Lágrimas necesarias
I. Cronológicamente, los cuatro momentos que más recuerdo de la carrera de Kobe Bryant son los siguientes:
Primero, en el mes de junio del año 2001, los doce puntos que anotó en el Staples Center en el primer cuarto del segundo partido de la final de la NBA de los Los Angeles Lakers ante los Sixers después de que los de Philadelphia se adelantaran a domicilio en el primer partido con una exhibición espectacular de Allen Iverson, posiblemente, mi jugador preferido en esa época.
Segundo, en el mes de agosto del año 2008, los trece puntos que anotó en el Wukesong Indoor Stadium en el último cuarto del partido por la medalla de oro de los Juegos Olímpicos de Pekín entre la selección de Estados Unidos y la selección de España, incluida la entrada a canasta que sentenció el encuentro a falta de un minuto para la conclusión.
Tercero, en el mes de junio del año 2010, los diez puntos que anotó en el Staples Center en el último cuarto del séptimo y definitivo partido de la final de la NBA de los Lakers ante los Celtics, incluidos los cuatro puntos consecutivos (y su tiro anotado de más de cinco metros) que pusieron al conjunto de Los Angeles por primera vez por delante en el marcador después de más de veinticinco minutos yendo por debajo.
Cuarto, en el mes de agosto del año 2012, su visita al banquillo de la selección española para abrazar durante catorce segundos a un abatido Pau Gasol después de que la selección de Estados Unidos se alzara con la medalla de oro en la final de los Juegos Olímpicos de London tras el partido disputado en el North Greenwich Arena.
Esos son los cuatro momentos que más recuerdo de Kobe Bryant y en todos y cada uno de ellos siempre quise, con todas las fuerzas que caben dentro de mi cuerpo, que él perdiera.
Y, sin embargo, en todos esos encuentros Kobe Bryant ganó.
Al igual que ocurre con la derrota, hay gente que nace predestinada a la victoria.
Foto: ESPN
II. Del 1 de enero al 31 de diciembre de 1962, los Mets, los Titans (al siguiente año pasaron a ser los Jets), los Knicks y los Rangers, cuatro equipos asentados en New York, encajaron en conjunto 219 derrotas. La cifra es interesante porque, sacando de esa ecuación a los exitosos Yankees (campeones de las World Series) y a los Giants (perdieron en el NFL Championship Game ante los Green Bay Packers), esos cuatro equipos convirtieron a New York en la ciudad con un representante en cada una de las cuatro grandes ligas deportivas estadounidenses que más derrotas había sufrido en un año natural en toda la historia. Al menos, los neoyorquinos pudieron disfrutar del título de los Yankees de Yogi Berra, Roger Maris, Mickey Mantle y compañía para compensar su sufrimiento.
En cambio, los aficionados de Detroit no tuvieron tanta suerte.
El año pasado, del 1 de enero al 31 de diciembre de 2019, los Tigers, los Lions, los Pistons y los Red Wings, los cuatro equipos más importantes de la ciudad de Michigan, completaron un balance en conjunto de, según un estudio estadístico del periodista Dave Hogg, 114 victorias, 226 derrotas y un empate para, con esas 226 derrotas, reemplazar 57 años después a New York en el trono de la ciudad con un representante en cada una de las cuatro grandes ligas deportivas estadounidenses que más derrotas ha sufrido en un año natural en toda la historia.*
En realidad, esa circunstancia no es extraña, por ejemplo, para los aficionados de los Lions, una franquicia que no sabe lo que es alcanzar la Superbowl en toda su trayectoria y que siempre aparece en la quiniela de equipos con los aficionados más torturados.
Aunque no son los únicos.
Por ejemplo, los aficionados de los Cleveland Browns tampoco saben lo que es que su equipo alcance la Superbowl y, desde 1990, únicamente en tres ocasiones han visto a su equipo acabar una temporada con más victorias que derrotas (por cierto, lo siento por sus aficionados, pero, como ya sabéis, los Lions y los Browns son los dos únicos equipos de la NFL que tienen el dudoso honor de haber acabado una campaña con 0 victorias y 16 derrotas).
Por ejemplo, los aficionados de los Seattle Mariners llevan sin ver a su equipo alcanzar la postemporada desde el año 2001, la mayor sequía de playoffs en las cuatro grandes ligas estadounidenses por delante de los Miami Marlins (desde 2003), los Sacramento Kings (desde 2006), los San Diego Padres (desde 2006), los Tampa Bay Buccaneers (desde 2007) y los Chicago White Sox (desde 2008).
Y, claro, también podría escribir de los Minnesota Vikings, que nunca han conseguido ganar la Superbowl y acumulan 43 años consecutivos sin alcanzar el partido por el título. O de los 71 años que acumulan los Cleveland Indians sin adjudicarse el título de las World Series. O de los 51 años que acumulan los Toronto Maple Leafs sin jugar la Stanley Cup.
O de tantos y tantos equipos y aficionados más.
Pero lo mejor será que lo deje aquí.
Porque al igual que ocurre con la victoria, hay gente que nace predestinada a la derrota.
III. En cualquier caso, ahora os tengo que contar que tanto la victoria como la derrota tienen en su condición de existir una circunstancia especialmente positiva, atrayente: nunca son eternas.
Es decir, tanto la victoria como la derrota son contingentes, pero no son necesarias.
Es algo que saben bien los Kansas City Chiefs, los Washington Nationals, los Toronto Raptors y los Saint Louis Blues.
Porque a veces un pase en 3&15 de 44 yardas es completo y también tu defensive tackle consigue tocar lo suficiente el ovoide para desviar el pase del quarterback rival hacia su tight end.
Porque a veces aparecen unas World Series en las que los equipos locales no consiguen ganar ningún partido por primera vez en una serie a siete encuentros en la historia de las cuatro grandes ligas estadounidenses.
Porque a veces decides no renovar al entrenador que acaba de alzarse con el premio a mejor entrenador del año para apostar por uno de sus asistentes y también traspasar a tu máxima estrella para hacerte con los servicios de un jugador diferencial pero que únicamente ha disputado nueve partidos por culpa de las lesiones la temporada anterior y, al final, la valentía tiene recompensa y EL CIELO ES EL LÍMITE.
Porque a veces echas a tu entrenador y pones a un entrenador interino para lo que queda de temporada, eres el equipo con peor balance de resultados de la competición cuando llega el mes de enero, apuestas por un portero rookie que empieza a batir récords, ganas 30 de tus últimos 45 partidos de liga regular y llegas embalado a los playoffs.
Y, de repente, los actuales campeones de las cuatro grandes ligas estadounidenses son un equipo que NO VENCÍA DESDE EL AÑO 1970 (Chiefs) y otros tres que no HABÍAN VENCIDO EN TODA SU EXISTENCIA (Nationals, Raptors y Blues).
Y, como nada nunca es eterno, el sufrimiento de sus aficionados se convierte por fin en alegría.
Foto: Mark Humphrey, Associated Press
IV. Precisamente, es de ellos, de vosotros y de mí, de los aficionados, de lo que quería escribir esta semana. Porque cuando pasó el tiempo que yo necesitaba y asumí el fallecimiento de Kobe Bryant, y cuando pasó el tiempo que yo necesitaba y relativicé mi enfado con todos esos medios de comunicación que aprovechan la muerte de un ser humano para conseguir mejores resultados en sus estadísticas de audiencia en esta era pornográfica prostituida por un clic, me di cuenta de que todo lo que yo podía decir sobre Kobe Bryant se reducía a eso, a lo que yo había sentido como aficionado, no como periodista.
Y supongo que, en general, ese sentimiento también es extrapolable a cualquier deporte y a cualquier deportista.
A cualquier equipo y a cualquier aficionado.
Seguro que sabéis de sobra a lo que me refiero y que en alguna ocasión os habéis sentido igual.
La risa incontrolada que llena tu boca cuando tu jugador favorito anota la canasta ganadora justo antes de que la bocina suene.
La risa sorda, la mirada perdida, el estado de completo vacío que aparece en tu cuerpo cuando la estrella del equipo rival se inventa la jugada que convierte a los tuyos en perdedores.
Las lágrimas que te empapan los ojos cuando tu equipo del alma consigue hacerse con el título después de media vida vivida y otra media vida por vivir.
Las lágrimas que se acumulan en tus mejillas cuando tu equipo del alma desciende de categoría y se pierde en el laberinto de la melancolía de lo que pudo haber sido y ya no será.
Las lágrimas, esas lágrimas, que durante horas, tal vez días, no puedes controlar, pero que, por suerte, pasado un tiempo, en algún momento dejan de brotar por tu cara.
Porque, en efecto, nunca nada es eterno.
Ni siquiera la victoria, ni la derrota.
Salvo, quizá, Kobe Bryant y todas aquellas deidades que nos miran desde el monte Olimpo.
*Es importante entender que la estadística es sumando las derrotas en un año natural de un equipo de esa ciudad en cada una de las cuatro grandes ligas estadounidenses (NFL, MLB, NBA y NHL); es decir, hay otras ciudades con más de cuatro equipos (New York, Chicago, Los Angeles, etc.) que acumulan todavía más derrotas en un año natural al sumar las derrotas de todos esos equipos, a veces cinco equipos (como en Chicago o en la Bahía de San Francisco) o, incluso, ocho (Los Angeles) o nueve en total (New York, si incluimos a los New Jersey Devils).
COMPARTE EL TEXTO EN REDES SOCIALES Y SUSCRÍBETE GRATUITAMENTE SI QUIERES RECIBIR TODAS LAS NOVEDADES DE WOLCOTT FIELD.