) × WARmultiplier:
Esta es su clasificación en las últimas seis temporadas:
Es decir, según esta estadística, únicamente las parejas que forma Steph Curry con Draymond Green (207.6, la mejor de todas) y Klay Thompson (170.4) y la que forma Harden con Westbrook (176.5) son mejores que la que forman LeBron James con Anthony Davis (155) y Kawhi Leonard con Paul George (145.3).
Y, en clave playoffs, solo la dupla de Curry con Green (¡¡48.5!!) y la de los Splash Brothers (30.6) se mantiene por delante de Kawhi Leonard y Paul George (26.8, mejora en la postemporada) y de LeBron James y Anthony Davis (25.9).
Si bien, claro, esta última estadística de FiveThirtyEight es, evidentemente, hipotética, porque el WAR es una estadística individual y, además, a excepción de los tres jugadores de los Warriors, ninguna de estas parejas militaba en un mismo equipo durante las seis temporadas anteriores.
Pero, aun así, seguro que entendéis lo que quiero decir. Es muy sencillo: LeBron James, Kawhi Leonard, Anthony Davis y Paul George son muy, muy buenos, de los mejores que hay.
IV. No había caído en la cuenta de ello hasta que lo escuché un día en The Poscast, el podcast de Joe Posnanski y Michael Schur, que ahora podéis escuchar en The Athletic. De hecho, ni siquiera me lo había planteado nunca.
Es lo siguiente:
Si aceptamos la ciudad de Anaheim, situada 42 kilómetros al sudeste, como una parte más del gran área de Los Angeles, este año, tras las llegadas de Mookie Betts a los Dodgers y de Anthony Rendon a los Angels, la ciudad de las estrellas cuenta con el mejor beisbolista de la competición y, posiblemente, el mejor jugador de la historia de la MLB (Mike Trout), dos más que estarían casi con seguridad entre los cinco mejores de la liga (Mookie Betts y Cody Bellinger), otro que estaría situado entre los diez mejores (Anthony Rendon) y el mejor pitcher de la última década (Kershaw).
Mientras, en la NBA, tras las llegadas de Anthony Davis, Kawhi Leonard y Paul George, la ciudad de las estrellas cuenta con el único jugador que osa a debatirle a Michael Jordan el trono histórico de mejor jugador de baloncesto que han visto nuestros ojos (LeBron James), el jugador más determinante de la temporada pasada (Kawhi Leonard), el mejor número uno que ha salido de un draft desde el propio LeBron James (Anthony Davis) y el tercer jugador que más votos recibió el año pasado en el premio a mejor jugador de la temporada (Paul George).
Los Angeles, la ciudad, ayer, hoy y siempre, de las estrellas.
Este año, si queréis ver en acción a los mejores jugadores de la competición en la MLB y en la NBA tendréis que viajar hasta California, aunque nunca está de más recordaros la única máxima, la solitaria condición, que hay a la hora de escoger equipos a los que animar en el deporte estadounidense: siempre hay que hacerse aficionado de un equipo de la Costa Este y no de la Costa Oeste.
Porque, cuando estás en la distancia, no son lo mismo seis horas de diferencia que nueve horas.
Es lo primero que aprendes cuando te vas a vivir a Chicago y a partir de las cinco de la tarde no puedes hablar con ninguno de tus seres queridos en España porque ya están todos durmiendo, soñando, como siempre, con estrellas.
*Veréis que en una de las fotografías he metido también a Shohei Ohtani, jugador de los Angels, y ahora os tengo que confesar que he estado a punto de meter en la otra fotografía a Aaron Donald, jugador de los Rams. Primero, porque creo que Ohtani puede este año empezar a situarse entre los mejores jugadores de la competición. Segundo, porque Donald es el jugador defensivo más dominante de la NFL en las últimas temporadas, una estrella absoluta. Sí, parece que, en la actualidad, la ciudad de Los Angeles vuelve a brillar.
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