El Gran Dios del Fútbol
(Este texto corresponde a la sección de Películas, que contiene textos con el argumento de películas de temática deportiva narrados como si los estuviéramos viendo en primera persona suceder en la realidad)
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(AVISO IMPORTANTE: este texto está repleto de spoilers de una película de Ken Loach)
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I. Todo comenzó con un hermoso pase de Eric Cantona, el jugador, según el narrador de la televisión que sonaba ese día de fondo, “con más talento, más temperamental y más controvertido de Inglaterra”. Los goles del astro francés, con el cuello subido de su camiseta del Manchester United, se sucedían en las imágenes de la pantalla entre aplausos del público y banderas de Francia con el lema “Eric The King”. Otro Eric, de apellido Bishop, aquel cartero que estaba al borde de un ataque de nervios, tenía su habitación llena de recuerdos del equipo mancuniano, presidida por un póster gigante de Cantona, a la izquierda de un cuadro de George Best. “¿Has ido alguna vez a psiquiátrico, Eric? ¿Sabes qué me preguntó? ¿Cuándo fue la última vez que fuiste feliz?”, se dirigió Bishop al póster del astro francés. “Toma un trago, un trago, en honor del rey, el rey, porque es el líder de nuestro equipo de fútbol, es el mejor delantero centro que el mundo ha visto jamás”, se acordó que solía cantar con sus amigos en el autobús cuando iban a ver los partidos a domicilio, antes de que su vida se fuera a la mierda. “La risa es la mejor medicina. La risa, aunque sea forzada o artificial, hace que te sientas bien. Al parecer, te anima, produce endorfinas y todo tu cuerpo se siente bien”, le explicó Meatballs al resto de compañeros de Bishop. Después, todos juntos hicieron un ejercicio de concentración, de respiración, de autoestima, de tranquilidad en el que tenían que pensar en la persona que más admiraban y Cantona se coló entre Sammy Davis Jr., Gandhi, Nelson Mandela, Fidel Castro y Frank Sinatra.
“Pienso en Eric Cantona. El Rey Eric. El mejor futbolista que ha habido”, sentenció Eric Bishop.
II. En otra ocasión, mientras se fumaba un porro en su habitación, Bishop miró una vez más al póster de Eric Cantona y empezó a imitar su pose, el cuello de la camiseta siempre hacia arriba y la mirada desafiante. “Un genio imperfecto, ¿eh? Un cartero imperfecto. ¿Qué tal tu autoestima, Eric? ¿Has pensado alguna vez en suicidarte? ¿Quién te quiere, Eric? ¿Quién cuida de ti? Aquello fue un palo para mí, no me lo esperaba. ¿Has hecho alguna vez algo de lo que te hayas avergonzado”, le dijo al póster.
Y desde el fondo de la habitación de repente se oyó: “Bueno, ¿y tú lo has hecho?”.
En efecto, era el propio Cantona en persona.
III. Mi lista de aforismos, refranes y axiomas favoritos que le escuché durante esos días a Cantona decir a Eric Bishop es la siguiente:
- “Si no hay peligro no podemos superar el peligro”.
- “A veces los recuerdos bonitos son los más duros. C’est la vie”.
- “Quien prevé todos los peligros jamás surcará los mares. Quien teme lanzar el dado jamás sacará el seis. Si no entras en la guarida del tigre no te llevarás a sus crías”.
- “Siempre tenemos más opciones de las que pensamos. Siempre”.
- “La venganza más noble es el perdón”.
- “Cuando aprendes a montar en moto y a darle a un balón es para toda la vida”.
- “Nadie olvida el rock and roll”.
- “Las palabras ‘no puedo’ no existen”.
- “Prueba algo. No funciona. Prueba otra cosa. Siempre”.
- “El que siembra vientos recoge tempestades”.
- “Si son más rápidos que tú no intentes adelantarles”.
- “Si son más altos no intentes saltar más que ellos”.
- “Si son mejores por la izquierda vas por la derecha”.
- “Para sorprenderles primero tienes que sorprenderte a ti mismo”.
- “Cuando las gaviotas siguen al barco pesquero es porque piensan que van a lanzar sardinas al mar”.
- “Depende de los límites que te fijes. Si juegas seguro no hay riesgo. ¿Entiendes?”.
IV. Antes de un partido entre el Manchester United y el F.C. Barcelona, Eric Bishop y sus amigos empezaron el recurrente debate sobre el odio eterno al fútbol moderno mientras trasegaban pintas de cerveza en un pub.
“Oye, ¿qué camiseta es esa?”, le preguntaron a Spleen. “Del FC United. El club del pueblo”, contestó. “Yo, ni me limpiaría el culo con eso. Te largaste y nos dejaste tirado”, insistieron. “Ellos me dejaron a mí”, respondió Spleen. “¿El United? El equipo más famoso de la historia. Más de 300 millones de hinchas. ¿Y te dejamos? Ya te he dicho esto antes. Un tío dijo: ‘Puedes cambiar de mujer, de política, de religión, pero jamás, jamás puedes cambiar de equipo favorito”, le avisaron. “Seremos un equipo modesto, pero ¿sabes qué? Ningún cabrón de presidente puede vendernos por 30 monedas de plata”, mantuvo Spleen. “Eso es lo que dijeron del United. En 1878, ¿verdad? Se llamaba Newton Heath. Trabajadores del ferrocarril. ¿Qué me dices de eso? Te burlas de vuestra propia historia”, le defendió Meatballs. “No, sigue aquí. Está en el corazón”, contratacó uno. Y otro le apoyó: “No vamos a morir nunca, tío”. “De todas formas, no vas nunca. ¿De qué hablas?”, le inquirió Meatballs. “No puedo permitirme llevar a los críos”, se defendió. “Exacto, y de eso trata”, mantuvo el propio Meatballs. Y Spleen le secundó: “Los aparcamientos no mienten. Echa un vistazo. ¿Qué coches ves ahí cuando hay partido? Nosotros no tenemos esos coches. ¿Cuántos carteros van al partido?”. Y, acto seguido, muchos de ellos empezaron a entonar: “No pagaremos a Glazer. Ni trabajaremos para Sky. Aún cantamos que el City la va a palmar. Dos United, una sola alma mientras los Busby Babes perviven. ¡Perviven!”. “Hipócritas”, les insultaron. “Anuncios ambulantes. Lleváis patrocinadores en el pecho. Nosotros no. Ahí sentados un martes por la noche. Sois los gilipollas que le hicieron ganar millones a Edwards. Que le llenaron los bolsillos a Murdoch”, concluyó Spleen, justo antes de salir del bar, enfadado, por la actitud recriminatoria de algunos de sus amigos.
Y fue entonces cuando Bishop, que había estado callado todo el rato, le dijo: “No te vayas. El partido acaba de empezar, gilipollas”.
V. Al parecer, cuando era jugador de fútbol, Cantona siempre estaba ahí esperando antes de marcar un gol antológico.
“¿Recuerdas el Nottingham Forest? Vamos. Giggs lanza el córner. Tú estás ahí esperando. Y entra”, le dijo Eric Bishop. Y Cantona negó.
“¿Y el Manchester City? Hughes a Kanchelskis. Pase largo. Tú estás ahí, esperando. Bang, como si nada. Directo a la red”, continuó Bishop. Y Cantona negó.
“Arsenal. Beckham cruza, sale el defensa, despeja. La ves llegar. Das un paso atrás para afianzarte bien. Bang. De media volea, directa adentro. Seaman no la olió”, prosiguió Bishop. Y Cantona negó.
“¿Recuerdas el Sunderland? Ese fue una preciosidad. Magnifique. Fue como un ballet. Ese gol me dio cuerda para unos cuantos meses. Te llena tanto que olvidas la mierda que hay en tu vida durante unas horas. Echo de menos ir al estadio. El único lugar donde puedes ir a desfogarte sin que te arresten. Gritar, aullar, reír”, se sinceró Bishop. Y añadió: “¿En qué otro lugar puedes cantar a grito pelado con tus amigos? Es lo que realmente echo de menos. Llevo al menos 10 años sin ir a ver un partido”.
VI. “A ver, ¿cuál fue tu mejor momento?”, le preguntó Bishop. “No fue un gol”, respondió Cantona. “Tiene que ser un gol, Eric. En el último minuto. La final de la Copa, contra el Liverpool. Beckham saca un córner. El portero sale, lo despeja. Te da en el pecho. Da en el suelo y cuando sube, bang, trallazo a la red”, continuó Bishop. Cantona lo negó. “Wimbledon. Tiene que ser el Wimbledon. Vas hacia el balón, estás calculando la trayectoria y el ángulo. El efecto. La velocidad del viento. Todo. Sacas el pie derecho. La detienes en pleno vuelo. Rebota. La volea más perfecta del mundo. Y entra. ¡Es un gol, tiene que ser un gol!”, insistió Bishop. “Fue un pase”, aclaró Cantona. “Oh, Dios mío. A Irwin, contra los Spurs. ¡Sí! Precioso”, recordó Bishop. “Sé lo inteligente que era él. Era diestro y zurdo a la vez. Pepinazo. La toqué con el exterior de la bota. Les sorprendí a todos. Él la cogió al paso y mi corazón enloqueció”, visualizó Cantona. “Un regalo”, asintió Bishop. “Sí, como una ofrenda al Gran Dios del Fútbol”, completó Cantona. “¿Y si hubiera fallado?”, inquirió Bishop. “Tienes que confiar en tus compañeros. Siempre. Si no, estamos perdidos”, sentenció Cantona.
VII. “Para ti debió ser dura la sanción. ¡Nueve meses! ¡Qué cabrones! Ese imbécil tuvo lo que se merecía”, se lamentó Bishop. Y añadió: “Es curioso, ¿verdad? A veces olvidamos que sólo eres un hombre”.
Y Cantona le respondió: “No soy un hombre. Soy Cantona”.
VIII. “Qué gran amigo es Jesucristo, es quien nos va a salvar, qué gran amigo es Jesucristo y su nombre es Cantona”, cantaban al unísono Bishop y todos aquellos aficionados del Manchester United aquel día en el autobús.
Una y otra vez un único nombre.
Exactamente, el único nombre que podían cantar.
El nombre de Eric Le Roi Cantona.
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En este texto he utilizado referencias de Looking for Eric.
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*Para las citas de este texto he utilizado la versión traducida de los subtítulos en castellano, por lo que pueden no cuadrar con la versión original en inglés.
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Suelo escribir siempre con música, así que he decidido que voy a poner alguna de las canciones que ha sonado mientras estaba escribiendo el texto. Como, por ejemplo, ésta: