Obsesión
I. En Firenze, una tarde sofocante y soleada, yo vestía la camiseta oficial de un equipo de baloncesto de la NBA del que omitiré su nombre para poder salvaguardar la necesaria objetividad periodística de este espacio (no se lo digáis a nadie, pero era la insigne elástica verde de los GLORIOSOS BOSTON CELTICS). Aguardé pacientemente mi turno para recoger las entradas de uno de esos museos en los que las personas vamos, parafraseando a Isaías, como ovejas mudas hacía al matadero. Cuando la gente que me precedía ya había retirado sus entradas y yo me disponía a acercarme hasta el mostrador en el que me esperaba una joven (me imagino) italiana, desde un par de mostradores más a la derecha un joven (me imagino) italiano empezó a gritar en inglés como un poseso, totalmente fuera de sí, para que yo acudiera a su mostrador. Ante la incredulidad de la joven (me imagino) italiana y la mía propia, me dirigí al mostrador del otro joven (me imagino) italiano. Mientras retiraba mis entradas aproveché para preguntarle el motivo de tanto alboroto y él me contestó: “¡Porque soy fan de los Boston Celtics, llevo todo el día aquí trabajando y por fin ha venido otro fan de los Celtics!”.
En realidad, los seres humanos somos felices con muy poquito.
II. Tengo que confesaros una obsesión que me persigue desde hace ya demasiados años: cuando estoy fuera de mi casa, siempre voy mirando a mi alrededor en busca de personas que lleven algún distintivo de equipos o universidades estadounidenses. Una gorra, un pantalón, una camiseta, una sudadera, un abrigo, lo que sea. Siempre. En la calle, en los aeropuertos, en los restaurantes, en conciertos, en el médico, en el cine, en cualquier país.
Nunca falla. Me ocurre en cualquier situación posible. Es una obsesión insana que me persigue desde hace décadas y que siempre consigue atraparme, que a veces, incluso, me provoca perder el sentido de la realidad.
Por ejemplo, creer cosas que no son verdad.
Me sucedió una vez en Killarney, una ciudad que supongo que visitaréis en el futuro a lo largo de vuestras vidas en vuestro OBLIGATORIO VIAJE a Irlanda (dejaros en vuestro road trip dos días completos para, además de visitar a vuestro ritmo el Anillo de Kerry, alargarlo con el Anillo de las Skellig y la Península de Dingle). Iba yo caminando tranquilamente por sus calles, por Main Street, por Plunkett Street, por College Street, y de repente creí firmemente, con total convencimiento, que estaba en un pequeño pueblo de Maine o de Massachusetts, no en esa preciosa isla.
¿Por qué?
Sobre todo por culpa de mi obsesión, pero también por culpa de todos esos estadounidenses que me rodeaban con sus gorras de los Oakland Athletics, sus camisetas de los New York Mets, sus pantalones de los New England Patriots y sus sudaderas de la Universidad de Notre Dame.
III. Hay algo que únicamente puede entender la gente que ha vivido lejos de su hogar, preferiblemente tras emigrar al extranjero: la extraña sensación que se produce en tu cuerpo al no estar cerca de tus seres queridos. Es una impresión inexplicable que se te clava en tu ánimo incluso aunque seas feliz. Como decían en aquella película noventera, no es que extrañes tu país o tu ciudad, sino que extrañas a tu familia y amigos, a la gente que realmente te importa.
A mí nunca me había sucedido hasta que mi mujer y yo nos fuimos a vivir a Chicago, así que cuando llegué allí, entre tantos olores y sabores nuevos, con mi zona de confort olvidada al otro lado del charco, tuve que recurrir a mi obsesión para engañar frecuentemente a mi cabeza en los primeros paseos que nos dábamos por la ciudad chicagüense, el norte de Illinois o, a veces, Interestatal 94 arriba, por Wisconsin.
El resultado de camisetas vistas fue muy interesante.
Illinois: Bears, Cubs, camisetas hawaianas estilo Jimmy Buffett (hubo un concierto suyo al poco de llegar nosotros), Blackhawks, Bulls y White Sox.
Wisconsin: Aaron Rodgers, Clay Matthews, Antetokounmpo y, bastante por detrás, Christian Yelich.
En definitiva, Bears y Packers, sobre todo.
Halas y Lombardi mediante, la gran rivalidad en el football en los últimos cien años.
IV. Mis padres me cuentan de vez en cuando que la primera vez que dije que quería vivir en Estados Unidos debía tener unos 8 o 9 años. Yo apenas lo recuerdo, pero es un objetivo (¿sueño? ¿ilusión? ¿locura de un obsesivo chaval de Guadalajara?) que terminé alcanzando. Fue pasada la treintena y sucedió gracias única y exclusivamente al mérito de mi mujer. Quiero que conste en acta, sus señorías, porque es simple y llanamente la pura verdad.
Sin embargo, nuestro periplo estadounidense duró mucho menos tiempo del que teníamos previsto.
Todo lo que nunca había ocurrido a nuestro alrededor con nosotros aquí terminó por suceder en nuestra ausencia, mientras nosotros estábamos a un océano de distancia.
No tuvimos otro remedio que volvernos.
Pero, durase el tiempo que durase, no hay ni un solo día que me arrepienta de haber dejado toda nuestra vida aquí y habernos ido allí a comenzar de la nada una nueva vida a un océano de distancia.
Porque tengo una obsesión.
Y porque esta semana empieza la NFL con todo un Bears - Packers en el Soldier Field de mi amada Chicago.
Mañana, cuando salga por la calle y empiece a mirar a mi alrededor, os quiero ver a todos y a todas con vuestras camisetas, vuestras sudaderas, vuestras gorras, vuestros pantalones y vuestros chubasqueros.
Elegid el equipo que más os guste.
Yo ya hace tiempo que elegí a los míos.
Exactamente de la misma manera con la que elegí vivir mi vida.
COMPARTE EL TEXTO EN REDES SOCIALES Y SUSCRÍBETE SI QUIERES RECIBIR TODAS LAS NOVEDADES DE WOLCOTT FIELD.