203 - 161
I. En Celtics/Lakers: Best of Enemies, el documental de cinco horas dirigido por Jim Podhoretz que ESPN estrenó en tres capítulos en 2017 en su programa de documentales 30 for 30, hay dos narradores en lugar del tradicional único narrador. Por un lado, el rapero Ice Cube, nacido y criado en la zona sur de Los Angeles. Por otro lado, el actor y músico Donnie Wahlberg, el octavo de nueve niños nacidos y criados en el barrio de Dorchester, al sur de Boston. Ambos tienen varias cosas en común: fueron adolescentes en la década de los ochenta, amaban el baloncesto y odiaban a muerte al máximo rival de sus equipos favoritos. Lo mejor para entenderlo es que os lo explique con sus propias palabras:
“Yo soy Ice Cube. Crecí en Los Angeles en los ochenta cuando sólo tres cosas importaban: ser el mejor con el micro, tener un dólar en el bolsillo y ganar a los Boston Celtics en la final de la NBA”, se presenta el rapero en el documental.
“Celtics, Lakers, todavía me dan escalofríos. Soy Donnie Wahlberg, crecí en Boston en los ochenta y esto es lo que sé: Larry Bird era el mejor jugador de baloncesto que Dios ha creado y la razón por la que lo creó fue para aplastar a Los Angeles Lakers”, le contesta el bostoniano.
En esta época en lo que lo políticamente correcto predomina, ambos expresan su animadversión hacia el rival de su equipo favorito sin reservas cuando apenas ha transcurrido un minuto y medio de un documental de cinco horas, así que supongo que parece una rivalidad a tener en cuenta. En cualquier caso, si no sabes de lo que estoy hablando, Magic Johnson, la leyenda de los Lakers, te lo confirma apenas unos segundos después, antes de que el documental alcance su segundo minuto y medio de metraje: “Si hay algo que odie en esta vida es a los Boston Celtics”, dice el base nacido en Michigan.
Cuando lo dice en su cara no aparece esa perenne sonrisa publicitaria que siempre tiene presente en su boca desde hace ya más cuarenta años, por lo que me imagino que tendrá sus motivos para ponerse serio. En realidad, son bastantes:
Desde que se enfrentaron por primera vez en la historia el 9 de noviembre de 1948 (victoria de los de Boston), los Celtics y los Lakers se han enfrentado en 364 partidos.
En sus duelos directos, los Celtics acumulan 203 victorias y los Lakers suman 161 triunfos.
En sus duelos directos en temporada regular, los Celtics acumulan 160 victorias y los Lakers suman 130.
En sus duelos directos en postemporada, los Celtics acumulan 43 victorias y los Lakers suman 31.
En sus duelos directos, los Celtics llegaron a vencer 18 partidos seguidos desde 1957 a 1959 y los Lakers consiguieron cinco triunfos consecutivos desde 1968 a 1969.
En toda la historia de la NBA, los Celtics y los Lakers se han enfrentado en doce ocasiones en las finales.
En las citadas finales NBA que les han enfrentado entre sí, los Celtics han ganado el título en nueve ocasiones y los Lakers han alzado el trofeo en tres.
Hasta el año 1985, los Lakers no sabían lo que era ganar una final NBA a los Celtics y habían perdido las ocho anteriores en las que se habían enfrentado contra ellos.
Hasta el año 2010, los Lakers no consiguieron ganar un séptimo partido de la final NBA contra los Celtics.
En el palmarés histórico de la NBA, los Celtics son el equipo más laureado con 17 títulos y los Lakers son el segundo conjunto más ganador con 16 entorchados.
Son estadísticas que abruman y que, al mismo tiempo, se quedan extremadamente cortas.
Porque nada ni nadie puede llegar a explicar la verdadera e ilimitada dimensión que alcanza la rivalidad entre los Celtics y los Lakers.
Especialmente desde esa década de los ochenta en la que ambas franquicias se repartieron:
Títulos (desde 1980 a 1988 sumaron ocho campeonatos NBA).
Presencias en las finales (desde 1980 a 1989 sumaron trece presencias en la final).
Duelos directos (desde 1984 a 1987 se enfrentaron en tres series y diecinueve partidos en la final NBA).
Y, sobre todo, partidazos, jugadones, golpes, peleas, insultos y faltas de respeto.
Tanto en el extinto Boston Garden como en el The Forum de Inglewood.
Y a partes iguales.
II. Si como yo empezaste a prestar atención a la NBA en ese intervalo de tiempo que va desde finales de la década de los ochenta a principios de la década de los noventa habrá una sucesión de acontecimientos que te marcaron en mayor o menor medida. Son exactamente tres:
La citada rivalidad entre los Celtics y los Lakers.
La aparición de unos chicos malos en Detroit.
El ascenso desde Chicago a los altares del baloncesto del mejor jugador de la historia, Michael Jordan.
Como en la actualidad los Pistons y los Bulls son un par de franquicias maltrechas y lamentables (las tengo cariño y finalmente he utilizado adjetivos menos ofensivos de los que iba a utilizar en primer lugar), me vais a permitir que me centre exclusivamente en la rivalidad entre los Celtics y los Lakers: me encanta poder ver por fin a ambos conjuntos a la vez liderando sus respectivas conferencias en estas primeras semanas de competición.
Pero lo que realmente me encanta de eso no es la cuestión estética de apreciar a los dos grandes rivales de la NBA en los puestos de privilegio, sino lo que esa situación esconde, el análisis que podemos hacer más en profundidad tras verlos jugar tan bien este año sobre una cancha de baloncesto:
Por ejemplo, que los Lakers tengan una gran defensa por primera vez en tropecientos años.
Por ejemplo, que los Lakers cuenten en su plantilla con el segundo mejor jugador de la historia (LeBron James) y que este jugador esté jugando por fin a su mejor nivel de nuevo.
Por ejemplo, que los Lakers hayan conseguido hacerse con Anthony Davis, uno de esos pocos jugadores diferenciales capaces de convertir a un buen equipo en un conjunto inmenso.
Por ejemplo, que, tras la marcha de Kyrie Irving a los Brooklyn Nets, los Celtics vuelvan a jugar en equipo y que Kemba Walker, su recambio, se haya convertido en ese líder que solidifica el flujo de talento que tienen sus compañeros.
Por ejemplo, que Jayson Tatum haya dado un paso adelante para volver a parecerse a ese jugador referencial que demostró ser en su primera campaña en la competición y que el año pasado no apareció en ningún momento.
Por ejemplo, que Gordon Hayward regrese a su versión de baloncestista inteligente y total, el que anota, asiste, rebotea, defiende y hace todo lo que necesita su equipo sobre la cancha (lástima esa fractura en la mano).
Nadie sabe lo que nos deparará el futuro.
La temporada regular es muy larga.
Dentro de unos meses, tal vez los Lakers y los Celtics sean dos equipos sin ninguna opción de jugar la final de la NBA.
Pero que a nadie se le ocurra intentar quitarme el maravilloso placer de poder vivir el momento.
III. Un inciso, que tengo que hablaros de algo totalmente diferente a lo que os estoy contando: Boston es la ciudad que más me recuerda a Europa de todas las que conocí en mi vida en Estados Unidos. Digamos que he paseado por barrios bostonianos que bien podrían haber sido calles de Dublín y viceversa. Pero, sobre todo y eso sí que es complicado en USA, Boston me recuerda especialmente a una ciudad vieja, antigua.
Allí, en el número 45 de Union Street, se encuentra The Bell In Hand, el bar más antiguo de Estados Unidos que lleva sirviendo cervezas desde 1795.
Allí, en el pleno centro de la ciudad, se encuentra el Boston Common, el parque urbano más antiguo de Estados Unidos en el que los bostonianos se evaden desde 1634.
Allí, en el número 206 de Washington Street, se encuentra la Old State House, el edificio público de estilo georgiano existente más antiguo de Estados Unidos que lleva edificado desde 1713.
Allí, en el número 58 de Tremont Street, se encuentra el King’s Chapel Burying Ground, el primer cementerio que hubo en Boston y en el que están enterrados Mary Chilton, la primera mujer europea en desembarcar en Nueva Inglaterra, y Hezekiah Usher, el primer librero y editor de libros en las colonias británicas.
Allí, en la 3rd Street, se encuentra el USS Constitution, la embarcación naval comisionada más antigua del mundo que todavía está a flote y que data de 1797.
Allí, en Monument Square, se encuentra el Bunker Hill Monument, uno de los primeros monumentos de la historia de Estados Unidos que se construyó desde 1825 a 1843.
Podría seguir poniendo ejemplos, pero estoy seguro de que todos y todas habéis entendido ya de sobra el aroma a pasado que estoy queriendo darle a este texto.
IV. Hace apenas unos meses, mi madre me pidió que mirara ropa antigua mía que había en la casa de mis padres en el pueblo para ver si ella podía donarla o yo quería quedarme con alguna de esas prendas. En su mayoría, se trataba de ropa de cuando yo era muy pequeño que ni siquiera me imaginaba que seguía estando allí. Aun así, todavía recordaba alguna de esas camisetas y pantalones, pero hubo una que me sorprendió encontrar, que había olvidado por completo. Se trataba de una equipación de los Lakers con el número 32 y el apellido Johnson en la espalda. La talla era diminuta, supongo que para un niño de cuatro o cinco años. Evidentemente, yo la deseché enseguida (ya os he contado con anterioridad en este espacio que soy aficionado de los GLORIOSOS BOSTON CELTICS, así que el motivo de desecharla es obvio), pero al ir de nuevo hacia mi madre con todo ese montón de ropa y decirle que podía donarla toda, ella volvió a mirar las prendas y únicamente apartó dos para quedarse porque, según ella, dentro de unos años le podrían gustar a mi sobrino o a mis futuros hijos.
Sí, estáis en lo cierto, fueron la camiseta y el pantalón de los Lakers.
Me fascina la atracción que esa equipación tiene sobre personas aleatorias como mi madre en todo el mundo. Porque:
La gente que de verdad me conoce sabe que yo habría deseado con todas mis fuerzas una equipación verde con el número 33 y el apellido Bird en la espalda y no una amarilla con el número 32 y el apellido Johnson en la espalda, así que no entiendo muy bien la razón por la que alguien me regaló esa equipación (tengo una teoría, posiblemente acertada: en aquella época y me temo que en la actualidad, se vende mucho más fácil el concepto de showtime en Hollywood que cualquier otro concepto).
¿En serio mi madre cree de verdad que yo voy a querer que mi sobrino o mis futuros hijos se pongan esa equipación de los Lakers en vez de que tengan una de los Celtics?*
Visto en perspectiva, quizá os he engañado un poco antes al decir que me encanta ver a los Lakers liderando la conferencia Oeste.
Porque me cuesta odiar.
Muchísimo.
Más de lo que sois capaces de imaginar.
Prácticamente os puedo asegurar que no hay nada en el mundo que de verdad odie (en realidad, tiene una explicación bastante normal: vivo mi vida y no me meto en la vida de los demás).
Pero tengo que reconocer que, parafraseando a Magic Johnson, si hay algo que odie en esta vida es a… Los Angeles Lakers.
Y, como les sucedía a Ice Cube y a Donnie Wahlberg, que a nadie se le ocurra intentar quitarme el maravilloso placer de poder odiar de manera completamente irracional a tu rival deportivo.
Deseo cada día que los Lakers pierdan cada partido que juegan y, sin embargo, que lleguen a la final de la NBA para que los Celtics puedan derrotarles una vez más.
Es un deseo que no tiene ninguna lógica y que ni siquiera es posible.
Lo sé.
Pero si estáis leyendo esto ya deberíais saber que en Wolcott Field se cree que el deporte lo es práctica y absolutamente todo, salvo lógico.
Ahí, en esa condición de inexplicable e impredecible, puede que radique precisamente el motivo por el que nos gusta tanto.
*Nunca lo había pensado hasta ahora, pero después de escribir este texto lo acabo de pensar: si mi sobrino o mis futuros hijos se quieren poner esa equipación de los Lakers, me da igual, que se la pongan. Bastante tengo yo con vivir mi vida y no meterme en la vida de los demás como para prohibirle a un niño que se ponga una camiseta o un pantalón.
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