I. Puedo acordarme de todos y cada uno de los coches de Ayrton Senna según evolucionaron los colores corporativos de las marcas de tabaco que patrocinaron a sus equipos, con permiso, evidentemente, de aquellos Toleman rojos y blancos de su primer año en la Fórmula 1, cuando los cigarrillos desafiaban el orden lógico y establecido en el título de aquella película de Jim Jarmusch y todavía no habían desplazado en la cronología al café tostado de Segafredo Zanetti. En aquel año 1984, Senna debutó en el Mundial de Fórmula 1 con el coche de la temporada anterior, un Toleman TG183B que le sirvió para ser sexto en Sudáfrica y en Bélgica, pero que en el Gran Premio de San Marino, por un problema con las ruedas y la presión de la gasolina, le dejó sin poder calificar por primera y única vez a lo largo de toda su trayectoria profesional. Sin embargo, Senna, que ya era un mito antes de que todos nosotros le idolatráramos porque hay gente que nace predestinada para alcanzar la gloria, nos avisó de que sería eterno con el Toleman TG184, con aquellos terceros puestos en Gran Bretaña y Portugal y, especialmente, con su primer podio en la Fórmula 1, aquella tarde en Mónaco bajo la lluvia, siempre bajo la lluvia, en la que partió desde la decimotercera plaza, superó a todos los pilotos, incluido a Alain Prost en la vuelta número 32 cuando apareció la bandera roja de suspensión, y celebró con alegría una victoria que el reglamento concedió al francés en vez de al brasileño: las posiciones definitivas fueron las del paso por meta en la vuelta anterior cuando Senna todavía marchaba segundo.
Pero volvamos a las tonalidades de las empresas tabacaleras, a los colores negro y dorado de John Player Special. Estéticamente, aquellos dos coches Lotus con motor Renault, elegantes y solemnes, fueron algunos de mis preferidos. En 1985, con el Lotus 97T, Senna logró siete pole positions y ganó su primera carrera en el Mundial de F1, en Portugal, bajo la lluvia, siempre bajo la lluvia. Ese año también venció en Bélgica, aunque la mayoría de nosotros recordamos mejor el coche de la siguiente temporada, el Lotus 98T con motor Renault EF15B 1.5 V6 turbo, todo potencia y velocidad, todo fragilidad e inconsistencia. Con él, Senna consiguió ocho poles y ocho podios en 1986, ganó en España y en Detroit, pero, también con él, Senna se retiró hasta en seis ocasiones. Fue el prólogo necesario, el espejo en el que se miró el también irregular Lotus 99T del año 1987, aquel monoplaza abultado, grueso, con los colores de la marca de cigarrillos Camel, azul y amarillo, a juego con el casco del piloto brasileño, por primera vez con motor Honda. Un coche con una suspensión insuperable para los circuitos urbanos (Senna ganó en Mónaco y en Detroit), pero imposible de poner a punto en el resto de circuitos, penoso para calificar: Senna terminó ese 1987 con ocho podios, pero con una única pole position.
Y de nuevo, por segunda vez, desde 1988 a 1993, el rojo y el blanco en el coche de Senna, esta vez por los colores de otra marca de tabaco, Marlboro, la de los cigarrillos que primero fumaron las mujeres y después los vaqueros. El McLaren MP4/4, diseñado por Steve Nichols, motor Honda, el coche de su primer campeonato mundial en 1988, fue rotundamente perfecto, el monoplaza que venció en todas las carreras disputadas de la temporada menos una, ya fuera conducido por Senna o por Prost. Ese año, el piloto brasileño logró ocho victorias y sumó tres segundos puestos, y también voló sobre el asfalto de Montecarlo hasta que se estrelló en la vuelta 66 porque no todas las veces los genios son capaces de acabar sus obras de arte. Por su parte, el McLaren MP4/5 del año 1989, el sucesor de ese coche, siguió la estela de monoplaza dominador (ganó 10 de las 16 carreras disputadas; de ellas, seis triunfos fueron de Senna), pero ha pasado a la historia por convertirse en el protagonista del punto de inflexión, del momento de no retorno en la rivalidad entre Senna y Prost en aquella penúltima carrera del año: el choque en la última chicane de la vuelta 46 del Gran Premio de Japón que obligó a retirarse a Prost y que permitió a Senna ganar la carrera tras ser empujado para volver a pista, pero en la que el brasileño terminó finalmente siendo descalificado por la ayuda que recibió para volver al asfalto. El piloto francés ganó ese Mundial y acabó yéndose a Ferrari, el máximo rival, y llevándose con él a Steve Nichols, el ingeniero de esos coches campeones.
No en vano, un año más tarde, en 1990, el año del segundo campeonato mundial de Senna, el McLaren MP4/5B no fue más que una versión modificada del coche anterior. Con ese monoplaza, el piloto brasileño subió al podio en once ocasiones, seis de ellas al primer puesto, y se convirtió en bicampeón chocándose otra vez, de nuevo contra Prost, su enemigo jurado, en la primera curva del Gran Premio de Japón, la penúltima carrera de la temporada. Mientras, un año después, en 1991, Senna cerró su tricampeonato mundial con el McLaren MP4/6, motor v12 y transmisión manual, después de siete triunfos, doce podios y un momento icónico: la primera victoria de su vida en el Gran Premio de Brasil, completando las últimas vueltas con la tercera y la quinta marcha estropeadas, teniendo que ser sacado del coche al final de la carrera porque estaba completamente extenuado.
Fue la última temporada exitosa para McLaren, que en 1992, en el McLaren MP4/7A, llevó motor Honda por última vez. Senna subió tres veces a lo alto del podio esa temporada y fue especialmente meritorio su triunfo un año más en el Gran Premio de Mónaco, conteniendo continuamente a Nigel Mansell, el absoluto dominador del curso con el Williams FW14 diseñado por Adrian Newey y que tenía motor Renault. Un año más tarde, en 1993, con el McLaren MP4/8 de motor Ford, Senna sumó siete podios más (cinco victorias y dos segundos puestos), pero también acumuló ocho carreras consecutivas sin subir al cajón, la mayor sequía de toda su trayectoria profesional. Significó, en efecto, el fin de una era.
Porque los últimos colores de los coches de Senna fueron el azul y el blanco de la marca de tabaco Rothman’s que lucían en el Williams FW16 diseñado por Adrian Newey en la temporada 1994. Un coche que ya no contaba con el sistema de suspensión activa que había sido clave para los títulos de Mansell y Prost en los años anteriores y que era extremadamente complicado de conducir, con una aerodinámica desarrollada completamente para trabajar con esa suspensión activa que había sido prohibida.
El puto Williams FW16, el coche que nos destrozó el corazón en esa maldita curva de Tamburello antes de que el humo de los cigarrillos destrozaran nuestros pulmones.
II. Por si hay alguien leyendo que no le conoció conduciendo en un circuito, esto fue, en palabras de los demás, Ayrton Senna:
Ron Dennis, su jefe en sus tres títulos mundiales con McLaren: “Vivió para el deporte. Cuando las personas hacen eso, sacrifican todo para ser los mejores”.
Luca di Montezemolo, el dueño del equipo Ferrari, su gran rival: “Siempre aprecié el estilo en carrera de Ayrton. Como ocurre con todos los grandes campeones, tenía una voluntad increíble de ganar y nunca se cansó de buscar la perfección, tratando de mejorar todo el tiempo”.
Nigel Mansell, campeón mundial en 1992: “Senna no dejaría piedra sin mover para sacar el máximo provecho de su coche y de su equipo”.
Sir Jackie Stewart, tricampeón mundial: “Senna es realmente el mejor piloto de carreras del mundo, no solo el más rápido”.
John Watson, expiloto y comentarista: “Sin duda, el mejor piloto de carreras de todos los tiempos”.
Gerhard Berger, excompañero: “Traté de encontrar debilidades en Senna, pero no pude. Él es 100 por ciento en todo”.
Simon Barnes, el exjefe de deportes de The Times: “El automovilismo es un deporte y, por lo tanto, es un negocio que tiene su base en la frivolidad. Pero Senna no perseguía nada tan frívolo como la gloria. Estaba persiguiendo algo que nadie más sabía que estaba allí”.
Fernando Alonso, bicampeón mundial: “Él fue una inspiración. Recuerdo que cuando iba a la escuela en mi libro no tenía fotos de chicas, pero tenía a Ayrton allí, y lo mismo en mi habitación. Tenía un gran póster de Ayrton e incluso mis primeros karts fueron con los colores del McLaren de Ayrton porque a mi padre también le gustaba”.
Lewis Hamilton, sextacampeón mundial: “Tenía la rara cualidad de la grandeza. Gran parte de mi forma de conducir hoy está inspirada en la forma en que le vi conducir”.
Martin Brundle, expiloto y comentarista: “Ayrton Senna es un genio. Yo defino genio como el lado correcto del desequilibrio. Él está altamente desarrollado hasta el punto de estar casi al límite de ese lado”.
James Hunt, piloto agresivo y pop, campeón mundial en 1976: “Ayrton Senna puede ser un genio, pero él es un genio imperfecto”.
Sir Frank Williams, dueño del Williams Team: “Su pérdida es imposible de cuantificar. Todos los que lo han conocido en cualquier capacidad sienten que han perdido a alguien muy especial”.
Sid Watkins, médico y confidente: “Tenía una paz interior”.
Adrian Newey, ingeniero con una decena de títulos mundiales de constructores: “Había un aura sobre él, algo que es difícil de describir. Ciertamente tuvo presencia”.
Emerson Fittipaldi, bicampeón mundial y compatriota de Senna: “Ayrton trascendió el estado de simple piloto y alcanzó un nivel de respeto y envidia que le coloca en un plano más alto que cualquiera de sus rivales”.
Damon Hill, campeón mundial en 1996: “Los japoneses y los brasileños le veían como un dios. Su pasión era innegable y creo sinceramente que quería hacer del mundo un lugar mejor”.
Tatiana Cuhna, periodista brasileña: “Siempre sentimos que éramos los desvalidos del mundo y Senna nos hizo sentir diferentes. Nos hizo sentir que podíamos ganar y que podíamos creer en nosotros mismos”.
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Yo, si se me permite: “Ayrton Senna era las gotas de lluvia que nos caían desde el cielo y nos mojaban el pelo, nuestra felicidad y nuestro entusiasmo, el sitio en el que nos refugiábamos en nuestra infancia en busca de la calma que antecedió a la tormenta de nuestra juventud”.
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III. Cada uno de nosotros nos acordamos de lo que nos apetece, así que de esto es de lo que me estoy acordando yo ahora, en este preciso momento:
De aquel húmedo Gran Premio de Brasil en Interlagos en 1993, la segunda y última victoria en Fórmula 1 de Senna en su país. De la gente volviéndose loca en las gradas, de centenares de personas invadiendo el asfalto, agitando una bandera gigante de Brasil, verde, amarilla y azul, ordem e progresso. Del McLaren rojo y blanco de Senna siendo obligado a detenerse y perdiéndose entre toda esa gente que le aclama sobre la pista. De Senna subiendo al safety car, un Fiat Tempra, y sacando medio cuerpo por la ventana del copiloto mientras saluda con las dos manos y agita su brazo derecho en señal de triunfo. De un helicóptero que graba desde el aire y de una decena de coches escoltando ese Fiat Tempra, que abandona varias veces el asfalto y va por encima de la hierba para evitar atropellar a la gente que se acumula en dirección al paddock. De sentirme delante de la televisión parte de algo que nunca se había visto antes en la historia de la Fórmula 1.
De aquel Gran Premio de Europa en Donington Park en 1993, la primera vez que el circuito inglés acogió una carrera de Fórmula 1, como sustituto del fallido GP de Asia en el Nippon Autopolis de Japón que no se pudo disputar. De Senna terminando cuarto en la clasificación del sábado bajo el sol. De Senna dando una lección de conducción descomunal durante casi dos horas el domingo bajo la lluvia, siempre bajo la lluvia. De Senna adelantando a Michael Schumacher, Karl Wendlinger, Damon Hill y Alain Prost en la primera vuelta. De Senna llevándose la carrera después de doblar a todos los pilotos menos a Damon Hill, que terminó a un minuto, 23 segundos y 199 milésimas del brasileño.
De aquel Gran Premio de Mónaco en 1993, la quinta victoria consecutiva de Senna en Montecarlo, la sexta en total.
De aquel Gran Premio de Japón en Suzuka en 1993. De su encontronazo con el debutante Eddie Irvine, que le adelantó pese a estar doblado porque mantenía una lucha con Damon Hill por el cuarto puesto. De la lluvia tímida del inicio, de la lluvia más intensa de después, del asfalto seco del final. De Senna bajo la lluvia, de Senna siempre bajo la lluvia.
De aquel Gran Premio de Australia en 1993, de su última prueba con los coches, rojos y blancos, de McLaren. De su triunfo tras lograr la pole y hacer una carrera excelsa, doblando a todos los pilotos a excepción de Alain Prost y Damon Hill. De la retirada del piloto francés, que se adjudicaría ese título mundial, su cuarto y último. De Senna en el podio cogiendo el brazo de Prost, levantándolo en señal de victoria y subiendo al francés junto a él en el primer lugar del cajón. De Senna, el ídolo, el mito, reconociendo el éxito de Prost, su enemigo jurado, su némesis, su archienemigo.
Sí, en este preciso momento yo me estoy acordando de las cinco victorias que Senna consiguió en el campeonato mundial del año 1993.
De las cinco últimas victorias que Ayrton Senna logró en la Fórmula 1.
Porque cada uno de nosotros tenemos el derecho a recordar lo que más nos apetece.
IV. Desde bien pequeño siempre he sido una persona tímida, introvertida, solitaria, así que no es de extrañar que durante algún tiempo de mi infancia, alrededor de un año o así, para mí la muerte fuera sinónimo de ponerme a jugar, yo solo, al baloncesto. Se moría alguien y yo cogía un balón de baloncesto y empezaba a lanzar a canasta durante horas, día tras día, sin nada más que mis pensamientos, sin nada más que mis sentimientos, ocultos en cada lanzamiento, en cada bote, en cada entrada a canasta.
Cuando murió Drazen Petrovic, por ejemplo, en junio de 1993, eso es lo que hice a lo largo de, como mínimo, toda una semana: bajaba a la granja de gallinas en la que mi padre trabajó durante 46 años y, mientras que él trabajaba, lanzaba una y otra vez a la canasta de ese tablero que estaba fijado en la pared de una nave, a la izquierda de un silo de pienso, entre el olor de las aves galliformes y el ruido de las máquinas, bajo la atenta mirada de los perros San bernardo y de los perros Pastor alemán que había en la finca, que se tumbaban a mi alrededor y que me servían con sus ladridos como guardianes delatores ante cualquier intruso cuando yo estaba demasiado absorto en mí mismo, cuando alguna lágrima se escapaba por mi cara.
Cuando murió Ayrton Senna, por ejemplo, el 1 de mayo de 1994, eso es también lo que hice: abandoné la celebración del cumpleaños de mi primo pequeño y, mientras toda mi familia estaba en el salón de la antigua casa de mi tío en mi pueblo, lancé una y otra vez a la canasta de ese tablero fijado en la pared, a la derecha del lavadero, con un techo de uralita transparente de plástico sobre mi cabeza, hasta que se hizo de noche, con la única visita inesperada, de vez en cuando, bajando por el techo, de aquel gato negro (¿o era gata?) que me daba tanta alergia cuando lo tocaba, que hacía que los ojos me lloraran como me sucedió, por motivos más tristes, también aquel día.
Todavía hoy, tantos años más tarde, no encuentro la forma adecuada de poder explicar esa relación entre la muerte y mi necesidad de jugar al baloncesto durante horas, completamente solo, pero lo realmente interesante que sí que os puedo contar es que Ayrton Senna también fue el primer protagonista de otra de mis actividades favoritas de mi infancia de persona tímida, introvertida y solitaria, allá por algún mes indeterminado del año 1988 o 1989: los recortes de prensa sobre deportistas que fui acumulando en carpetas hasta bien entrada mi juventud, varios años más tarde.
Es curioso (y, a la vez, notablemente surrealista) que los acontecimientos deportivos sean, en multitud de ocasiones, el calendario que marca en fosforito nuestro recuerdos.
Supongo que tan curioso y surrealista como que hoy en día yo me acuerde de Ayrton Senna y todavía sienta la necesidad de irme, yo solo, a lanzar un balón a canasta, a botar y a jugar, yo solo, bajo la lluvia, siempre bajo la lluvia.
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Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta:
muchas gracias por tu expresión, unas palabras que reflejan similitud entre los muchos que lo añoramos
Yo también llore la muerte de mi ídolo, nunca olvidaré ese fatídico día...me ha encantado el artículo