La apoteosis de la negritud
(Este texto corresponde a la sección de Reportajes, que, como su propio nombre indica, contiene reportajes sobre deportistas, clubes o cualquier aspecto relacionado con el deporte)
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(AVISO IMPORTANTE: este texto es el segundo de una serie de textos sobre la rivalidad entre Ali, Frazier y Foreman en el boxeo de la década de los setenta que escribiré gracias a la ayuda inestimable de Jesús Mínguez, redactor jefe de Más Deporte en Diario As)
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(Aquí puedes leer la parte 1 de este serial)
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En marzo de 1971, en aquel mítico combate declarado como la pelea del siglo, en las gradas del Madison Square Garden de New York se encontraba George Foreman, un joven boxeador de apenas 22 años de edad que había crecido idolatrando a Cassius Clay y que en el futuro más cercano se convertiría en el tercer y último cimiento de la rivalidad que marcaría, desde Estados Unidos a Filipinas y pasando por Zaire, la inolvidable década de los setenta en el campeonato mundial de boxeo de los pesos pesados.
Cronológicamente, el 22 de enero de 1973 fue la siguiente fecha marcada en rojo en el calendario de esa rivalidad dorada en la que los mejores peleaban continuamente contra los mejores debido al Sunshine Showdown, el combate disputado en el National Stadium de Kingston delante de más de 36.000 personas por Joe Frazier y el propio George Foreman, dos de los mayores pegadores de la historia del boxeo. Pese a que Frazier llegó a la cita jamaicana como campeón del mundo, favorito y con un récord de 29-0, Foreman, que también afrontó el combate con un récord invicto (37-0), escenificó el cambio de era con una demolición salvaje, incontestable: la pelea se acabó en el minuto 2:26 del segundo asalto después de que el joven boxeador texano hubiera enviado ya hasta seis veces a la lona al defensor del título, la primera de ellas de manera impactante mediado el primer asalto. “Creo que él dañó a Joe Frazier. Creo que Joe está herido. Angie Dundee, el entrenador de Ali, que está a mi lado lo está diciendo, es posible que lo escuchéis. ¡Frazier va para abajo! ¡Frazier va para abajo! ¡Frazier va para abajo! El campeón de peso pesado está recibiendo el conteo obligatorio de 8 segundos, ¡y Foreman está tan preparado como puede estar!”, narró esa primera caída en la retransmisión de la ABC un estupefacto Howard Cosell para definir a la perfección una paliza que significó el inicio del declive de Frazier, que perdió definitivamente el aura de imbatibilidad que le acompañaba tras su triunfo contra Ali, y la primera ascensión legítima al trono mundial y al imaginario colectivo de Foreman, que entre septiembre de 1973 y marzo de 1974 defendió con éxito dos veces su nueva corona con sendos triunfos inapelables en Japón contra José Román (KO en el primer asalto) y en Venezuela ante Ken Norton (KO técnico en el segundo asalto).
El propio Ken Norton había sido el protagonista un año antes, el 31 de marzo de 1973, apenas dos meses después de la victoria de Foreman en Jamaica, de la segunda derrota de la carrera de Muhammad Ali, al que le rompió la mandíbula antes de que el púgil de Louisville se tomara la revancha seis meses después, en el mes de septiembre de ese mismo año. “Él salvó mi vida, él salvó mi carrera. No puedo agradecerle lo suficiente la oportunidad de pelear contra él”, reconoció después el propio Norton, que atravesaba por numerosos problemas económicos antes de abandonar para siempre la oscuridad del anonimato con su sorpresivo triunfo sobre Ali, con su única noche de gloria.
Por su parte, Ali acumuló 13 combates entre julio de 1971 y octubre de 1973 hasta que por fin completó también su revancha contra Frazier, el 28 de enero de 1974, de nuevo en el Madison Square Garden de New York. La Super Fight II, que así se denominó la velada, no despertó el interés mediático del anterior enfrentamiento entre dos púgiles que en ese momento no poseían el cinturón de campeón mundial de los pesos pesados y que además habían sido derrotados recientemente, pero sí que sirvió para aumentar todavía más si cabe la rivalidad entre ambos boxeadores en un entretenido combate en el que Ali, por decisión unánime después de doce asaltos, selló su camino hacia Zaire para enfrentarse a Foreman en busca del título de los pesos pesados siete años después de que fuera desposeído de él lejos del cuadrilátero.
Un estallido en la jungla
En la Conferencia de Berlín sobre la expansión colonial en África celebrada entre 1884 y 1885, las naciones europeas decidieron que Leopoldo II, el rey de Bélgica, controlaría de forma privada el denominado Estado Libre del Congo, una tierra plagada de recursos naturales (oro, cobre, plata, petróleo, marfil, caucho, diamantes) gracias a su abundante agua y a su selva, que conforma la segunda mayor área selvática de todo el mundo. El monarca belga, de hecho, no desaprovechó ni un segundo para dar inicio a su tirana voracidad, especialmente en lo relativo al caucho, el marfil y los diamantes: sometió a su población a trabajos forzados salvajes que hicieron que, durante sus más dos décadas como dueño del Estado Libre del Congo, la población local disminuyera a la mitad, de 20 a 10 millones de personas.
Y, pese a ello, Leopoldo II de Bélgica no puede ser considerado de forma unánime como el mayor tirano que ha dominado a los congoleños en los últimos 150 años.
Tras derrocar en 1960 a Patrice Lumumba, el primer ministro de la historia de un Congo independiente, con un golpe militar orquestado por la CIA para impedir la influencia del Comunismo en la zona, Mobutu Sese Seko terminó designándose presidente apenas cinco años después, en 1965, antes de, ya en 1971, cambiar el nombre del país por el de Zaire e iniciar la “zairización”, su política en contra de los valores occidentales y bastión de la autenticidad africana, signifique lo que signifique ese concepto. En cualquier caso, esa retórica nacionalista de Mobutu sí que le sirvió para esconder la verdadera realidad casi hasta el siglo XXI, la de su megalomanía y opulencia (el sombrero de piel de leopardo y el champán en el desayuno), la de su condición de genocida corrupto y opresor hacia su pueblo, la de su cleptomanía que terminó convirtiendo a su país en una cleptocracia: en 1970, el valor real de los salarios de la gente del Congo valía un 10% de lo que había valido en 1960, mientras que el 40% de la población de Kinshasa sufría de desnutrición. En cambio, Mobutu, íntimo amigo de Richard Nixon, Ronald Reagan o George Bush Senior y aliado destacado de Occidente hasta su destitución en el poder en 1997 debido a que impidió la implantación del citado Comunismo en una región clave dentro de África, llegó a ocultar en paraísos fiscales más de 13.000 millones de dólares que había robado a los habitantes de un país que el New York Times, en 1970, definió así: “En los años previos a la independencia, el Congo era visto desde el exterior como un símbolo de los misterios de África, de los peligros de las oscuras junglas de Tarzán, del canibalismo, los cocodrilos y las desconcertantes y amargas rivalidades entre gente atrasada con nombres como Lulua y Baluba. En los años inmediatamente posteriores a la independencia, se convirtió en un símbolo aterrador de todo lo que podría salir mal en una nueva tierra, del salvajismo tribal y la violencia despiadada contra los blancos. Ahora, al final de una década de turbulencias, muchos observadores en la vibrante capital [Kinshasa] dicen que esos días han pasado y que, finalmente, ha llegado el momento de que el Congo se convierta en un nuevo tipo de símbolo para el mundo”.
Visto en perspectiva, el prestigioso periódico neoyorquino no se equivocó en su última predicción: el 30 de octubre de 1974, Rumble in the Jungle, el combate por el título mundial de los pesos pesados que enfrentó a George Foreman y Muhammad Ali, convirtió al Zaire en un doble “símbolo para el mundo”. Por un lado, el símbolo de la culminación del culto a la personalidad de Mobutu Sese Seko, que puso personalmente los diez millones de dólares que se repartieron los boxeadores, la mayor bolsa de la historia hasta ese momento, para que el combate se celebrara en Kinshasa y así poder dar a conocer al mundo las reservas y la belleza de su país. Por otro, el símbolo de la liberación definitiva de las cadenas del imperialismo europeo de África, que acogió un evento deportivo de magnitud mundial menos de dos décadas después de que comenzara el grueso el proceso de independencia en los países africanos.
Foto: Neil Leifer / Sports Illustrated
Un evento único, adrenalínico y extraño
Precisamente, el primer nombre del combate hasta que Mobutu Sese Seko mandó quemar todos los carteles con ese eslogan inicial no fue Rumble in the Jungle, sino From the slave ship to the championship! (“¡Del barco de esclavos al campeonato!”). Se le ocurrió al omnipresente Don King, el organizador del evento, que pensó por primera vez en realizar un combate por el título mundial de los pesos pesados en África cuando estaba en Jamaica para la pelea entre Frazier y Foreman. De hecho, esa noche en Kingston define a la perfección al polémico promotor de boxeo, un imán para el dinero: llegó a la cita acompañando a Frazier, el defensor del título mundial, y se marchó junto con Foreman, el ganador de esa pelea.
En Kinshasa, en cambio, el protagonista entre tantos egos (Don King, Mobutu, Foreman el invencible) fue, como siempre, Ali, que convirtió una vez más el combate en una lucha transversal, que trascendió al deporte y se adentró en aspectos sociales, culturales y políticos. “Señor presidente, he sido ciudadano de Estados Unidos durante 33 años y jamás he sido invitado a la Casa Blanca. Para mí es un honor ser invitado a la Casa Negra", le dijo el púgil de Louisville a Mobutu poco después de asegurar al llegar a Zaire que se encontraba “en casa” y dejar meridianamente claro también que los zaireños eran más libres que los negros estadounidenses. “Quería establecer una relación entre los negros americanos y los africanos. El combate fue sobre problemas raciales, Vietnam. Todo eso. The Rumble in the Jungle fue una pelea que hizo que todo el país fuera más consciente”, explicó el propio Ali años más tarde.
“Fue la apoteosis de la negritud. Ali en la tierra de sus ancestros”, concuerda Jesús Mínguez sobre un combate que encontró el apoyo de los afroamericanos, que consideraban a África como una especie de patria idealizada. “Muhammad disfrutó encontrando las raíces de su raza en África. Tenía una misión y la cumplió”, continúa. Y sentencia: “Estaba programado para el 25 de septiembre y por un corte de Foreman en la preparación se pasó al 30 de octubre. Una demora que contribuyó a inflar la expectación y a que creciera la figura de Ali”.
De hecho, ese corte en el ojo derecho de Foreman que obligó a retrasar seis semanas la velada explica la magnitud que alcanzó Ali la noche del combate en un Stade du 20 Mai en el que 60.000 espectadores cantaron aquello de “¡Ali, bomaye!” (“¡Ali, mátalo!”): debido al clima tropical, los boxeadores estuvieron en el país africano desde mucho tiempo antes para aclimatarse y, mientras Foreman se mostró serio, taciturno, implacable, Ali conectó con el público, fue feliz, incluso corrió por las calles junto con los habitantes de Kinshasa. “Ali era un icono del mundo negro, de la libertad, y se demostró cuando las 60.000 personas que abarrotaban el 20 de mayo de Kinshasa recibieron al ídolo al grito de "¡Ali, bomaye!", insiste Mínguez sobre un evento único, adrenalínico y también extraño.
Foto: Horst Faas / Associated Press
No en vano, el cuadrilátero se puso bajo un dosel en mitad de ese estadio de fútbol para celebrar un combate que estaba enmarcado junto con un festival de tres días para promover la música africana y afroamericana (se celebró seis semanas antes, en la fecha original, debido al aplazamiento de la pelea) y que comenzó pasadas las cuatro de la madrugada, bajo la luna africana, apenas unas horas antes del alba, el momento más maravilloso de África, que escribió Kapuscinski, para que en Estados Unidos pudieran seguirlo en horario de máxima audiencia. Ali, por su parte, entró al ring con una bata blanca rematada por un dibujo que simulaba ser una manta africana y bailó durante casi diez minutos sobre la lona hasta que apareció Foreman, en realidad, el púgil llamado a llevarse el triunfo: el luchador texano, siete años más joven que Ali (25 y 32 años), acumulaba un récord de 40-0 y era favorito por 4 a 1 en las casas de apuestas después de haber necesitado únicamente 11 minutos y 35 segundos para ganar sus tres combates por el título mundial de los pesos pesados contra Frazier, José Román y Ken Norton. “Puede que haya llegado el momento de decirle adiós a Muhammad Ali, porque, sinceramente, no creo que pueda vencer a George Foreman”, predijo el propio Howard Cosell sobre el devenir de este combate en el que Ali era el underdog y Foreman, ese boxeador que, según Norman Mailer, mantenía en los bolsillos sus manos “de la misma forma que un cazador guarda su rifle en su estuche de terciopelo”, la estrella ascendente.
“Foreman era un pegador, el peor rival posible. De los 40 combates que había ganado antes de medirse a Ali, sólo tres habían llegado a los puntos. Norman Mailer contó en El combate que en los días previos al combate, Ali evitaba mirar el saco que utilizaba Foreman para entrenarse porque dejaba ‘un hueco del tamaño de una sandía”, recuerda Mínguez. Y añade: “Pero sus ocho últimos combates los había ganado en dos asaltos. Su cuerpo no estaba hecho para una batalla larga, sino para descargarlo todo en tromba”.
Mientras, como recalca Mínguez, “había dudas sobre Ali, porque antes había perdido frente a Ken Norton, que le fracturó la mandíbula”. “El boxeo del de Louisville fue perdiendo velocidad y vistosidad. Por eso, ideó una estrategia que se denominó Rope a dope (Engaño o trampa entre las cuerdas). Se entrenó para aguantar los golpes de la bestia, en sesiones de sparring salvajes en las que le machacaban. Su entrenador, Angelo Dundee, rebajó la tensión de las cuerdas y contra ellas Ali se recostó para aguantar las embestidas de Foreman y esperar su momento”, explica el redactor jefe de Más Deporte en Diario As. Y sentencia: “Sabía que en el cuerpo a cuerpo no iba a ganar a un boxeador siete años menor y que venía con un 40-0... Esperó su momento, dejó que Foreman se desinflara ante una situación inédita para él, y concentró toda su experiencia y su sabiduría en un directo de derecha que tumbó al mamut”.
De tal modo, y pese a recibir un continuo castigo de su rival durante los primeros asaltos, Ali esperó a que el cansancio en Foreman empezara a aparecer a partir del quinto asalto para, como “una abeja que acosa a un oso”, que escribió Dave Anderson en el New York Times, alejarse de las cuerdas al final del octavo asalto y combinar una sucesión de rápidos golpes en la cara de su rival que hicieron que Foreman se girara, terminara cayendo a la lona y el árbitro Zack Clayton le contará el KO definitivo a falta de dos segundos para la conclusión del asalto. “No fue un gran combate, pero demostró la inteligencia de Ali para saber ganarlo”, rememora Mínguez. Y concluye: “Fue, tal y como se vendió, Rumble in the jungle, un estallido en la jungla. Y, sobre todo, fue importante porque deportivamente Ali cerró el círculo. Recuperó el cinturón que le quitaron en los tribunales. No sobre un ring”.
Foto: Ed Kolenovsky / Associated Press
Nada más vencer, en medio del caos que se formó a su alrededor, Ali se sentó sobre la lona. Diez años después de ganarlo por primera vez, siete años más tarde de ser suspendido por negarse a ir a la Guerra de Vietnam, el púgil de Louisville era de nuevo campeón mundial de los pesos pesados, el segundo de la historia, tras Floyd Patterson en 1960, en volver a recuperar el título de campeón mundial de los pesos pesados tras haberlo sido una primera vez. Fue su 45ª victoria en 47 combates, la 32ª por KO. Él mismo había predicho que ganaría en diez asaltos porque “Foreman caerá de bruces por el cansancio” (al final, fueron ocho). Mientras, el boxeador texano, aquel niño que creció admirando a Ali, que había tenido de mentor a Sonny Liston y que en la década de los noventa se convertiría en el campeón mundial de los pesos pesados de mayor edad de toda la historia, había previsto que ganaría él en tres asaltos. Se equivocó, aunque también podría haber tenido razón si Ali se hubiera ido al suelo en el segundo asalto. Años más tarde, el propio Foreman mantuvo que golpeó tan fuerte desde el principio buscando el KO porque lo único que quería era terminar lo antes posible debido a su admiración por Ali. “Perdí la pelea, pero no fui derrotado. Ahora él es el campeón. Tiene que ser respetado”, sentenció tras el combate aquella noche en Kinshasa.
Ali, por su parte, había mencionado con anterioridad que la del Zaire sería su última pelea, pero esa noche no contestó a las preguntas sobre su retirada cuando el amanecer africano saludó a un nuevo día: “¿Quién querría una revancha? Tengo que recibir 10 millones de dólares antes de pensar en pelear”, mantuvo. En cambio, Frazier, su rival enconado, no tuvo ninguna duda: “Estoy listo para él. Ahora sé cómo pelear con él”, vaticinó tras la victoria de Ali sobre Foreman en Kinshasa.
Y su deseo se cumplió.
Pero esa, como sabéis, es ya otra historia.
Foto: Neil Leifer / Sports Illustrated
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En este texto he utilizado referencias de ABC, Bleacher Report, ESPN, History y The New York Times.
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Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta: