Flying solo
I. Hay una expresión que no sé si utilizarán mucho los angloparlantes del resto del mundo, pero que los estadounidenses utilizan por encima de sus posibilidades. Se trata de “flying solo” (“Volando solo”). Supongo que me tendría que encantar porque al escucharla mi cabeza siempre hace la conexión friki con Star Wars (“Flying solo” en mi cabeza se convierte en Han Solo porque Han Solo era, como sabéis, piloto del Millennium Falcon, así que era un tipo que volaba; sí, es una conexión con poco sentido, soy raro, lo sé), pero la odio con todas mis fuerzas. La odio hasta la extenuación, si es que una expresión te puede dejar extenuado. A mí me ocurre y por eso cada vez que escucho a un soltero/a norteamericano/a contestar con una falsa sonrisa “flying solo” cuando le preguntan si tiene pareja, me excuso con educación, recorro toda la estancia en silencio, abro la puerta, cojo un taxi, pido que me lleve al aeropuerto, me subo en un avión, cruzo el Océano Atlántico, regreso a mi casa, me meto en mi cama a dormir y no me despierto hasta que ha pasado una década y la persona que la ha pronunciado se ha casado y ha tenido tres hijos.
Es decir, hago exactamente al contrario el viaje que hicieron los Padres Peregrinos, pero, siguiendo con expresiones que utilizan los estadounidenses (o el escritor Richard Ford, porque me suena que la leí en un libro suyo), creo que en mi caso no estoy imbuido por el mismo “pilgrim soul” (“alma peregrina”) que ellos.
II. La historia de esos puritanos que se convirtieron en los Padres Peregrinos de lo que después sería Estados Unidos me parece interesante porque, analizándolo en el contexto más amplio, sus actos encierran una clara contradicción: se trata de unas personas que dejaron atrás Inglaterra, la tierra en la que vivían, pero que al llegar al Nuevo Mundo se quedaron pegados a la costa atlántica porque, al contrario de lo que ocurrió muchos años después con los trailblazers, tenían un miedo atroz a lo que se podían encontrar en ese vasto terreno a explorar.
¿Después de cruzar un océano entero decides quedarte pegado a la costa cuando tienes una inmensa extensión de tierra, en teoría, para ti?
Es una encrucijada que me recuerda a la encrucijada en la que se encuentra actualmente la National Women’s Soccer League (NWSL).
Ha llegado demasiado lejos ya como para ahora quedarse en la orilla.
III. Según publicó el 8 de agosto Lila Bromberg en USA Today, desde que el pasado 7 de julio la selección femenina de fútbol de Estados Unidos se proclamara campeona del mundo en Francia, la asistencia a los partidos de la NWSL se ha incrementado en un 70%. Es un dato que va unido a otro dato igual de positivo: desde el año 2018, el seguimiento en la NWSL ha aumentado un 53%.
Hay más datos optimistas. Muchos más.
Seis de los nueve equipos que componen la NWSL han acogido algún partido con lleno absoluto en sus gradas desde que la selección comandada por Megan Rapinoe y Alex Morgan se alzó con el título mundial. El 24 de julio, el Portland Thorns, el equipo con más apoyo de la competición, logró el récord de asistencia en un partido de la NWSL con 22.329 espectadores. Apenas tres días antes, el Chicago Red Stars había conseguido la mejor entrada de su historia con 17.388 espectadores. No es el único: el Sky Blue FC, de Piscataway (New Jersey), logró también un sold out el 24 de julio, mientras que, cuatro días antes, el Orlando Pride alcanzó la tercera mejor entrada de toda la historia de la franquicia.
No os preocupéis. Sigo. Hay más.
La empresa Budweiser y la NWSL han firmado un acuerdo multianual de patrocinio. La ESPN anunció el pasado mes de julio un acuerdo con la competición para retransmitir catorce partidos en esta misma temporada (y hace unos días se hizo con los derechos de retransmisión de la competición en el extranjero).
Hay que saber vender el producto en el momento más adecuado.
La selección estadounidense de fútbol femenino se acaba de proclamar campeona del mundo otra vez.
La NWSL necesita nuevas franquicias que amplíen la competitividad de la competición y sus mercados de actuación.
Es el momento de que la NWSL flying acompañado.
(Perdón por lo de flying acompañado; es horrible, lo sé, pero tenía que hacerlo).
IV. Si a alguien le ha pasado que levante la mano: si vas a Italia y pides una pizza de peperoni lo más seguro es que te comas una pizza con… pimientos. En italiano, la palabra peperoni es el plural de peperone, que, traducido al castellano, es nuestro pimiento. La confusión con pepperoni es obvia porque tienen una pronunciación casi exacta. De ahí la equivocación, sobre todo entre los turistas estadounidenses, que piden su tradicional pizza con esa especie de salami y reciben a cambio una pizza con pimientos (si queréis que no os pase, una ayuda: el pepperoni estadounidense en Italia se traduciría por salame, salsiccia secca o salsiccia piccante, depende de la región).
Evidentemente, como todo, tiene su explicación.
Podría decir que se trata de una especie de apropiación cultural, ahora que todos sabemos lo que significa gracias a la música de Rosalía.
O quizá podría explicarlo de una forma mucho más sencilla: el pepperoni nunca ha procedido de Italia, sino que es un producto que se originó en Estados Unidos al principio del siglo XX.
Como los spaghetti con albóndigas (spaghetti with meatballs) que te comes en tu restaurante italiano cuando viajas tus ocho días a New York pero que nunca te podrás comer en un restaurante en Italia porque es un plato estadounidense, no italiano.
O lo más seguro que sí podrás, que todo el mundo esté tranquilo: no tengo ninguna duda de que en algún restaurante especializado en turistas en Italia podrás comer tus pizzas con pepperoni y tus spaghetti con albóndigas.
Al igual que no tengo ninguna duda de que la NWSL sabrá vender su producto en el momento más adecuado (es decir, ahora).
Porque los estadounidenses son especialistas en el arte de vender que, aunque alguna gente no lo sepa, no es lo mismo que el negocio de despachar.
Es totalmente diferente y es mucho más complicado.
“Cockles and mussels, alive, alive, oh” (“Berberechos y mejillones, vivos, vivos, oh”), gritaba Molly Malone por las mañanas en las calles de Dublin mientras movía su carrito lleno de pescado.
Y no, no me he vuelto a loco.
Molly Malone está citada en este texto a propósito.
¿Sabéis por qué?
Porque la primera vez que esa canción popular irlandesa fue grabada y publicada en el siglo XIX no fue en la noble ciudad que se menciona en su estrofa inicial, en la capital de Irlanda, sino que fue en…
Sí, lo habéis adivinado.
Fue en Boston, en Estados Unidos.
El arte de vender nunca ha sido lo mismo que el negocio de despachar.
Es algo que los estadounidenses saben demasiado bien.
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