Conviene no olvidarlo (Parte 2)
(Este texto corresponde a la sección de Reportajes, que, como su propio nombre indica, contiene reportajes sobre deportistas, clubes o cualquier aspecto relacionado con el deporte)
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(Aquí puedes leer la parte 1 de este reportaje)
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Del estrés a los ansiolíticos
Quizá, en ese contexto haya que entender que Matilla tuviera calambres cuando dormía o que no comiera una hamburguesa del McDonald’s hasta que tuvo 19 años o que, como narra él mismo en Por si acaso, el “sentimiento de culpa por comer sin deber aún me persigue como una sombra”. Y también, evidentemente, que aparecieran, entre los numerosos miedos que desarrolló en su adolescencia el entonces canterano del Alba y ahora periodista de diario As, la claustrofobia y el miedo a perder el control, y que todos esos miedos desembocaran, como en muchos otros casos, en la citada ansiedad, en el estrés y en la necesidad de medicarse con ansiolíticos.
“Así es como comenzó mi estrecha relación con el pánico, dentro y fuera del campo. Pocas sensaciones desde entonces tengo tan entrenadas. Con el paso de los años he ido acumulando diferentes miedos: miedo a lo desconocido, miedo a la oscuridad, miedo a volver a casa y que no haya nadie, miedo a las espinas, miedo a las tormentas eléctricas, miedo a la muerte de mis padres, miedo a la enfermedad, miedo al ridículo, miedo a la infidelidad, miedo a los gritos del entrenador o del jefe, miedo a las correcciones de los editores, miedo a hablar en público, miedo al juego aéreo y miedo a que vuelvan a jugar Reiziger o Bogarde. Sobre todo, miedo al fracaso y miedo a tener otra vez miedo”, cuenta Matilla en su libro. “Ahora sé que mi estrés, la autoexigencia, mi recelo al avión y, en definitiva, la inquietud de no tener el control de cada instante de mi vida comenzaron a tomar forma realmente el día que me empeñé en querer ser futbolista profesional. Y, sobre todo, en el momento en el que me juré no defraudar a nadie en el intento”, añade.
“Con ellos o sin ellos no hubiera sido profesional. Me faltaban muchas cosas. Eso sí, con otro trato mi adolescencia hubiera arrancado mejor. Un futbolista no es un número más en una empresa o una simple mercancía de usar o tirar”, incide en Por si acaso. Y finaliza: “Por eso le digo [al Albacete Balompié], con asertividad y sin rencor, que me hubiera gustado que en ocasiones hubiera sido más amable, que hubiera cuidado más los pequeños detalles, que hubiera sido más sincero, más comunicativo y menos intenso. Nunca regaló carantoñas y cafés sin hora, ni jamás tuvo asesoramiento ni palabras de ánimo o comprensión. De flores ya ni hablamos. Para un crío no es ideal tanta frialdad alrededor, el ostracismo ante cada lesión ni ser mal visto por ir cargado de libros a los viajes o estudiar en las concentraciones”.
Foto: Cedida por Alfredo Matilla
Mil maneras diferentes de ayudar
De hecho, dice Matilla que, visto en perspectiva, “seguramente” es ahora la persona que es en gran medida por todo lo que le ocurrió en aquellos años en Albacete. “Uno es lo que come, lo que lee, lo que aprende… No definió completamente mi ser, pero me marcó. Es una edad clave. Desde siempre he sido mucho más maduro de los años que tenía. Y eso tiene sus virtudes pero también sus deficiencias. Digamos que la etapa de la adolescencia me la salté y eso no puede ser. Cada etapa tiene su proceso y a veces, en busca de niños prodigio en cualquier faceta, nos apresuramos a acortar los plazos por el ansia de llegar a la meta. Error”, explica.
En su caso, ese error se tradujo en unos miedos que, por suerte y “con ayuda”, ha sido capaz de ir venciendo. “Aún quedan algunos rescoldos por ahí, relacionados con la ansiedad y la claustrofobia, pero están bastante controlados. Los desórdenes alimenticios están superados y, por suerte, he ido aprendiendo a vivir sin tener que hacer todo a la perfección, rebajando mucho los niveles de autoexigencia sin que por ello se vea mermada la profesionalidad en cualquiera de los trabajos que hago”, se sincera. Y completa: “La ansiedad siempre está latente y hay que tenerla vigilada”.
Y también en una vocación, la psicología deportiva, que realiza en Train Your Mind después de estudiar un máster en Psicología de la Actividad Física y del Deporte. “El trabajo con la cantera me apasiona y éste es uno de los aspectos en los que más me centro. Ahora tengo la experiencia y poco a poco voy teniendo la formación para poder ayudar a los deportistas a prevenir posibles problemas, a solucionarlos si ya existen y, en definitiva, a trabajar la mente para mejorar el rendimiento”, reconoce.
Porque, como él mismo asegura, “a los jugadores se les puede ayudar de mil maneras”. “En primer lugar, estando cerca de ellos, validando sus emociones, aconsejándoles cuando lo necesiten, guiándoles… A través de los entrenadores se puede mejorar mucho el rendimiento. Dándoles formación y ayudándoles a integrar la carga psicológica en sus entrenamientos. Esto no va de creer o no creer en la psicología. No es una religión. Esto es ciencia. Y ayuda”, mantiene. Y finaliza: “No garantiza el éxito, porque eso ni Messi ni Cristiano lo consiguen, pero aumenta las probabilidades de éxito. Y no nos olvidemos de los padres y madres. Tener encuentros con ellos es fundamental para que puedan ayudar de una manera más eficaz as sus hijos. Es un trabajo apasionante y para mí ha sido un regalo poder ayudar a crear Train Your Mind”.
Foto: Cedida por Alfredo Matilla
Porque, a pesar de todo, fueron años mágicos
Supongo que tan apasionante como, a pesar de todo, sus años en la cantera del Albacete Balompié. Porque, sí, Matilla volvería a repetir la experiencia. “En el libro hablo de la cara B del fútbol por ser la menos conocida, pero para mí fue una época maravillosa que volvería a repetir y a la que seguramente le sacaría más jugo. Independizarte y vivir solo tiene su punto: comes peor pero no das explicaciones”, analiza.
“Para mí fueron años mágicos. Y eso que me perdí mucho al lado de mis padres y amigos. Incluso me costó una relación sentimental por los sinsabores de la distancia. Pero la vida es así, debes elegir, e irme tan joven es una de las mejores decisiones que tomé”, prosigue. Y completa: “Estuve dentro de un escaparate con el que todos los jugadores que empiezan soñábamos, pude jugar en una liga, División de Honor, contra las mejores canteras de España, me enfrenté a futbolistas de Primera, viajé por toda España, conocí el alto rendimiento desde dentro, aprendí a convivir, a esforzarme y a valorar muchas cosas a las que antes prestaba mucha menos atención. Fue un aprendizaje cojonudo”.
Por ello, “por supuesto”, Matilla no duda de que “volvería a fichar” por el Albacete Balompié, aunque “me lo tomaría de otra forma”. “Sabiendo que sólo el 1% de los jugadores de cantera, si es que llega, tienen la oportunidad de vivir del fútbol de forma profesional. Iría a entrenar día a día con la única consigna de disfrutar. Destacaba más jugando como entretenimiento que como obligación. Sin tensiones, nervios o angustias. Cuidaría mejor la alimentación, daría prioridad al descanso, trabajaría mejor el aspecto físico con mayor prevención de lesiones, daría prioridad al trabajo psicológico…”, relata. Y sentencia: “Ahora es más fácil decirlo, con 38 años, porque he aprendido mucho durante este tiempo, pero con 15 todo es más complicado y diferente. De lo que estoy más orgulloso es de haber seguido cuidando los estudios”.
Foto: Cedida por Alfredo Matilla
Jugar al fútbol por pasión y sin exigencias
No en vano, tantos años después, Matilla prefiere recordar lo mejor, “la gente que conocí y la experiencia de sentirte futbolista de verdad”. “El otro día me crucé con Pablo Ibáñez en Madrid, aquel central espigado del Atleti y la Selección con el que compartí equipo, y es una satisfacción muy grande ver qué veinte años después seguimos siendo colegas y hablemos con tanto cariño de aquellas vivencias. En Albacete conocí a jugadores brillantes que, por unas cosas u otras, no llegaron a la cima pero, sobre todo, mantengo amigos por el fútbol o el instituto”, mantiene.
“Lo peor, para mí, fueron las lesiones y la angustia con la que viví el hecho de tener que dar la talla para no defraudar a nadie. Y aunque hubo entrenadores que no me ayudaron a gestionar esas emociones, debo decir que el mayor culpable fui yo por el exceso de responsabilidad que siempre me acompaña y que, curiosamente, nadie me exigió jamás”, se sincera. Y profundiza: “Me faltó un poco de todo [para alcanzar el fútbol profesional], incluida la suerte en ocasiones. Las lesiones me marcaron. Me faltaba algo de genio, seguramente más velocidad, agresividad con y sin balón, e incluso ambición en determinados momentos. Tenía bastante calidad, veía el fútbol bien, tácticamente destacaba, buena planta, pero…”. “Aun así me dio para jugar después en Tercera y en 2ªB de fútbol sala, que no está mal. Por mis condiciones, cuanto mayor era la categoría mejor jugaba y al contrario. El fútbol de Regional sacaba a relucir mis carencias. Una pena que el tiqui-taca llegara tan tarde”, concluye, no sin antes añadir un último pensamiento: “Ahora juego con el equipo de leyendas de Alcázar, por pasión y sin exigencias, y soy más feliz que cuando apuntaba a la élite”.
Conviene no olvidarlo.
Por si acaso.
Foto: Cedida por Alfredo Matilla
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En este texto he utilizado referencias del libro Por si acaso.
Podéis poneros en contacto conmigo a través de los comentarios de este texto y en Twitter (WolcottField), Instagram (wolcottfield13) o correo electrónico (abrahamwolcott@gmail.com).
Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta: